Nuestro intento de rodear a pie y a dedo el Lago Tana recalando en sus aldeas fue el primer encuentro con el África rural subsahariana. Como tal, nada de lo que tanto Laura como yo habíamos viajado anteriormente podría habernos preparado para esa bajada a tierra. Desde que empecé esta vuelta al mundo a dedo siempre busqué con una testarudez quirúrgica compartir la cotidianidad con las culturas más remotas y transformar esos momentos en historias. Mostrar lo que no ocupa a los medios que se encargan de lo sensacionalista.
Así, en Vagabundeando en el Eje del Mal, mi primer libro, conté un viaje de más de un año por países musulmanes, describiendo la hospitalidad que encontré en tierras como Siria o Afganistán. En Sudamérica, Lau y yo recorrimos durante 18 meses el continente por caminos secundarios (y de allí el título de ese libro, Caminos Invisibles), y compartimos la frugalidad y el silencio con descendientes de ranqueles de La Pampa, comunidades shuar del Amazonas Ecuatoriano o rancherías wayuu de la Guajira.
Pero no todo es color de rosa y sería un mentiroso si nunca tuviera nada duro que contar, si no hubiera lugares en donde no me haya sentido cómodo. Porque camino con profundo amor por cada país que piso pero, a veces, el amor de nuestros pasos no alcanza. Por eso, porque soy humano y me decepciono y puteo y me canso, y con frecuencia las situaciones me pasan por encima como una aplanadora y, más que nada, sufro cuando veo sufrimiento alrededor, es que decido publicar esta historia. Es la historia de la primera vez en once años de viaje en que no pude conectar con la cultura que me rodeaba.
Salimos con Laura caminando desde la ciudad de Gondar, en el norte de Etiopía, con la idea de rodear el Lago Tana, un inmenso cuerpo de agua que es también la fuente del Nilo azul. Caminamos haciendo dedo, entre el enjambre de moto-taxis, a los pocos vehículos particulares que pasaban, y pronto estábamos arriba del 4×4 de un veterinario que era el rector de la universidad local. Caminamos veinte minutos más y una transfer que iba al aeropuerto nos dejó en un paraje llamado Kola Diba. Fue allí donde nos enfrentamos por primera vez al factor asedio.
Estábamos aprendiendo que, en Etiopía, si un pueblo es lo suficientemente grande para mostrarse en el mapa, es casi garantizado que no sea una apacible aldea sino una urbanización caótica, más aun cuando se trata de un cruce de caminos. El pueblo se extendía un kilómetro a lo largo de la carretera, con comercios y puestos de comida que consistían muchas veces de chapas sostenidas por palos con bolsas de harina o cartones atados como muros. De cada costado salían niños correteando, dejando lo que estuvieran haciendo para seguirnos al grito de “iu, iu, moni, moni”. Pronto entendimos que you y money eran las únicas dos palabras que conocían en inglés. Nuestro paso, mochilas a cuestas, era lento y la alquimia triste: a cada metro transformábamos niños en mendigos con sólo aparecer en escena. Ningún adulto retaba a los niños, sino que los contemplaban desde sus quehaceres con una mirada anclada en la resignación. Y ellos nos seguían por la carretera, a velocidad de trote y con palma de la mano alzada con expectativa. El calor, las mochilas, los pastores con sus vacas en contramano a los que había que esquivar y la escolta infantil que no era precisamente un himno a la esperanza hicieron nuestra marcha miserable. Al fin, conseguimos detener un camión y fugarnos de ese pueblo apocalíptico. Desee con el corazón que fuera sólo ese pueblo.
Desde el camión tuvimos nuestras primeras postales del campo abisinio y el ánimo se repuso: una campiña dorada que me hizo recordar cromáticamente a las comunidades jalqas de Bolivia. Las casas, esparcidas, estaban construidas de adobe sobre esqueletos de caña que asomaban de entre los muros irregulares. Afuera de cada vivienda había mujeres acuclilladas junto a una fogata, en la que prepararían injera, la comida nacional, un panqueque con forma de disco del tamaño de una pizza que se prepara con un cereal llamado tef, que sólo crece en Etiopía. Es decir, Etiopía no sólo tiene un alfabeto propio, un idioma y un calendario que le son exclusivos. No sólo descubrieron el grano de café y le rindieron homenaje. También tienen un cereal único, propio, irrepetible. Si algo admiro de esta tierra es su capacidad de hacer las cosas de otra manera.
Por sobre todo ese tapiz de colinas ondulada flotaba una niebla fina: era el polvo que levantaban las caravanas de vacas que eran arriadas sobre la carretera de tierra por pastores con el dula –bastón-al hombro. Por momentos, las hileras de vaca ocupaban toda la ruta y nuestro camionero debía ganar su derecho de paso a bocinazos. Algunas columnas de este ejército vacuno de pronto tomaban senderos diagonales y desaparecían en el horizonte, como si macharan a otro tiempo, pero dando siempre una idea de lo interminable y difuso que es el universo campesino.
En medio a las vacas asomaban mujeres con bidones amarillos repletos de agua sobre sus cabezas. En toda África, las mujeres son las encargadas de ir a buscar agua a pozo más cercano, y desplazan su figura totémica y cautiva por los caminos. Su labor no termina allí: al regresar deben preparar la comida, cuidar el huerto, y criar a los niños. Todo el cuadro era el de una migración rural de carácter bíblico. Y en cambio era algo cíclico y cotidiano.
No necesité mirarla a Lau para saber que también quería bajarse. Lo hacemos todo el tiempo: subimos a un auto que nos lleva a destino sin escalas pero enamorarnos de un lugar a primera vista y bajarnos, sin planes, sin saber qué sigue. Y así también esta vez le pedimos al camionero que nos frenara: “Nos bajamos acá, ¡gracias!”. El tipo nos tomó por locos. Nos recordó que allí no había hoteles, le respondí ya no recuerdo en qué idioma que teníamos una carpa. Es así: los camioneros de todo el mundo te cuidan como si tuvieran a tu vieja por watsapp quemándoles el coco.
