Al llegar, el espectaculo bizarro nos hizo olvidar policias, vendedores, incluso la necesidad de una ducha. Era un campo al borde mismo del desierto, la tierra cuajada asemeja el inicio pausado de un terremoto. Se diria a primera vista que alli se siembra y cosecha la mismisima nada. Un camello y dos burros pastan en una esquina, en otro angulo nos espera un fuego donde dos peones tienen el te listo. La barba color ceniza de uno de ellos resplandece sobre la piel amoratada por decadas de sol. Se llama Amunasar, y Khalim nos explica que dormiremos en su casa.
Fotos: 1. Aleksey, Khalim y Amunasar, con cuyas hijas nos querian casar. 2. Khalim carga nuestras mochilas en su carro. 3. En ruta…
Alexey es uno de esos viajeros rusos que da vueltas por el mundo munido de un firme sentido del ahorro . Duenio de un sofisticado ascetismo, ante una boleteria, Alexey no saca un billete, sino que despliega un falso documento que asegura que escribe para una guia de viajes. Si eso no funciona, busca la parte mas baja de la cerca. En viaje desde Rusia a Medio Oriente via Azerbayan, Georgia y Armenia, nuestro caminos se cruzaron en Cairo: a diferencia de los millones de turistas sumidos en el mutuo anonimato, los caminantes terminales sabemos aproximadamente por donde andamos. Asi pronto dejamos el hotel de un dolar cincuenta donde los japoneses hacian piedra, papel y tijera para ver quien tenia el privilegio de lavar los platos, y tomamos la ruta que une los oasis del «Nuevo Valle».
A lo largo de 1000 kms la ruta atraviesa cuatro oasis: Bahariya, Farafra, Dakhla y Kharga. Desde tiempos faraonicos el hombre ha intentado usar estos fertiles enclaves para expandir la franja verde lo maximo posible, transformando el Sahara en tierras cultivables. En la «Era Mubarak» este esfuerzo fue rebautizado Proyecto Nuevo Valle, y es un intento de normalizar la demografia de un pais en donde el 95% de la poblacion vive a lo largo del rio Nilo. Ahora el caos planea transportarse al desierto.
Unos 250 kms separan en promedio cada oasis del siguiente, y aunque atravesamos uno de los escenarios mas desolados del planeta, la ausencia de puntos intermedios hace que casi siempre lleguemos a destino en un solo tramo, ya sea en camiones o en cajas de chatas donde el viento apenas permite la conversacion con campesinos locales itinerantes y enturbantados. Cuando la facilidad con que el horizonte se brinda nos hace decaer la adrenalina, corremos a las vias paralelas a intentar noblemente detener un tren carguero que jamas se detuvo…
En cada oasis algo se mantiene constante: el abuso de oferta y la atencion policial. Cada vez que llegamos a un nuevo pueblo gente a la que no le dimos pie recita a los gritos sus servicios, camionetas-taxi nos preguntan hacia donde vamos –aunque es claro que acabamos de llegar- y todos nos ofrecen un hotel. Aunque uno aclare que ansia comprar un velocipedo, vuelven a ofrecer el hotel con idiotica insistencia. En la mente del egipcio promedio el turista es una criatura en pena que camina por calles foraneas en busca de todo tipo de servicios. Y por supuesto no hay diferencia entre turista y viajero. Los pobres egipcios tienen un poco de dificultad al ajustar sus esquemas al ruso y a mi, y casi siempre fracasan. Asi, la pregunta de: «Donde esa la ruta a Kharga? produce sin excepcion la respuesta «Autobus». «Pero solo buscamos la ruta…» –aclara Alexey. «Autobus». Ad infinitum.
Cuando uno por fin se libra de los mercaderes llega la policia turistica, alias «la remora», que tiene ordenes de averiguar nuestros paradero de cada noche y nuestra direccion para el dia siguiente. Como tales certezas se nos escapan a nosotros mismos los obesos policias terminan aveces caminando kilometros detras nuestro. En una ocasion nos siguieron hasta que acampamos y, no contentos con ello, pretendieron pasar la noche en nuestro fogon, aunque terminaron haciendo el propio a 30 metros, no se si por las calmas explicaciones gramaticalmente correctas de Alexey o porque me puse a cantar «Naranjo en Flor» con el volumen de un loco.
Cansados de tener que hacer tanta gambeta, procuramos recalar en las periferias de los oasis, lejos de hoteles y servicios, mas cerca de los surcos y la gente local. Fue en las afueras de Farafra donde conocimos a Khalim Abdel Khalid Mohammed Hasan. Al igual que los otros hombres del shisha bar hacia burbujear su pipa de agua sonoramente. El hombre de tunica azul, se presento tan rapido como su nombre se lo permitia y nos invito a su granja. Anticipo que alli tenia camellos y aguas termales. Como una granja con camellos y aguas termales no es frecuente ni en el Pareja La Pastora ni en Moscu, el ruso y yo nos apuntamos. Khalim subio nuestras mochilas a una chata-taxi y galopo delante mostrando el camino.
El trayecto a la casa de Amunasar es anecdotico. Khalim monto su caballo y remolco a su vez el camello, quedando Alexey y yo al timon de un carro tirado por burros que cargaba nuestros huesos, nuestras mochilas y al mismo Amunasar. Un grupo de perros trotan al costado, los burros tan lentos que los primeros tienen tiempo de olerse los rabos entre carrera y carrera. Parece que vamos al Arca de Noe. En la casa de Amunasar la comida y la charla abunda, rodeados de algunos de sus 15 hijos. La babelica barrera del idioma hace todo mas divertido: despues de 5 minutos de escucharlos hablar sobre algo que parecia una fiesta -“tarareaban distintos ritmos y reian- descubrimos que se hablaba de nuestra propia fiesta de casamiento con algunas de las hijas de Amunasar. Amunasar hace la oferta sin cara de chiste. Rechazamos amablemente bajo la noche estrellada del Sahara. Queremos hablar sobre las estrellas pero no sabemos su nombre en arabe. ¿Ocasión para rebautizarlas? Khalim nos saca de la duda pero nos deja perplejos con su pregunta: En Argentina y en Rusia, tambien hay estrellas? En todo caso, un buen cambio de tema para permanecer solteros.
Por un momento estuve en el Sahara. Me encantó esta anécdota!
En diciembre volvemos a Africa, atenta a las crónicas en el blog!
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