Fue lo que me preguntó por twitter un lector cuando se enteró que habíamos llegado a la primera posta de nuestro cruce de África a dedo, desde Egipto hasta Sudáfrica. En su pregunta sincera se erizaba la memoria de su propio agobio. Visualicé su miniatura fotográfica de perfil asediada, rodeada por taxistas usureros y oportunistas callejeros de esos que siempre tienen un papiro falso o una pirámide de alabastro para enchufarte segundos después del Welcome to Egypt. Y es verdad que Cairo, con sus 20 millones de almas árabes pisoteando aceras desgarradas, estrujándose unos a otros por un lugar en el subte y hacinando la vieja París sobre el Nilo, es una metrópolis vejada por la superpoblación, donde millones de Mohameds y Ahmeds danzan ciclones con tal de arrancarle a la urbe la supervivencia. También es verdad que la calle en Egipto se cruza corriendo, sin amagar y con seguridad de suicida entre oleadas de asesinos al volante, con tu vida entera pasándote en diapositivas en cada esquina cada vez que un taxi Lada te torea sin frenos. Y, sin embargo, estoy tratando aún de entender por qué no siento que me agobie Cairo.
Al contrario, me siento cortejado por su esencia, que se manifiesta de forma descarada. Visité por primera vez Egipto hace ya 10 años, cuando crucé Medio Oriente a dedo camino de India, y vuelvo ahora a ser embrujado por su hechizo reincidente. No se puede negar que, si llegás en avión desde Buenos Aires, el shock cultural te puede calar hondo. Algunos viajeros —en especial viajeras— sienten que en un primer momento la ciudad los rechaza. Supongo que ese agobio es la fricción de su ritmo meteórico en nuestra atmósfera controlada, un vestíbulo de transición entre nuestra lógica de sendas peatonales, códigos de barra y cariño liberado y una tierra sin semáforos, donde hay que regatear desde el aeropuerto hasta la verdulería, y donde los besos en público están peor vistos que las armas en público. De todas formas, ¿qué es viajar sino descentrarse de la propia cultura?
No me puede abrumar una ciudad donde la gente te invita a comer y se pone a cocinarte en el medio de la calle. Basta con salir del Downtown, del Cairo construido con aires europeos, de las plazoletas perfectamente simétricas de Taalat Harb o de la Plaza Tahrir (que se hizo célebre en 2011 cuando una muchedumbre demostró su hartazgo ante el régimen de Mubarak). Por supuesto que le encuentro un glamur decadente a los altos edificios de fines del siglo XIX, de la era en que Egipto era protectorado británico y la elite de la burguesía mercantil europea se sentaba a tomar café y fumar en pipa en cafeterías como Groppi o el Café Riché. Dicho sea de paso, hoy es la base ideal para los viajeros, zona de restaurantes baratos y hostels escondidos en los cuartos, quintos o sextos pisos de estos edificios de escalones hundidos en el medio de tantos pasos y ascensores antiguos enjaulados. En la Plaza Ataba es donde ese intento de occidentalización de Cairo sucumbe gradualmente ante su núcleo medieval indomable, señalado en las guías de viaje como Islamic Cairo, espacio de imposible navegación urdido por bazares y mezquitas.
En esa periferia del Cairo primordial, la mayor parte de los puestos venden zapatillas Made in China, juguetes, medias, tintura para el cabello y todo tipo de baratijas expuestas en tablones o sobre mantas en el suelo y debajo de los puentes de las autopistas. Sobre un edificio, la gigantografía publicitaria de un nuevo modelo de BMW con el slogan “dinamismo urbano” aparece como una ingenuidad diseñada en Munich en comparación con lo que sucede debajo. Es imposible detenerse sin que la procesión comercial de hombres y mujeres, de turbantes y hejabs, de compradores, vendedores, carritos y moto-taxis te lleven puesto. No hay drama, para esa altura ya te acostumbraste a caminar por la avenida y en sentido contrario al tránsito como si fueras un espectro. Si venís desde el centro, es en Ataba donde entendés por qué crowded es el primer adjetivo con que los egipcios letrados definen su ciudad, a la que enseguida perdonan con el título de Umm ad-Dunya (madre de las ciudades).
