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TRAVESIA TRANSPAMPEANA I: TRAS EL NIDO DEL AGUILA CORONADA

 

Más allá de Santa Rosa, en la provincia argentina de La Pampa, hacia el oeste, aparecía en los mapas del siglo XIX la palabra “Travesía”. Era sinónimo de incertidumbre completa, aquel que se aventuraba más allá tendría que ingeniárselas para encontrar agua y tener a su favor los astros para que lo protegiera de convertirse en cautivo de las por entonces gallardas legiones ranqueles. Hoy no hay ciertamente, riesgo de muerte en el desolado, huérfano, malicioso tramo de la Ruta Provincial 14 que se desprende de Santa Rosa con esa recta ferocidad con que se expresan las rutas pampeanas. Sin embargo, no deja de tratarse de una incursión en un terreno árido y lleno de carácter.

No evitaré rememorar mis días en Santa Rosa. De hecho, les debo a mis amigos de esa ciudad el entendimiento de las temáticas locales. Mi primer contacto fue Matías Sapegno, periodista, editor, y uno de esos personajes polifacéticos con que uno puede librar con gusto diálogos enciclopédicos. Tras pasarme a bucar por la rotonda del avión (una rotonda adornada por la Fuerza Aérea con un obsoleto Pulqui II) Matías me puso en contacto con toda una interrelacionada fauna de soñadores locales.

Primero vino la lección de historia. Chorizo seco de por medio, escucho la historias de los caiques locales, de los Cafulcurá, Namuncurá, de Epumer Rosas… Este, el último de su estirpe en resistir a la avanzada blanca, murió en 1883 Bragado, Prov. De Bs As, como peón de estancia. Su bisnieta, en cambio, ejerció otro tipo de resistencia llamada rock, y fue María Grabiela Epumer. Cuando los ranqueles dejaron de ser una amenaza, entonces sí la morosa misericordia del gobierno les otorgó 625 hectáreas en el paraje hoy conocido como Colonia Mitre. De allí el nombre de la cerveza artesanal pampeana: 625.





Luego sí, pasé a casa de su hermana, María Emilia, y de Pablo, su cuñado. Una pareja moderna que por sus ideas y hábitos lo mismo podría haber sido holandesa o danesa: carreras profesionales pujantes, nada de hijos, y planes de iniciar una ONG que trabaje y resignifique el arte en los barrios de Santa Rosa. De allí pasé a la quinta de Ramiro y Marcelo, dos simpáticos aventureros que acaban de renunciar a sus trabajos para irse en moto hasta Machu Pichu. La historia cobra interés cuando uno se entera que nunca antes se habían subido a una motocicleta. De hecho, fui partícipe y víctima de uno de sus viajes experimentales, entre la ciudad de Santa Rosa y Cachirulo, un pueblecillo o despojo ferroviario. Y nunca llegamos, el guadal – la arenilla que como un médano invade muchas calzadas pampeanas- nos hizo colear hasta la caída. Con la Jawa 500 arriba de mi tobillo derecho, experimenté el primer accidente de este viaje, altamente recompensado por un asado al regreso de la trunca expedición. En ese asado, conocí a Eugenia, una geógrafa local quien me asesoró en varias cuestiones relativas a la identidad del oeste pampeano.





Antes de salir hacia el oeste hice una breve visita a Eduardo Castex. Allí tenía el sencillo objetivo de charlar con Javier, un lector del Blog. Eperé sólo un minuto hasta que se detuvo una camioneta S-10 de la Cooperativa Eléctrica de Arata. Mi conductor fue contundente, “fundamentalmente, en esta parte de la provincia lo que tenemos es tranquilidad y buenos chorizos en el invierno”. Eduardo Castex es un tìpico pueblo de la Pampa Húmeda, con sus silos, sus tiendas que venden desde ropa hasta electrodomésticos y su perrocracia (en palabras de Javier). Pasamos la tarde en un club donde los locales jugaban al truco con un Gancia y un sifón de soda en su mesita reglamentaria, y la noche charlando sobre el granizo y el gobierno (notablemente expuestos en condiciones de igualdad) con la madre de Javier.

Volví a Santa Rosa en un camión que transportaba una mudanza desde General Alvear (Mendoza), y me alisté para salir hacia el oeste. Pero no así nomás. Me esperaba Maxi, conocido por todos los puesteros del oeste pampeano como “el Señor de las Aguilas”. Maxi es Licenciado en Recursos Naturales y encabeza un programa de monitoreo y protección del Aguila Coronada, una especia en extinción. Matías hizo el contacto, y no me resistí a la posibilidad de acompañarlos a monitorear uno de los nidos que tenían identificados. Aquellos lectores añejos del Blog podrán casi anticipar la anécdota, que está estrechamente relacionada con un episodio sucedido en Noruega en julio de 2005… Pero para eso falta.



Arremetimos con la camioneta bien temprano, pisando la RP 14, asfaltada en sus primeros 100 Km. La cabina la ocupamos quien escribe, Maxi, y Oscar, un voluntario español que colabora con el proyecto. Pasamos por el paraje Nos abastecemos de víveres en El Durazno, un cruce en el que se asientan una despensa, una comisaría y un puesto de Defensa Civil. Luego doblamos a mano izquierda por un camino rural. Tras abrir y cerrar varias tranqueras llegamos al Establecimiento Las Garillas. Nos recibe el puestero, Jorge Sánchez. El desafío de Maxi por salvar al águila coronada combina alta tecnología con diplomacia rural. Sólo ganándose la confianza de los puesteros de la zona puede lograr que los vaqueanos le avisen de los extraños casos de avistamiento de nidos o águilas en vuelo. Luego sigue una meticulosa tarea de rastreo, y hasta en algunos casos han logrado que fundaciones extranjeras financien la costosísima instalación de transmisores en ejemplares adultos, para monitorear sus migraciones, y de cámaras junto a los nidos para estudiar sus comportamientos.


