El sitio huele como debe oler. Lejos del fotografiado centro histórico de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más reluciente de Bolivia, un grupo de hombres y mujeres se ganan el pan manipulando el continuo cadáver del progreso: son cartoneros. En definitiva, es basura que se genera en los mismos ambientes perfumados de nuestros asépticos espacios urbanos.
Allí, ciudadanos con corte a la moda y damas de alcurnia ordenan sus Sprite y sus Fantas creyendo que el sólo hecho de poder pagarlas los absuelve del resto del ciclo. Hasta un niño puede hoy decirnos que el sistema capitalista se basa en la creación de necesidades. Y estas necesidades se exhiben impecables en publicidades y letreros. Lo que no es negocio mostrar es la obscena secuela: al otro extremo del orgásmico momento glorificado del consumo se encuentra el indeseable, reprobable, tabú –eh, ¿me prestan más adjetivos?- momento de la basura. Dos caras de la misma moneda.
El Centro de Acopio de la Cooperativa de Recolectores “Estrellas” es la terminal de muchas cosas. Las cajas de cartón, algo sucias, plegadas y apiladas para ahorrar el valioso espacio, llegan hasta el inexistente techo. En casi todas aún se lee en negra imprenta el “Made in China”. Estas cajas andariegas seguramente iniciaron su peregrinaje en las fábricas de electrónicos de las afueras de Shangai, abordaron luego un container de la Hamburg Sud y montadas en un carguero alcanzaron la zona franca de Iquique en el Pacífico chileno, antes de ingresar en Bolivia por carretera.
La gente que avista sus sueños en los catálogos de tiendas estilo Garbarino paga el flete, para luego desentenderse de la caja. Cintia Saldívar y su equipo, miembros de una de las nueve asociaciones de recolectores de Santa Cruz, viven, comen, y pagan la educación de sus hijos clasificando, pesando y vendiendo cajas como esa. A 60 centavos de Peso Boliviano (7 centavos de dólar) el kilo, no queda otra que andar y andar.
Las “Estrellas” trabajan, como lo indica su nombre, de noche. De seis de la tarde en adelante, y hasta el amanecer, sus triciclos recorren cada recodo del laberinto urbano cruceño. Las zonas de mercado –asegura Cintia- son las mejores, aunque las gemas de la noche son las salidas de los recitales, auténticos yacimientos del cotizado aluminio en forma de latas de cerveza para estos empobrecidos ciclomineros.
Seguramente muchas damas y caballeros cruceños cambiarán de vereda cuando los ven. Algunas estrellas pueden ser malolientes. Tras la deslucida pátina de pobreza yo adivino, en cambio, una subestimada función ecosocial. ¿No son los cartoneros como los microorganismos que desintegran los restos orgánicos inertes permitiendo que sus componentes químicos fertilicen la tierra? De la misma manera ellos recuperan –y redimen- los restos del consumismo a través del reciclaje. Han hecho de una conducta social faltante el recurso de su supervivencia. Lo que en Europa garantiza el estado, en Santa Cruz queda a cargo de las estrellas…
Caminar por el centro de acopio – nombre acaso excesivo para el patio de la familia Saldívar- puede parece desalentador pero el paseo encripta, sin embargo, una cátedra. En este cementerio de brillos, los destellos huérfanos de las góndolas vagan moribundos. Carpetas con estridentes diseños de Puca, Hello Kitty, Pokemon u otras alimañas altamente japonesas, bebotes mutilados, un sillón rosa de la casita de la Barbie, envases de gaseosas transnacionales y transgénicas, todos los objetos de consumo posibles revean su esencia prescindible y vacua. Un estuche de lentes Channel no llega a marcar un gramo en la balanza electrónica en la que Cintia y su equipo van pesando los lotes. Aquí en los arrabales solo cotiza la mole, la materia, con el glamour no se come…
abrazos desde Sucre!!!
mañana salimos por caminos andinos intentando unir sucre y potosi por caminos de tierra.
Juan
que bien Villarino…! nuevamente sorprende su nota. gracias.
boyero