Fue ahí, en la frontera entre el Cairo moderno y el medieval, dos jóvenes que atendían un puestito de zapatos para niños nos invitaron a sumarnos a su pausa para almorzar. El que tomó la iniciativa se llamaba Walid, y no nos hizo ninguna otra pregunta antes, ni cómo nos llamábamos, ni de qué país veníamos, sólo se llevó la mano a la boca y preguntó en lenguaje de señas. Cuando aceptamos, no demoró dos segundos en largar su puesto, sacar una pizzera y empeñarse en preparar, ahí mismo sobre la calle, una suculenta ración de ful, especie de guiso de habas que es la más popular de las recetas árabes. ¡Van a probar el mejor ful de sus vidas! — gritaba Walid y daba a entender que era un honor que compartiéramos el almuerzo. De la nada apareció otro hombre que dejo caer una pizca de sal en el mejunje. Su amigo, mientras tanto, también había puesto manos a la obra y tras dos minutos artilló el menú con una ensalada caliente de berenjena, tomate y ajíes picantes asados. Todos comimos juntos, usando trozos de pan árabe para servirnos. Era nuestro primer día en la ciudad, y ese almuerzo improvisado todo un rito de bienvenida a Egipto. Sin embargo, ese gesto no le pertenecía a Walid. Había visto esa beatitud hacia el andariego, la mayor gloria que el Islam le inculcó a sus fieles, en todo el mundo islámico desde Kosovo hasta Kashgar, en el Turkestán chino. Y si nadie te invita, con un dólar podés comer sabrosos y crocantes felafels hasta reventar en cualquier puesto de comidas.
Me fascina, antes que agobiarme, una ciudad que huele a palabras y cardamomo. Khan al Khalili es el nombre del mítico bazar que, desde que fue construido en el siglo XIV, se perpetúa como una comunidad económicamente independiente. Gran parte de los bienes que se venden aquí, se producen todavía localmente, con escuelas que enseñan los oficios a las nuevas generaciones. Desde ya que, en la calle principal, los vendedores políglotas te ofrecen en castellano o mandarín los suvenires turísticos de rigor, escarabajos de turquesa o amatista, tableros de backgamon de nácar, cleopatras de alabastro, réplicas de la máscara funeraria de Tutankhamon en bronce pintado.
Sólo hay que alejarse pocos metros para descubrir las callejas laterales, a donde los locales acuden en busca de platería y oro para sus casamientos y especias para sus comidas, rubros que siguen manteniendo su emplazamiento original desde que el khan abrió sus puertas por el año 1300. El mercado de especias se anuncia primero a través del olfato, al ser entrecruzado por una vibrante combinación de aromas que debe ser la combinación de todas las hierbas, semillas y raíces del Asia. Sólo después, el impacto es visual, al descubrir los sacos con dunas de comino, cardamomo o azafrán, a veces decorados por cobras disecadas. Si todavía no te diste cuenta te lo digo: soy fan del cardamomo, y llevo siempre una bolsita en la mochila, porque puede complejizar la sazón del más triste arroz blanco preparado en la banquina. Trabamos saludo con un par de vendedores, y terminamos llevándonos una bolsita con karkadé, una flor disecada similar a la flor de Jamaica para hacer en té y soportar el invierno egipcio. Ir a un bazar y no comprar absolutamente nada es perderse la oportunidad de emparentarse, al menos simbólicamente, con un hilo de movimiento de remotísimos orígenes. No hay que subestimar al comino o la canela. Fue el bloqueo del flujo hacia Europa de estas especias —con la toma de Constantinopla por parte de los turcos— lo que derivó en el descubrimiento de América. Como siempre digo, nos “descubrieron” buscando un atajo hacia el comino.
