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EMIRATO COMODORO Y LOS TROVADORES DE OTRA COSA

Hacemos dedo en una estación de servicio en las afueras de Madryn. Algunos perros flacuchos merodean nuestras mochilas con pasos desmantelados. Ni nosotros ni ellos somos perdonados por el viento. El viento desgrana, atomiza la Patagonia y la desparrama como si esa arenisca fuera el polen de la mismísima nada. Tenemos por delante 460 km de ruta 3. Con lo que nos costó llegar a Madryn desde Viedma, no podemos creer cuando después de esperar apenas 35 minutos nos estamos yendo en el VW Golf de un viajante hacia Trelew. Pasamos tierras de colonos galeses. La historia de la colonización galesa es muy divertida. Ya es divertido que un par de goletas llenas de pelirrojos haya desembarcado en estas costas huérfanas en 1860 con la única idea de huir del imperialismo inglés. Y allí se fueron a encontrar con una cultura nativa de esas antípodas, tan dispar que bien podría pensarse en ese encuentro de culturas como en un tubo de ensayo de la historia. Allí estaban los tehuelches, altos, los hombres con una estatura promedio de 1,80 metros, envueltos en pieles de guanacos, adaptados al medio. Del otro lado, los citados pelirrojos, mineros del carbón ellos, hábiles reposteras ellas, casi ineptos para la agricultura. Convivieron pacíficamente por décadas, intercambiando carne de guanaco por harina y productos del agro. La campaña del desierto condenaría a la etnia tehuelche. Sin embargo, no deja de sorprenderme que en esos 20 años hubo tiempo para que los hijos del cacique tehuelche llegaran a hablar el galés fluido y oficiaran como traductores en los intercambios. Sólo un sitio tan especial como la Patagonia podría haber alojado una cruza tan especial.

En Trelew volvemos a preguntar en la estación de servicios y en unos 20 minutos estamos subidos al Citroen C3 de Cacho, un técnico que trabaja en el petróleo. Nos lleva a Comodoro, pero antes se encarga de confirmar la mala fama que la ciudad ya se ha ganado aún antes de que lleguemos. “No es por tirarles mala onda, pero la ciudad es muy fea, cara, y la gente es muy amarga” ¿Algo más? La ruta 3 es un trance perpendicular al horizonte. En los 360 km que nos quedan Cacho nos explica que la ciudad vive del petróleo que fue descubierto allá por los años 20. Esta rentable actividad ha transformado a la ciudad en un polo atractor de población de todo el país e incluso de los países vecinos. La gente llega atraída por los altísimos sueldos que genera la industria del petróleo, pero como esos mismos precios elevan toda la escala de precios, terminan habitando conglomerados improvisados en las afueras de la ciudad, porque no es fácil acceder a un alquiler sin tener antes estabilidad laboral.


Muy pronto el Emirato Comodoro está frente a nosotros. Amplio, amorfo. Las ciudades patagónicas irrumpen en la estepa como incrustaciones de humanidad en un paisaje lunar, indiferente e inalienado por la actividad del hombre. No hay entre ciudad y ciudad una relación de grado, un continuum enlazado por el campo también al fin y al cabo cincelado por el tractor, el arado y la semilla. Y así en medio de ese paisaje baldío emerge una serie de barrios, planes de vivienda y edificios gubernamentales de mal gusto que los mapas designan como Comodoro Rivadavia.

En el Emirato Comodoro teníamos el contacto de Francisco y Laura y sus hijos, una familia local. Local es una manera de decir. Francisco nació en Piura, Perú y emigró 25 años atrás a la Argentina, donde hoy trabaja como ingeniero. Su mujer Laura es de Las Rosas, Santa Fe, y es jefa de la carrera de enfermería en la universidad. Para nuestra sorpresa ninguno de ellos nos abrió la puerta cuando tocamos el timbre. En cambio, allí estaba Jeniffer, una viajera colombiana que había conocido en Mar del Plata en una reunión de CS, junto a su compañero de viaje australiano. Tan hospitalaria eran los dueños de casa que nos alojaban a los cuatro.

Si me preguntan qué rescato de nuestra estadía en Comodoro Rivadavia, eso fue el contraste de valores a los que mi mente se expuso en poco tiempo. Por un lado los dueños de casa eran cristianos practicantes, de acción, habían alojado a decenas de viajeros de todas las culturas, sin dudar en dejarles la llave de su hogar, y compartiendo su mesa con ellos, siempre dispuestos a ricas conversaciones de sobremesa. Después estaba Jennifer, nuestra amiga colombiana de 22 años que viaja con la confianza en el universo como única brújula. Y afuera está el Emirato Comodoro, una tierra habitada por aluviones de gente que ha llegado con la única intención de hacer una diferencia. Como consecuencia, impera en el aire un consumismo galopante, una tensión, y una sensación de vacuidad.

El Emirato es feo, ya lo dije. Su desprolija arquitectura podría calificarse de ecléctica para ser amables. Da la impresión de que la ciudad hubiera sido ensamblada con la certeza de que tener que evacuarla en 20 años. Como toda meca económica, mucha gente llega con la idea de ahorrar dinero y volverse, por lo que edifican viviendas precarias sin demasiado planeamiento. A muchos de estos barrios improvisados en las laderas se los denomina “tomas”, debido a su status ilegal. Es increíble que en una región desértica e inhabitada un terreno qualunche cueste 250.000. Esa especulación inmobiliaria es la que hace que la gente termine generando de la nada sus viviendas como puede y donde puede. A esto, la municipalidad responde tolerando la presencia de los nuevos huéspedes a cambio de que estos no reclamen los servicios básicos de agua, gas, teléfono… Como nos cuenta un abogado local cuya identidad protegeremos: “Acá en Comodoro pasa de todo, los recién llegados repiten el sistema, entre ellos se subalquilan lotes, se discriminan y cobran peaje”.

