EMIRATO COMODORO Y LOS TROVADORES DE OTRA COSA
En Trelew volvemos a preguntar en la estación de servicios y en unos 20 minutos estamos subidos al Citroen C3 de Cacho, un técnico que trabaja en el petróleo. Nos lleva a Comodoro, pero antes se encarga de confirmar la mala fama que la ciudad ya se ha ganado aún antes de que lleguemos. “No es por tirarles mala onda, pero la ciudad es muy fea, cara, y la gente es muy amarga” ¿Algo más? La ruta 3 es un trance perpendicular al horizonte. En los 360 km que nos quedan Cacho nos explica que la ciudad vive del petróleo que fue descubierto allá por los años 20. Esta rentable actividad ha transformado a la ciudad en un polo atractor de población de todo el país e incluso de los países vecinos. La gente llega atraída por los altísimos sueldos que genera la industria del petróleo, pero como esos mismos precios elevan toda la escala de precios, terminan habitando conglomerados improvisados en las afueras de la ciudad, porque no es fácil acceder a un alquiler sin tener antes estabilidad laboral.
En el Emirato Comodoro teníamos el contacto de Francisco y Laura y sus hijos, una familia local. Local es una manera de decir. Francisco nació en Piura, Perú y emigró 25 años atrás a la Argentina, donde hoy trabaja como ingeniero. Su mujer Laura es de Las Rosas, Santa Fe, y es jefa de la carrera de enfermería en la universidad. Para nuestra sorpresa ninguno de ellos nos abrió la puerta cuando tocamos el timbre. En cambio, allí estaba Jeniffer, una viajera colombiana que había conocido en Mar del Plata en una reunión de CS, junto a su compañero de viaje australiano. Tan hospitalaria eran los dueños de casa que nos alojaban a los cuatro.
El Emirato es feo, ya lo dije. Su desprolija arquitectura podría calificarse de ecléctica para ser amables. Da la impresión de que la ciudad hubiera sido ensamblada con la certeza de que tener que evacuarla en 20 años. Como toda meca económica, mucha gente llega con la idea de ahorrar dinero y volverse, por lo que edifican viviendas precarias sin demasiado planeamiento. A muchos de estos barrios improvisados en las laderas se los denomina “tomas”, debido a su status ilegal. Es increíble que en una región desértica e inhabitada un terreno qualunche cueste 250.000. Esa especulación inmobiliaria es la que hace que la gente termine generando de la nada sus viviendas como puede y donde puede. A esto, la municipalidad responde tolerando la presencia de los nuevos huéspedes a cambio de que estos no reclamen los servicios básicos de agua, gas, teléfono… Como nos cuenta un abogado local cuya identidad protegeremos: “Acá en Comodoro pasa de todo, los recién llegados repiten el sistema, entre ellos se subalquilan lotes, se discriminan y cobran peaje”.
En la calle, ya habíamos escuchado a un integrante de la tradicional clase media no petrolera, embatir contra los new Rich: “Como si un villero de la noche a la mañana comenzara a ganar un sueldo de 12.000 pesos. Se los gasta en putas y en drogas. No tienen planificación ni cultura del ahorro”.
A nosotros lo que nos queda claro es que en Comodoro la plata circula, y los comerciantes aprovechan. Se vive un micro-clima de inflación acentuada, donde un kilo de morrones cuesta $40, y cualquier par de zapatos de mujer evidentemente traído del Once pasa los $300… Es común escuchar que los precios están en petro-pesos… En el supermercado, vimos asombrados a la gente llenar sus carros, algo que no veíamos desde hacía años, y en la calle, es difícil ver un Dodge 1500. Todo esto debería traducirse en calidad de vida y ojalá algún día lo haga. Por ahora, Comodoro es un buen sitio donde ahorrar dinero a costa de vivir en una cruza de ciudad con baldío donde un cuarto de la ciudad se amontona en asentamientos ilegales en un cerro.
