TRUEQUE DE ENERGIAS EN RIO GALLEGOS: LA HISTORIA DE LA AMBULANCIA VIAJERA
En medio a este torrente humano, el glóbulo José vuelve de una visita a Buenos Aires rumbo a su guarnición en Río Grande. Le pregunto por su profesión, ¿cómo andan las cosas en los cuarteles? Ahí viene lo interesante. Para José, convencido del rol de las fuerzas armadas como una capacidad de respuesta creíble para defender los intereses nacionales, no hay justificativo para el desmantelamiento progresivo inducido a través de los recortes presupuestarios. “Yo recuerdo ejercicios con tanques y artillería que los chicos que entran ahora jamás van a ver…” José hace un alto en la YPF de la entrada de Río Gallegos. Son casi las seis de la tarde, y no hay tiempo para hacer los 60 km restantes hasta la balsa. Por eso planea acampar detrás de la estación para salir mañana temprano y completar el último tramo hasta Río Grande, ya en la Isla Grande de Tierra del Fuego, a un paso de Ushuaia. Nos parece una buena idea hacer noche en casa de Luciana y Alejandro (miembros de Couchsurfing) y volver al otro día temprano para seguir viaje con José. El no tiene inconvenientes, y con ese trato pactado llamamos a nuestros amigos, quienes nos pasan a buscar.
Muy pronto nos damos cuenta que nos será imposible cumplir con lo pactado. Si bien Río Gallegos no era una parada en nuestro itinerario, con Luciana y Ale sentimos como si nos hubiésemos conocido por años. Predeciblemente, nuestros amigos son de otra parte, en este caso, Buenos Aires. Hace dos años salieron a la aventura, con la idea de llegar hasta Ushuaia y luego comenzar a subir por toda América Latina. Calcularon mal algunas cosas. Y vaya si los viajes no son un antídoto contra el cálculo… Así después de algunos intentos de revitalizar el diezmado presupuesto con macramé (instruídos por un peruano llamado Cofla en el camping de Puerto Pirámides) decidieron hacer base en Gallegos para generar ahorros. Acamparon dos meses en el jardín de una señora que les cobraba $30 por día aunque aseguraba con lágrimas de cocodrilo que rezaba por ellos todos los días en la iglesia. Aunque nunca había llevado un asado a término en su vida, Ale consiguió trabajo en una parrilla. Los ahorros comenzaron a mejorar, y pronto sacaron cuentas y comprendieron que quizás era una buena idea frenar un año y volver a salir con más herramientas. Lu comenzó a estudiar arte y Ale, coherentemente, gastronomía. Sus amigos comenzaron a pronosticarles –o desearles, porque son gente de amabilidad adictiva- que se terminarían quedando. Y ellos no tenían con que retrucarles. Un poco con el afán de convencerlos – y convencerse- es que compraron hace poco una combi Volkswagen modelo 86. El vehículo sirvió como ambulancia en la localidad de Pico Truncado y aún hace gala de sus sirenas y cruces en el costado, una joya.
La conversación se extendió tanto como las cervezas y, siendo las 2 de la mañana, era claro que no íbamos a madrugar para alcanzar el Ford Ka de nuestro amigo José, que en términos de su propio chofer e instructor de infantería de marina, “zarparía” a las 7 am. De hecho, tomaríamos la misma decisión consecutivamente durante cuatro días, culpa de tantas charlas con tereré, cerveza, o cuartos de helado de la Abuela Goye que traía Ale bajo el brazo cuando a las 11 de la noche volvía de la parrilla. En casa de Luciana aprendí también sobre la existencia de las engrampadoras portátiles. ¡Hace dos años que vengo viajando con una abrochadora de brazo largo enorme en la mochila! (¿por qué nadie me avisó?). Algunas noches cenamos en casa de Eduardo, un amigo de los chicos que trabaja como fotógrafo del gobierno en la localidad de Las Heras, a la que describió como “un escenario apocalíptico, con las cigüeñas de petróleo, el viento, las bolsas, los perros…” Entre asado en la casa de Eduardo y tererés en la casita de los chicos, también hablamos de esa necesidad que, sospecho, casi todos los que andamos boyando por el mundo albergamos: tener algún día un terrenito propio. Algunos lo visualizarán en el norte, otros en el sur, pero allí está esa fantasía muleta de los caminantes, evocada con cautela mientras amarramos nuestra inercia en alguna localidad remota. Desde que nuestros pasos siguen la ruta 3, repetidas veces hemos conocido viajero que llegaron al sur con una mochila pensando que estaban de paso, y terminaron trabajando o incluso radicándose. Será que si bien los precios altos los obligan a detenerse para recuperar fondos, los altos sueldos que encuentran los tientan para ahorrar hasta reventar el chanchito… Y si sobra para un terrenito, ¿Por qué no?
Nuestra estadía en Río Gallegos fue un trueque de energías. A Luciana y Alejandro, ver su pequeña casa repleta de mochilas, vernos armando nuestras postales artesanales, fue un recordatorio de que el suyo es un viaje momentáneamente amarrado, pero no deja de ser un viaje. A nosotros, su calor de hogar y sueños de un terreno nos hizo mirar por el ojo de la cerradura del futuro hacia donde algún día también caminaremos. Acaso el collar de guayruru que Luciana me armó fue el sello de los días compartidos por ahora. Nos despedimos de la arquitecta de semillas y su fiel escudero no sin un breve pucherito, y salimos a la ruta.
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Juan! Hermosas tus palabras!!!
Realmente fue un intercambio de energias!!!
Como le decia a Lau, se merecen todo lo que les esta pasando!!
Muchisimos exitos por los caminos de este maravilloso mundo!!!
Y realemnte quedamos mas que felices de haberlos conocido!!!
Estoy segura que nos volveremos a encontrar!!!
Abrazo grande!!
Ale, Lu y La Combi!
Gracias Juan por tus palabras, no tengo mejores palabras para describir lo que fue conocerlos, mas que la que vos mismo usas, “un trueque de energias”, anhelo desde muy profundo en mi corazon que su viaje sea un exito y que nos volvamos a ver algun dia.
Los queremos mucho
Alejandro Pusineri