La ruta del vino en Chile y sus místicas consecuencias

ruta del vino chile

Desde el Valle del Maipo hasta Colchagua seguimos la ruta del vino chilena,  que despliega un laberinto de valles y viñedos donde se cultivan algunos de los mejores vinos del mundo. Hay países que uno terminar de conocer en el fondo de una copa y sólo entonces. Me pasó el año pasado en Alemania, cuando recorrí en bicicleta el valle del Rin gracias a la fortaleza provista a mis piernas por las distintas variedades de vino blanco seco.

Tampoco sentí que había comprendido el sur de Italia hasta que un mafioso retirado se me confesó de crímenes y penas en medio de sesiones de negroamaro (y hasta me regaló su cuchillo). Este año, fui uno de los 3 Travel Bloggers invitados por Avianca, junto a Laura y José Luis Pastor (See Colombia Travel), para recorrer el país trasandino. Cuando noté que la invitación incluía las bodegas, me pregunté si sabían a quién estaban invitando. ¡No tienten al diablo!

Sorprende que Chile, siendo el cuarto productor mundial de vinos (desplazó a Australia el año pasado) no tenga una ruta del vino internacionalmente establecida. Mejor aún, porque nos permitió inventarla. Empezamos en el Valle del Maipo, 45 km al sudeste de Santiago. Es una de las zonas de Chile de más añeja raigambre vitivinícola. Fue aquí donde los españoles realizaron las primeras cosechas exitosas en el siglo XVI. Al bajarnos del vehículo, parece que estamos a una galaxia de distancia de Santiago, con sus torres de vidrio y su brío comercial. Acá, los viñedos forman un suave mar ocre y amarillo, un paisaje de tonos otoñales cálidos delimitados por altos cerros.

Bodega Santa Rita en Alto Jahuel

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uvas maduras

La primera bodega que visitamos se llama Santa Rita, en la zona precordillerana de Alto Jahuel. Una chica vestida como de azafata nos acompaña sonriendo todo el tiempo y nos va guiando por las distintas áreas. Todas las visitas a las bodegas siguen una secuencia predecible, comenzando con el lento camino de las vides a los tanques y de allí a los barriles de roble. Entran en detalles como temperatura y tiempo de almacenamiento y uno se va poniendo ansioso porque lo que quiere es enfrentarse por fin a la copa, porque hablar del vino en términos meteorológicos es como hablar del amor en términos fisiológicos.

Pero la azafata insiste, y da pasitos de bailarina por el galpón donde se recibe la uva, dice no sé qué de seis meses en barricas de roble, de que el Chardonnay es el único blanco que se pasa por madera. Hay unos tanques de aluminio y unas tuberías de tamaño fabril que escupen borbotones fabriles de vino que, así, parece una sustancia mucho menos íntima de lo que asemeja cuando está en la copa. De hecho, no sé si deberían mostrarnos estas instancias industriales del vino. Es como si en mi blog subiera videos míos puteando cuando no logro inspirarme.

Lo más interesante de Santa Rita me parece su historia. La hacienda data de 1790, cuando se la bautizó en honor a la patrona de las causas imposibles. Caminamos entre pórticos y columnatas hasta las bodegas subterráneas. En la llamada bodega de los 120 se refugiaron sa cantidad de soldados patriotas, incluyendo a O`Higgins, que se replegaban tras la derrota en la Batalla de Rancagua en 1814 escapando de los realistas. Cuando llegaron a buscarlos, parece que la entonces propietaria de la hacienda, Doña Paula Jaraquemada logró con argucia disimular su rastro y mantener el secreto. Durante varios días la bodega se transformó en enfermería, y la historia de Chile y la de la bodega quedaron unidas.

bodega de los 120

Es en las bodegas cuando realmente te encontrás con el vino, cuando observás los barriles alineados en la penumbra arrullados por el silencio, y cuando sentís el eco y el frío en la cara clásico de los ambientes subterráneos. Nos dan a catar una copa de sauvignon blanc. Como si el vino fuera una experiencia objetiva la azafata —que hasta ahora no habló ni del salvavidas ni de la máscara de oxígeno—  habla en plural y dice que el que estamos probando es un vino ligero, con poca “pierna”, con gusto frutal y tonos cítricos con notas de manzana.