Caímos así, de paracaidistas, en un caserío de siete u ocho viviendas. La idea original era acampar, pero sin proponérmelo hice contacto visual con una mujer que estaba moliendo café afuera de su vivienda. No puedo evocar el ping pong exacto de una conversación sin idioma en común. Sí pude decir “carpa” en amárico y consulté si se podía acampar, explicando que al otro día seguíamos viaje. Apareció un hombre que estaba hachando leña ahí cerca y señaló una de las casas e hizo la señal internacional del sueño, ladeando su cabeza sobre la palma de su mano. Estaba contento porque en un primer intento habíamos logrado ser aceptados en una vivienda campesina del interior de Etiopía, pero allí no terminó la historia.
Nos quedamos sentados un buen rato desparramando sonrisas a falta de palabras. Un montón de niños con pantalones hechos jirones se acercaron a curiosear y también un maestro de escuela que mascullaba algo de inglés. Todo iba bien. La mujer preguntó si queríamos comer injera y cuando asentimos se marchó a una choza que usaba como cocina. No tenía hambre y la injera no me gusta demasiado, pero era cuestión de no despreciar el agasajo. Cuando se marchó noté que entre trenza y trenza su cabello estaba rasurado, o sea que las trenzas eran como surcos que replicaban en su peinado el don de la agricultura.
El hombre del hacha se fue y ordeñó delante nuestro una vaca y nos convidó la leche en una vasija de madera: estaba caliente aún. Le pasé la vasija a una niña que se la llevó con prisa a la boca y bebió hasta la última gota. La mujer regresó con la injera, untada con una magra porción de shiro, una salsa hecha a base de lentejas molidas. Comimos la masa agria y picante ante la mirada atenta de todos, y entramos a la casa que nos habían asignado para dormir. Yo estaba feliz, porque demostrar que dos culturas lejanísimas, insospechadas la una a la otra, en un primer encuentro, comparten, se ayudan mutuamente a pesar de cualquier diferencia cultural, es el mensaje que procuro contrabandear desde hace años.
El dueño de la choza era un joven de no más de veinte años. Dentro no había mobiliario, solo bidones amarillos para buscar agua, algunos utensilios de cocina y un banco de adobe incorporado al muro. Preparó para Lau una cama hecha de bolsas de arpillera rellenadas con paja. Yo me acosté en el suelo sobre mi bolsa de dormir junto al dueño de casa. Ya había pegado un ojo cuando el pibe me despertó pidiéndome plata:
– Yohannis –ese era es mi nombre traducido al amárico- moni, Yohannis, jau mach moni?
Intenté explicarle que no tenía el dinero que me pedía, que equivalía al precio de un hotel de lujo. Como siempre, la gente que no tiene acceso al dinero, sobredimensiona el acceso que tienen otros. Ofrecí lo que hubiera pagado en un hotel barato, pero fue inflexible.
Desperté a Lau y empezamos a armar la mochila para irnos, porque teníamos una carpa que podíamos tirar en cualquier parte. Pero mientras caminábamos por la calle, la familia del muchacho se enteró lo que había sucedido y nos corrió para rogarnos que volviéramos. El joven había arriesgado su maniobra por cuenta propia en directa contradicción a la voluntad de su aldea.
El primo del susodicho, con algo de inglés, me pidió disculpas en su nombre, mientras su madre se agarraba la cabeza de vergüenza y sollozaba. La mujer dijo que podíamos dormir en su casa, pero noté que era diminuta y adentro lloraban niños, y no veíamos la necesidad de disturbarlos teniendo nuestra carpa. En medio de la ruta desierta, bajo las estrellas, decidimos entre todos que la solución intermedia era acampar junto a la casa de alguno de ellos.
Su única condición fue que tanto ellos como miembros de cada familia de la aldea se quedarían custodiando, y eso hicieron. Armamos la carpa ante la mirada desconcertada de un conciliábulo de campesinos, que se quedaron toda la noche en vela, según entendí, para vigilar que los malos espíritus no nos transformaran en hienas. Dormimos rodeados de un paisaje hermoso pero tensionados por la situación agridulce. De todas formas, no todos los días acampás con centinelas que te resguardan de un hechizo.
Al otro día desarmamos campamento y disfrutamos el estar caminando libres por la ruta sólo por unos minutos… al menos hasta legar a la aldea siguiente. Automáticamente fuimos asaltados por otro torbellino de mendicidad infantil, con una veintena de niños al grito de “faranji, faranji, moni, moni”. Faranji es la deformación fonética de foreigner, extranjero en inglés. El pedido no era en un tono de súplica sino de exigencia, de quién reclama con naturalidad lo que le pertenece.
Pusimos nuestra mejor actitud budista. Era imposible explicarles que no teníamos la máquina de hacer billetes para repartirles a todos. Tampoco podíamos ignorarlos porque literalmente nos rodeaban, caminaban pegados a nuestras piernas, nos tomaban de la mano. Incluso si un grupo de ellos nos divisaba desde una colina, levantaban la mano en limosna y comenzaban a barrenar los barrancos para alcanzarnos.
Sin excepción, sus ropas estaban hechas pedazos. Casi todos lucían crucifijos sinuosos que me parecieron casi celtas y otros amuletos colgados por sus madres para protegerlos de los malos espíritus, y muchas niñas tenían el pelo corto con un solo mechón a forma de manija para que los ángeles se los llevaran al cielo si Dios los llamara a su lado de forma repentina.
Lo que sentía a esa altura era una mezcla de ternura y tristeza, y aunque la mente se me llenaba de preguntas para las que no tenía respuestas, necesitaba inventar explicaciones provisorias para remar en esa realidad que sería la mía por un par de meses.
Algunos amigos me decían que la pobreza de esa gente era seguro culpa del capitalismo. Aunque eso puede explicar muchas de las atrocidades de nuestro mundo, en este caso el zapato no calzaba. Primero, no estaba seguro de si lo que estaba viendo era gente oprimida. Vivían en condiciones que para nuestro estándar de vida occidental eran desde ya precarias, pero no podía identificar un opresor.
No había señores terratenientes que emplearan a esa gente como peones y les pagaran “con yerba y azúcar” como en la Argentina del modelo agroexportador de 1880, o con fichas de estancia. No eran empleados mal pagos de fábricas vecinas, propiedad de corporaciones extranjeras. Si no se tratara de Etiopía, único país africano en no ser colonizado, hubiera pensado en un pasado colonial y expoliador.
