RUMBO AL PAÍS QUE NO EXISTE…


Eduard combina la estética de un noble de los Cárpatos con un acento para el inglés digno de Bart Simpson. Desde la última vez que habíamos conversado, en el fogón del Encuentro Rainbow en Noruega, habían pasado ya dos meses. El ahora jugaba de local en Sinaia, su localidad en los Alpes Transilvanos, apodada por el primer rey de Rumania, Carol I, como “la perla de los Cárpatos”. El primer rey de Rumania fue un alemán, de la casa Hohenzollern, y a juzgar por la manera en que decoró su castillo jamás sintió conexión alguna con el mundo que lo rodeaba (Rumania). Por el contrario, el castillo en en sí es un tributo a un mundo negativo, a lo que Rumania no es. Salas enteras replican otras salas existentes en lejanas moradas reales del Viejo Mundo, desde la Alhambra hasta un palacio florentino o veneciano. Y Eduard quiere tanto a su país como Carol I: seguido se le escapa cuánto lo odia. El entusiasmo de Eduard por cualquier cosa ligeramente alternativa sólo se compara con su entusiasmo por los grandes negocios que puedan ayudarlo a financiar sus viajes. Así uno puede observarlo covencer por teléfono a un hipotético socio canadiense de fundar una empresa para vender purificadores de aire en Bucarest con ganancias netas de un millón de dólares. Luego cuelga el tubo y conversa conmigo sobre como llegar a Bucarest con tres euros.

Tiraspol es la capital de un país que no existe: la Rpública de Trans Nistria. En Sinaia comencé mis averiguaciones para intentar llegar al territorio. En 1990, al mismo tiempo que Moldova se separaba de Rumania, Trans Nistria declaraba su independencia (jamás reconocida) de Moldova, y negándose a sumarse al efecto dominó reformista que sacudía Europa, se declaró expresamente comunista, convirtiéndose acaso en el último bastión del comunismo soviético en Europa, con apoyo logístico del 14to Ejército Ruso, un contingente con armamento no convencional incluido (se dice) que Moscú nunca retiró, acaso por no tener a dónde enviar a toda esa gente. Los vientos de cambio de la canción del Scorpions se quedaron del otro lado de los Cárpatos parece.

Llegar a un país que no existe es por definición difícil. A eso sumémosle las burocracias. Oficialmente dentro del territorio de Moldova, la visa de este país es requisito para llegar a TransNistria. Al ser un tramite complicado decidí intentar llegar a Tiraspol desde Ucrania, por una zona donde presumiblemente el gobierno central moldavo no tiene ejercicio real de poder ni aduanas. Para ello tuve que bordear Moldova y llegar a la ciudad de Odessa, en el Mar Negro, en Ucrania.

El viaje fue largo, y en él se destaca la ayuda recibida por gente relacionada con las estaciones de servicio. Si los mochileros tuvieran un panteon de dioses, ni decir que los playeros tendrían su lugar reservado. Cuand la noche me hubo aislado en Bacau, fue el playero de la estación de servicio local quien me consiguió transporte hasta Suceava, unos 50 kms antes de la frontera norte con Ucrania. Nada lo obligaba, antes de que el auto partiera, a obsequiarme una botella de agua mineral para el viaje. El conductor se llamana Robert, tenía una pequenia empresa de publicidad y gozaba de un buen pasar. Cuando llegamos a Suceava alrededor de la medianoche se pudo permitir el lujo de pagarme un cuarto de hotel en la ciudad. Cuando tenía 20 anios Robert soniaba con un mundo sin dinero, donde en base a la confianza todos simplemente tomarían sin abusar su parte. Considera que mi viaje apunta a algo parecido y que me está ayudando a cumplir su suenio.

En Suceva me detuve medio día, pasando la noche siguiente con una familia tan humilde que me costó aceptar sus alimentos. Cuando les pregunté sobre dónde armar la carpa me hicieron senias de pasar al pequenio hogar, y en dos minutos había un plato de sopa delante mío. Hay tres ninios en la casa. La nena más grande tiene 11, es charlatana, y me cuenta la historia de toda su familia sin darse cuenta que entiendo menos de la mitad de lo que dice. En el mismo comedor había dos colchones, uno de los cuales me fue adjudicado. En estas situaciones de aceptación incondicional previa a toda comunicación se pone de manifiesto el comun denominador de pertenecer a la misma especie. Solo durante la cena me preguntaron de dónde era y que hacía allí. En Alemania o Noruega la hospitalidad normalmente es precedida por una mutua presentación en donde las partes se tantean, y dónde ciertas credenciales, como ser estudiante, o escritor juegan un rol. En la pequenia aldea de Darmanesti me sentí, en cambio, un ser vivo más. Yo no tenía techo ni comida, ellos sí y decidieron compartirlos, punto.

En un tren (pecado cometido por cuestiones temporales) cargado de babushkas y de soldados llegué a Odessa, en la costa del Mar Negro. Pasar de un país con lengua latina como Rumania, a otro que usa el alfabeto cirílico como Ucrania es, digamos, un cambio. La ciudad es una mezcla de finísima arquitectura francesa encargada por la zarina Katerina y sobredimensionados palacios de gobierno de la era soviética. Testimonios de esta última era abundan: los murales que elogian el heroismo de los soldados de Octubre jamás fueron removidos del Correo Central. Y un jet de combate MIG 25 adorna una parada de colectivo…

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