EN RUTA POR MACEDONIA RURAL: O LA FE EN CRISTO, TITO Y EL PATO DONALD AL MISMO TIEMPO

Después de haber recorrido la ciudad de Skopje, me moría de ganas de salir a las rutas macedonias en busca de monasterios ortodoxos, aldeas rurales y, sobre todo para conocer la vida de la gente más allá de la parafernalia de la capital y sus monumentos patrióticos. Ya saben que soy un fan de los caminos invisibles, de las rutas de tierra, y de los atractivos poco visitados, con telarañas si es posible mozo por favor. Entonces, en lugar de disparar para el mítico Lago Ohrid, hicimos un recorrido por las colinas del noroeste de Macedonia, una zona que dormita al norte de la autopista A2/ E871 que une Skopje con Sofía.

– ¿Les gusta Macedonia?

– ¡Por supuesto!

– A nosotros no.

El que preguntaba y confesaba su apatía por su propio país eran Bojan, quien nos alojó en la casa de su familia en la aldea de Romaceve, muy cerca de Kumanovo, una típica ciudad de provincia. Generalmente es al revés, esos interrogatorios sobre qué tanto te gusta el país donde estás vienen con trampa: se sobreentiende que vas a responder que te encanta, que nunca te trataron tan bien, y que la comida (aunque sea leche fermentada de yak) te parece una delicia de los dioses. Pero acá era Bojan el que se sorprendía, ¿posta te gusta Macedonia? ¿qué le ves? Si me hubiera preguntado una semana después, le hubiera respondido que me parece el único lugar de la tierra donde la gente ha tenido fe,sucesivamente, en Alejandro Magno, en Jesucristo, en Tito y hasta en el Pato Donald. Pero eso estaba por descubrirlo.

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Llegamos a Kumanovo en bus, y Bojan y su hermano nos pasaron a buscar por la terminal. Eran dos jóvenes de poco más de veinte años, recién recibidos y con todas las ansias de progresar en un país que camina en círculos desde que ellos nacieron. Era predecible que no estarían orgullosos de vivir en una granja donde sus padres mantenían dos vacas, cuatro chanchos y una picoteante comunidad de gallinas. En una baranda se secaban semillas de zapallo y un tractor descansaba ocioso en un cobertizo.

Veníamos de recorrer Albania, donde toda mujer rural ordeña su lopa (le habíamos tomado cariño a la palabra nativa para vaca) para hacer manteca y kas (yogurt aguado casero). La comida, por ende, es casera y orgánica por defecto, ya que no hay dinero para fertilizantes ni procesos industriales.  (Ya escribí sobre la auto-percepción de la pobreza en Albania.) Pero donde yo veía romanticismo, ellos veían derrota.

– ¡Qué bueno que en los Balcanes la gente tiene sus propios animales! – dije, pero mi exclamación encerraba una contradicción generacional: nos encanta lo orgánico, soñamos con la propia huerta, pero tenemos vidas que galopan el maldito rayo, andamos con la mochila por medio mundo y que otro cultive, cocina y nos venda los alimentos. Y su respuesta fue sincera, pragmática, cabizbaja…

– ¿Te gustan los animales? A nosotros no…

Bojan y su hermano, como muchos jóvenes macedonios, soñaban con irse a trabajar a Alemania, donde no habrá vacas en cada casa pero sí  sueldos para poder comprar yogurt saborizado por máquinas, no por abuelas, mucho menos por verdaderas frutillas… Juré no decir más pelotudeces y empezar a mirar las cosas con un poco más de pesimismo para estar a tono.

Los padres de Bojan nos tendieron sonrisas cálidas y sirvieron para todos una cena de tartas y recuerdos. Su madre, con el pañuelo en la cabeza que aún mantienen las mujeres rurales del Este,  sonreía todo el tiempo: estaba feliz de las visitas internacionales, sobre todo cuando Laura le pidió la receta de uno de los platos, que Bojan tradujo laboriosamente.

Después de la cena, nos enseñaron las letras del alfabeto cirílico, que nos serían de mucha ayuda también en Bulgaria. El padre se sentó en un sofá a hacer unos crucigramas. Los miraba de terriblemente cerca con lentes que parecían hechos para enfocar galaxias distantes. El hombre no tenía mucho más que hacer: sus épocas de técnico en una acería vecina habían terminado. Los colapsos habían sido sincronizados: sus brazos se habían vuelto innecesarios cuando la acería había cerrado sus puertas, y esto había sucedido con la caída de la ex Yugoeslavia. El padre declaraba abiertamente su nostalgia por las épocas de Tito.

– En esa época el país era poderoso, no como ahora.