Pero no sólo caravanas llegaban a estos bazares y bajaban sus cuantiosos fardos en esos claustros, sino que ideas y saberes se enredaban a veces entre las monturas de los camellos. Las palabras también viajaban. Algunas que pasaron por aquí llegaron más tarde a Marruecos con la conquista árabe y de allí saltaron a España y hoy están en el diccionario de tu celular. Aceituna, en árabe, aún se dice zeitún, fuente original de donde manó nuestra palabra. No sé cuantos bazares, camellos y reconquistas tuvieron que tejerse para que la aceituna llegara, con ese nombre, a tu picada, pero en todo ese tiempo, no dejó de haber un mercado de especias en Cairo. ¿Te gustan las casitas de adobe que abundan en el Noroeste Argentino? La palabra que en el noroeste se pronuncia con un bolo de coca en boca surgió hace milenios de tuba, vocablo para ladrillo en lengua copta, hablada en Egipto antes de la llegada de los árabes en el siglo VII. Del copto pasó al árabe como at-tuba (el ladrillo) y de allí al castellano como adobe.
Los bazares cambian y las furgonetas reemplazan a los camellos pero, mientras siga el regateo, la venta de especias, y pase alguien a pie ofreciendo alfombras, y los mercaderes se reúnan a fumar su shisha (pipa de agua), seguirá habiendo puntos de apoyo empíricos para su mística.
No me puede agobiar una ciudad donde los hombres juegan a hacer burbujas. En Cairo hay miles de ahwas —palabra árabe para cafetería—donde lo principal no es el café, sino la shisha, las pipas de agua en la que principalmente los hombres fuman tabacos frutados y, en el proceso, hacen burbujear el agua del depósito vidriado. Es un espectáculo verlos a todos sentados en la vereda, cada uno con el turbante atado a su gusto, haciendo nada con elegancia. Con una mano holgazana sostienen la manguera de la pipa en la boca y largan bocanadas que los envuelven en un perfume dulzón que parece cualquier cosa menos el aroma de la ceremonia masculina por excelencia de una sociedad patriarcal hasta la médula. Hay muchos tipos de ahwa. Pueden ser grietas en medio de calles comerciales, incluso nichos con cocinas grasientas, como estaciones dispensadoras de descanso en recodos internos de los bazares. Pero también las hay célebres y ambientadas, como Al-Fashawi, que no ha cerrado en 200 años salvo para los meses de Ramadán (ayuno) y, en medio del bazar Khan al Khalili tiene un salón ornado con espejos de marcos barrocos y dorados. Allí conocimos a un empresario turco llamado Yassim, exportador de ollas y sartenes, que visitaba la ciudad por negocios. Y conversamos, porque lógicamente la shisha es la excusa social para charlar. Entre pitadas a una shisha de cereza y tazas de té repletas de hojas de menta Yassim renegó de ISIS y de la manía egipcia del bakshish (pedir propina por todo) y terminó ubicando la raíz de todos los males en la caída del Imperio Otomano, después de cuyo fin, según él, “la gente no volvió a sonreír”. Así de inspirado te pone la shisha.
Ya te conté que me gusta descubrir el viaje detrás de las palabras. Cuando Yasim nos invitó un misterioso jugo llamado temer hindi, (dátil de India) tardé varios minutos caerme la ficha de que era tamarindo y que estaba ante el embrión árabe de nuestra palabra castellana, desnudada accidentalmente en su génesis en pleno ahwa, en medio de las fumarolas de manzana o cereza. Volvimos a encontrarnos con él para fumar shisha, esta vez en la víspera del 25 de enero, quinto aniversario de la Revolución que expulsó a Mubarak del poder. La Plaza Tahrir era patrullada por policías y brigadas antidisturbios, ametralladora en mano, pero aunque había un tácito toque de queda, no faltaba un ahwa abierta.