Pero no hubo tal cosa, y la breve presencia italiana durante la Segunda Guerra Mundial, según leí en un par de libros, de tan efímera no llegó a afectar los modos de producción de esta zona, que no habían cambiado en siglos. Era más prudente rever la responsabilidad de los 225 emperadores con capa de seda que, con la complicidad de la iglesia, habían exigido tributos y hernias de reverencias durante un milenio. A pesar de toda la simpatía internacional que tuvo, esta era también la herencia del reinado de Haile Selassie.
Tal vez, me dije a mí mismo, vivían de la manera en que puede vivir una sociedad rural que no desarrolló técnicas de irrigación y que continuaban usando el arado manual. Quizás, era como me enseñaron en la Universidad, y cada pueblo debía evolucionar a su velocidad superando a su modo sus obstáculos y no siguiendo el modelo único de nuestra sociedad occidental como faro. Entonces, la etiqueta de “pobre” ¿se pone desde la abundancia material del capitalismo y es una forma mental de colonización? Demasiadas preguntas, me sentí pequeño frente a la complejidad del mundo.
En medio a estos dilemas una mujer nos invitó a almorzar a su casa, que era acogedora, con aparadores astutamente moldeados en adobe y ristras de ajo y pescados secos colgando del techo. Los niños que nos seguían se agolparon en la puerta para observarnos fijamente. La mujer, con una sonrisa, nos preparó el enésimo plato de injera, que comimos disimulando lo que nos costaba en el paladar la combinación de lo agrio y lo picante. Yo sonreía y decía “konjuno” (delicioso) a falta de más vocabulario, para la risa de los asistentes (a esa altura nuestro almuerzo en esa aldea era todo un evento público), pero sólo comíamos injera cuando no nos quedaba otra.
Llegué a pensar que un libro exclusivo sobre Etiopía podría titularse “Mil veces injera”. Hay gente que sólo come eso, incluso el día de su boda (semanas más tarde fuimos invitados a una). Y aunque sobre gustos no hay nada escrito, sorprende la escasa variedad. Durante semanas deliramos con comer queso, y aunque en Etiopía las carreteras rurales son verdaderas vaco-pistas, a nadie se le ocurre ordeñarlas para hacer queso. Una vez preguntamos si no hacían queso de cabra, bicho que también abunda, y fue como preguntar por jamón de mosca. Por superstición, tampoco criaban cerdos. Entonces nos dimos cuenta que elegir qué comer, o toda la idea de gastronomía como momento de disfrute y elección era una noción ausente. En Etiopía lo importante era llenarse la panza.
Volviendo a la choza, a pesar de que en la penumbra sobrevivía un hilo visible de cobijo y hospitalidad universal, alcanzaba con navegar sus miradas para presentir la otredad, la distancia en que sus ojos nos enjaulaban. Tuve que relajarme de mi propia fe inquebrantable en que mis pasos podrían, siempre y en cualquier cultura, romper esas barreras abstractas.
En esa vivienda, por primera vez, me animé a pedir ver de cerca esa medalla plateada que casi todas las mujeres del Lago Tana llevan colgando. Roté la moneda para atrapar la luz tenue y, a pesar de que soy medio miope, pude distinguir una efigie de mujer gastada, casi sin relieve, y un águila bicéfala en el reverso, que asocié a Austria. Días después, busqué en internet y me encontré con que eran thalers de plata austriacos del 1780. Al día de hoy no explico cómo llegaron esos thalers de plata al campesinado etíope. Leí que fueron usados como divisa durante más de un siglo, y que los campesinos se resintieron cuando el gobierno central introdujo una moneda nacional. Despechados e identificados con una moneda con el rostro de una emperatriz austríaca que nunca pisó Etiopía, y que había dejado de circular en Europa hacía siglos, siguieron usándola como ornamento para sus damas.
Uno de los jóvenes que miraba desde afuera se llamaba Kazo, y nos ofreció llevarnos a pasear por la aldea. Un ejército infantil, que no daba tregua con el tema del “moni, moni» nos acompañó mientras subíamos y bajábamos lomadas hasta llegar a un río frecuentado por pastores donde la atracción eran unas fumarolas volcánicas que asomaban en la superficie como geisers en miniatura. Había tantos y tan cerca que cuando Lau quiso sentarse para atarse los cordones, lo hizo arriba de un niño.
Entonces miré la realidad desde otro ángulo y me puse a pensar por qué toda esa cantidad de niños, adolescentes y jóvenes alborotados tenían tiempo de estar girando alrededor nuestro como electrones. No sólo no había puestos de trabajo, sino tampoco eran necesarias sus manos en el campo. ¿Cuál era entonces la necesidad de tener tantos hijos, a sabiendas de que muchos de ellos se criarán mendigando? Pensé que se trataba de la clásica falta de planificación familiar, de métodos anticonceptivos accesibles, de no tener otra opción. Poco después, alguien me explicaría que los padres apostaban a una prole numerosa que pudiera ocuparse de ellos en la vejez, a falta de un sistema de seguridad social. El efecto a corto plazo, sin embargo, era perpetuar el ciclo de pobreza, ya que la progresión se repite aritméticamente mientras los escasos recursos disponibles son los mismos y la tierra es cada vez más árida. La población de Etiopía, que era de quince millones en 1935, hoy sobrepasa los noventa. Si eso era cierto, entonces, el opresor no estaba fuera sino dentro.
Cuando retomamos el camino principal nos subimos a un bus atiborrado que iba a Delgi, el próximo pueblo. Delgi fue una tortura psicológica, un derrumbe moral. Su posición en el mapa junto al lago nos había hecho imaginar cualquier cosa menos el chaperío sin fin que era. Lo que nos impresionó no eran desde ya las condiciones materiales, porque después de India uno se vacuna contra cualquier versión de la pobreza. Pero bastó con poner un pie en Delgi para sufir el asedio constante de todos, todo el tiempo.
