
Después de dos horas y media de espera vemos venir en el horizonte algo enorme. No coincide con ningún modelo de camón que yo conozca. Cuando está más cerca puedo ver que es una inmensa grúa Liebherr… ¡y frena! Es la primera vez que viajo en una de estas. El conductor se llama Oscar, y nos aclara: “Si no tienen apuro… Yo voy para Jachal pero a cuarenta por hora.” Si tuviéramos apuro no seríamos mochileros, le respondo, y subimos.

A pesar de la escasa velocidad el viaje se hace corto. Oscar no deja de referir historias de cuando trabajaba en Turkmenistán y había infiltrados de la KGB en todas partes. También en Madre de Dios (en la selva peruana) se codeaba seguido con la gente de Sendero Luminoso, ya que estos se acercaban a los campamentos a pedir gasoil o comida. La política de la empresa era darles lo que pidieran. Afirma haber sido “bastante gurka” en su vida. Los turkmenos lo elogiaban por atar con alambre piezas de las grúas que ellos mandaban a reparar a Alemania, y por cambiar las válvulas de seguridad de los pozos petrolíferos a mano y sin demasiadas ceremonias. Sobre el final del viaje, Oscar incluso me compra uno de mis libros.