No me puede agobiar una ciudad que a pesar de estar agobiada, tiene tiempo para mirar al cielo cinco veces al día. Esa es la cantidad de veces que un buen musulmán debe postrarse en dirección a la Meca, y para ello, cientos de minaretes en todo Cairo se lo recuerdan con sonoros llamados a la plegaria, el equivalente a las campanadas cristianas. Pasando Ataba, ya en el viejo Cairo, la ciudad está sembrada de santísimas y eminentes mezquitas. Algunas con más de mil años como Al Azhar, cuyo templo y madrasa (universidad islámica) fue fundada en 970, siendo la segunda institución educativa aún vigente más antigua del mundo, después de la Universidad de Fez (Marruecos).
Hacia el norte el bazar está la calle Sharia al-Muizz, una arteria clave del Cairo medieval donde recortan su perfil contra el atardecer la mayor densidad de minaretes, domos y mausoleos de la ciudad, construidos por los mamelucos en el siglo XIII. Eran los tiempos de las Cruzadas, lo que se aprecia en la puerta gótica del mausoleo de An-Nasir Mohammed, saqueada de una iglesia de Acre, en Tierra Santa, en 1290. Por aquí pasó el viajero Ibn Batuta —el Marco Polo de los árabes— en 1325 y notó que a ambos lados del templo recitadores de Corán entonaban día y noche los versos sagrados. Hoy, las adolescentes se sacan selfies y ponen caras coquetas con velos ceremoniales alquilados para la foto, o se pintarrajean las manos con hena.
Un aspecto inesperado de la espiritualidad cairota surge los miércoles por la noche en la antigua caravanserai Al-Ghouri. En lo que antiguamente era una posta de descanso de caravanas, con habitaciones para los mercaderes dispuestas alrededor de un patio con arcadas, los giradores sufis ejecutan su peculiar devoción centrífuga a Allah, mientras los virtuosos percusionistas van acelerando el tempo como una figura fractal que se multiplica por subdivisión hasta el infinito. Durante media hora giran sin marearse, con sus enormes faldas cubriéndoles los pies, de manera que parecen flotar sostenidos por la percusión que continua cada vez más de prisa. En trance, perdidos ante el cosmos, su velocidad contrasta con la quietud de las piedras, pero son una metáfora de la locura y la permanencia de esta ciudad.
No me puede agobiar una ciudad donde no necesitás mapas del tesoro para encontrarlos. Porque mientras las grandes mezquitas construidas por sultanes, califas y pashas siempre han recibido el cuidado por ser puentes con Allah, las viviendas y puestos del bazar del viejo Cairo han tenido una fortuna cosmética. Los cubículos mínimos, a veces hediondos, abrumados de suelas de zapato o colchones apilados, en donde se hornea pan o se cincela mobiliario, se encastran con la estructura sobreviviente del mercado medieval, como una colmena que se recicla y reencarna en sí misma, en una simbiosis entre lo funcional y lo histórico.
Cada tanto una fila de puestos termina en un arco de piedra solitario, resabio de algún palacio medieval, cuyos lados un vendedor de tapices y alfombras convirtió en vidriera. Pórticos de mezquitas que ya no existen, de las que ha quedado sólo la fachada, pero con sus mihrabs y dinteles intactos, se han degradado, pero también se han ido amalgamando orgánicamente a estructuras más recientes, adaptándose de forma líquida a la evolución de la ciudad. Donde menos lo esperás persisten balcones otomanos de madera con celosías vencidas—pensadas para que las mujeres pudieran mirar a la calle sin ser vistas—, frisos antiquísimos cargados de hollín e invisibilizados sobre puestos de venta de jugos, escondidos detrás de sacos de naranjas colgantes. Algunas estructuras cuelgan peligrosamente, y parecen sostenidas por las plegarias o el aroma a cardamomo, que en la calle Al Kabana, por alguna razón domina brutalmente el aire de la tarde. Debajo de esas ruinas los cairotas siguen fumando shisha, imperturbables. Descubrí cierta reverencia oculta en su contemplación del abandono, como si sus residentes quisieran zozobrar dignamente junto con la época dorada que los construyó, cuando el Islam seducía corazones por sus expediciones comerciales que llegaban a las costas de Indonesia o de Tanzania por igual, y no a punta de atrocidades como propone el ISIS.