Jorge Sánchez es propietario de sus propios campos, y puestero de una estancia de las 20.000 hectáreas, propiedad de un español. Las tierras de las que hablamos, hay que aclarar, no son las fértiles de las llanuras pampeanas. En algún punto pasamos esa inflexión del terreno que divide la Pampa húmeda de la seca y ahora la vista hasta el horizonte lo ocupan montes de caldén. Los caldenes son árboles bajos, similares al algarrobo, que alguna vez formaron una sólida barrera que se extendía hasta Bahía Blanca. A pesar del desmonte son la característica más visible del medio oeste de La Pampa. El caldén es un árbol de crecimiento lento. Precisa más de cinco años para formar un tronco de diámetro apreciable, y aquellos ejemplares que uno apenas calificaría como grandes, son en verdad árboles de 150 o 200 años que habrán presenciado la Campaña del Desierto. Entre los caldenes crece una variedad numerosa de arbustos que a duras apenas alcanzan a engordar terneros. La práctica de la agricultura resulta imposible…




Dentro de la casa de Jorge Sánchez tomamos mate, junto a un tío y a un vecino, suyo. Cualquiera de ellos hubiera sido un idóneo modelo para Molina Campos, pero más allá de esa estética de boina, bombacha y facón a la espalda, hay matices que sorprenden. Jorge, por ejemplo, fue uno de los domadores más famosos de Argentina, incluso logró domar por decenas de segundos a “Birola”, la yegua más bellaca (rebelde) de que se tenga memoria. Como cazador, es capaz de seguir el rastro de un puma y asestarle la sentencia de su Mauser a 50 metros de distancia. Cuenta con satisfacción sus sorprendentes incursiones de caza en Sudáfrica. Sus hijos hoy van a la Universidad en Santa Rosa. Santa Rosa, claro, queda lejos. Acá el tema de conversación es el tamaño de las cabezas de las víboras, el peso de los terneros, y las precipitaciones. Siempre las precipitaciones. También hay diálogos histriónicos. El tío de Jorge, que acepta los mates con cara de feo, fealdad que parece acentuarse en la espesura de sus bigotes, lamenta el dinero gastado en los más de 400.000 cigarrillos que asegura haber fumado en su vida. “Pero son cigarrillos negros, ¡son más sanos!” – reclama. También se jacta delante de Maxi las águilas que cazó en su vida, amparándose en el mito de que las águilas matan al ganado… Claro que el humor rural tiene esa pizca de picaresca incitación a la reyerta verbal con que condimentan las horas de descanso y mate en nuestros campos.



Después de una pava de mate Maxi, Oscar y yo cargamos la camioneta con los equipos y nos acercamos en la austera huella a través de caldenes y matorrales hasta uno de los dos nidos de águila coronada actualmente monitoreados por el proyecto. Pasamos al menos cuatro horas colocando trampas para víboras en las cercanías para averiguar lo máximo posible qué especies componen el menú de nuestros alados amigos. ¡Incluso usamos la abrochadora que llevo para mis libros artesanales para asegurar el nylon de las trampas! Luego nos acercamos con sigilo hasta unos 50 metros del nido, ubicado en las ramas más latas de un caldén. Allí hay una pantalla solar y un puerto USB. Con una simple conexión, y gracias a una cámara colocada a centímetros del nido, podemos ver en la pantalla de la portátil cómo las águilas hembra y macho alimentan a su pichón con una yarará. Maxi me cuentan que gracias a la ayuda de patrocinadores extranjeros lograron colocar un transistor en otra águila, a la que pueden rastrear por Internet en sus vuelos por Rio Negro, La Pampa y San Luis… A través de estos trabajos, Maxi espera poder no sólo identificar y proteger a los ejemplares sobrevivientes, sino también desmantelar el mito de que las águilas son dañinas para el ganado…




Tras volver al puesto de Jorge, éste me cede una habitación para dormir. En ella hay dos camas individuales. Elijo una con una cabecera de bronce. En los muros hay fotografías de jineteadas y una ballesta colgando. La mañana siguiente sólo me es permitido seguir viaje tras digerir un suculento asado alimentado con leña de caldén.


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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

4 Comentarios

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  • Hola Juan, Diego y Andrés (dos de los muchos que salieron al camino para buscar el conocimiento, laverdadera realidad que no han encontrado en esta sociedad que les mostramos las generaciones anteriores. si hoy fuera joven los imitaría… Felicitaciones por tanta valentia !!!!

  • Hola Juan, mi nombre es vanina, soy pampeana y me da mucho placer que te intereses por lo nuestro.
    Te comento que soy amiga de Maxi Galmes, el cientifico del Aguila Cronada, y como verás él hace mucho por las especies que se nos estan extinguiendo, ayudemos desde lo nuestro luchando por estas hermosuras que se nos van!
    Gracias Juan por aportar desde lo tuyo!
    Muy buena la aventura!

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