MITROVICA Y EL PUENTE QUE NADIE CRUZA
En 2008, mientras los diplomáticos de la ONU y la Unión Europea se daban la mano y se felicitaban mutuamente por haber incrustado en el mapa a la flamante nación de Kosovo —independiente, orgullosa, soberana, patria para la minoría albanesa reprimida en suelo serbio— una cicatriz parecía inscribirse con igual fuerza en el nuevo país.
Esa cicatriz se llama Mitrovica (se lee Mitrovitza) y está dividida por el río Ibar. El puente que lo sortea es una metáfora de la historia de Kosovo. No es un puente con candados como ofrendas de los enamorados como el Pont-des-Arts de París, ni uno con estatuas barrocas como el Puente de Carlos en Praga. Es un puente que nadie cruza, salvo los perros callejeros que enseñan en silencio lecciones que nadie entiende. Dos pueblos, uno de cada lado, se dan la espalda, se ignoran y se vigilan mutuamente, y así lo que podría ser un vibrante punto de encuentro entre albaneses y serbios hoy parece una zona de trincheras, la zona de confluencia tectónica de una sospecha mutua y milenaria.

Estrellas europeas y barbudos guerrilleros del mismo lado de la ecuación. ¡Extraño!
Primero llegamos al lado albanés de la ciudad, a donde se dirigía el conductor que nos llevó desde Drenas. En el lado vencedor, los antiguos oprimidos embanderaron los edificios públicos con fotos de los barbiespesos líderes del Kosovo Liberation Army, hombres con metralleta al hombro y pucho en la boca escudriñando el horizonte envueltos en capotes camuflados. A mí me recordaban a los Peshmerga que había visto en el Kurdistán Iraquí. La gente, como en toda Albania, caminaba feliz por las calles, y los adolescentes ruidosos se juntaban en los locales de comida barata. Nos sentamos también en uno, porque aunque no entendíamos lo que decía el menú, lo que había en las fotos se parecía a un tostado. Entonces uno de los adolescentes, soportando las risotadas de sus congéneres, se paró y se acercó, y en un inglés muy básico dijo:
– Me… Albanian — y se llevó la mano al corazón.
En los Balcanes, el factor de pertenencia es la etnia, y no el territorio político donde naciste. Por eso, los albaneses del sur de Mitrovica nunca dejaron de llamarse a sí mismo albaneses, ni siquiera durante los casi quinientos años que estuvieron bajo el dominio de los turcos. Con mucho más artificio se identifican con la etiqueta “kosovares”. Aunque el territorio es conocido como Kosovo desde la Edad Media, el estado de Kosovo independiente tiene apenas siete años de antigüedad…

De lejos parece un puente cualquiera….

Pero si intentás cruzarlo te vas a encontrar con una sorpresita…
Nuestro contacto de Couchsurfing vivía en el lado norte de la ciudad, es decir, en el lado serbio, y nos daba vergüenza preguntar cómo llegar al puente para cruzar al otro lado. Los adolescentes, que no dejaban de mirarnos, porque los turistas en esta ciudad de Kosovo son una rareza absoluta, nos indicaron y de pronto nos encontramos caminando por una callejuela delimitada por chapas plegadas y excavadoras color patito. La marea de peatones había desaparecido: éramos tres o cuatro los desubicados que cruzábamos hacia el lado “incorrecto”, hacia donde vivían “los otros”.
Dos tercios de los 75.000 habitantes de Mitrovica son albaneses, y viven del lado sur, siendo en su mayoría musulmanes. Los serbios, del lado norte, componen el otro tercio y son cristianos ortodoxos. En el medio, sobre el puente, tropas de la UNMINK (United Nations Interim Administration Mission in Kosovo) evitan que los elementos más patrióticos y radicales de ambos lados no se lancen a la batalla abierta, como ya lo han hecho. Dos soldados italianos vigilaban alertas junto a sus vehículos blindados. Tomé nota mental: “Volver a ver qué piensan de todo esto los dos carabinieri for export” pero en el momento seguimos caminando para encontrar nuestro lugar en ese embrollo.

Puesto de souvenirs junto al puente, del lado albanés. ¿Querés ser boleta? Ponete una de esas remeras y cruzá nomás….
