Como siempre, nuestro zodiac fuera de borda nos catapulta por sobre las olas entre un anfiteatro de cumbres nevadas. Cosa mandinga, cuando pusimos un pie en la arcillosa playa negruzca, notamos que el suelo estaba caliente, y que de él brotaban fumarolas. Pronto entendimos el mecanismo: la marea helada de la Antártida baña estas playas, y allí es como si entrara en una especie de sartén que lleva 10.000 años al fuego, y comienza a evaporarse. ¿Sería más elegante hablar de un proceso geotérmico no? Caminar por una playa negra que emite fumarolas no es sin embargo el único motivo por el que desembarcar en la Isla Decepción. A lo largo de toda la playa se encuentran enormes casas de madera abandonadas y colapsadas. Son los restos de Whaler’s Bay, la Bahía de los Balleneros.
La Isla Decepción era una base ideal para la actividad ballenera que florecía por aquellos días. Proveía un puerto natural y por sus aguas protegidas por una muralla montañosa circular, era un refugio ideal para las flotas y barcos factoría. En aquellos días el aceite de ballena cotizaba más que el petróleo. Como siempre en estas latitudes: los noruegos. Me caen simpáticos esos tipos, y esto no tiene nada que ver con el hecho de que fueron serviciales en mi paso por su país (por ejemplo, invitándome a comer ballena a un restaurante en Gamvik) Más bien, me llama la atención la selectividad que ha caracterizado sus incursiones en el resto del mundo. Como reconociendo su estirpe de raza polar de latitud extrema, todas las hazañas de esta nación han sucedido por encima de los 60º de latitud norte o por debajo de los 60º de latitud sur. El resto del mundo pareció siempre importarles bien poco, como una ensalada de zanahoria a un perro. En la Edad Media los vikingos daneses y noruegos saquearon los monasterios los irlandeses, incursionaron tan al sur como París, y fundaron remotas colonias en Groenlandia y Terranova. Luego se volvieron aparentemente un país de reservados marinos mercantes con pipa y frugales protestantes, hasta que a principios del siglo XX la caza de ballenas expandió su coto a las aguas antárticas. Me imagino que sólo después de asegurarse de que allí también se iban a morir de frío bajo borrascas de nieve –como en su patria- los noruegos se molestaron por explotar el negocio. Noruega, un país sólo capaz de ejercer su influencia sobre sus antípodas, tan distinta de una Inglaterra que ha plantado bandera en las Malvinas, en Palestina y en las cumbres del Himalaya por igual.
Montado en esa ola de la historia es que Adolfus Amandus Andresen, un noruego emigrado a Chile, llegó en 1906 con su Sociedad Ballenera de Magallanes. En esa época, el aceite de ballena era tan valioso que con la caza de un solo ejemplar se salvaban los costos de la expedición. Y para tener una idea de las ganancias, solo en la temporada 1912-13 se capturaron 5.000 ejemplares en la estación ballenera bautizada como New Sandefjord. Estas compañías extraían el aceite que las ballenas tenían entre sus capas de carne, hasta que alguien descubrió que el 60% del aceite residía de cavidades dentro de los huesos. Conclusión: otra compañía noruega con el impronunciable nombre de Hvalfangerselskabet Hektor A/S se establece para aprovechar los 3.000 esqueletos de ballena que yacían en las playas. En esa época, la isla hedía a muerte y putrefacción, las olas llegaban a la costa teñidas en sangre de ballenas como un verdadero caldo.Caminando por las playas nos encontramos con los antiguos tanques en que se hervían los huesos para obtener el aceite. Tienen escotillas llenas de remaches, y sobresalen inclinadas semienterradas en la arena volcánica. Me imagino que “la isla” se presta para filmar una versión algo más catastrófica de “Lost”. También vemos los restos de antiguos botes de madera desde donde lanzaba manualmente los arpones. También aquí el navío argentino Primero de Mayo dejó cilindros de cobre declarando la soberanía argentina, que los ingleses devolvieron en una cajita a través del embajador inglés en Buenos Aires. Es más, Noruega pidió permiso al Reino Unido,-y no a Argentina- para cazar ballenas en los alrededores.