Mientras habla yo recuerdo a un amigo holandés con el que una vez viajamos a Mendoza. Un día giró la botella que llevábamos buen rato bebiendo y leyó la descripción del producto, se río y me dijo en perfecto español rioplatense:

– Che, esto se lo podés decir a una mina y es un muy buen chamuyo.

– Ah ¿sí? ¿qué dice?

– Escuchá. Eres suave en el paladar, con tonos de frutilla y chocolate, ideal para acompañar con carnes rojas…

Viña Santa Cruz en el Valle de Cochagua

El próximo punto del recorrido es el Valle de Colchagua, en la zona central de Chile, 195 km al sur de Santiago. La zona fue parte del imperio Inca, y más tarde el solar donde la oligarquía chilena construía sus mansiones. Aquí, nosotros visitamos dos bodegas muy particulares: la Viña Santa Cruz y las bodegas Lapostolle.

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Hacemos base en el pueblo de Santa Cruz, en una localidad de 40.000 habitantes asociada a la cultura de los “guasos”, como llaman en Chile a los gauchos. Quizás por eso contrasta con más fuerza la existencia, en ese pueblo, del Museo de Colchagua. Sucede que el propietario de la Viña Santa Cruz es un magnate loco por los objetos antiguos, que financió dos museos. El primero es una muestra casi infinita que parece querer contar la historia de la humanidad.

Entendámosnos, hay desde fósiles del Sahara hasta la daga original de Hermann Goering, pasando cabezas reducidas de los Shuar, el piano de O`Higgins o réplicas en tamaño natural de mastodontes siendo lanceados por proto-mapuches. Es también el único museo en Chile que tiene un pabellón dedicado al rescate de los 33 mineros, incluida la cápsula en que fueron eyectados hacia la superficie el 13 de octubre de 2010, tras 70 días de aislamiento a 720 metros de profundidad. Esa muestra por sí sola justifica una visita al museo.

museo del automovil de colchagua

La Viña Santa Cruz está a 40 km del pueblo del mismo nombre. Allí también nos reciben con una visita guiada entre barriles apilados y nos hablan de notas herbáceas y paladares abocados, pero lo que más destaca en relación a cualquier visita a cualquier bodega, es un curioso viaje en teleférico por sobre los viñedos.

Hay, además, un Museo del Automóvil, obra del mismo millonario, y una reproducción —aburrida— de una aldea indígena. Ya mis recuerdos de esta segunda visita son, como es debido, más borrosos que los de la primera, debido a todas las cepas que vamos catando.

Lo que seguro no olvidaré, es que en esa bodega escucho por primera vez la historia del varietal carmenere, la cepa insignia de Chile. Esta cepa se creía perdida tras la epidemia de filoxera que asoló Europa en 1864, y en particular su terruño de origen en Burdeos, Francia, y fue redescubierta de casualidad en Chile en 1994. Al parecer Chile se salvó de la plaga, porque los Andes, el Pacífico, el desierto de Atacama, y los hielos fueguinos al sur actuaron como barreras naturales.

Para hacer todas las actividades, puedes reservar esta Visita a la Bodega Santa Cruz, que incluye la visita a la bodega, la entrada al Museo del Automóvil, una cata de vinos en la reserva privada de la bodega y el viaje en teleférico. La actividad dura 6-8 horas, incluye guía experto enólogo y recogida en tu hotel en Santa Cruz.

viña santa cruz

En las dos bodegas anteriores venía incorporando nociones básicas de enología y métodos de producción, pero es en Lapostolle, última estación y joya de este recorrido, donde todo se configura en una experiencia plena. Primero, el setting: un mar de colinas de vid que terminaban en nube, cumulus vinus… Al igual que el café en el interior de Colombia, el paisaje hace al vino, y el vino esculpe el paisaje.

Primero somos recibidos en las instalaciones de la bodega, cuya forma es una libre interpretación estilizada de un tonel. El enólogo oficial nos acompaña a la sala de fermentación, donde los barriles de roble francés donde el vino reposa por dos años son vigilados a diario por hombres de bata que los atienden como bebes. El perímetro vidriado deja entrar una luz catedralicia que confiere a todo el cuadro una intención mística. ¡Como debe ser, si estamos hablando de vino!

viñedos en chile
bodega lapostolle

A primera vista, se nota que no es una bodega más, sino la obra de perfeccionistas. Y la explicación no se demora: la familia Lapostolle llegó a Chile en 1994 desde Francia, donde ya venían produciendo vinos y licores famosos —como el Grand Marnier— desde 1827.