Llegando al lado serbio noté que las capas de asfalto habían sido levantadas, como en un piquete. Eso y tres vallas disfrazadas de canteros impedían que cualquier vehículo cruzara el puente. Un iluso cartel rezaba “Peace Park”, pero no había juegos infantiles, sino tres mástiles con banderas serbias y una lista de muertos inscriptos en bronce. La bandera que flameaba, la serbia, llevaba en el centro un águila bicéfala, es decir, el mismísimo plumífero siamés que adorna los emblemas albaneses. ¿Es tan idiota el ser humano, que hasta en el retrógrado gesto de diferenciarse se le filtra inocentemente, como por acto fallido, la igualdad? De cada lado, se izan las banderas como si fueran las esquinas de un cuadrilátero. Las águilas, como si fueran gallos de riña inflamados por los anabólicos del nacionalismo, se miden desde sus mástiles. Es como si la gente esperase que se desprendieran de la tela de sus estandartes y se trenzaran en un duelo jurado. Lo único que ambos bandos hoy tienen en común es el miedo.
Nuestro anfitrión dice que Mitrovica era una “succesful city” (ciudad exitosa) durante los años dorados de Yugoeslavia y hasta la muerte del Mariscal Tito. Aunque los albaneses, al no ser eslavos, quedaban un poco fuera de la definición de Yugoeslavia, accedían a los mismos beneficios que supo brindar el más progresista de los países socialistas de éste lado de la Cortina de Hierro. La mayoría de la población trabajaba en las Minas de Trepca, que empleaba a 32.000 personas. Hoy, el complejo industrial está en ruinas y en casi total abandono. Claro que con la llegada del xenófobo Milosevic al comando de la moribunda Yugoeslavia.

Del lado serbio, otra águila acapara la pasión de gente igual de común que la del otro lado, cuyo único orgullo consiste en esa “diferencia”.

¡Ropas y presidentes mafiosos tendidos por igual!
Durante la guerra de Kosovo la ciudad fue epicentro de duros combates, y nada volvió a ser igual. Los albaneses que vivían del lado norte fueron desalojados, y sus departamentos fueron usurpados. Los pocos serbios que vivían en el sur también se vieron forzados a cruzar el puente, como en un intercambio de prisioneros. Los que no pudieron cruzar fueron los muertos.
Los serbios, que tenían su cementerio del lado albanés, vieron la sacra terminal de sus huesos ser presa del vandalismo de los albaneses. A pesar de ello, no tocaron una piedra del camposanto de sus enemigos. En 2004, un chico albanés se ahogó en el río, y nadie preguntó demasiado si se resbaló o si ”lo ahogaron”, pero la venganza no se hizo tardar y un joven serbio fue sacrificado al río a vuelta de péndulo. La espiral de violencia terminó con malones de ambos lados chocando en las calles, con tiroteos descontrolados en la oscuridad, trescientos heridos y veinte muertos.
La gente, literalmente, se atrincheró en su orilla étnica de pertenencia, porque las patotas paramilitares armadas que patrullaban los puentes ajusticiaban sin preguntar. Los serbios, para las emergencias médicas, se veían obligados a cruzar el río como podían y llegar al hospital, que había quedado del lado albanés, para hacerse ver por médicos de los que desconfiaban. En algún punto se beneficiaron: nadie paga la luz porque aún no se han puesto de acuerdo a qué lado corresponde cobrarla.
Dejamos las mochilas en una mínima habitación prestada y salimos a caminar por el lado serbio, el reducto de los perdedores, que está mucho más deteriorado que su contraparte albanesa. Aquí la gente arrastra sus miradas por las baldosas, y en sus facciones se lee la tensión acumulada. Mientras los diplomáticos dibujan las fronteras en salas palaciegas bebiendo champagne, los pueblos ahorran el odio que estas divisiones causan durante años, a veces durante siglos. En el lado serbio de Mitrovica, la resignación parece haberse instalado como una niebla. Aquí, la etnia privilegiada quedó de un día para el otro derrotada e indefensa frente a su antigua presa, acorralada contra el lecho de un río indiferente.
Se enfrentan también a un limbo de identidad. Están técnicamente en Kosovo, pero en vez del euro oficial, pagan con dinares serbios y conducen con matrícula serbia. Es como si temieran un día despertarse con amnesia colectiva. Entonces, para recordar que son serbios enfiestan las calles con banderas y pegan posters de Djokovic y Putin —extrañísimo: un tenista y el dictador de otro país como mojones de la soberanía propia— Aunque viven en Kosovo, es el gobierno de Belgrado el que mantiene las obras públicas y la oficina postal del lado serbio. Yo nunca estuve en Serbia, pero me doy cuenta que no puedo juzgar a todo un pueblo por los desesperados ademanes que observo entre los náufragos de su historia.