Un día, al lado de una panadería cualquiera descubrí un arco sublime, lleno de inscripciones —para mí— indescifrables en árabe. El panadero, tras rascarse la cabeza recordó que se trataba de un antiguo hamam — baños y lavatorios públicos— medieval. El arco era sobrio pero intrincado. Algún mandamiento inconsciente prohibió a todas las generaciones derruir su pórtico, que da paso sólo a la imaginación. Es apenas una astilla: hay más de 800 monumentos históricos listados en el corazón de Cairo. A mí, este tipo de hallazgos, me producen una sensación de descubrimiento mayor que visitar ruinas más espectaculares, pero también más señaladas y predecibles, como Petra o Machu Pichu.
Cairo es, ante todo, una ciudad con buen humor, a pesar de la crisis, de la guerra constante contra el desierto que libran sus 20 millones de habitantes, de la Primavera Árabe con la que nos engañaron a todos (porque el capullo que parecía de democracia sólo escondía otro gobierno policial). Si ya desde esos eventos el turismo había bajado a un mínimo, en los últimos meses, cuando ISIS se atribuyó el atentado que derribó al avión ruso en el Sinaí, Egipto entró en una especie de lista negra. Por la calle prácticamente no cruzamos otros turistas. Nadie en el bazar Khan al Khalili, muy poca gente (en su mayoría latinos y chinos) en las mismas Pirámides que diez años atrás parecían la Playa Bristol de Mar del Plata. Muchos hoteles quebraron y miles de personas que vivían del turismo, incluidos los guías improvisados y buscadores de bakshish, tuvieron que dedicarse a otra cosa. Son los cairotas los que tendrían más motivos para estar agobiados y siguen, sin embargo, recibiendo con los brazos abiertos a aquellos viajeros independientes que hacen oídos sordos a las advertencias de sus embajadas, tías y noticieros.
Sí, Cairo agobia. Por momentos, bastante. Es una ciudad sucia, con Pirámides asediadas por suburbios malditos de ladrillo a la vista donde todo el mundo sacude sus bolsas de basura a la orilla del arroyo más cercano, donde se acumulan durante semanas o meses, y donde los niños juegan con gatos muertos entre excremento de burros y camellos. No hay Google Maps que te oriente entre sus herméticos bazares y los llamados a plegaria de las mezquitas te despiertan a las cinco de la mañana. Sin embargo, me parece un precio bajo a pagar por el honor de afinarse por unos días con el ritmo de ese caótico experimento llamado Cairo.
[mks_pullquote align=»left» width=»300″ size=»14″ bg_color=»#f6a900″ txt_color=»#ffffff»]Nuestra base para conocer Cairo fue el Dahab Hostel, ubicado en calle Mahmoud Bassiouny, 26, a menos de 50 metros de Talaat Harb Square, en el centro de Cairo. Volví por cariño: ya me había alojado aquí en mi primer viaje a Cairo, en 2005, y tenía grandes recuerdos de su terraza repleta de mesitas donde los viajeros socializaban y compartían información y novedades. El staff habla perfecto inglés, tiene wifi, cocina y, además, la habitación doble cuesta sólo 10 dólares. Si pasan, le mandan saludos de mi parte a Karim, el dueño.[/mks_pullquote]
Estoy en Giza hace 4 días y estoy terriblemente agobiada. No puedo salir del hotel sin que me persigan literalmente al supermercado y al restaurante y de vuelta hasta la casa intentando que entre a su bazar. Son muuuuy molestos. Recién vuelvo del restaurante y todo el tiempo los tuve al lado mío mostrándome su bazar y que entre a comprar…. Ya es demasiado…. Hay que tener nervios de acero.
