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TRANSITO DE EGIPTO A TURQUÍA: CUENTOS DE ADUANAS Y PUERTOS HERETICOS

En transito desde Egipto hacia Turquía, esta vez solo inflaba mis velas la mundana necesidad de hacerme de las visas necesarias para Irán, Afganistán y Pakistán… Los retratos desteñidos del presidente sirio Bashar Al Assad marcaron formalmente el regreso a mi querida Siria. No muy lejos de allí un cartel no deja lugar a dudas del calibre democrático del país, y anuncia: “Bienvenidos a la Siria de Al Assad”. Es una bella mañana de pavimento mojado y autos lavados por la naturaleza. Hasta los viejos taxis sirios Dodge Coronet (imagínense un Fairlane) recibían ese brillo pluvial de yapa aun 40 años después de haber salido de la concesionaria. Los funcionarios de frontera parecen intuir mi amor por la filatelia y saturan una página de mi pasaporte con nueve estampillas. Superpuestas y mal pegadas, obliteradas a su vez por dos matasellos rectangulares que nadie jamás leerá. Privilegio de la argentinidad, visa siria en la frontera en veinte minutos, que al colega nortemaricano le cuesta un par de semanas de trotes diplomáticos en la embajada siria de su país.

Un kebab invitado al costado del camino por un desconocido es suficiente para poner en evidencia la marca registrada siria, en el exacto momento en que el vendedor del kebab rechaza el pago al desconocido sabiendo que el kebab es para mí. La marca registrada siria es la dignidad. Llegue a Damasco en el camión de un hombre cuyo conocimiento de francés incluía el vocablo autostop, pero que nunca había visto a nadie hacer dedo. Así aminoro la marcha y de un grito cotejo significado con significante: “¿autostop?” En Damasco pase dos días con mi amigo Ezzat. Todas las visitas a Ezzat terminan en discusiones teológicas entre el humo del argilleh, a veces haciendo una pausa para competir en los dardos con su hermano el jihadista. De Damasco salí en un De Soto 54 de varios metros de eslora, una gentileza de despedida de Siria. Hacia Aleppo directo pensaba que iba, hasta ser levantado por un veterinario que iba a Tartous en un Dacia Solenza.
Para decidir que Tartous justificaba el desvío me basto recordar que ese antiguo puerto fue el último bastión de los Cruzados en tierra firme allá por el siglo XII, y también la puerta de entrada de la yerba mate en Siria en los años 50 en el equipaje de emigrantes repatriados. No cualquier puerto se puede jactar de haber visto entrar a los Caballeros Templarios y a la yerba mate! Buscando conexiones inexistentes, uno advierte que los cruzados en retirada lucían en su estandarte la cruz de malta, y esta volvería a entrar 800 años mas tarde en los paquetes de yerba. ¿O será que los misioneros son todos masones?

En algo Tartous se parece a todos los puertos del mundo. Como todo puerto se las arregla para romper reglas, atenuar dogmas, arremangar vestimentas y mezclar religiones. Tan cerca de la playa pocas mujeres tienen ganas de andar con una sabana encima como piano viejo cuando hace 40 grados a la sombra. Lo mismo, explíquesele a los marinos del puerto, que navegan los siete mares, que la cerveza es anti-islámica. En un país que casi nunca perdona la trasgresión, la tolerancia a la transgresión es transgresión per se.

Fueron los marinos los que me llamaron a los gritos al verme merodear las calles, para compartir un whiskey. Uno de ellos había trabajado en un barco hondureño y hablaba español. Me alojaron y al otro día salí hacia el norte como autito a fricción. El destino final: Adana, en el sur de Turquía, a 630 Km. de Tartous. Piso la ruta a las 11 AM, previendo dos días de viaje. Al rato, sin embargo, había encontrado una familia de Tartous en un Toyota viajando hacia Aleppo en el norte de Siria, a 50 Km. de la frontera turca. Como el desborde puede ocurrir en cualquier momento, activo el zafarrancho rutero: cambio los billetes sirios restantes a dólares y con las monedas compro comestibles, incluyendo medio kilo de yerba, que quien sabe cuando volveré a encontrar a la venta.

Cuando me ven entrar en la oficina los oficiales de frontera sirios me preguntan donde deje la bicicleta. Les explico que estoy a pata, que vengo de Argentina. Debe constar en las actas históricas de nuestra nación, escriban los escribas, que el soldadito sirio que hace guardia en la frontera con Turquía considera Taragui superior a Amanda. Del lado turco los colimbas cargan ametralladoras que al menos tienen gatillo, y se quejan de que por la noche deben disparar por sobre las cabezas de contrabandistas de te sirios. Como la tierra de nadie entre los dos países no es transitable a pie me suben a un taxi con destino a Kilisi, la primera ciudad turca. Ya es de noche y cuando el taxista amenaza con bajarme en medio de la nada si no le pago USD 20 me doy cuenta que aprendí suficiente árabe para responderle con propina: “Allah es más grande que ti” le dije mientras me bajaba del taxi y caminaba en medio de la nada. La diferencia entre un egipcio y un sirio es que el sirio esta dispuesto a perder dinero para recuperar su honor, mientras que el egipcio cambia su dignidad por un cospel de Entel. Ni que decir que el tachero término rogándome que regrese a los gritos, y así llegue hasta Kilisi.

De allí a Adana eran otros 200 Km. A las 9:30 PM, hubiera sido una misión imposible. Pero el primer hombre al que en la calles de Kilisi le pregunte por la ruta a Gaziantep, próxima gran ciudad, fue un kurdo que me pago un autobús hasta allí. El próximo golpe de suerte ocurre cuando descubro que el autobús no se detiene en Gaziantep, sino que sigue hasta Adana, y el chofer no tiene inconveniente en viaje de polizón. Llego pasada la medianoche, demasiado tarde para llamar a Mesut. Algún vecino obstinado habrá notado la carpa no muy lejos de la autopista…


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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

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