Ya habíamos aprendido a leer el alfabeto cirílico, por lo que reconocimos el cartel de “café” y entramos en uno. Pagamos con billetes que mostraban a un pensativo Nicola Tesla (un grosso del que mi viejo es groupie) y nos sentamos. Los serbios a nuestro lado fumaban como para olvidar. Les dijimos si podían fumar afuera y nos gruñeron porque, al parecer, el pilar de la masculinidad eslavo-soviética incluye fumar y beber en todo momento y lugar.
Un grupo de chicas, maquilladas con el típico esmero nacido de la falta de perspectivas profesionales, se sentó en la mesa de lado a observar las pantallas de sus teléfonos, a mirar de reojo a los muchachos que fumaban en la mesa de al lado, y a lanzar gemidos estilo Kournikova cada vez que les llegaba una notificación. Cansados del aire de pecera turbia volvimos a la calle.
Dimos vueltas por el mercado sin mucho rumbo. Las calles vecinas al mercado olían a pimiento, aroma que me remitirá siempre a los Balcanes como el curry a India o Guyana y como el asado a casa. Un vendedor de verduras se mufa de que le saqué una foto. Cuando me acerco y esgrimo mi argentinidad como diciendo, yo no corto ni pincho en el mambo de ustedes, el hombre dice:
– ¿Argentina? Pola fazis, pola sozialist, president sexy… El que entienda lo que quiso decir me lo cuenta abajo en los comentarios. Lo que sí, con la última acotación, me quitó las ganas de cenar.
En un callejón, una nena tocaba un acordeón de juguete y nos sonreía—¡era la primera sonrisa que alguien nos dirigía!- Y, de regreso a los monoblocks donde nos alojábamos encontramos a un gitano zambulléndose gloriosamente en un conteiner de basura.
Siempre sentí que mi presencia como viajero en zonas sensibles como el Kurdistán o Afganistán era tomada como un buen presagio (“uh, mirá, un extranjero, tan malos no debemos ser como país que alguien quiere visitarnos”) Creo que el caminante puede mimar con sus pasos a un país, como si el acople de cada suela arrancara plegarias en los empedrados. Hay una curación, como un mantra percutido sin sobresaltos, como las cuentas de rosario que pasa entre sus dedos el peregrino. Pero es difícil caminar por una ciudad donde los perros le pueden enseñar dignidad al ser humano.
Eso lo comprobé al día siguiente, cuando regresé al puente para conversar con los policías italianos que intentaban, con su presencia, poner paños fríos al conflicto. Me acerco con cautela y les hablo en italiano. Esperaba que fueran hoscos y reticentes a charlar pero Antonio, el carabinieri al que me acerqué, se puso de lo más charleta. Me cuenta que ama su trabajo, subraya que no está allí por dinero. Abandonó una carera prometedora de contador para ingresar a la fuerza. Yo también abandoné la universidad para ingresar, a la ruta. Sueños distintos, mismo salto al vacío, Antonio afirma:
— Esta ciudad es una bomba de tiempo. Hubo muertos de ambos lados y no lo olvidan. Un puente que fue hecho para unir ahora divide. Si dos personas se dan la espalda es feo, aquí son dos etnias las que se ignoran…

Viajando aprendí a compartir con quienes se supone que están del otro lado.
Los serbios entienden toda presencia militar extranjera como las KFOR (Kosovo Force, enviada por la OTAN) como fuerzas de ocupación y por eso abundan los grafitis con esvásticas y leyendas del tipo “Go home!”. Mientras converso con Antonio veo que los perros cruzan el puente con más frecuencia que las personas. Ya dije en este blog que los perros callejeros me parecen sabios maestros zen, pero en este caso, hasta daban ejemplos perrunamente normales de lo que hoy en Kosovo es humanamente imposible. Los patos también iban y venían, sin distinción de orillas y bandos.