Ya no eran los niños mendicantes de las aldeas: eran los adultos, que hacían contacto visual sólo para gritarte “faranji” y soltar risotadas burlonas mirando a sus amigos y hablando en amárico, eran los jóvenes que te tiraban la moto encima como si fueran a pisarte sólo para reírse de tu susto, el amuchamiento imparable entorno a uno, los “where are you go?” inquisidores. La única persona que rescato fue un maestro, llamado Zedmen, que a cambio de practicar su inglés se ofreció a mostrarnos los hipopótamos del lago. Sólo que luego aclaró que se trataba de un hipopótamo muerto, que un campesino había fusilado para que no arruinara sus cultivos.
Tras enterarnos que no había barco hacia Bahir Dar nos refugiamos en un hotel. En realidad, eran habitaciones construidas detrás de un bar-comedor-borrachería y utilizadas mayormente como albergue transitorio. Los condones usados formaban constelaciones en el piso, y el baño compartido era una letrina hedionda desde la que, por la dirección casual del viento, nos llegaba una brisa fría y fétida. Etiopía es el primer país que no atenúa la mierda con productos de limpieza de gusto fresado, sino que la deja al descubierto como parte de la dureza de la vida. Por momentos, África es más cruda que mágica.
Esa noche en Delgi fue dura porque, además, no había comida. Recorrimos todo el pueblo, pero a pesar de que los carteles de los comedores prometían cuartos de pollo y hamburguesas grandiosas bajadas de Google, sólo servían cerveza a una clientela ya ebria. Si pedíamos comida se nos reían en la cara. En las semanas siguientes nos daríamos cuenta que, aunque las verduras y frutas escasean en muchas aldeas etíopes, y la gente sobrevivía a base de injera, la cerveza y los aguardientes nunca faltan. Finalmente, en un comedor atendido por niños, accedieron a prepararnos un omelette con cebolla y tomate. Etiopía logra eso: que un omelette te haga sentir como un rey.
En Delgi me di por vencido y admití que no tenía sentido seguir viajando por tierras donde la gente era, por lo general, agresiva con nosotros. Decidimos regresar hacia Gondar y acampar en Gorgora, un puerto sobre el lago desde donde podríamos tomar un barco a Bahir Dar, cuyos famosos monasterios ortodoxos eran nuestro objetivo.
Camino a Gorgora hicimos una parada para almorzar en Chwait, donde también sucedió algo revelador: una mujer se acercó a Laura para preguntarle si sabía cómo diseñar un esquema de irrigación para que los campos rindieran más. La situación me hizo acordar a cuando en un páramo desolado de Ecuador, una familia campesina nos preguntó si sabíamos cómo ayudarlos con el mismo desafío (mientras el cura los sermoneaba cada domingo en misa para que desistieran del pecado del preservativo y tuvieran más y más hijos, diciendo que la mujer siempre debe decir que sí cuando el hombre propone). Cuando Lau dijo que no éramos ingenieros, la mujer fue clara:
– Entonces volvete a tu país.
El maestro que traducía la conversación no podía más de vergüenza. Me parecía curiosa que esa gente viviera junto al Lago Tana, que es la fuente del Nilo, y en dos mil años no hubieran encontrado la forma de transportar el agua hacia sus campos, como hicieron incas, romanos y sus propios vecinos sudaneses y egipcios desde la época de los faraones, con bueyes atados a ruedas, acequias, baldes de madera y toda clase de aparejos rudimentarios pero efectivos.
La mujer esperaba a que los ingenieros europeos resolvieran su problema. Los niños en la carretera esperan que cualquier faranji que pase les diera una moneda. A otra escala, el gobierno etíope recibe miles de millones de dólares al año en concepto de ayuda humanitaria. Según estiman fuentes especializadas, sólo el 30% de los 150.000.000.000 de dólares que África recibe a modo de donaciones para desarrollo, llega al pueblo. El resto es relocalizado en cuentas offshore por los políticos que, sin embargo, siguen machacando con que la culpa de todos los males es de la colonización europea, aunque ésta haya terminado hace 50 años y en el caso de Etiopía, directamente, no haya existido. Supongo que, como en todo el mundo, siempre es más fácil patear la pelota afuera que apropiarte del problema y buscar soluciones.
Gente que trabaja en la ONU me aseguró que Etiopía es, lejos, el país del África subsahariana que más dinero recibe. Pero a su vez, puertas para adentro, sostiene una doble moral y vigila a las ONG para que ayuden en voz baja y no hablen demasiado sobre la situación humanitaria. De manera similar, si un gobierno extranjero dona alimentos para palear las frecuentes hambrunas en la región de Afar, la comida llega en camiones del gobierno (Lo sé de primera mano: me levantó a dedo uno de esos camiones). Según la versión oficial no hay problemas ni violaciones de derechos humanos en Etiopía. No se pronuncia una palabra sobre la represión bestial a los movimientos sociales en la región de Oromia, (100 muertos sólo el pasado fin de semana) y se responsabilice del descontento a la comunidad etíope emigrada a través de las redes sociales (motivo por el cual los bloqueos a internet son constantes y duran días).
Claro que mucha gente prefiere quedarse con la parte romántica de todo. Por esos días había un Encuentro Rainbow en Etiopía. Llegaba gente de todo el mundo y en la presentación del evento se hablaba del reencuentro con nuestra madre África, y el regreso a la sabiduría primitiva de los pueblos. Por lo que se veía en los foros la gente saltaba del aeropuerto al sitio del evento a juntarse con otros extranjeros, sin convivir con la cultura local de la que llegaban, a priori, enamorados. Yo me preguntaba si esa sabiduría primordial se referiría al hecho de que el 75% de las mujeres etíopes fueran mutiladas genitalmente por sus propios padres al alcanzar la pubertad, o a la abierta xenofobia y al racismo que las etnias que conforman Etiopía se manifiestan entre sí, o al machismo dominante que relega a las mujeres a las tareas más duras mientras los hombres se las piran de la realidad mascando khat, un estupefaciente natural permitido. Romantizar desde el teclado realidades que se desconocen, es muy tentador.
Durante semanas me costó asumir que, después de esa experiencia en Delgi y alrededores, habíamos empezado a esquivar a la gente. Al llegar a un pueblo o ciudad, en vez de buscar que alguien nos alojara como un método para estrechar lazos y conocer de cerca la cultura, nos metíamos en un hotel. Si un grupo de niños se acercaba, poníamos cara de pocos amigos para que se fueran. Esto no sucedió de un día para el otro. Nos quedamos dos meses más en Etiopía, viajando siempre a dedo, y cada vez que nos acercábamos a una aldea o salíamos de una nos exponíamos a lo mismo: hordas de gente asediándonos, burlándose, y niños despegando a mendigar desde los brazos portaviones de sus madres.
