Bitácora del 17 de noviembre. El MV Ushuaia alinea su proa con el canal Le Maire y avanza en el estrecho pasadizo de apenas un kilómetro que se abre entre la Península Antártica y una serie de islas. Salimos a cubierta a pesar de la generosa nevada para admirar el pasaje, pues hemos leído que permite algunas de las vistas más espectaculares de toda la travesía antártica. La difusa neblina genera una sensación de unión de montaña y cielo con la que hubiera soñado más de un profeta monoteísta. En lugar de recibir tablas con mandamientos, nosotros hacemos fila en el comedor para cargar nuestro plato con las variadas opciones de desayuno, que van desde el yogurt y los cereales o las frutas hasta las salchichas fritas, tocino y huevo frito con que se castigan los gringos. Afuera la intensidad de la descarga nívea obliga al capitán a reposicionar el barco para divisar una brecha que sortee los abundantes témpanos y abra un camino a la Base Vernadsky, donde intentaremos desembarcar.

Finalmente las aceitadas cadenas se deslizaron otra vez por las roldanas de babor bajando consigo nuestro zodiac. Con la nieve en la cara, ahí íbamos, hacia nuestra primera base antártica habitada, que ya avistamos con una decena de casas bajo un cielo descolorido. Costó afirmarse en la roca resbaladiza y trepar a la pasarela de madera. Y costó un poco más creer todo lo que veríamos a continuación… Cuando a uno le dicen que visitará una base científica uno se prepara para entrar en puntitas de pie a un espacio ceremonioso, tras acatar el llamado al silencio de un hombre de guardapolvo blanco y lentes esféricos que cruza el índice con la comisura de sus labios mientras nos abre la puerta. Y en cambio la base ucraniana predica el absurdo incluso desde antes de traspasar su umbral.


Primero, un poste repleto de flechas señala la distancia a las principales ciudades ucranianas, no vaya a ser cosa que uno en realidad busque la autopista a Kiev y se haya pasado por, digamos, unos 14.000 km… También veo el nombre de Odessa, del que mi memoria acerroja preciados recuerdos de una intemperie ahorrada por el asilo de un músico callejero. Haciendo gala de un humor a prueba de realidades, dos palmeras decoran el nombre “Vernadsky” inscripto en los tanques de combustible de la base. Claro que Ucrania no se caracteriza por sus extensos palmares, pero supongo que un suplicio en tierras internacionales lo habilita a uno a tener añoranzas internacionales.

Caminamos pesadamente hasta el edifico principal de la base. La nieve que se acumula junto a la vivienda casi llega a la altura de las ventanas. De pronto, junto al cartel de “Bienvenidos a Vernadsky”. Laura y yo vemos algo que nos paraliza con una sonrisa de idiotas, porque allí está, como si lo hubieran puesto sólo para nosotros, un pulgar amarillo de dimensiones obscenas, más alto que la puerta. ¡Para nosotros que llegamos a dedo! Dentro del pulgar se lee la palabra “bienvenido” en distintos idiomas. Uno puede pensar que todo es una coincidencia, pero resulta que este es el punto más al sur de nuestro recorrido y además el punto más al sur al que nadie jamás haya llegado a dedo. Pocos a nuestro alrededor comprenden nuestro efusivo festejo…


Sigue luego la visita guiada por la base, a cargo de un ucraniano bonachón con cincuenta palabras de inglés como vocabulario. Nos mostró todo tipo de instrumental científico, entre ellos sismógrafos, anemómetros y otros más sofisticados destinados a sondear la actividad de la ionosfera. Siendo un poco incisivo, incluso malo, uno podía darse cuenta que estaba en una base de una exrepública soviética. Una portátil IBM de los noventa que hoy sería una molestia para cualquiera acaba allí sus días, mostrando gráficos de barra bajo un pequeño cuadro de la plaza principal de Kiev. La independencia de Ucrania ha sido añadida al viejo planisferio de la oficina principal troquelando con marcador las fronteras de la nueva república, separándola con tinta del abrazo de la gran Madre Rusia.