En la tele, la selección de fútbol de Macedonia perdía con la de Luxemburgo, pero lo mismo nadie miraba. Pregunté el por qué del desinterés.

– Es que nuestro equipo es muy malo. — acotó Bojan, que no parecía arañar un sólo motivo de orgullo patrio— Cuando éramos Yugoeslavia éramos mejores en deporte. Una vez casi les ganamos a ustedes en fútbol, y nuestro equipo de basket venció al Dream Team de Estados Unidos en el campeonato mundial del 2002.

Todas las historias eran como barcos de papel que el viento soplaba hacia las mismas costas: las de la nostalgia por la Federación Yugoeslava, en la que serbios, croatas, bosnios, macedonios y montenegrinos llegaron a forjar en común algo de lo que estar orgullosos. La censura de todo tipo de protestas y la persecución política que también se habían vivido durante esa época parecían no contrapesar lo suficiente en el balance a los ojos de las personas con las que me tocaba hablar.

– Antes, con el pasaporte yugoeslavo, no necesitabas visa para viajar a ningún país. Lo mostrabas, y listo. –seguía el padre mientras enlazaba palabras cual llanero en una sopa de letras.

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Con orgullo, el hombre puso los documentos del país desaparecido sobre la mesa.

Para mí era algo inusual. Había estado en antiguos países socialistas, y allí nadie quería regresar al pasado. Pero en Macedonia, por el momento, todos me transmitían la sensación de estar viviendo identidades mutiladas, y un tangible orgullo a sottovoce por la desaparecida Yugoeslavia. Parecía que toda la pompa de estatuas y Arcos del Triunfo que en Skopje intentaban provocar el orgullo nacional se quedaban allí mismo donde el horizonte las empequeñecía.

Cuando vieron mi interés por la historia, comenzaron a desenterrar pequeños tesoros que boyaban por la casa-granja. Lo increíble era que cada uno ilustraba, en la secuencia adecuada,  una estación distinta de la línea de tiempo. Primero me trajeron para que examinara una presunta espada turca, hallada mientras hacían un pozo. Era un fierro sin forma imposible de datar. Igualmente, el automatismo con que un campesino macedonio del 2015 ve un cacho de fierro y dice “¡espada turca! habla de la cantidad de sablazos y palos por la cabeza que las hordas turcas desparramaron alegremente por la zona, desde el 1400 hasta el siglo XIX. Parece que mentalmente, todavía los están cercando.

Después vino un billete de 1929, que había hecho madriguera al fondo de un armario, donde había hibernado buena parte del siglo XX y había sido mordido por una laucha justo a la altura de una alegoría del extinto Reino de Yugoeslavia, (1929 a 1941). Laucha socialista, partisana y amiga del pueblo que dio el  tarascón políticamente correcto.

Pero antes de llegar a la Yugoeslavia de Tito (además, a mí me resulta imposible no imaginarme a Tito como un buen tipo de bastón y bigotes, porque ese era también el nombre de mi abuelo) la región fue ocupada por los nazis y los fascistas italianos. El memento familiar de aquella época era un tenedor que su bisabuelo había robado de la casa de un militar alemán en la que era sirviente.  No estaba en una vitrina, sino mezclado entre los demás cubiertos de uso cotidiano. Me quedo petrificado: tiene en relieve, sobre el mango, el águila nazi.

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Tantas fuerzas armadas para que al final el que te invada sea el Pato Donald…

Para mostrarme el último objeto salimos de la casa, y damos la vuelta hacia un galpón. Al lado del tractor viejo había unos estantes, y allí, rodeada de tachos viejos y herramientas dormía una radio de los años cincuenta marca Radioindustrija Zagreb, Bien popular y yugoeslava, me dije. La radio no era una antigüedad impresionante, pero las dos calcomanías, una de Porky y otra del Pato Donald, que alguien había pegado a cada lado del dial en un intento de alegrarla la hacían única. Acaso fueron amuletos para que comenzara a sintonizar, ya no con Zagreb, Belgrado o Moscú, sino con Disneylandia. Los «vientos de cambio» de los que hablaba Scorpions. Esa radio, para mí, era la mejor metáfora del destino sufrido por Yugoeslavia, la pelea entre hermanos, la fe frustrada en el Pato Donald y el posterior escenario de nostalgia.

rutas macedonia
Macedonia on the road!

Al segundo día, Bojan, su hermano, Laura y yo salimos a la ruta como ya habíamos planeado. Después de todo, aunque nuestros amigos estuviesen enfocados en la fuga, si había cosas lindas o interesantes para ver por toda Macedonia. Nuestro primer destino fue la  Iglesia de Sveti Gjiori (San Jorge) que está situado 4 km al norte de la autopista Kumanovo-Sofía. En Gracanica, Kosovo, no nos habían permitido sacar una sola foto del monasterio por dentro, y esta fue nuestra venganza, porque los arqueólogos estaban reparando y nos dieron luz verde.