Hola Andrea, Egipto es un país duro de roer. Sorprende de hecho que sea tan turístico en comparación con Sudán, que está al lado, y donde la gente es dulce y no te venden nada.
Aunque yo suelo hacer todo de forma independiente, recomiendo contratar excursiones para Egipto para ahorrarse el estrés, y porque al verte con un guía local, los buscavidas no se acercan porque tu guía cuidará su negocio. Me ha pasado.
En este post encuentras algunas excursiones para llegar a las Pirámides de Guiza y en este información sobre los cruceros por el Nilo.
Buenos caminos! Ojalá disfrutes el resto del viaje!!
Hola Juan. Te escribo desde el dahab hostel alque llegue por recomendacion de un amigo egipcio. Y ahora desde la terraza con mesitas tomando mate leo tu blog para saber por donde moverme o que comer en la ciudad y me encuentro con que estuviste aca!! Muchas gracias por la info, con tus palabras tan acertadas a lo que sentimos los q andamos moviensonos por aca.
Saludos desde el cairo!
Que bueno que hayas leído este post desde Cairo, un lujo!! Que disfrutes Egipto!!!
Como disfruté leer tu crónica!! Sentí que alguien al fin había sentido lo que yo, cuando tuve la experiencia inigualable de estar en El Cairo. Antes de partir, leí sobre pirámides, templos y faraones, dinastías y dioses, momias y jeroglíficos. Todo es cómo lo estudié, pero más grande. Todo es más majestuoso, misterioso y abundante. Eso solo justificó ampliamente el viaje.
Pero estaba también Egipto el de ahora y de ese yo no tenía idea. Es otro mundo. Un mundo tan extraño, tan distinto al mío. El Islam, los conflictos, los hombres simpáticos y aspaventosos, las mujeres bellas y discretas detrás de sus velos, la pobreza, las comidas, el alfabeto, las mezquitas, los llamados a la oración, el tránsito infernal, las bocinas, los caminos cortados, todos los egipcios cuidando a los turistas que son lo que les ayuda a sostenerse, cuidándome a mí.
Llegué sola a El Cairo, tuve aventura, miedo y lágrimas de emoción. Sorpresas a cada paso y la certeza de haber conocido un lugar único, que te abraza si dejas a un lado los prejuicios y temores. Gracias por tu hermoso relato!
Gracias a vos por seguir el blog y por compartir el mismo Cairo! 🙂
Hola!
Que genial que empezaste un viaje por Africa,yo también estoy preparándome para mi travesía,pero por algunos motivos todavía no he podido empezar,hasta hace un momento estaba leyendo tu libro «Vagabundeando en el Eje del Mal»,voy por la parte de Siria,está super bueno,una de las cosas que más me gustan es como derribas todos esos prejuicios que se han creado en torno a los árabes y musulmanes,ojala y se difunda tanto como lo hacen las «noticias» de los medios,por mi parte aportaré mi grano de arena compartiéndolo cuando lo termine.
Como te dije,también quiero empezar mi viaje,pero actualmente algunas zonas a las que tengo mucho interés en conocer están con problemas,que,bien como dices,las cosas no son tan así como muestran los medios,pero tampoco sé con exactitud cuál es el nivel real de peligrosidad,creo que ni Siria ni Irak están en condiciones para visitar(con algunas excepciones como periodistas,labores humanitarias,etc) ahora,ya que la situación ahí está bien complicada,pero otros países como Libia,Sudán,Algeria,Mauritania,Niger,Mali,entre otros,tienen un «Warning» en guías como wikitravel.org/en,y sin embargo,ahora mismo tu estás en Sudán(¿puedes decirme tu opinión sobre la veracidad de esta guía : http://wikitravel.org/en/Sudan ?).