Un vez, dos adolescentes que marchaban sosteniendo una viga de madera sobre sus cabezas, al vernos, pusieron el modo “manos libres” y alargaron la palma hacia nos, los cajeros automáticos con patas. En un comedor de Harar, unos policías nos invitaron a almorzar con ellos porque, según dijeron, habían pedido demasiada comida. A los cinco minutos desaparecieron con la sincronía silenciosa de los ninjas, dejándonos con la cuenta de lo comido y bebido por media comisaría.
No podés vivir poniendo todo el tiempo la otra mejilla, y gradualmente fuimos ajustando nuestras expectativas a la realidad. Aunque conocimos personas abiertas y bondadosa (los camioneros fueron ángeles), estos casos eran aislados. Siento que Etiopía me alejó de su gente. Y lo peor: me hizo temer injustificadamente que el resto de África fuera igual. (Dos meses después del episodio y ya en Kenia respiro tranquilo ¡no lo es!).
Supongo que me cuesta poner esto en palabras porque siento que hay un molde de “discurso viajero aceptable”, estereotipado, según el cual todo debe ser siempre cautelosamente rosa. Hartarse, putear o llegar a un país y decir “no me gustó lo que vi” parece estar más allá del carácter ejemplar que se nos exige. Basta que uno se salga un reglón de lo esperable para que alguien levante el dedo acusador con frases del tipo: “me extraña que un viajero como vos…”. Como si ser explorador de la diversidad cultural del mundo te obligue a sentirte a gusto con todo, siempre. ¿No dudarías de mi honestidad si en todos los países la gente me pareciera encantadora, si nunca tuviera críticas? Las críticas han siempre impulsado a las sociedades a reinventarse y mejorar, y su ausencia no equivale al respeto sino a la indiferencia o incapacidad de análisis. Espero que nunca me hayas puesto en ese ridículo pedestal para autómatas. Este es un blog de un humano que camina mochila al hombro, nada más, nada menos, y este capítulo oscuro un contraste necesario para que brillen el resto de las personas maravillosas que conocí y seguiré conociendo en esta vuelta al mundo sin fecha de retorno. ¡Buenos Caminos!
Hola!
Es la primera vez que te leo, y me encantó como escribes (lástima de la dura experiencia). Me pasó un amigo tu artículo porque le platiqué que estoy escogiendo a qué país del este de África iré este octubre con mi novia japonesa. Yo le tenía muchas ganas a Etiopía por su historia, tan diferente y rica. Pero una y otra vez he leído cosas malas, salvo de una amiga que fue con un grupo de teatro. Yo por lo general viajo en bicicleta y he escuchado que los niños, ocasionalmente, te lanzan piedras… en fin. Ya no es una opción para nosotros y lo siento por la gente de ese país.
Tengo un favor grande para pedirte: que me aconsejes, cuál de los siguientes tiene la gente más amable y menos mal intencionada, ya que estamos en esto, o cuál me recomendarías como mi primer viaje a África, con mi chica. Uganda, Ruanda, Tanzania, Kenya, Mozambique o Sudáfrica. Si no tienes tiempo lo entiendo perfecto. Saludos y gracias!
Tanzania sin dudas!
De nuevo te felicito por la crónica!
Las noticias que van llegando (como en todas partes si no sabes que fuentes utilizar) no suelen ser del todo veraces. Sólo el contacto con la realidad te ayuda a hacerte una idea sobre la situación de cada zona del mundo. Nada es tan idílico como nos gustaría que fuera, y la realidad suele ser una bofetada en toda regla.
Y sin embargo, ahí estamos, dejándonos cautivar por lo bello de cada situación y percibiendo lo más oscuro, intentando que no haga demasiada mella en nuestro ánimo y agradeciendo que nos dé claves para, desde la serenidad, intentar comprender la complejidad del mundo en que vivimos.
Muchas gracias Juan, estás siendo un muy importante hallazgo!
Gracias Gloria por la buena onda y por ser cómplice de estos textos!
De nuevo te felicito por la crónica. Las noticias que van llegando (como en todas partes si no sabes que fuentes utilizar) no suelen ser del todo veraces. Sólo el contacto con la realidad te ayuda a hacerte una idea sobre la situación de cada zona del mundo. Nada es tan idílico como nos gustaría que fuera, y la realidad suele ser una bofetada en toda regla. Y sin embargo, ahí estamos, dejándonos cautivar por lo bello de cada situación y percibiendo lo más oscuro, intentando que no haga demasiada mella en nuestro ánimo y agradeciendo que nos dé claves para, desde la serenidad, intentar comprender la complejidad del mundo en que vivimos.
Muchas gracias Juan, estás siendo un muy importante hallazgo!
Juan, te sigo de hace mucho tiempo porque eres todo un ejemplo de persona y viajero (Aunque no nos conozcamos).
Tan sólo quería decirte de parte de mi mujer y mía, que estuvimos en Etiopía tan sólo un mes, que lo que comentas en esta entrada es TAL CUAL lo que vivimos nosotros.
Se nos hizo MUY dura Etiopía en muchas ocasiones, llegando a agotarnos…
Lo que comentas del machismo es exagerado, a mi mujer la agotó por completo y a mi también.
Sin embargo la región es increíble a nivel de fauna, flora y paisajes.
Un fuerte abrazo!
Me encantó el relato. Forma parte de descubrir. El mundo no es justo ni perfecto y esto es una de las mil pruebas que encontramos.
Gracias por compartirlo y hacer que uno no se olvide de ciertas realidades cuando planifica un viaje:)
Un abrazo fuerte a los dos
Sos crack! Sigan asi
Post muy bueno Juan. El viajar -incluso haciendo dedo y couchsurfing- es un privilegio, por haber nacido en un lugar sin conflictos mayores y con un pasaporte aceptado en varios lugares, en un entorno que nos permite desarrollar nuestra curiosidad y despues viajar. Se tiene que ser consciente de ello pero al mismo tiempo, en nuestros casos -ya varios continenetes o regiones a cuestas- a veces se nos pide que seamos más abierto y tolerantes a todo por haber recorrido caminos previamente. Eso no es ni sano ni posible.
