Por momentos, ambos se acordaban de otro primo muerto llamado Fabio, y se abrazaban con su tío, de unos 70 años, sentado en la cabecera de la mesa con un ancho sombrero chapaco. El loco le decía entre sollozos que él lo quería como un padre porque Fabio era más que su primo un hermano. Y así se deshacían en lágrimas estos tres hombres de rudos sombreros, lamentando por momentos con igual intensidad la pérdida de la Guerra del Chaco… En algún momento mencionaron que a Fabio lo había matado un rayo. Se me ocurrió contarles que según la creencia popular en México, quienes de esa manera mueren son elegidos por los Dioses. Hubo silencio, un brindis, y seguí viaje.
A pie seguí por el forestado camino apreciando árboles de flores amarillas llamadas “flor del carnaval”. Pasados un par de kilómetros me encuentro con un pueblo con no aparecía en mi mapa. Por la disposición de las casas y el amplísimo espacio abierto debí adivinar que estaba en una comunidad aborigen. Pero no, debí esperar a socializar con los primeros hombres que encontré, que mascaban coca sentados afuera de unas de las viviendas, para darme cuenta que no entendía la lengua. Sabía que no era quechua. ¿Y si no era quechua, qué era? Estamos en la comunidad de Ñaurenda, en territorio guaraní, en el sudeste de Bolivia, solar de una orgullosa raza que se dio el lujo de resistir el avance de la civilización inca desde la profundidad de sus bosques. Como es tarde, dejo la exploración para el día siguiente, pido autorización para acampar bajo un tinglado, y para darme una ducha en la escuela.
Amanecer en Ñaurenda, pueblo con nombre humilde, pues ñaurenda es el nombre del barro con que los guaraníes cosen las ollas en las que preparan la chicha. El “capitán” de la comunidad es un hombre de mi edad, vestido un poco más formalmente que el resto, y se llama Marino. Me invita a desayunar a su casa, y entre mates y pan casero me relata el origen de su comunidad. No se trata, como pensaba yo, de una comunidad ancestral. Si bien los guaraníes habitan estas tierras desde hace siglos, lo hacían en forma dispersa, sin núcleos urbanos. De esta manera, con el reparto de tierras a favor de colonos con títulos propietarios, el pueblo guaraní pasó a ser mano de obra barata, peones semi-esclavos dentro las propiedades de grandes terratenientes, pagados apenas con yerba, harina, y maíz. Recién en los años 80 comenzaron a organizarse, fue una etapa en que los terratenientes perseguían y reprimían ilegalmente a los campesinos que re reunían a tramar la epopeya de su libertad en alejados fogones. Luego llegaron algunos acuerdos, se fundó la APG (Asamblea del Pueblo Guaraní) y lograron comprar a los terratenientes 200 hectáreas que se dividieron entre las familias que comenzaron a llegar desde coordenadas imprecisas del monte. Ñaurenda fue la primera de unas 36 comunidades, un asentamiento modelo que funciona como núcleo y defensa contra la pérdida de la identidad cultural y la lengua.
Decido quedarme un día más en Ñaurenda, no sólo porque el lugar me agrada, sino para organizar el evento educativo que voy llevando de pueblo en pueblo. Por la mañana tomo mate en una vivienda en cuyo frente tres mujeres urden artesanías con paja. Las pavas tiznadas descansan directamente sobre el fuego. Una niña guaraní juega con una muñeca muy distinta a ella, rubia con irreales ojos celestes. Parece sacada de un manual de pureza racial del Tercer Reich. Hay una contradicción entre la realidad y el estereotipo de la realidad ideal que se filtra en los containers de juguetes Made in China y llega a Ñaurenda…
En lo que es seguramente un ritual, por la tarde comemos kuchi –chancho-cocinado en una enorme olla, y acompañado por papas. Se come sin cubiertos, como en Afganistán. Casi toda la comunidad se reúne, sentados en un círculo de sillas, también en ocasión de la visita de unos empleados municipales de Tarija a quienes la nueva ley obliga a hablar al menos una lengua nativa, y que han llegado para practicar conversación, en realidad también obligados por una ley. Aunque los tarijeños disfrutan e la danza típica que hombres y mujeres danzan en ronda y tomados de las manos, lamentan la ausencia de un karaoke. En mi breve estadía aprendo apenas unas cuantas palabras en guaraní. Hay que aclarar que aquí todos utilizan dicha lengua para su comunicación cotidiana, e incluso el bien equipado bachillerato que tiene la aldea es bilingüe. De esta manera, noto que cuando se refieren a mí, los guaraníes dicen “Buria Wata”. No puedo con mi curiosidad y pregunto. Al parecer, ellos tienen la costumbre de bautizar a los forasteros con apodos en guaraní que resumen la primera impresión que les han causado. Y “Buria Wata” significa –me explican- “viaje largo”.
que grande juan!! pronto compraré tu libro en el interior del Chaco!
que sigas muy bien!
una pregunta de curioso! ..te volves a dedo de sucre a bsAs?
la argentina te hace un guiño… una seña en el destino.. realidad o sueño?!
boyero