El embajador holandés en Talacasto

El plan era llegar a San José de Jáchal lo más directamente posible. En Jáchal, Steven tiene un amigo, Pedro, a quien conoció en su primer viaje a Argentina en 2002, y a quien volvió a visitar en 2005 en su segundo viaje. Ahora, planea caer de sorpresa en su casa. No sabemos si lo vamos a encontrar, hace tiempo que perdió contacto por mail, y una de las últimas noticias fue que Pedro estaba trabajando en el sur.

Esperamos 30 minutos en la estación de servicio de la salida de Calingasta, buscando sombra en las mochilas, hasta que una doble cabina que entró a cargar nafta nos hace señas de que subamos. Estanislao es ingeniero agrónomo especializado en nogales. Cada vez que hacemos dedo en San Juan nos toca aprender sobre una especie diferente, antes era el ajo, ahora los nogales. Parece que éste no es el mejor clima para nogales, demasiado frío por las noches, pero aún así lo plantan. Vamos tomando mate con ajenjo con un estudiante de geofísica que Estanislao levanta en la ruta. Los sanjuaninos ceban los mates con agua que debe llegar a sus termos de algún manantial que conecta directamente con el infierno, dígase de paso. Afuera, el paisaje vacío asombra a Steven.
Estanislao iba a San Juan, por lo que nos bajamos en el cruce con la Ruta 40. En el mapa figuraba un pequeño círculo, llamado Talacasto. Digamos la posta, era inverosímil que allí viviera alguien. Al llegar, de hecho, nos encontramos con unas cuantas casas de piedra destechadas, una antigua estación ferroviaria que no sobrevivió al menemismo. Se ven unas cuantas vías, por momentos sepultadas en el terreno. Por la ruta que llega de Calingasta un camionero se detiene y deja una botella con agua a un altar de la Difunta Correa.

Hicimos dedo durante una hora hasta que no hubo más luz, y armamos la carpa en la única casa que conservaba el techo. Siendo los únicos habitantes de Talacasto me auto-declaré intendente, y acto seguido nombré a Steven embajador holandés en Talacasto, aunque él manifestó que prefería el título de dueño del bar de Talacasto, si hubiera habido uno. El grafiti sobre el muro de nuestra nueva casa dice: “Cristina Presidenta, Cobos Vice”. Una alianza que la realidad demostró tan precaria como la estación de Talacasto.

Gracias al monumento a la Difunta Correa no nos faltará el agua, pero tenemos poca comida. Comemos los sándwiches que nos quedan y de postre el chocolate de emergencia que Steven siempre lleva en su mochila para situaciones como ésta, y que ya nos salvó una vez en Irán. Digo que sería bueno cazar un guanaco y Steven sugiere que sería aún mejor encender un fuego y que algún guanaco se echara sobre el fuego para calentarse. Se llamaría “guanaco auto-asado” y se trataría, por definición, de una especie en extinción.

Antes de dormirnos, Steven me cuenta la historia de un francés que una vez conoció en el sur, que había comprado una chacra en Campo de Hielo Sur, que quedaba cuatro días a caballo de la Carretera Austral chilena, y que una vez tuvo que una vez había tenido que comerse a su propio caballo por haber tenido un accidente en medio de la nada.

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