TRAVESIA TRANSPAMPEANA II: LA LUCHA POR LA TIERRA SIN LLUVIAS NI RIOS…

Mirando el mapa, sigo con la vista la Ruta Provincial 14. ¿Si es agreste? Bueno, fue una de las rutas elegidas por el Dakar en su tránsito por la provincia. El asfalto termina en Jaguel del Monte, un mínimo paraje de tres casas y una escuela hogar hasta el que llego en la camioneta de su portero. Oscar viste una chomba “Lacoste” posiblemente traída desde La Salda, y viaja con una carabina lista al lado por si se cruza “algún bicho”…

Jaguel es una palabra arcaica que significa pozo de agua. Mientras que los topónimos de la Pampa Húmeda hacen mención a terratenientes e ingenieros ferroviarios europeos, en el desolado oeste todo tiene que ver con la celebración del agua y los árboles: Jaguel del Monte, Arbol Solo, Algarrobo del Aguila, y así.

Tengo que esperar más de dos horas debajo del sol en el comienzo del ripio. Casi como una ironía, alguien ha dejado caer un almanaque del tamaño de un naipe con una fotografía de la torre Eiffel. Nada más lejano en este paraje, donde con ejemplar torpeza urbana no dejo de clavarme todo tipo de espinas y rosetas (un malicioso elemento del reino vegetal de utilidad indescifrable, pero que es como un pequeño asteroide con púas como dardos) y donde mi celular como preguntándome ¿dónde me metiste? me pone el mensaje “Sin red” en la pantalla. Lo que no tiene red es la pirueta en la que La Maga y yo nos estamos metiendo. Un cartel vial que es una contradicción en sí misma reza: “Próximos 45 Km. Camino Intransitable”

Como no podía ser de otra manera, otra camioneta. Esta vez la doble cabina de Darío Fuentes y su familia. Vamos, coleando entre huellas de arena hasta el paraje Arbol Solo, donde viven, conectados al mundo por una antena satelital que en días misericordiosos les permite hacer alguna llamada por celular y una antena de Direct-TV. Los caldenes han desaparecido, y apenas sobreviven algunos arbustos. Ceno con la familia Fuentes, quienes amablemente me permiten acampar junto a su casa, y a la mañana sigo viaje gracias a Darío, quien insiste en llevarme hasta Paso de los Algarrobos. Para él es muy probable que de otra manera tenga que esperar más de un día.

Mientras me conduce, me cuenta de que la zona solía estar más poblada, cuando en cada puesto vivían numerosas familias. Las lluvias eran más frecuentes. “La lluvia es todo” – llega a decir Darío en un momento. Claro, también habrá que ver si la televisión no habrá sido tan responsable de la emigración como la sequía, al mostrar la vida urbana como modelo sagrado a seguir.

En Paso de los Algarrobos hay apenas un depósito, un antiguo teléfono público de Telefónica, obsoleto hace años, y el puente sobre el Rio Salado. Desde que la Provincia de Mendoza decidió retener con embalses los cauces del Atuel y del Salado, esta franja de La Pampa se parece cada vez más a algunos parajes que observé en Egipto… Los mendocinos creen no exagerar cuando explican que como en La Pampa el Atuel no tiene un cauce preciso, el agua se desparrama y forma humedales que los locales ni siquiera aprovechan para irrigar sembradíos. A su vez, los pampeanos dicen que no siembran porque no hay agua, y el huevo da origen a la gallina, otra vez.


Es algo tácito de que habrá un plato para mí en la mesa de Rubén, en Paso de los Algarrobos. La sola aparición de un viajero dispara su automática incorporación a una comida familiar. Como para dar un parámetro de dónde estamos, el hijo de Rubén jugaba hasta hace poco con un puma cachorro que habían atrapado en las cercanías. Los pumas son aún, según los locales, uno de los principales predadores de ganado, algo así como el granizo de la Pampa Seca…

Paso de los Algarrobos parece ya el fin del camino, pero una tímida línea blanca se anima a desprenderse en el mapa hacia el sudoeste, del otro lado del Río Salado. Es la RP 104, que cruza salitrales y lleva, en apariencia, a ninguna parte. Sin embargo, es el terruño de decenas de familias campesinas que crían ganado vacuno y caprino. Hacia allá salgo, en la caja de la camioneta de los Roldán, que han recalado en la despensa de Rubén para hacer algunas compras.

