A Jachal, en una grúa Liebherr

Todavía me sorprende que a 200 metros de donde Steven y yo hacemos dedo sin comida desde ayer, un auto cada diez minutos se detenga a darle agua a una estatua. Cualquier ritual religioso que no esté acompañado de una praxis me despierta sospechas… Le digo a Steven que está bien que el 50% de la humanidad se dedique a escribir poesías sobre el agua mientras la otra mitad se dedique a estudiar ingeniería hidráulica. Su reformulación de mi idea encierra una crítica ingeniosa: “el 50% escribe sobre la belleza del agua, la otra mitad (los ingenieros) se aseguran de que haya agua”…

Después de dos horas y media de espera vemos venir en el horizonte algo enorme. No coincide con ningún modelo de camón que yo conozca. Cuando está más cerca puedo ver que es una inmensa grúa Liebherr… ¡y frena! Es la primera vez que viajo en una de estas. El conductor se llama Oscar, y nos aclara: “Si no tienen apuro… Yo voy para Jachal pero a cuarenta por hora.” Si tuviéramos apuro no seríamos mochileros, le respondo, y subimos.

Oscar resulta ser un interlocutor interesantísimo. Trabajando con los equipos de perforaciones de Bridas estuvo en Turkmenistán. “El campamento estaba en el desierto, a 200 km de la frontera afgana” –explica. Ahora va a colocar un poste triple de alta tensión cerca de Jachal. La ruta 40 se tiende infinita adelante, pero nosotros siempre la vemos con el inmenso gancho de la grúa que cuelga delante.

A pesar de la escasa velocidad el viaje se hace corto. Oscar no deja de referir historias de cuando trabajaba en Turkmenistán y había infiltrados de la KGB en todas partes. También en Madre de Dios (en la selva peruana) se codeaba seguido con la gente de Sendero Luminoso, ya que estos se acercaban a los campamentos a pedir gasoil o comida. La política de la empresa era darles lo que pidieran. Afirma haber sido “bastante gurka” en su vida. Los turkmenos lo elogiaban por atar con alambre piezas de las grúas que ellos mandaban a reparar a Alemania, y por cambiar las válvulas de seguridad de los pozos petrolíferos a mano y sin demasiadas ceremonias. Sobre el final del viaje, Oscar incluso me compra uno de mis libros.

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