Es que yo quiero hacer un viaje por tierra desde Marruecos a Sudáfrica y de ahí a Egipto,pero hay muchas advertencias de insurgencia y terrorismo en las guías,que si bien existe,se que no es todo el tiempo,ni en todos los lugares,por eso quisiera saber si me puedes decir qué método utilizas para informarte de la seguridad de un país antes de adentrarte en el.
Bueno,saludos,y cuando vayas a mi país,Cuba(también del Eje del Mal,jajaja,xD),si es que aún no has ido,por favor,cuenta que te pareció 🙂
Hola! Sudán es muy seguro a menos que vayas a las zonas en conflicto como Sudán del Sur o Darfur! El resto es hasta más seguro que Latinoamérica. En el menú de países encontrarás mis artículos de Cuba! Un gran abrazo, ahora desde Etiopía!
Cuando estaras en Surafrica?
Hola! Ahora mismo estamos en Sudán, yo calculo que en unos 9 meses andaremos por allá!
Post super completo Juan! no esperaba menos de vos je. Me imagino lo dificil que es explicar en palabras la complejidad de una ciudad como el Cairo, con su agobiante actividad diaria y con tanta cultura para transmitir.
Se nota tambien tu propia admiracion por Egipto…o mejor dicho tus energias de conocer como vive el local a pesar de lo que dicen en el noticiero o las tias (me causo mucha risa este comentario ja).
Esperemos con ansias el segundo post!
un abrazo!
Abajo las tías! 😉 jajaj Si, no sé si es admiración por el país, al que de hecho encuentro algo librado al azar y sin propósito colectivo más allá de las supervivencias individuales que se entrelazan en lo cotidiano. Pero como decís, el bucear estas cotidianidades, el explorarlas, es lo que me apasiona y desde ya me deslumbra el patrimonio histórico y arquitectónico. EN breve el segundo post, gracias por comentar, veo que es tu primer comentario, bienvenido al blog!
Puff, tremenda crónica de Cairo… Lo visual… esos hermosos pórticos y esos colores de las mezquitas, combinados con el olor, que sí, que me está llegando ahora mismo a cardamomo y demás especias, nos hacen viajar a través de tus crónicas…
saludos chicos!!!
Gracias Eze. Ya llegamos a Aswan, en el sur!!
Alucinante! Sigo sus pasos chicos, buen viaje y mejor experiencia!!
Gracias Samanta. Ya estamos sacando la visa para Sudan. De a poco iremos subiendo parte de lo vivido en Egipto!
Cada vez que puedo leo tus articulos, me emocionó este,nunca he ido allá,ni si quiera he salido de sur america, pero leer las historias de.otros recorriendo el mundo me entran las ganas de tambien explorar los mismos caminos pero a mi modo y forma,gracias por compartir un poquito del Cairo 🙂
Gracias por estar del otro lado de la pantalla Ceci!
estuve en Cairo hace casi 20 años…y la recuerdo tan cual la describis!!! Fue alucinante, Egipto fue hospitalario, eramos dos chicas solas, recorriendo en bus de Cairo al Sinai para poder cruzar a Jordania… fue genial, sobre todo la gente en el camino. Si te gusta tanto el cardamomo, cuando llegues a la mitad del continente, no te pierdas Zanzibar… sin duda unas de las mejores comidas de mi vida, con los pies en la arena, la pesca del dia y en la isla de las especias !
Super agendada Zanzibar! Sobre Cairo, calculo que es atemporal jajaj – Gracias por comentar Inés!
Estaba leyendo tu entrada de Roatan y apareció esta derepente y fue muy emocionante saber que estuvimos por un momento en el mismo lugar!!! jajaja en tu blog jajaja qué maravilla la tecnología!!!
Leo tooodddas tus entradas, me encanta cómo escribes y también me encanta el blog de Laura!!
Saludos y buen viaje por África!
Que bueno! Gracias por comentar Gabriela, y también considero que el blog es un espacio y un lapso compartido con los lectores. Cómico que justo actualicé mientras leías la otra entrada jaj Abrazos desde Luxoer, seguimos cruzando Africa!