En el Valle de Colchagua encontraron el terroir ideal para seguir experimentando. ¡Y no les iba nada mal! La cosecha 2005 de su vino Clos Apalta fue considerado el mejor del mundo por la revista Wine Spectator. Quedan 120 botellas y se abren dos por años para aprender de la forma en que su complejidad evoluciona con el tiempo.

Lo que me toca vivir en esa bodega será un lujo. Y la única manera en que un lujo tiene sentido para mí es cuando lo puedo contrastar mentalmente con el recuerdo de alguna adversidad. Es el contraste, el binomio completo lo que seduce mi alma taoista, como expliqué en Un dandy con agujeros en el pantalón.

Así, sentados en una terraza con vista a los viñedos, un camarero desbandeja unos tártaros de camarón maridados con un sauvignon blanc, y yo recordaba el cumpleaños que pasé en el Chaco boliviano con un pan casero y una lata de atún, los cinco grados bajo cero que nos cuarteaban la piel mientras hacíamos dedo en Moldova hace pocos meses, o cuando en el mismo Chile armamos la carpa dentro de una casa abandonada y rodeados de escombro. 

Todo lo que se desprende de la rueda de la fortuna sin ser buscado es bienvenido. Así, no me tienen que obligar a pasar a la bodega privada de la familia. Casi en silencio masónico descendemos por una escalinata metálica. Veo, palpo, las botellas archivadas como códices o pergaminos, algunas tan añejas como 1985, de Colchagua y de todo el mundo, untadas con una capa de polvo que termina por autenticar la experiencia. Más que una cava parece el laboratorio de algún boticario medieval.

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3 travel bloggers chile

De regreso al nivel principal, probamos un Clos Apalta cosecha 2011, agraciado por la combinación de las cepas carmenere, merlot y cabernet. Al hacer girar la copa el fluido se apegaba brevemente a la curvatura del cristal, lo que indicaba un buen nivel de alcohol. Luego a la nariz, porque en el vino como en el amor, hay magia en la demora de lo inevitable.

Finalmente, en boca: puro terciopelo, el resabio de la madera, alguna lejana conexión frutal a la que no es necesario apelar porque con esa clase de vinos ya estás hechizado desde el primer sorbo. Todos los Estancia Mendoza que tomé en mi vida quedan desafinados en perspectiva. Me hago el sota y pregunto casi como de refilón cuánto cuesta una botellita de esas en el mercado, y me responden que 200 dólares. Vuelvo a acordarme del pan casero y la lata de atún…

Laura, José Luis y yo nos aprestamos luego a recorrer la viña a caballo, acompañados siempre por el afable enólogo. Nunca vi a Laura tan conmocionada por un vino. Ella que hace estandarte de su indiferencia ante el buen Baco, ahora anda desparramando risotadas. José Luis, como buen dandy, degusta cada copa con compostura inmutable, se acomoda la boina y se apoya en el selfie-stick de su GoPro como si fuera el cetro de mando de un imperio. Como si hiciera esto todas las semanas, me comenta:

– Las bicicletas son el medio ideal para recorrer una ciudad. Pero para recorrer un viñedo, el medio perfecto es a caballo.

Cuando termino de ensillar, él ya está galopando. A mi lado tengo al enólogo, que elogia mi frustrado intento de tomar nota de sus palabras sin terminar montando al revés. Mientras los cuatro avanzamos entre las filas prolijas de viñas —algunas de más de 120 años de antigüedad— me cuenta que en Lapostolle utilizan las uvas más pequeñas para compost, de manera que la energía del viñedo circula…

– De forma biodinámica, po. — remata el enólogo ecuestre.

Hasta ahí vamos bien, pero el que se desboca no fue el caballo, sino el eminente sommelier montado. Como ve que el tema me interesa pasa del compost al cosmos, y asegura que la biodinámica es la corriente agrícola de la antroposofía. Cada viajero chileno que encontré viajando por Sudamérica de mochilero, tenía un título de ingeniero comercial encajonado y una preocupación cotidiana por los nodos energéticos que se esconden bajo el Titicaca o el altiplano tibetano.

Y nuestro enólogo no es distinto, y se relame los chacras mientras reivindica no sé qué frecuencia sonora que desactivaría el estrés de las vides… Ahora que lo pienso, lleva una vida rodeado de vinos de los que, a nosotros, nos bastó un sorbos para ponernos cuasi-religiosos.

