La efímera máscara de la identidad.

Alfarero, ten cuidado con esas vasijas, ¡pues ellas son tus antepasados!”
Omar Khayyam

Se relame la naturaleza, se revuelca arrobada en el lecho de sí misma. No necesitaré regar las flores de Cecilia, porque la lluvia ya les acerca el necesario correo que sus raíces reclaman. Desde ríos, esteros, y lagunas anónimas. Cada gota migra hacia flores y raíces inesperadas, lejanas, cercanas, desconocidas. Eso me recuerda que la mesa sobre la que escribo y fumo también esta hecha de lluvia, que primero fue semilla, luego árbol, más tarde madera, que transportaron camiones que también tuvieron que soportar la lluvia, y que al final alguien dio forma de mesa. La caracola en cuya concavidad apago la colilla del cigarrillo también es océano, tormenta, salitre y lluvia. Puede esconder o no el sonido del mar, pero al igual que la mesa tiene cifrada en su hechura y en su existencia la complicidad del resto del universo. Cada cosa puede contar la historia del resto de las cosas, porque cada cosa ya ha sido todas las demás. Cada cosa es sólo un momento visible de otra cosa eterna que se nos escapa, porque las flores volverán al humus, y de allí saltarán a la cebolla o al perejil y de allí a nuestra cena. Nosotros seremos esas flores, por lo que al mirarlas en realidad nos estamos contemplando en un espejo moroso. Porque el resto de la cadena nos está vedado, pero todos los hombres fueron y serán flores, niebla y estrella. La reencarnación es superflua, cada átomo que nos urde fue alguna vez lluvia, gacela, tambor africano o piedra del Cuzco, fue sudor de Cleopatra o polvareda en la Batalla de Lepanto. Este escrito, inactual y eterno, será emoción en un lector desconocido, será pensamiento, corriente eléctrica y adrenalina, y algún día volverá a la tierra. Por ese declive no hay fronteras, banderas ni paraguas, no hay tronos ni pureza. Nos pertenece todo, y todo nos es ajeno. No hay propiedad sin identidad, y ésta es una máscara efímera. Estas líneas tienen incontables autores involuntarios, desde mis antepasados hasta los niños que cosecharon las naranjas que comí en 1999 en Córdoba. Tu mirada ya viajaba agazapada en ese vapor galo que remontó el Paraná y contrabandeó la mitad de esta historia a los trópicos, y todos los olivos sicilianos fueron necesarios para que yo te viera por primera vez hace cinco años en la Calle Presidente Perón de Buenos Aires. Con el amor que prometió tu mirada me llegaron los ecos del deseo de la primera ameba y el rubor de la primera mujer enamorada. Aunque no lo parezca, aunque lo disimule el torrentoso río del devenir y su carnaval esquivo de moldes en desuso, asoma el cosmos en la sombra del gato de la esquina, en los fideos con arvejas recalentados y en el beso de la última despedida. Como siendo del templo la columna oculta a toda perspectiva, el silencio que da sentido a la música, se perpetúa este caos sin ortografía. Este universo es una pirueta que comienza en todos sus puntos posibles, no hay dirección ni punto de partida…

5 comentarios de “La efímera máscara de la identidad.

  1. Mannis dice:

    Buenos dias excelente blog!!! Una consulta. Estoy pensando en tomar el tren desde buenos aires hasta Tucuman, luego la idea es seguir rumbo al norte… Me gustaria conocer los valles de tafi, una vez que llego a san miguel de tucuman que me conviene hacer para escaparle al centro e ir a los valles? como ves hacer dedo desde los valles hasta jujuy?

  2. Acrobat of the Road dice:

    a todas esas fuentes de inspiracion que mencionas hay que agregarle la para mi mas fundamental, un monje que una vez le decia a su discipulo, en tailandia, que la mesa del desayuno era el cosmos, porque alli estaban incluidas la lluvia y el viento… Las flores enmarañadas son la cùpula de una mezquita persa… y las manos de tibieza sanadora te esperan.

  3. Ceci la Loca dice:

    waaau
    no sabía que una canción de Drexler, un efecto mariposa en el caos, unos fideos deliciosos con zanahorias y arbejas, unas plantas sedientas en mi balcón, una mesa que a penas soporta toneladas de fotocopias del saber occidental, una vasija ante los ojos de un poeta antiguo y luego unos versos, podía generar tantas flores enmarañadas de unas manos de tibieza sanadora…
    Atónita flor de Mburucuyá, après la pluit.

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