Esa conquista del temple que perros vagabundos y patos lograban en el puente de Mitrovica, serbios y albaneses no lo alcanzaban ni en la atmósfera controlada de un campo de fútbol, a juzgar por el resultado de la última vez que se confrontaron ambas naciones en la ronda clasificatoria de la Eurocopa. Los fans albaneses hicieron volar un dron con la bandera albanesa sobre la cancha, y el resto fueron puñetazos y lucha campal…
Nosotros, aprovechando la inmunidad que te da ser turista, vamos de un lado a otro, tomamos café por la mañana del lado serbio pero almorzamos del lado kosovar, (hamburguesas con ensalada a 1,5 euros) y teniendo cuidado de no sacar por error los dinares serbios para que nadie sepa que hemos cruzado el puente.
Cuando nos toca regresar al lado serbio de noche, abrimos bien los ojos y apuramos el paso. Una vez, una banda de amigos que, al darse cuenta que somos extranjeros, se vuelve una patota política, nos grita “This is Serbia!” Para los adolescentes, es muy tentador sostener los vacíos existenciales individuales con los pilares del drama étnico colectivo. Gente que no se conoce se odia, sólo por una barata deducción de silogismos: todos los cuervos son negros, y todos los albaneses, ladrones.
No veo para el drama de esta ciudad una solución a corto plazo, sólo nos queda soñar con una revolución del amor libre, donde una oleada de parejas mixtas generen una generación lo suficientemente mestiza como para que nadie pueda reclamar pureza alguna. Mientras ese escenario siga siendo una pieza de imaginación Mitrovica seguirá siendo para el viajero el sitio ideal donde entender de primera mano la importancia del factor étnico en los Balcanes.
Lee la experiencia de Laura en Mitrovica
En este post encontrarás....
Información práctica para visitar Mitrovica
Cómo llegar
Viajar a dedo en Kosovo es muy fácil. Si tomás un bus desde Belgrado, vas a llegar a una estación de buses improvisada, del lado norte. La estación de buses real está del lado sur. Allí llegarán los que viajen desde Pristina. Si viajás de Belgrado a Prisinta, te bajás del lado norte, cruzás el puente y ahí encontrás combis por 1.50 EUR.
Qué ver en Mitrovica
Creo que lo más importante en Mitrovica es caminar y entender la atmósfera que se vive. Sin embargo, hay un par de atractivos menores como la Iglesia Ortodoxa Serbia de San Demetrio y la Iglesia de San Sava. Para mí, lo que no tiene desperdicios es el puente y, para los interesados en la herencia industrial de la era comunista, el imperdible es el Complejo Trepca, del lado serbio. Del lado albanés, la mezquita es un punto de interés innegable.
Dónde comer
Del lado albanés hay mayor oferta. Uno puede ir de un lado al otro sin problemas. Hay pizzerías y restaurantes donde se puede comer comidas rápidas por 1 o 2 EUR.
De Pristina a Mitrovica
En el camino, una buena idea es detenerse en Vučitrn, un pueblo con un puente medieval otomano y una torre del siglo XIV.
Alojamiento en Mitrovica
Nosotros usamos Couchsurfing, pero otra opción es el Hotel Genti, con habitaciones por 10 euros.
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Con tu relato Me hiciste recordar a la gente de las islas Falkland y Argentina
Algo similar, solo que habiendo un mar de por medio, los roces y la indiferencia se mueven en un plano simbólico. Gracias por comentar!
Así es, y de hecho ni Argentina ni España (entre otros países) no reconocen a Kosovo porque esto implicaría un mal antecedente en el caso argentino con los kelpers y en el caso español con el peñón de Gibraltar y también -esto es una opinión personal- con los separatistas vascos.
Igualmente, por más que uno no quiera meterse como viajero en lo geopolítico, es problema de Kosovo es este y si bien fueron bastante rebeldes desde siempre -Tito les dió mucha autonomía como región y hasta su muerte digamos que la cuestión estaba calmada- la cosa empezó a ponerse fulera cuando Milosevic agarró la sartén por el mango -aunque todavía no oficialemte- antes de la guerra de desmembramiento. El nacionalismo por un lado (el tiempo le dió la razón al viejo Tito, eran el cáncer de Yugoslavia) y luego el aprovechamiento de esta situación que hizo Europa primero y luego EEUU terminaron en todo este desastre.
