Clases de Esquí en Los Penitentes

Alquilamos los equipos ($72 cada uno) y fuimos directamente al punto de encuentro, caminando aparatosamente con las botas de esquí, que son lo que querés tener puesto al pegarle una patada a alguien. Esquís, bastones, guantes y un pantalón impermeable para calzarme sobre mi jean. El cielo estaba celeste, a diferencia de ayer, no nevaba, y a esa altura el sol pegaba tan fuerte que pronto estábamos en remera manga larga.

Primero aprendimos a escalar lateralmente la pista como cangrejos, clavando los esquís en la nieve, y luego a soltarnos y a ir frenando, juntando las puntas de los esquís delante. Era la primera vez también para Steven, pero él parece tener alguna facilidad innata. Yo en cambio me di más de un porrazo. Los porrazos fueron, debo decir, a su manera, divertidos, aunque nada se compara a la sensación de velocidad, a la que, en mi caso, se suma la incertidumbre de cuántos segundos más voy a poder mantener el equilibrio a esa velocidad. Algunas veces esquivé duchamente a otros principiantes, pero hice strike con un instructor incauto que estaba de espaldas, dando varias cabriolas en el aire, quedando con un esquí calza y el otro a varios metros. Steven, mientras, se pasea prolijamente en zigzag, doblando en cada extremo de la pista. A las cinco de la tarde llegó una clase infantil y con sano juicio nos corrieron de la pista. Steven, a quien todavía le quedaban ganas, se metió en la pista de al lado, a pesar de no tener la credencial colgando de pecho. Si lo veían, tenía la excusa justa: “Soy holandés, no entiendo castellano”. Uno de estos días vamos a robar un banco, total, no sabíamos…

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