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¿QUIÉN QUIERE VENIR CON NOSOTROS? (CHARLAS EN ANCONCITO Y PROSPERIDAD)

  

…les preguntamos a los chicos de la escuela de Anconcito, cuando ya habían visto buena parte de la proyección fotográfica que les mostramos como parte del Proyecto Educativo destinado a escuelas públicas que promovemos durante nuestro viaje. Claro, cómo no iban a querer abducirse de la hora de matemática, que seguía, y trocarla por ese amable universo que les contábamos, ese universo al que realidad ellos también pertenecen. De hecho, no estamos muy lejos de la casa de Jerry, el camionero que nos invitó a su hogar para e día del padre. Algunos de estos niños podrían ser sus hijos. Muchas de sus familias podrían actuar como la de Jerry, y abrirle la puerta de sus casas a una pareja de mochileros que llegan en medio de la noche y justo el día del Padre. Estos personajes Panamericanos –Jerry era de Chimbote, Perú- comienzan a filtrarse en nuestra muestra, alguna vez exclusivamente poblada por remotes hindúes y nobles beduinos de imperturbable turbante…
 
                          

Arriba una panorámica de Anconcito, en la costa de Santa Elena, la última provincia ecuatoriana declarada como tal. Para muchos la costa de Santa Elena es sinónimo de Salinas, una réplica de Miami para quien la mire con mucho cariño, con sus hoteles sobre la playa y sus palmeras cansadas de fingir el descascarado paradigma del sueño americano. La postal de la felicidad con rigor de camisa de fuerzas.

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Más allá de la franja costeras de Salinas, hay una serie de poblaciones que se van imprimiendo en el mapa como manchas de humedad que florecen en una pared. Nos quedamos en casa de Nancy, la maestra que conocimos en Anconcito, quien vive con sus dos hijos. El barrio se llama Muey. Con más voluntad de existir que planeamiento, las viviendas del Muey se levantan con lo que hay, por lo general de caña y luego con el sudor llega el revoque. Por las calles de tierra pasan unos niños al trote. Patean una garrafa de Repsol amarilla vacía. Una hombre tirado en la vereda ofrece relojes chinos que saca de un bolso azul. Tanto el niño como el hombre están descalzos. Tal es la precariedad del barrio que no se entiende si está siendo construido o desmantelado. 

 


La caña, las esteras, los revoques irregulares levantados hasta donde se pudo, develan las etapas de ahorro y malaria, estratifican las rachas de la economía familiar expuestas como una geología de la pobreza. Los hierros que sobresalen de los techos son la esperanza de un segundo piso, raíces tendidas hacia el cielo.
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Por ese amable vecindario doy vueltas, como un ave rapaz con ojo de águila atento a imágenes, letras, o de la sonrisa de un niño que no me calculó posible. La gente se hamaca dentro de sus casas. El que tiene suerte mira películas copiadas en un DVD trucho que vende una señora muy gorda que almuerza todos los días en el comedor de Félix, la escuché decirlo. (Félix, por favor, un poquito más de menestra, yapa para los vecinos…)

CHARLA EN UN COMUNA LLAMADA PROSPERIDAD: EL ENFOQUE


Esta charla fue una de las más curiosas realizadas desde que salimos. Cuando llegamos en taxi, acompañados por Nancy, era ya la más absoluta noche. Casi no había iluminación pública o casas iluminadas. El nombre de la comuna, Prosperidad, parecía decretado con desesperación más que con ánimo descriptivo. Nada allí era próspero. La gente llegó a esta zona cuando se agotaron los terrenos en las cabeceras cantonales. La mitad son ebanistas, la otra mitad pescadores y algunos trabajan en la planta de petróleo de Libertad. La gente esta expectante ante nuestra charla, y prestaron suma atención. Muchas fotos despertaron carcajadas, otras asombro. Pero flotaba cierta incomprensión en el ambiente. Cuando terminamos, nos dimos cuenta que la gente esperaba algo de nosotros. Como tenía mi remera del Movimiento Mundial por la Salud de los Pueblos, acaso creían que traíamos algún proyecto para la comuna. Al fin un hombre se paró y preguntó a viva voz: ¿Y Ustedes tienen alguna idea para que salgamos de esta miseria? Me lo quedé mirando. Claro que tenía ideas. Mi primer pensamiento fue que esa gente estaba esperando soluciones mágicas caídas del cielo. Y se lo dije. “Nadie va a venir a salvarlos” Ni hay soluciones mágicas. Recordé el arduo trabajo de los campesinos paraguayos que conocimos en San Pedro, y los incentivé a formar cooperativas. La solución no está en esperar las miguitas de bienestar de los planes sociales de ningún gobierno. Si son ebanistas, intenten ser mejores ebanistas, no se transformen en empleados municipales por cien dólares mensuales, y mucho menos en “jefes de familia”. Si son pescadores, formen una cooperativa para competir más eficientemente. En fin, en estos casos Laura y yo estamos convencidos que las soluciones están dentro y dependen de una cuestión de reenfoque.


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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

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