Sveti Gjiorgi
La Iglesia de Sveti Gjorg. Colgados de una rama, un par de inciensarios.

frescos macedonia

fresco de san jorge

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El monasterio fue construido por el rey Milutin, en el año 1318 y es famoso por sus frescos. Los arqueólogos los examinaban de cerca con linternas, anotaban en planillas, y nosotros dábamos vueltas procurando no estorbar y sacando fotos con ISO infinito para lograr robarle esas imágenes a la oscuridad. Los frescos de un monasterio ortodoxo… ¿cómo describirlos? Un misticismo sobrio, cirílico, tal vez. Me encanta respirar el aire dentro de los monasterios: huele a oscuridad, a siglos de inciensos, al drama humano. Encendemos unas velas y momentáneamente las aureolas doradas de los íconos resplandecen un poco más, como si despertaran del olvido.

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Seguimos por una ruta aún menor, para visitar el Observatorio Megalítico de Kokino, seguimos 5 km hasta la aldea de Dragomance, y desde allí 15 km más por una ruta menor.  Después de la aldea de Stepance, aparece esta colina, donde hay poco para ver y mucho para imaginar. Las rocas puntiagudas, al parecer, eran alguna clase de observatorio para calcular las cosechas, perfecciondo ya en la Edad del Bronce europea, hacia el siglo 19 AC. Es posible que antes de descubrir el raki los campesinos locales hubieran desarrollados tales cálculos astronómicos. En todo caso, NASA reconoce que el sitio sería el cuarto observatorio más antiguo que se conoce.

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Laura en Kokino
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Mausoleo de Zrbnjak, en honor as los caídos contra los turcos.

De regreso, pasamos por el monumento de Zbrnjak, contruido en 1937 para celebrar la victoria del ejército serbio sobre las vocales, digo, sobre los turcos en la I Guerra Balcánica. Hoy todo lo que queda es la base, porque el ejército búlgaro bajó a cañonazos la torre de 40 metros durante la II Guerra Mundial.

nietos y abuelo
El raki, infaltable en los Balcanes. Qué mal que estoy, en la foto hay tres personas y yo hablo de o que hay en el vaso.

De regreso pasamos a visitar al abuelo de Bojan, que con sus 82 años se dedicaba a tomar apaciblemente raki bajo las vides de su huerta. El hombre echaba raíces, mientras su nieto planeaba su fuga a la eurozona. Frente a frente, delante mío, las dos generaciones brindaron con el raki hijo de la tierra balcánica, y la fuerza de ese contacto me pareció un puente más resistente que la tentación de correr detrás del euro. Tuve fe por Macedonia, y desee poder regresar en diez años y encontrar que la gente ya no tiene que mirar hacia las épocas de Alejandro Magno, ni al período de Tito para poder hallar motivos de orgullo. Eso y más se merece Macedonia.

4 comentarios de “EN RUTA POR MACEDONIA RURAL: O LA FE EN CRISTO, TITO Y EL PATO DONALD AL MISMO TIEMPO

  1. Felipe dice:

    Juan hermano

    Te leo a ti y a Lau por que una amiga me presento el libro de caminoa invisibles. Con esa sed viajera nos inspiramos en cada parrafo y partimos aventura con aparente destino a guyanas. Nos quedaron las ganas porque nos fuimos a dedo y el tiempo nos encontro en el caribe pa empezar la vuelta. Hoy te leo desde macedonia con esas mismas ganas de uds por encontrar esos caminos invisbles. Te escribo pa agradecerte a ti y a lau por dar ese aliento pa encontrarlos (no buscarlos). Cuando llegue a los balcanea como lau, solo la idea de hna experiencia kusturica me sedujo este destino… de a poquito fui descubriendo que es otro impulso nacionalista en peliculas. Pero bueno la sinceridad escrita y vivida me dan seguridad ma seguir encontrando esos caminos invisibles. Es mi primera travesia solo y encontrarlo en la web cuando estaba en serbia, fue encontrar una señal. Gracias gracias. Un abrazo de un parcero chileno

    • Juan Pablo Villarino dice:

      Gracias Felipe por el comentario, y que bueno que nuestros pasos balcánicos hayan servido para inspirar los de otro compatriota latinoamericano. Si, el tema del nacionalismo en los Balcanes da para hablar mucho. Pero creo que nada como perderse en esas aldeas sin tiempo y compartir y beber con los locales… y eso te permite ver que tienen en común más de lo que imaginan. Buenos caminos!! Y ahora te toca a vos pasar nuestro libro como una posta.

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