Lo más llamativo de la Base Vernadsky es, con toda seguridad, el bar, construido con una partida de madera originalmente destinada a extender uno de los muelles. Se ve que los carpinteros estimaron más urgente tener donde amarrar las penas que los barcos… Allí se vende un vodka casero preparado por los mismos científicos. La decoración mezcla banderines de la flota rusa con corpiños dejados por aquellas visitantes a cambio de un trago gratis. Si el corpiño fuera una divisa, tendría en la Antártida una tasa de cambio favorable frente al rublo….


El día no terminó allí. Estábamos plácidamente engullendo un plato de pasta con pesto con el fondo de los glaciares del Estrecho de Le Maire cuando el capitán anunció un segundo desembarco, esta vez en la Isla Petermann. Allí fuimos otra vez, par descubrir una colonia de pingüinos Adelia. Simpáticos, panzones, y con una aureola celeste alrededor de sus ojos. Lo más dramático es el entorno, en el que, frente a nuestra isla, afiladas montañas atrapaban entre sus bases inmensos glaciares cuyas paredes verticales caían directamente sobre el mar, detrás del Ushuaia. Frente a ese espectáculo, y bajo una creciente nevada, los pingüinos se persiguen entre sí y observan casi con sorpresa la nuestra.

Una aislada base ucraniana con un pulgar gigante dándonos la bienvenida, una colonia de pingüinos en una isla rodeada de glaciares… ¿se puede pedir más? No lo sabíamos, pero faltaba una excursión que nos iba a permitir vivir uno de los momentos más emocionantes de nuestras vidas. Ya eran más de las cinco de la tarde, pero lo mismo el capitán dio la orden, nos subimos a los zodiacs, y zarpamos. El destino era la Isla Pleneau, una isla más al norte de Petermann en esta gélida rayuela. Pero esta vez no íbamos a desembarcar sino a realizar un crucero en zodiac alrededor de una zona llamada “el cementerio de los témpanos”.



Aquí las palabras se me antojan vacías. Flotar en medio a esculturas de hielo realizadas por la naturaleza en un continente donde el ser humano es una especie implantada no tiene comparación. El mar está planchado y regado de témpanos encallados en el fondo marino. La base de cada témpano continúa bajo el agua, transformándose en una inmensa base turquesa. Lo que parecen distintos témpanos, son en realidad apéndices visibles de la misma inmensa base sumergida. Sobre algunas de estas plataformas heladas vemos focas de Wedell e incluso una foca leopardo que digiere al sol el pingüino que acaba de almorzar. En el zodiac todos hacemos silencio. El gomón cuando avanza arrastra pequeños trozos de hielo, y ese es uno de los pocos sonidos que escuchamos, junto con la suave marea que acaricia –más que golpea- a los témpanos. La serenidad es tal que a Laura y a mí se nos caen las lágrimas. La belleza es tal que disturba al ojo que intenta acapararla y atesorarla.
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Maravilloso…te leo hace aprox. un año. Soy geografa y el sueño de la piba son tus viajes…
Mucha suerte para vos y tu chica.
Soy de Rawson-Chubut y lei el blog cuando salieron de Bs As y después cuando vuelvo a leer ya estaban en Pto. San Julián!!!
Les deseo que sigan bien y les mando toda mi luz, besos.
Silvina
Hace un año aproximadamente me tope con tu blog, y desde entonces mi esposo y yo estamos organizando un viaje en combi hasta Argentina, somos de México.
Estamos a unos meses de partir, ojala en alguna de nuestras travesias nos lleguemos a encontrar.
Mucha suerte en su viaje y felicidades por decidirse a vivir de esta manera.
los invito a ver nuestro blog, apenas lo iniciamos pero pronto tendra una gran historia que contar.
http://rodando-viajando.blogspot.com/
Increible los viajes tuyo y de Laura. Leer tus viajes le da un`poco de sentidoa estas brujulas maltrechas que piso sobre el asfalto citadino. Segui escribiendo y marcando la tierra. Felicitaciones desde la yerma e inmisericorde Buenos Aires
Fernando Christian Rodriguez Besel