Y después lo más divertido. Laura y yo, que no nos metimos al agua en todo el viaje, aprovechamos la franja de un metro de agua cálida de la orilla. Ella se pone la bikini, yo desmonto mi pantalón cargo, y acompañados por el amigo Federico Gargiulo nos arrimamos como gauchos temerarios en la pulpería más jodida. Es increíble, pero mientras el viento está helado, corro el riesgo de una quemadura grave si hundo mis pies en la arcilla negra como si fuera la arena marplatense. Laura se sienta en la orilla y deja que el agua tibia la acaricie. Fede y yo decidimos en cambio ir un poco más lejos y hacer un verdadero de acto de soberanía frente a los gringos. Juntando valor y tomando aire nos tiramos de zambullida más allá de la franja cálida de la orilla. El agua pasa de tibia a congelada en pocos centímetros: sentimos agujas desde la planta de los pies hasta el cuello. ¡Es como zambullirse en una cubetera! No soportamos más de cinco o siete segundos en esas aguas –que nos hubiera matado de hipotermia en poco más de dos minutos- y tan pronto como sacamos la cabeza sobre el agua corremos hacia la orilla a buscar una toalla. Nada de Pinamar o Gesell, acá estamos nosotros titiritando de frío y cubiertos por una mísera toalla en la isla más rara del mundo en el confín de los mares navegables. ¿Cuánto cobrarán la carpita por la temporada?
Con la remera del Movimiento Mundial para la Salud de los Pueblos
Nuestra aventura antártica está llegando a su fin. Un breve desembarco en Half Moon Island (Isla Medialuna) también en las Shetland para ver aún más pingüinos es la última aventura. Claro, sobrevivir al Pasaje de Drake otra vez no fue fácil. Mi estómago hace reiterados a innecesarios pagos a sus temerarias aguas, pagando tal peaje con la desagradable moneda endógena… En el último atardecer, ya en las calmas aguas del Canal de Beagle, otra vez frente a Ushuaia, se realiza una ceremonia de entrega de diplomas, que certifican que hemos “desembarcado en la Antártida y sobrevivido a las peligrosas aguas del Pasaje de Drake”. Lindo documento, lo atesoraré junto a otras perlitas como la multa por entrar ilegalmente en Tíbet. Durante la última noche, se arma una partuza organizada por la tripulación en la cubierta inferior. Es interesante ver cómo el evento festivo borra la distancia que la etiqueta turística impone entre la tripulación y los “pax”. Camareros y camareras dejan entonces sus amoríos al descubierto. Turistas polacas pasadas de vodka terminan expeditivamente en los brazos de grasientos maquinistas y desaparecían por laberínticas compuertas. Y se pone de manifiesto el poder democrático de toda fiesta.
A la mañana siguiente volvemos a calzarnos la mochila y bajamos por la escalerilla hasta el muelle de Ushuaia. A nuestras espaldas queda el MV Ushuaia. Una o dos veces nos volteamos para verificar que de verás seguía allí, que no lo soñamos. El viaje a la Antártida quedará para siempre encerrado en nuestras pupilas, listo para ser revivido a pedido de la memoria. Y la carroza se volvió a transformar en calabaza: otra vez caminamos sintiendo las correas de nuestras mochilas en el hombro. Hora de volver a la casa de Anita y Nico: ellos se han ido de vacaciones pero nos han dejado la llave. Ansiamos descansar algunos días, cocinar nuestra comida, ponernos al día con Internet y alistarnos para salir hacia Calafate en busca de nuevas de nuevas carrozas y calabazas… Sin embargo al salir del muelle una pareja nos grita “¡Juan!”. Aunque nos acercamos no los reconocemos. Resultan ser George y Anastasia, dos viajeros rusos que llegaron a dedo desde Canada. Se enteraron por el blog que estábamos en Ushuaia y llamaron al puerto para saber cuando arribaba nuestro barco. ¡Qué loco regresar de la Antártida y que dos rusos te esperen con un mate!
Había leído la versión de Laura así que tenía que leer también la tuya. Se lo escribí en su blog, también por twitter y ahora lo hago en el tuyo: La forma en la que escriben y relatan esta aventura, desde que era solo un anhelo hasta convertirse en recuerdo de algo realmente vivido, es alucinante y hace sentir que uno estuvo ahí. Como las otras veces, no puedo terminar sin decir: Felicitaciones!
Son unos grandes, che.
Yo estoy juntando valor para arrancar una travesía continental este año, o lo que dure… ojalá por siempre.
Seguiré los blogs frecuentemente; si llegan a pasar por Bs As en la subida me encantaría conocerlos.
Saludos, Ignacio.
Bañarse en aguas frías QUE GRAN FINAL PARA ESTA EXPEDICIÓN y que bueno es saber de ustedes.
Desde una habitación en la joven Buenos Aires soportando el calor, les mando saludos