Este tipo de documentales personales sirven para ver otras realidades pero esto no significa que tengamos que querer y correr a todos en cada lugar al que vamos, eso se gana.
Hermoso relato, pero sobre todo real y humano! agradezco que compartas la experiencia, porque es necesario aveces una cachetada a la realidad, por que esto es y existe!
… «Romantizar desde el teclado realidades que se desconocen, es muy tentador «… ufff tan real y tan cierto….
GRACIAS!!!
buen viaje!!!
Hola apenas leí sus escritos y en verdad me encantan mucho, yo también quiero ser mochilera, puede darme algunos consejos por favor!
Si hubiera más gente así, otro mundo seria
RESPONDER
Juan Pablo. Laura:
De ahora en adelante son un ejemplo. Una inspiración!
La paz esté con ustedes. Saludos desde México.
Gracias por sumarte a la caravana! 🙂
Gracias por compartirlo. Es imposible que todo sea color de rosas y generar empatía con todas las culturas. Más cuando el asedio se vuelve cotidiano y no encontrás luz en la oscuridad. Valentía la de ustedes intentar revertirlo por más de dos meses.
En un par de meses empiezo a explorar Africa y sus notas son gran puntal.
Buenos caminos acróbatas!
Rommy
Gracias Rommy por el alient, y qué bueno que vengas a Africa! Abrazo desde Tanzania! Fijate que esta semana estoy subiendo los posts del safari que hicimos en Tanzania, altamente recomendado.
Pingback: La ciudad de barro más grande del mundo y otras experiencias en Trujillo – Alto Viaje
Buenisimo el post Juan!
suelo leer blogs de viajes y como viajero aveces extrano un poco la falta de critica o quizas de una mirada un tanto menos condescendiente con los lugares o culturas de las que se escribe. En un viaje largo no todo suele ser color rosa, como bien comentas en el post, y eso no es ser negativo sino ser objetivo y hablar de tu real impresion del lugar y su gente, se agradece la honestidad!
Felicitiaciones por el blog, hace un par de anios que leo tu blog y me parece muy interesante e inspirador.
Saludos desde Asia de un chileno en ruta…sigue disfrutando del mundo acrobata!
Gracias Rodrigo por el comentario! Supongo que este articulo ha servido como termometro para ver si del otro lado habia empatia. Parece que sobra. Gracias por la buena onda y seguimos comunicados!! Abrazo hasta Asia!
Excelente!!!!
Te felicito por la honestidad con la qve compartís tus vivencias. Mi admiración y profundo respeto para uds. Un abrazo!
Gracias Caro!!
Dicen que el Amor no es Amor solo por decir las cosas bellas de lo que es amado, si no porque el Amor dice de forma amorosa todas y y cada una de las cosas, incluidas las innombrables y vergonzosas.
Tus palabras son de un amor infinito hacia una realidad que amas y, precisamente porque la amas, solo podías escribirlo de esta forma. Tus pasos amorosos han alcanzado mucho más de lo que nunca lo han hecho, creeme, es infinitas veces más difícil decir a un ser amado las imperfecciones que las bondades. Y por supuesto, que ocultarlas en un adorno de palabras biensonantes que encierran una realidad distinta.
Le has hecho un favor a Etiopía, porque las palabras encierran un poder y una magia a la hora de pronunciarlas y escribirlas.
Felicidades, mago.
Gracias Dani por tu perspectiva! Parece que mis excesos de amor terminan con palabras afiladas y reflexiones dificiles entonces. Es que hay mucha soberbia en la aceptación incondicional cuando en realidad está motivada por la culpa que a muchos produce venir de un país más favorecido. A la humanidad toda la amo por igual, y a veces, por ende, le exijo por igual… Seguimos comunicados Dani!
Brillante relato. Agradezco y felicito tu sinceridad. No siempre tiene que ser todo perfecto en un viaje, no siempre te tiene que gustar todo de otros países y sus culturas, ni de su gente. Eso lo aprendí con Aniko, y ahora lo repaso contigo. Eso lado no tan agradable también forma parte de los viajes, y hace que apreciemos más las cosas que lo valen.. Éxitos en los próximos caminos! Y saludos a Laura! Siempre los leo desde Paraguay.
Qué duro tiene que haber sido, que suerte que el viaje continúe y se sientan más a gusto en otros lugares después de esas experiencias.
Desde que empezaron el viaje a África me maravilla leer lo que van contando, ya que sin dudas es el continente del que menos conocemos su realidad, creo que no tenemos ni idea. Y muchas veces es el que menos se nos ocurriría ir a conocer…
Gracias por escribir con esa honestidad viajera
Buenos Caminos!
Hola otra vez! Gracias por comentar, si, ya pasó la parte más trabada, ahora la gente vuelve a ser sonriente. Cada zona, cada región, imprmime al ser humano una personalidad distinta. Y es un mapa que no tenemos, que nadie tiene, que hay que inventar mientras se dan los pasos…. En esa estamos, gracias por acompañarnos!
Bravo! Hay que ser valiente para viajar y para narrar lo viajado. Me ha encantado la entrada y lamentablemente esa opion ya la había leído sobre Etiopía… Muchas Gracias por compartir vuestra experiencia y no dejéis nunca de ser sinceros! Un abrazo!
Sinceramente, uno de los mejores post viajeros que he leído. Por momentos me hiciste acordar al sarcasmo de Anthony Bourdain quien siempre habla de lo que no le gusta y muchos lo critican por ello (aunque obviamente su forma de viajar sea distinta a la de ustedes). La imagen que te venden de Etiopía difiere evidentemente de la realidad, y como afirmás, los extranjeros van y se juntan con otros extranjeros. Me hace acordar a muchos viajeros que van a la India, que vuelven hablando de la iluminación y lo espiritual y la realidad es que nunca pusieron un pie fuera del circuito turístico. Muy buen relato!
jaja tal cual, conviví con muchos «Iluminados de hostel» en India, que temblaban y se les apagaba la luz cuando les decía que a la otra semana me iba a Pakistán, donde no había cerveza ni marihuana ni ropa de colores para ambientar las experiencias cumbres con el cotillón adecuado! 😉
Las hienas son buenas, 😛 sin miedo y adelante.