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No tengo que decir que Lapostolle es mi estación favorita de nuestra ruta del vino. Desde ya, hay decenas de bodegas y combinaciones posibles. Sólo en el Valle de Colchagua, hay un circuito de 13 bodegas. Muchas de las bodegas tienen restaurantes e incluso hoteles que apuntan, obviamente, a un segmento exclusivo y en el que esta blogger ha incursionado casi como infiltrado por puro amor a la versatilidad (y al vino). Incluso, hay un Tren del Vino, que va recorriendo viñedos y frenando par degustaciones. En lo personal, prefiero otro tipo de encuentros con el vino.

El año pasado, viajando a dedo por la región de Chianti en Toscana, Italia, una mujer que nos levó a dedo hizo una parada para comprar vino en su bodega de confianza, y allí mismo llenamos una botella plástica de 1,5 litros con un buen Chianti servido a pie de barril, y luego seguimos haciendo dedo y tomando vino para quebrar las esperas… Pero de todas formas, estos acercamientos más premeditados y guiados, me han servido para entender otra dimensión de sensaciones asociadas al vino y que van más allá del paladar. Todo, en la vida, es algo de lo que se puede aprender.

9 comentarios de “La ruta del vino en Chile y sus místicas consecuencias

  1. Pingback: Viaje por la Ruta del Vino de Colchagua – Viajes

  2. Daniel dice:

    Hola, viejo, ¿cómo estás? enhorabuena por tus viajes; al leer tu blog es imposible no sentir unas ganas locas por viajar, es más, tengo unas ganas de «pegarme» un viaje de unos 6 meses por Sudamérica pero la plata es mi gran problema, la plata y las expectativas de mi familia (trabajo, familia, dinero y bla bla bla…), en especial las expectativas de mi vieja (mamá), ¿cómo lo haces o lo hiciste con ese tema?

    Saludos desde Chile, compadre, suerte en los viajes.

    P.d. yo soy Colchagua, de Santa Cruz.

    • Juan Pablo Villarino dice:

      Igual que vos, tuve que explicar que yo tenía mis propias expectativas de mí mismo y teniendo una sola vida no me podía dar el lujo de defraudarme. Costó al comienzo que entendieran, pero hoy me ven feliz y me piden que no deje de viajar!

  3. Denisse dice:

    morí :’) Es como si en mi blog subiera videos míos puteando cuando no logro inspirarme.
    En playas hay un viñedo Dos Hemisferios con uvas de Mendoza y francesas, ganaron algunos concursos en Mendoza, el circuito del viñedo sólo lo ha hecho el papá de Michelle Fougéres; ojalá lo abran al público a mediano plazo.

  4. Eliana dice:

    Saludos Juan Pablo, fue un gusto leer este post, además porque esa referencia del vino y los viajes parece una fabulosa coincidencia o un encuentro programado de sabores, olores y paisajes. Las fotos son espectáculares, y creo que por no tener una ruta preestablecida, se puede perfectamente improvisar y comenzar por donde uno quiera. Te cuento que en mi época de guionista hice una preproducción sobre el cultivo de la vid, y el visitar los viñedos en Carora-Venezuela fue una experiencia maravillosa y de gran aprendizaje, aparte, el año pasado hice un curso de quesos y vinos en Medellín-Colombia, en el que por cuatro sábados seguidos mi cita con el vino fue una experiencia absolutamente deleitante, de hecho le dediqué un post en mi blog a este perfecto maridaje. Así que no podía dejar de leer sin que el sabor y el olor vinieran a mi recuerdo, pienso que este post hay que leerlo con copa en mano y disfrutarlo con lentitud, como si con tus palabras estuviéramos acompañándolos en su recorrido. Siempre es un placer leerte.

    • Juan Pablo Villarino dice:

      Gracias Eliana por el comentario! El post fue escrito copa de vino en mano, por lo que hay que leerlo de igual manera. No sabúa que había viñedos cerca de Medellín. Tendré que investigar porque es una ciudad que la vida me ha llevado a visitar repetidas veces. Un gran abrazo! O mejor dicho: salud!

      • Eliana dice:

        No, no hay viñedos, el curso fue en una escuela de cocina, en el cual aprendí a hacer un maridaje perfecto entre quesos y vinos blancos, rosas y tintos, hice la referencia en mi comentario, porque no pude evitar evocar los sabores y olores mientras leía tu recorrido a estas barracas y sembradíos. Saludos!

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