Aún con las mochilas en la caja, bajamos de un salto a una radio donde ya nos esperaban. Aún no hemos visto nada del pueblo, pero ya nos estamos presentando, confesando al aire los kilómetros recorridos y alguna que otra anécdota. En la radio nos atienden con entusiasmo, y coordinan para que la noticia salga también en el diario local. De allí otra vez a la camioneta de Aníbal. Esta vez vamos a la casa de Pamela, una joven empleada municipal oriunda de Orán, Salta. Que una chica de Orán sea empleada municipal en Puerto Deseado refleja perfectamente el fenómeno de migración interna de nuestro país. Pamela había intentado conseguirnos el albergue municipal, pero como este estaba ocupado por los participantes de un campeonato de gimnasia artística ¡nos deja su propio departamento! Es una sección de una tradicional vivienda “magallánica”, de exteriores de chapa y techo a dos aguas, aunque reciclada en el interior.
Salimos a pasear por el pueblo. Por la calle, la gente nos mira casi con sorpresa. No son muchos los visitantes que recorren los 120 km umbilicales que separan al pueblo de la ruta 3. Sin embargo, el pueblo puede jactarse de haber recibido visitantes famosos. En 1520 Hernando de Magallanes utilizó el puerto natural que proporciona la ría para refugiarse de una tormenta. La ría, con 42 km de largo, es una entrada del mar en el cauce seco de un río. Mirar a la ría desde el promontorio rocoso es un espectáculo. Es raro ver el oleaje y los tonos propios del mar en el formato estrecho de un río. Similar remanso encontraron en este puerto natural todo tipo de navegantes. En 1586, el corsario inglés Thomas Cavendish, bautizó al sitio con el nombre de su nave: Port Desire, que luego desembocó en el topónimo español actual. En esa época en que los ingleses navegaban alegremente por los mares saqueando o investigando – o haciendo las dos cosas al mismo tiempo- llegaron Fitz Roy y Charles Darwin a bordo del Beagle.
Los puertos patagónicos tienen cada uno su propia antología marítima. En el caso de Puerto Deseado, sin embargo, el estigma también es ferroviario. El pueblo marcaba el inicio de un ramal pensado imaginariamente sobre la estepa, que debía llegar hasta el Nahuel Huapi, pero que se quedó en Las Heras. Un transporte por dónde sacar a puerto algo tan suave como la lana requirió el oficio de picapedreros yugoslavos. Su obra es aún visible, la estación que data de 1909 y es hoy un museo impone respeto cual un castillo. Dentro, no sólo hay una colección de objetos, sino que se encuentra amurallado el espíritu de una época. Uno de los exferroviarios nos cuenta la historia de cómo el pueblo se alzó para evitar el desmantelamiento de la estación y del material rodante. El ícono de esta victoria es un coche reservado de 1898 restaurado y expuesto en una plazoleta. En el antiguo bar, entre antiguas carteles publicitarios de Campari y La Anónima, nuestras pisadas arpegian ecos en el noble suelo de madera. ¿Acaso abordaremos el próximo tren al Nahuel Huapi? Después de visitar la estación, nos acercamos a la iglesia. No por súbita conversión, sino para observar de cerca algo pensado para ser observado de lejos: la única iglesia-faro de Sudamérica. Queremos subir, pero las escaleras no tienen baranda y el viento hace oscilar toda la torre.
Al día siguiente, como planeado, realizamos una charla en la Fundación “Conociendo Nuestra Casa”, como parte del evento educativo que Lau y yo realizamos mientras viajamos. (Para más info, lee aquí) El fundador de la fundación es Marcos Oliva Day, un héroe local que relata con serenidad y hasta deferencia las desventuras de los navegantes que desafiaron estas aguas. Fue uno de los artífices del descubrimiento de la Corbeta Swift, una nave corsaria inglesa hundida en 1660, y además anduvo en kayak por el Cabo de Hornos. Con ese historial es lógico que no le tiemble el pulso al contar cómo los cien tripulantes de la expedición de Santiago de Gamboa murieron de hambre en Tierra del Fuego. Luego del evento, llena deja caer la cerveza negra en mi copa con los mismos cautos modales que habrán tenido aquellos históricos almirantes. Acaso sea uno de ellos traspapelado en el tiempo. Al escuchar tantas historias es fácil confundirse. En una de esas, para Ushuaia nos vamos en una goleta holandesa…
Y antes de salir, visitamos a la gente de la Secretaría de Turismo. Queríamos pedir algún folleto, pero nos escucharon en la radio, y es el mismo secretario el que nos sube a su vehículo particular y nos lleva a recorrer la ría, donde fotografiamos cormoranes que anidaban en los riscos mientras el viento insistía en levantarnos como barriletes. Quizás el viento, tan presente en esta semana de viaje, también quiera decirnos algo. Todo este tiempo, veníamos viajando con cierta prisa, con la secreta esperanza de poder llegar al Laicrimpo (Encuentro de Salud Popular) de Formosa el 9 de noviembre. Desde Puerto Deseado en adelante, nos dejamos llevar, por el viento, por los camiones… volvemos a apropiarnos del tiempo. Allí donde no esperábamos nada, lejos de nuestro ilusorio itinerario –y del de la mayoría de los viajeros- fuimos recibidos como reyes y alentados a quedarnos. Un constructor –Aníbal- terminó coordinando un encuentro educativo y un secretario de turismo haciendo visitas guiadas en su propio coche. Más que haber visitado el pueblo, sentimos que el pueblo nos visitó a nosotros, nos abdujo de la Ruta 3 y nos “secuestró” a fuerza de atenciones. Quizás haya incluso una moraleja cifrada en su nombre. Puerto Deseado, dice el mapa. Después de nuestra visita, confirmamos que los mejores hallazgos no son los que andábamos “deseadno”, mapa del tesoro en mano con la “x” 50 pasos al norte, sino los que evaden los limitados marcos de nuestros itinerarios y deseos. Puerto no deseado, tesoro hallado. El tao y la mar en coche.