Recordemos que en Kosovo está la base yanqui más grande fuera de EEUU (Camp Bondsteel) y las “malas lenguas” aseguran que no sólo no trajo nada bueno sino que la actividad mafiosa del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) empezó a ir “pum para arriba” sin que los dueños de la base hagan nada al respecto. Otro hecho curioso que involucra al UCK es el tráfico de órganos de prisioneros de orígen serbio a quienes después obviamente mataban. Esto trató de ser investigado sin exito por la que era fiscal en ese momento en el Tribunal Penal para la Ex-YU Carla del Ponte (luego embajadora de Suiza en Argentina) sin éxito (no porque no tuviera pruebas sino porque a las grandes potencias no les interesaba).
También si pasaron por Pristina, habrán visto la estatua a Bill Clinton, creo que eso dice bastante de cómo el UCK consiguió la independencia de Kosovo.
Si bien tengo amigos serbios y estuve en Serbia, no me interesa juzgar a la gente de Kosovo en particular ni a los albaneses en general, que por lo que contás, son tan buena gente como los serbios que yo me he encontrado. Sino simplemente un aporte a este tema tan apasionante (al menos para mi) y desmitificar un poco al UCK, que si bien seguro entre sus filas hubo gente que quería un país y luchó desinteresadamente, la cúpula de ésta, está sospechada de toda clase de crímenes horribles. Pero que casualidad en los grandes medios siempre escuchamos de los nenes malos de Serbia (que si existieron, claro).
Por último, y para ver cómo el ser humano puede borrar sus fronteras malignas si así se lo propone, les recomiendo a todos una muy linda película sobre este tema (el puente juega un papel central!) se llama “My beautiful country” y trata de una viuda serbia que se enamora de un albano-kosovar a quien encuentra en su casa escondido y herido (no voy a spoilear cómo sigue!).
Perdón la longitud, solamente quería comentar y aportar habiendo estado “del otro lado” (ya llegaré a Kosovo!)
Saludos!
Ya me estás acostumbrando a tus comentarios de lujo!! Gracias Ceci por tu aporte. Totalmente de acuerdo. No creo en la santidad de ningún nacionalismo, sea albanés, sea kosovar. Algunos de los temas que mencionás los pensaba tratar cuando escriba sobre Pristina, la semana que viene (tengo fotos de la estatua de Clinton, que desastre 🙂 Gran abrazo!
Jajaj muchas gracias Juan, un honor viniendo de semejante viajero. Es muy grato encontrar alguien interesado en la temática porque la mayoría recuerda palabras sueltas de esa guerra (Bosnia, Kosovo, Milosevic… ). Espero ansiosa la crónica de Pristina!
Si te interesa, te dejo lo que escribí sobre otro 24 de marzo negro, fue el que vivió Belgrado cuando comenzaron los bombardeos de la OTAN.
https://conurbanadeviaje.wordpress.com/2015/03/24/belgrado-el-otro-24-de-marzo/
Saludos!
Grandes reflexiones las de Juan en este post y los comentarios de Cecilia. Estudio el tema de los nacionalismo étnicos y siempre la experiencia de primera mano son muy enriquecedoras. Gracias por compartir tu experiencia!!
excelente comentario y recomendacion de la peli, estoy x viajar a la zona en agosto 2023
muchas gracias
damian
Hola Juan Pablo.
Muy buen relato, a medida que iba leyendo me imaginaba, primero del lado albanés, luego en el lado serbio, misma tierra distinto nombre…… y la verdad es que me cuesta entender tanto odio, pero bueno, los seres humanos somos bastante idiotas cuando nos lo proponemos……
Muy bueno el comentario del verdulero, veo que encuentra sexy a nuestra Sra. Presidente…..¿si viviera en nuestras latitudes y compartiera nuestras vivencias, también la encontraría sexy?
En cuanto a la frase Pola fazis, pola sozialist, aparentemente te quiso decir: mitad Fazista, mitad Socialista.
Parafraseando a Eduardo Galeano, este relato se podría titular: las venas abiertas de Kosovo.
Te sigo leyendo en la medida que publiques tus vivencias, Cuídate, a veces “los otros” no se dan cuenta que eres turista, usa la casa del “10”….. aún obra maravillas…. como su mágica zurda. 🙂 Te mando un abrazo. Claudio.
Hola!! Ah….. tenés razón, ¡eso quiso decir! Gracias por el comentario. Y sí, estas son las venas abiertas kosovares.
Muchas gracias por compartir tus experiencias y la sabiduría del que no sólo ha ido sino que también ha intentado comprender y conocer.
Estoy viajando y en 2 días estaré en Mitrovica.
Salud.
Buen viaje!!