Huella y tierra virgen son nociones que se deberían excluir mutuamente. Cuando casi coinciden, cuando una mínima vía como esta se abre paso en tierras remotas, esa ambigüedad delimita los márgenes en que crece el yuyo de la aventura, quizás la única siembra que resiste cualquier sequía. Por más de 35 Km vamos navegando el pésimo camino, y abriendo y cerrando tranqueras. Por momentos, el camino coincide con el lecho seco del Rio Atuel. Llegamos así al paraje llamado “Árbol de la Esperanza”, donde solo es visible el puesto sanitario. El puesto de los Roldán está 5 Km camino adentro por una huella tan estrecha que las espinas de los arbustos rallan la carrocería de la vetusta pero fiel F-100.

Los Roldán son dueños de 2.500 hectáreas de una de las tierras más abandonadas que he visto en mi vida. Si estuvieran localizadas en una zona húmeda, valdrían una fortuna. En cambio, apenas les permiten a los Roldán criar cabras y algunas vacas que se venderán como terneros. Cualquier clase de agricultura es impracticable, o eso es lo que ellos aseguran. A pesar de vivir en coordenadas tan sufridas, los Roldán, como tantas otras familias en la zona, tienen que preocuparse por oto problema. Desde hace una década han aparecido personas reclamando las tierras, con papeles y títulos. Puede tener algo que ver el reciente descubrimiento de yacimientos de gas en la zona.


Esto dio origen a un conflicto legal en la están, por un lado, los titulares registrales, y por otro lado, las familias que llevan ahí medio siglo o más combatiendo la sequía, y amparados además por la ley veinteñal, que adjudica la propiedad de las tierras a quienes hayan estado en ellas por más de veinte años. Y por muchos fluye sangre ranquel. Entonces, ¿quién llegó primero a las tierras? Es interesante remarcar, sin embargo, que muy pocos de ellos enarbolarían ese orígen, quizás por miedo a la discriminación y el status menoscabado que aún sufren algunos pueblos originarios. Por otro lado, ha sido un criterio de demarcación de poder y derechos desde algunos espacios de la estructura política, que lejos de reestablecer la cultura ya perdida, convirtió a los caciques residuales en punteros. O algo similar cuentan que pasó en la Colonia Emilio Mitre, cosa que no me animaría a afirmar sin antes visitar ese lugar.

Comparto la rutina de los Roldán. El agua en la casa proviene en parte de lo recolectado durante los escasos días de lluvia, y en parte de los camiones de vialidad provincial que llenan cada tanto el tanque de 24.000 litros que está en el puesto sanitario. En la vecina Santa Isabel, la gente se queja, sin ningún atisbo de solidaridad, por el asistencialismo del gobierno hacia estas comunidades. Otros los acusan de no ser lo suficientemente disciplinados e industriosos como para mejorar sus campos y sus ranchos. De hecho, en la casa de los Roldán, propietarios de 2.500 hectáreas, sorprende encontrarse con un baño externo. En parte, están quebrados por la sequía, pero en parte, orbitan un ritmo de vida simple y desacelerado.

Mientras quienes reclaman las tierras que nunca trabajaron pasan acompañados por agrimensores en sus camionetas para medir la dimensión del saqueo que planean ejercer, los Roldán persiguen a las chivas por su corral intentando asirlas de la barba para que no se resistan a amamantar a cabritos ajenos, y su madre decide si carnear o no una gallina. Todos miran al cielo y rezan para que caigan de una vez algunos de los 300 milímetros anuales que se precipitan como ingenuos paracaidistas en el hostil terreno. Suena en la radio un gol de Boca, y su eco trivial se pierde en la inmensura de un paisaje que parece disolver hasta el esfuerzo humano.

Y termino con la pregunta de la madre de Ariel: ¿Y son muchos como Ud. que tienen el juicio de ir andando?

10 comentarios de “TRAVESIA TRANSPAMPEANA II: LA LUCHA POR LA TIERRA SIN LLUVIAS NI RIOS…

  1. Hoteles en Florencia dice:

    Hola! Muy bien por los nuevos relatos, veo que anduviste recorriendo un poco más. Me mató el cartel de «camino intransitable». Alguna vez por un camino de ripio sentí lo mismo que vos, ese miedo de no saber dónde te estás metiendo y que no haya ninguna señal de civilización que te tranquilice.Mucha suerte con el viaje, que sigas bien!

  2. holiday home dice:

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  3. Nadia dice:

    Estimado Juan: te deseo las mejores buenas vibras para lo que sigue por delante en este vieje. Cada vez que visito este blog no puedo dejar de comparar momentos… mientras nosotros lectores vivimos nuestras vidas… hay una persona que anda por ahi descubriendo… es magniífico.

    No nos conoces a muchos de nosotros, pero nosotros si, al menos un poco, a través de tus palabras…

    Simplemente gracias,
    y cariños.