Hey. Juan. Un número para ponerme en contacto con vosotros?
Escríbeme el tuyo por aquí y te cuento.
Abrazo,
Toni Rodríguez.
Hola Toni, nos puede escribir por el formulario de contacto al que accedes por el menú principal. Un abrazo!
Que triste historia Juan… A veces la barrera cultural es mas fuerte que el intento de acercamiento con humildad.
Voy a caer en el error de comparar (y digo error porque cada lugar es un mundo, con sus problemas y matices) pero creo que en este caso la repercusión negativa del turismo se pone claramente de manifiesto.
Aquí en Marruecos, donde vivo desde hace unos años, pasa algo parecido con la mendicidad de los niños (y no tan niños) en determinadas regiones. Estas regiones coinciden con lugares de paso del turismo de masas o turismo no responsable sin mas, en el que el extranjero viene cual «rey mago» repartiendo caramelos, dinero, u otros artículos inservibles para las gentes de los pueblos, que lo único que consiguen es abrir mas la brecha entre el extranjero y el local, y alimentan la creencia de que el de fuera tiene en abundancia y tiene la obligación de dar y el de dentro carece de ella y tiene el derecho de recibir. Y de paso perpetúa la actitud de no esforzarse para conseguir la cosas, y esto a su vez se trasmite de padres a hijos.
El resultado final no es solo que el niño pide por voluntad y decisión propias, sino que incluso los padres los mandan hacerlo, ya que volverán a casa con mas dinero que si hubieran ido a la escuela.
Triste pero real. Lo vi y lo viví infinidad de veces y pienso que en este tema, el turismo ha de hacer una reflexión sobre su conducta y valorar la repercusión de sus actos.
En vuestro caso, que de sobra sabemos que viajáis siempre desde la humildad y con la filosofía del acercamiento a otra culturas de igual a igual, poco mas podéis hacer mas que trasmitir lo ocurrido desde vuestros blog para invitar a que la gente reflexione. Y ojalá, desde la otra parte, las gentes de aquel lugar recapaciten tambien sobre lo ocurrido y empiecen a ver el turismo de otra forma…
Con respecto a las vacas, y volviendo a comparar ¿estas vacas viven en un entorno de mucha sequía?
aquí en el desierto los nómadas y familias campesinas de mi zona, hacen quesos y otros derivados de la leche de forma casera, solamente en situaciones especiales (celebraciones) ya que la sequía que azota la zona no permite a los animales casi ni alimentar a sus crías y la leche no es especialmente buena.
Eso si, los yogures para beber de distintos sabores así como otro tipo de productos procedentes de la leche, se comercializan. Aunque el queso en concreto, por estas latitudes, a precio de oro!
Quizás en Etiopia simplemente no tenga la cultura de comer queso o trabajar la leche para obtener otros productos… (?)
En fin, la situación da para reflexionar largo y tendido. Os deseo mejores experiencias por Kenia (que me consta que las estáis teniendo) y que todo lo ocurrido sirva, como poco, para reflexionar.
Muy buena ruta!! Seguimos aquí detrás, esperando noticias 🙂
Hola! Totalmente de acuerdo, el dar monedas o dulces a los niños mendicantes sólo fomentan la mendicidad y en definitiva sólo benenficia al que da, que siente su ego engrandecido, recibiendo más de lo que otorga. Lo raro es que en Etiopía casi no hay turismo, mucho menos de masas, y las zonas que visitamos están totalmente fuera de la ruta turística si se puede decir que hay una…. Pero bueno, ahora ya estamos en Kenia y nos reconciliamos con el continente, muy distinta la gente!! Muchas gracias por tu comentario, a ver si las rutas nos cruzan!
En Kirguistán, preocupados por este tema, hay carteles en todas las oficinas de turismo que dicen «no des dinero a los niños, no les enseñes que son pobres». Cuanto daño podemos hacer sin darnos cuenta… Que razón tienes!
Así es… Gran parte de la culpa de la hostilidad que en ciertos países tiene hacia el extranjero, la tenemos los propios extranjeros que fomentamos practicas que lo refuerzan, por viajar, ver y actuar desde nuestro prisma, desde la visión propia del rico-pobre, y desde la compasión… sin analizar las consecuencias de nuestros actos.
Pero en esta zona no hay turismo ni presencia extranjera. Creo que hay una soberbia encubierta en incluso creernos responsables hasta de los defectos de los demás. Hay que aceptar que hay culturas que pueden ser hostiles y punto. Y no ponernos como siempre en el vértice como causa de todo. Así que disiento ajja Beso.
Juan, primero que nada me sumo a las voces que prefiere leer una vision sincera del mundo antes que escenarios edulcolorados. Este es el primer post de vos (aunque muy bueno) que tengo que leer dos veces seguidas para asimilarlo. No me puedo imaginar lo que les tomo a Laura y vos escribir esto.
Justamente hace poco lei un post de una italiana sobre su visita a Cuba y como tampoco logro conectar con su gente. Me imagino que vos tenes una opinion distinta de los cubanos.
http://www.myadventuresacrosstheworld.com/cuba-cubans/
Otra cosa que me llama la atencion es que en post anteriores hay claves de un aparente nacionalismo fuerte en Etiopia. No se si eso juega en el tipo de interaccion que tuvieron los locales con ustedes. Claro seria simplificar mucho la respuesta que solo fuese por eso, pero podria ser un condimento.
Buenas vibras desde Australia!
Hola! Gracias por comentar! Seguramente el nacionalismo juega un rol. Pasa que en este caso como la nación equivale a la raza. La verdad sin adornos es que son racistas, no todos claro. uN ABRAZO!
Hola!Hace un rato escribí en el blog de Laura y ahora me animo al tuyo.
A mi Africa me enamoro, pero lo hizo cuando me fuí y la recorde.
Releyendo tu historia también recorde la mía…
Las habitaciones de los hostels llenos de preservativos.
Yo de aquella viajaba sola y recuerdo que ante situaciones así les decía a la gente que trabajaba allí que cogieran una escoba y una bolsa que nos tocaba limpiar.