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El otro tope de esta pirámide laboral son los petroleros, el gremio depredador de la economía comodorense. Para darse una idea, un ayudante de boca de pozo, sin formación técnica, está cobrando unos $8.000. Sueldos de $15.000 son bastante comunes en el sector. Invitados a comer un corderito patagónico en casa de Andrea, una lectora amiga, escuchamos a una decena de habitantes de Comodoro referirse al estereotipo petrolero. Reconciliados milagrosamente con el sistema que antes miraban desde afuera con la ñata contra el vidrio, la gente recién llegada del norte del país se encuentra con que “ganan 15.000 mensuales y sale corriendo a comprar un plasma. Muchas veces habitan viviendas que se caen a pedazos, pero afuera tienen una Hi-Lux…” – como dijo Matías, uno de los comensales.


En la calle, ya habíamos escuchado a un integrante de la tradicional clase media no petrolera, embatir contra los new Rich: “Como si un villero de la noche a la mañana comenzara a ganar un sueldo de 12.000 pesos. Se los gasta en putas y en drogas. No tienen planificación ni cultura del ahorro”.

A nosotros lo que nos queda claro es que en Comodoro la plata circula, y los comerciantes aprovechan. Se vive un micro-clima de inflación acentuada, donde un kilo de morrones cuesta $40, y cualquier par de zapatos de mujer evidentemente traído del Once pasa los $300… Es común escuchar que los precios están en petro-pesos… En el supermercado, vimos asombrados a la gente llenar sus carros, algo que no veíamos desde hacía años, y en la calle, es difícil ver un Dodge 1500. Todo esto debería traducirse en calidad de vida y ojalá algún día lo haga. Por ahora, Comodoro es un buen sitio donde ahorrar dinero a costa de vivir en una cruza de ciudad con baldío donde un cuarto de la ciudad se amontona en asentamientos ilegales en un cerro.

El contraste a este materialismo lo ofrece Jenifer, la viajera colombiana. Con apenas 22 años a Jenifer la impulsa una fe ciega en el universo. Llegó al país hace dos años, y estuvo trabajando en Buenos Aires y Mar del Plata antes de salir a la ruta para recorrer el continente de sur a norte. Lleva consigo su cuenco tibetano, una especie de olla de una aleación especial que genera sonidos armónicos al ser golpeada o frotada con una vara de madera. La oscilación y la vibración hacen que el agua de la que esta lleno el cuenco comience a burbujear como si estuviera hirviendo. Jenifer nos sienta a todos en una ronda y nos pide que pensemos en nuestros deseos. Nosotros pensamos en nuestro viaje, en el largo camino que nos espera hasta Groenlandia. El agua del cuenco comienza a burbujear con más intensidad, como si sintonizara con nuestra intención.


Quizás Jenifer representaba las antípodas espirituales del Emirato Comodoro. Afuera todo materialismo, conversando con ella, todo era energía y universo. Y tuvimos oportunidad de presenciar un eclipse de Jenifer y Comodoro, cuando en una caminata por las playas de Rada Tilly terminamos charlando con una universitaria local. La chica se llamaba Verónica y además de estudiar tenía un buen trabajo en una aerolínea. Lo genial era que no podía comprender ni jota de nuestro estilo de viaje. Laura y yo, con algunos años de más, no nos molestamos demasiado en abordar cada detalle, pero Jenifer y sus 22 años envestían con toda su inocencia y brillo contra la muralla de sentido demasiado común de Verónica. ¿No te molesta no saber de que vas a vivir mañana? – le preguntaba. Y Jenifer simplemente respondía: “Cuando uno necesita dinero le transmite la intención al universo y el dinero llega, así de sencillo. Yo entiendo el dinero como una forma de energía. Allá en Colombia ya tuve un departamento lujoso y estudié en una universidad cara y entiendo ahora que todo es una ilusión”.
Verónica no estaba tan de acuerdo, pensaba trabajar los próximos cinco años para comprarse un terreno, y luego los próximos diez para construir una casa. Actualmente alquilaba sola, después de haber compartido mucho tiempo con otros estudiantes, y estaba ahora orgullosa de “haber conquistado ese espacio”. Por ese mismo motivo admitía que jamás podría compartirlo con personas que no fueran amigas, y que por eso no se anotaría en Couchsurfing. Al mismo tiempo declaraba que Comodoro es “una ciudad que te hace crecer”. Evidentemente se refería a un crecimiento tan centrado en lo económico que pasaba por alto la capacidad de compartir. Y esa misma tensión, esa misma ética mercantil nos pareció que se respiraba en el resto del Emirato, en las calles, en los diálogos breves y ásperos entre sus habitantes. En el epicentro de la petro-fiebre, Jenifer con su cuenco tibetano burbujeante y nosotros con nuestro planisferio lleno de flechitas éramos algo así como desalineados y sonrientes trovadores de otro tipo de crecimiento, menos cuantificable, que poco tiene que ver con el aumento del capital.


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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

5 Comentarios

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  • Muy interesante este post. Quizá deberían leerlo en algún despacho de del Banco Interamericano de Desarrollo.

    Porque lo que describes es la definición de desarrollo que se nos impone.

    El sistema de valores que gira alrededor del dinero y que no es exclusivo del capitalismo anglosajón sino que puede venir en cualquier forma y color.

    Que pena que no haya foto del cuenquito.

  • Juan: Como siempre buen post y la verdad que diferente que vemos nosotros y que ven otro con respecto al crecimiento y el dinero.

    Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te dejo un abrazo fuerte

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