    Nadia
    Avellaneda, Buenos Aires

    p.d: ansío pronto leerte en el eje del mal!

  4. daniel dice:

    Primero: «¿Y son muchos como Ud. que tienen el juicio de ir andando?» es una frase pura, es simple poesía.
    Segundo: Sigo tu blog desde hace tiempo, enganchándome de tanto en tanto, pero te prometo que en este viaje te sigo de principio a fin.
    Tercero: No podés recordarlo, pero no conocimos en la Feria del Libro de Mar del Plata en 2008, la primera que se hizo en el Provincial
    Tercero: Un saludo, y pensá que voy a estar viajando con vos desde Mardel

  5. Anonymous dice:

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    Thanks in advance and good luck! 🙂

  6. Alejandro dice:

    Celebro las nuevas crónicas, ya estaba esperando impacientado saber por dónde andaba el viajero. Tus relatos me hicieron recordar muchas cosas que estudié sobre el siglo XIX argentino, tan fascinante y lleno de viajeros. El libro de Francis Bon Head, por ejemplo, que narra la travesía por las pampas a principios del XIX, cuanto no había otra opción de viaje que la de ser un mochilero a dedo, lo que hoy resulta una rareza que espanta a las amas de casa. Y ni hablar de Una excursión a los indios Ranqueles del viajero argentino Lucio Mansilla: es uno de los mejores relatos de viaje que he leído, y lo escribió un argentino. De hecho, lo que hizo Mansilla con los indios Ranqueles, antiguo Eje del mal, es lo que hiciste vos con los habitantes de Irak, Irán, Afganistán: desmitificarlos y ofrecer una versión distinta de la oficial. No dudo de que vos, Juan Villariño, serás recordado como otro viajero argentino igualmente interesante. En cuanto a los viajes por las pampas que, como bien decís, ahora no implica peligro de muerte, dejo en el comentario unas de mis estrofas favoritas del Martín Fierro, que son las instrucciones para cruzar el desierto, lo que se llamaba Travesía. Envidio sanamente este proyecto, y sobre todo la manera en la que tu locura individual se convierte en emprendimiento cultural. Yo ayer viajé en colectivo, a la noche, desde la zona de Tigre hasta Ramos Mejía y me vi expuesto a más peligros y escenas sórdidas de las que registrás en tu odisea musulmana, que me estoy leyendo con atención. Dejo, pues, las instrucciones para cruzar el desierto de José Hernández, para unir el siglo XIX con el XXI:

    Es un peligro muy serio
    Cruzar juyendo el desierto:
    Muchísimos de hambre han muerto,
    Pues en tal desasosiego
    No se puede ni hacer juego,
    Para no ser descubierto.

    Sólo el albitrio del hombre
    Puede ayudarlo a salvar:
    No hay ausilio que esperar,
    Sólo de Dios hay amparo;
    En el desierto es muy raro
    Que uno se pueda escapar.

    !Todo es cielo y horizonte
    En inmenso campo verde!
    !Pobre de aquel que se pierde
    O que su rumbo estravea!
    Si alguien cruzarlo desea,
    Este consejo recuerde:

    Marque su rumbo de día
    Con toda fidelidá;
    Marche con puntualidá,
    Sigiéndoló con fijeza,
    Y, si duerme, la cabeza
    Ponga para el lao que va.

    Oserve con todo esmero
    Adonde el sol aparece;
    Si hay ñeblina y le entorpece
    Y no lo puede oservar,
    Guárdese de caminar,
    Pues quien se pierde perece.

    Dios le dió istintos sutiles
    A toditos los mortales;
    El hombre es uno de tales,
    Y en las llanuras aquelas,
    Lo guían el sol, las estrellas,
    El viento y los animales.

    Para ocultarnos de día
    A la vista del salvaje,
    Ganábamos un paraje
    En que algún abrigo hubiera,
    A esperar que anocheciera
    Para seguir nuestro viaje.

    Penurias de toda clase
    Y miserias padecimos:
    Varias veces no comimos
    O comimos carne cruda,
    Y en otras, no tengan duda,
    Con raices nos mantuvimos.

    Después de mucho sufrir
    Tan peligrosa inquietú,
    Alcanzamos con salú
    A divisar una sierra,
    Y al fin pisamos la tierra
    En donde crece el ombú.

    Nueva pena sintió el pecho
    Por Cruz, en aquel paraje,
    Y en humilde vasallaje
    A la Majestá infinita,
    Besé esta tierra bendita,
    Que ya no pisa el salvaje.

    Al fin la misericordia
    De Dios nos quiso amparar;
    Es preciso soportar
    Los trabajos con constancia:
    Alcanzamos a una estancia
    Después de tanto penar.

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