Limpiabamos entre todos la habitación y recogiamos los preservativos.
Todo con lejia y estropajo que llevaba en mi mochila.
Después como bien indicas intentaban cobrarme una millonada por dormir, y yo les decía que tenian que descontarme la limpieza, etc…
Lo bueno que tiene Africa es esto.
Te pone a prueba a cada segundo.
Y muchas veces quieres mandarlos a cagar a todos!!!!
Y si…
El viajero no es un superhombre, o si…
Por eso viaja.
Me encanta haber descubierto vuestros blogs!
Fuerza!!!
Gracias Zahora por el comentario! Muy gracioso eso de que te descuenten por la limpieza jaja lo voy a poner en práctica! Abrazo grande!
Muy bueno, equilibrado y sincero. Así es… ni el hombre es siempre el lobo del hombre, ni Rousseau estaba en lo cierto… la cosa es mucho más compleja, y por eso es un placer leerte. Buenos caminos!
Gracias Enrique por el comentario y por acompañarnos en este viaje que busca alejarse de las verdades fáciles. Abrazo desde Kenia!
Me alegro que hayan salido adelante. No te preocupes por las expectativas de nadie, si fuera un blog azucarado, no te creería. No todo el mundo es lindo ni toda la gente es bondadosa y tu blog es para contar lo que vez. Gracias por escribir con franqueza y crudeza. Abrazo viajero.
Blogs azucarados jaja no se me había ocurrido la expresión. Esperemos tampoco no abusar con la amargura y seguir descubriendo gente linda. Pero cuando eso no suceda, ahí estará el filo de las palabras sinceras.
Hoal Juan, muy vícvido el relato, transmite a full. Gracias por seguir adelante. En algun momento de la lectura me temi un parate en el viaje. Que seria entendible. Les mando un abrazo afectuoso desde Cordoba tomando un fernee!!!??
jajja Retroceder nunca! jaja (por ahora al menos) Abrazo grande che!!
gracias por compartir tu experiencia Juan, y animo que solo son etapas. Desde aqui la mejor de las vibras y por supuesto en mi casa te esperan asado y vino en abundancia. Fuerte abrazo a los dos. Buenos Caminos !!!!.
Gracias Marce!!
A veces hay que aguantar el calor con el saco puesto, no queda otra. No aflojen che
Lo leí cerca de las 3 Am rogando que el iPad no se descargara (no estoy cerca de un enchufe), y lo terminé casi sin pestañear. Muy bueno. Las realidades a veces chocan tan fuerte que no se logra comprender el entorno a tiempo. Siempre los he admirado por la forma en que viajan y cómo lo narran, contar lo que viven sin maquillar las imperfecciones es lo que nos hace abrir sus blogs y sentarnos a leer. Ahora comprendo que es normal no enganchar siempre con un sitio. Saludos para Lau y para ti desde el norte de su querida Argentina que tanto nos ha encantado!
Hola Samir! Gracias por el comentario! Tal cual, no siempre se engancha! Uy que envidia, están el el NOA…. muy buenas energías hasta allá!!
es por obvias y muchas razones lo mejor que e leído, gracias juan.
A vos!!
Hola Juan!! Excelente relato, sobre todo por la transparencia. Lastimosamente, en este ultimo viaje me ha pasado que no logré conectarme con la gente local, y fue frustrante, hasta te diría angustiante. En un momento pensé, por qué quedarme en un lugar donde me tratan mal? Puedo entender lo que se siente, a pesar, de que sean lugares totalmente diferentes.
Te sigo hace bastante, amo tus relatos, has sido mi motivación para lanzarme en la aventura de viajar. Les mando un abrazo fuerte a vos y a Lau, los voy siguiendo en su aventura!!! Buenos caminos!!!
Hola conquistadora de sueños!! Gracias por el aliento y por seguirnos!! Hay que sobreponerse, que la ruta y el mundo es ancho. Abrazo grande!
Que pedazo de articulo, muy bien escrito. Una lastima las malas experiencias, pero el conocer África siempre va de la mano con reconocer un pueblo que no se cree capaz de valerse por si mismo.
Quede impresionado con la fuerza de tus palabras, mañana compro el libro, jejeje 🙂
jaja Gracias Miguel por el comentario!! (y por el pulpo y la shisha híbrida de anoche) jajaj Abrazo grande!
Juan, me parece brillante y aleccionador tu catarsis viajera, es la realidad despojada de cliches ideológicos panfletarios lo que experimentaron, te hace más confiable y creíble en tus apreciaciones…..gracias, abrazo a los dos. Siempre se aprende y como dijo Don Manuel…..»nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio»
Coco- Villa Adelina.
Gracias Coco por el aguante de siempre en las buenas y en las malas!!
Increible tu relato, por lo autentico y descarnado. No todo es «rosa». No todos huelen bien, no siempre la comida es «increible». Bienvenido el relato autentico.
Gracias por compartirlo.
Abrazo.
P.D ….a Etiopia,….ni en pedo. Jajajajaja
Tremendo relato. Gracias por permitirnos captar algunas vivencias desde este lado del monitor. Abrazo.
Juan,
me ha parecido un relato valiente. Gracias por compartirlo.
No olvides venir a vernos cuando llegues a España.
Saludos desde Zaragoza.
Agendado! 🙂 Un abrazo desde Africa.
Excelente crónica y mejor crítica. Como siempre, un gustazo leerte mi querido Juan.
Un fuerte abrazo a los dos
Gracias Caro por el comentario, que bueno que guste a mis lectores de la primera hora!
Mi admiración total para ustedes. Viajé dos años por Sudamérica y al año ya estaba súper cansada, y pensaba en ustedes y decía: ¿Cómo pueden? La respuesta es la pasión que tienen por lo que hacen, y esa pasión no significa que dejen de ver al mundo con ojos críticos, pero sobre todo, como dices aquí, como humanos. Tu post me dispara dudas acerca de mi gusto y mis objetivos al viajar. Además, me inyecta curiosidad y las ganas de informarme acerca de la vida que transcurre en estos lugares del mundo.
Más posts como estos, de humanos que viajan.
¡Gracias!
A la orden pues! Sinceridad brutal ajja