El contraste a este materialismo lo ofrece Jenifer, la viajera colombiana. Con apenas 22 años a Jenifer la impulsa una fe ciega en el universo. Llegó al país hace dos años, y estuvo trabajando en Buenos Aires y Mar del Plata antes de salir a la ruta para recorrer el continente de sur a norte. Lleva consigo su cuenco tibetano, una especie de olla de una aleación especial que genera sonidos armónicos al ser golpeada o frotada con una vara de madera. La oscilación y la vibración hacen que el agua de la que esta lleno el cuenco comience a burbujear como si estuviera hirviendo. Jenifer nos sienta a todos en una ronda y nos pide que pensemos en nuestros deseos. Nosotros pensamos en nuestro viaje, en el largo camino que nos espera hasta Groenlandia. El agua del cuenco comienza a burbujear con más intensidad, como si sintonizara con nuestra intención.
Quizás Jenifer representaba las antípodas espirituales del Emirato Comodoro. Afuera todo materialismo, conversando con ella, todo era energía y universo. Y tuvimos oportunidad de presenciar un eclipse de Jenifer y Comodoro, cuando en una caminata por las playas de Rada Tilly terminamos charlando con una universitaria local. La chica se llamaba Verónica y además de estudiar tenía un buen trabajo en una aerolínea. Lo genial era que no podía comprender ni jota de nuestro estilo de viaje. Laura y yo, con algunos años de más, no nos molestamos demasiado en abordar cada detalle, pero Jenifer y sus 22 años envestían con toda su inocencia y brillo contra la muralla de sentido demasiado común de Verónica. ¿No te molesta no saber de que vas a vivir mañana? – le preguntaba. Y Jenifer simplemente respondía: “Cuando uno necesita dinero le transmite la intención al universo y el dinero llega, así de sencillo. Yo entiendo el dinero como una forma de energía. Allá en Colombia ya tuve un departamento lujoso y estudié en una universidad cara y entiendo ahora que todo es una ilusión”. Verónica no estaba tan de acuerdo, pensaba trabajar los próximos cinco años para comprarse un terreno, y luego los próximos diez para construir una casa. Actualmente alquilaba sola, después de haber compartido mucho tiempo con otros estudiantes, y estaba ahora orgullosa de “haber conquistado ese espacio”. Por ese mismo motivo admitía que jamás podría compartirlo con personas que no fueran amigas, y que por eso no se anotaría en Couchsurfing. Al mismo tiempo declaraba que Comodoro es “una ciudad que te hace crecer”. Evidentemente se refería a un crecimiento tan centrado en lo económico que pasaba por alto la capacidad de compartir. Y esa misma tensión, esa misma ética mercantil nos pareció que se respiraba en el resto del Emirato, en las calles, en los diálogos breves y ásperos entre sus habitantes. En el epicentro de la petro-fiebre, Jenifer con su cuenco tibetano burbujeante y nosotros con nuestro planisferio lleno de flechitas éramos algo así como desalineados y sonrientes trovadores de otro tipo de crecimiento, menos cuantificable, que poco tiene que ver con el aumento del capital.
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Lindo, lindo texto!! Como si hubiera esta ahí. Y el toque Villarino: sedentarismo de sentido común versos nomadismo romántico, infaltable!!
Muy interesante este post. Quizá deberían leerlo en algún despacho de del Banco Interamericano de Desarrollo.
Porque lo que describes es la definición de desarrollo que se nos impone.
El sistema de valores que gira alrededor del dinero y que no es exclusivo del capitalismo anglosajón sino que puede venir en cualquier forma y color.
Que pena que no haya foto del cuenquito.
Muy bueno.
Patagonia, sin lugar a dudas, zona de grandes contrastes…
Saludos!
Juan: Como siempre buen post y la verdad que diferente que vemos nosotros y que ven otro con respecto al crecimiento y el dinero.
Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te dejo un abrazo fuerte
muy buen relato, diferentes contrastes patagonicos entre la riqueza espiritual y la riqueza material