Camino al puesto policial encuentro este niño jugando sobre un vehículo militar ruso destruido y cubierto de grafitis. Los rusos se retiraron de Afganistán en 1989, dejando detrás todo tipo de juguetes en ruinas con que los niños del aséptico primer mundo sólo pueden soñar. Hay que buscar el lado positivo. Pienso también en el karma de la máquina, que como si estuviera purgando su pasado, ha terminado cumpliendo un fin mucho más digno que aquel para el que fue concebida. Pasa en todo el mundo. En Vietnam se usan las carcasas de las bombas norteamericanas sin estallar como material de construcción. Las locomotoras a vapor bolivianas se dedican ahora a atraer a los turistas al cementerio de trenes del Salar de Uyuni y, hasta hace poco, los jubilados de Fontana, cerquita de Resistencia, en Argentina, iban a cobrar su jubilación en un Ford A modelo ’30 adaptado para desplazarse sobre rieles, que hoy se oxida en una vía muerta. Claro que, en Sudamérica, es el boicot estatal sin agresor externo el que permite esa elegante decadencia ferroviaria.