En una de estas viviendas amplias, encaramada en una colina funciona el centro cultural. Un hombre moreno llamado Teo nos abre la reja. Sentados a la mesa del jardín, Shirley nos cuenta que todo funciona en base a la educación autogestionada. Los mismos chicos que bailan hip hop enseñan a leer a los ancianos mayores. Hay un cine club y una biblioteca que abarca desde cuentos infantiles hasta las obras completas de Edgar Allan Poe. Todo con el sudor y el desvelo de militantes solteros que accedieron, como Shirley, a la universidad, y vierten su educación para mejorar su comuna.
El día que llegamos se había organizado una minga: toda la comunidad cooperaba para restaurar un espacio público puntual, la canchita de fútbol. Jóvenes con crucifijos y tatuajes que tararean letras de Calle 13 alisan la cancha, otros plantan árboles. “Aquí la gente se reúne para las mingas, las rumbas y los velorios” – asegura Heber un joven con aire de rapero. Aunque el terreno no debe tener más de 20 metros, la policía quiere quitárselo y exhibe viejos títulos de propiedad. Eso sí, para reclamarlo esperaron a que los chicos terminaran de pintar la línea de mediocampo. Par restaurar el esfuerzo colectivo una mujer revuelve una olla popular con fréjoles y carne de cerdo. Como falta para que la frejolada esté lista, compro un cigarrillo suelto y me eyecto a perderme por los pasillos estrechos del barrio.
Cuando me dijeron que Siloé era una okupación, o invasión, para ponerlo en la jerga latina, me imaginé un endeble entramado de chapas y estera. Pero me equivoqué, si bien no hay lujos ni terminaciones elegantes, las casas han sido construidas con dignidad y optimismo, siempre haciendo lugar para un hipotético segundo piso antes de echar losa. Es un cubismo proletario en textura mixta, con materiales de ladrillo a la vista, con techos de chapa anclados con la ayudita de alguna piedra, pero con solidez al fin. Sonia, una mujer que vive aquí hace 21 años, lo declara con orgullo: “es muy rico vivir aquí”. La mujer, que tiene un pequeño comedor en la esquina, se ha internado conmigo por uno de los pasillos, esos pasadizos del que uno ve emerger canes cimarrones como conosieurs de su suburbio. En un recodo, dos chicas coquetas de polleras frescas y blancas mecidas por la brisa estudian un catálogo de Avón.
Dos casas más adelante está la humilde morada de Sonia, de una simpleza enaltecida por canteros de rosas y crisantemos. Cuando me invita a entrar mi pulso se acelera por la oda al cariño que descubro. En la cocina un inquilino en cuero lee un librillo titulado “Cómo enriquecerse espiritualmente” – acaba de llegar del campo, es un alma anónima que no es dueña de una sola baldosa de esta ciudad. Aún así me saluda con la misma educación y alegría de la vida con que lo hacen los colombianos más apoderados, demostrando que en Colombia la calidez es un valor trasversal a los estratos. Una lona verde impide ver la chapa desnuda del techo, pero la vista hacia la apática y humeante ciudad en el llano es la venganza de los siloenses.
Me despido de Sonia y me escurro por otros pasillos. En un poste encuentro un esténcil, con el contorno familiar del Che con el rostro retocado con una amplia sonrisa y la leyenda: “El Che feliz en Siloé”. No desentonaría encontrarse a la bicicleta del Pocho Leprati imprimiendo su descanso fantasmal sobre uno de los muros. Nuestras visitas a Siloé fueron muchas. Bajo una torre de alta tensión que quedó cercada por la barriada conversé otra tarde con Emilio, un hombre que regresa del trabajo. Se gana la vida enterrando a los ricos en el vecino cementerio privado. En una ciudad con 1800 asesinatos por año, casi nunca tiene franco. Parece que en la lucha de clases, a veces la victoria es morosa.
Holaaaaa, creo que han pasado muchos años desde que escribiste este blog y como oriunda de Cali y visitante recurrente de Siloé te quiero decir que describiste de una forma muy hermosa el barrio, para mi la tenacidad, el cariño y la «recocha» de su gente es fuente de inspiración para mi proyecto de emprendimiento, en definitiva es un barrio que se ha estigmatizado demasiado.
Ojalá puedas volver! Un abrazo.
Muchas gracias Stefa por tu hermoso mensaje, también deseo volver algún día!!
Muy interesante la manera de narrar tus experiencias. Realmente se debe de empezar a conocer cada lugar a través de su gente y la vida cotidiana. Si nos limitamos a ser simples turistas no vamos a descubir lo mejor de cada rincón, como me sucedió en Colombia. De lo poco que pude conocer, me dediqué a ir a lugares poco comunes y a explorar a través de los sentidos lo que me proponía cada espacio. De esa manera tuve una aproximación única a Bogotá, conocí gente muy interesante y lugares que jamás imaginé.
Hola Juan.
Soy una viajera que hasta ahora ha recorrido parte del continente americano, pero con cercanas proyecciones de atravesar el charco.
Estando en Bogotá recibí una tarde el libro Caminos Invisibles, inspiración para tomar la decisión y salir por segunda vez a la ruta. ¡Gracias!. Confieso que al leer acerca de su viaje por Colombia (debí haber aclarado al principio que soy colombiana), me salté párrafos y hasta capítulos porque tenía en ese momento una opaca y degradada perspectiva de mi país.
Hoy, tras diez meses de viaje, extrañando lo que parecerían nimiedades como el café, las arepas y la aguapanela, y lidiando en cada país que he visitado con la discriminación y el estigma por una nacionalidad escrita en mi pasaporte, me llamó leer algún post sobre Colombia. Al instante quedé atrapada con las historias de Siloé, luego me sumergiría en las del Putumayo, y opté finalmente por leerlos todos y de paso invitar a un amigo a hacerlo también para que conociera mi país desde tu perspectiva.
Gracias a esta tarde de lectura, me reenamoré de ese trocito de tierra que alguna vez llamaron Colombia, con todos sus conflictos y guerras que parecieran interminables. Un millón de gracias por atreverte a visitarlo hace unos años cuando la paranoia colectiva era aún peor, y no ahorrar palabras para expresar la dicha de recorrerlo. Solo sonrisas y ganas de volver me causaron tus escritos.
¡Saludos!
Que lindo!! que nuestras palabras te hayan permitido mirar atrás con amor a tu terruño natal! Gracias también por difundir nuestro trabajo!! Gran abrazo!
ufff esa forma de escribir, de narrar cada detalle, muchas gracias por escribir todo esto con esa entrega. Yo soy de Medellín soy estudiante de música y espero pronto salir a viajar primero por mi país y luego el mundo 😀
Todos lo que escribes es un aporte inmenso para mi tanto para mis futuros viajes como para mi forma de ver la vida. Espero verlos algún día.
Andres! Muchas gracias por comentar y compartir tu búsqueda! Y que bueno viajar siendo músico, sana envidia, eso te abre puertas a otros mundos dentro de este…. Un abrazo!