Dejamos Ostuni para internarnos en el Salento, el sur profundo de Italia, tierra de gente orgullosa y expuesta a los vaivenes —o azotes— de la historia, ya que algunos de sus puertos, como Otranto, fueron durante siglos la puerta de Oriente. Desde hordas de turcos enfurecidos que procedían a degollar a toda la población hasta el mismísimo San Pedro, muchísimas cosas desembarcaron en Otranto. Hablamos de una tierra barrida por el viento scirocco, que proveniente de África, hace levitar y esparce las arenas del Sahara. De Otranto seguimos rumbo sur por la ruta que va bordeando el taco de la bota. Pronto estábamos en Santa María di Leucca, el mismísimo finibus terraede los romanos, donde Italia termina y donde se juntan los mares Adriático y Iónico. Como nos parecía poco probable que en un sitio tan turístico alguien nos abriera las puertas de su casa o jardín, decidimos hacer unos kilómetros más. Así fue que llegamos a un pueblo del que no voy a dar el nombre para proteger la privacidad de los involucrados…
Basta con saber que era un pueblito con mar azul que en las orillas se volvía esmeralda cristalino. Llegamos cansados, nos tiramos un chapuzón, y nos secamos mientras almorzábamos en modo picnic. Inmediatamente después, antes que oscureciera, salimos a buscar donde acampar. No esperábamos encontrar un ángel de la guarda, nos contentábamos con un pezzo di terra per fare il campeggio. En general, cuando a los italianos les preguntás dónde acampar, te indican dónde está el camping más cercano, y sonríen como si te estuvieran ayudando. Cuando les decís que no querés pagar dan un pasito hacia atrás, como si hubieran estado hablando con un leproso sin notarlo, te dicen que no tienen ni idea y cierran el caso. Pero Marco entendió nuestro mensaje al toque. Marco estaba parado afuera de su bar:
– Yo tengo un lugar para ustedes. También estuve de viaje, y sé lo que es estar lejos de casa.
Una de las torres que se encuentran por toda la costa, que antes servían para avistar las invasiones de los turcos.
Marco era un hombre fornido y de musculatura marcada, pero tenía siempre un aspecto cansado, aunque fueran las ocho de la mañana. Era como si hubiera vivido ya demasiadas vidas y estuviera esperando que una valquiria lo raptara y lo dejara piadosamente en un cielo de algodón. Había rayos de sangre en la tormenta de sus ojos y, a pesar de todo, siempre nos sonreía con ternura de bienhechor. Debajo de sus ojos llevaba tatuados dos lágrimas y una cruz, y en las falanges de los dedos había todo un alfabeto de runas indescifrables. Pospuse las preguntas, pues lo acabábamos de conocer. Mientras nos acompañaba a su casa largó algunas pistas: un hijo al que nunca había conocido en Brasil y mellizos en Rumania. Pensé que el trabajo era la manera de refugiarse de sus propios pensamientos.
Esa noche estábamos invitados a cenar en el piso superior de la inmensa casa, que pertenecía a su tío. La mesa estaba preparada en una terraza que daba al sereno mar Jónico. Otra vez, una mesa puesta. No como cualquier otra, sino una mesa en Puglia. Y cuando esas son las circunstancias, uno puede esperar cualquier cosa. El tío de Marco llegó en su auto escuchando ópera al palo, y se bajó del auto, pero no sacó la llave ni apagó la música. Parecía que era el mismísimo Fiat rojo el que cantaba La Donna e mobile en esa terraza. Salvatore, así se llamaba, había sido el chef de un restaurante italiano en Hamburgo durante 50 años, lo que compensaba ahora con un italianísimo retiro en sus pagos sureños. Era un personaje exuberante y goloso. Pronto enunció su credo, mientras Marco, su sobrino, lo admiraba embobado: “A mí me gustan el vino, las mujeres, y la ópera. El fútbol no es cosa mía. No creo en ningún Dios, sino en las estatuas modeladas por los hombres, admiro al escultor” Lo del vino se notaba, había un brillo perpetuo en su pómulo derecho, como una luna roja. Todo su ser parecía movido por un afán escultórico. Cada gesto —en especial cuando llenaba nuestras copas de vino Negroamaro rosatto con una sonrisa apretada que se saciaba a sí misma— era un acto que rozaba lo divino.

En Italia, no podíamos dejar de viajar en una Fiat 500

En Uggiano la Chiesa, acampamos en la iglesia, y desayunamos sobre estos bancos viejos.
En la mesa, aperitivo primer round, primer plato interminable que te hace olvidar que después viene otra cosa, que en realidad todo eso es un aperitivo, lo que en Italia puede constar de entrañas cocidas de caballo, anchoas, frise, tomates, quesos varios cada uno en su platito, y pimientos. Salvatore ensalzó el tamaño y calidad de los pimientos, ejecutando otra de esas poses renacentistas o barrocos (expertos en historia del arte comentar al pie del post), juntando los dedos de su mano sostenida en el aire, como preguntando desafiante al cosmos si acaso había pimientos mejores que esos, y sonriendo de forma lasciva y bajándose otra copa de negroamaro.
A su lado, Marco seguí cada palabra de su tío, su rostro extenuado se iluminaba con una sonrisa cuando éste aseguraba que los napolitanos habían inventado el ferrocarril antes que los ingleses, o que el ajo como base de la fritura era una donación monumental del sur de Italia a la cocina europea. Si en algún momento se animaba a interrumpirlo o discutirle, el tío lo miraba incrédulo y burlón y enseguida Marco retrocedía: “Perdón zio, tu eres Dios y yo soy el apóstol San Luca. Te escucho zio…” Pero detrás de esa dialéctica no había temor, sino un respeto y admiración cómplice por la experiencia y la biografía del tío exiliado.

Poses centenarias, ancestrales, italianas….
Me vinieron a la mente esos cuadros en donde figuras rechonchas y semidesnudas se llevan a la boca racimos de uva con calculada pereza. Esa exaltación operística de la comida no hubiera estado completa sin la música. Demoré varias copas de vino en darme cuenta, pero la música no estaba allí como ruido de fondo, como esas radios que la gente sintoniza en Año Nuevo. La ópera era un agasajo que acompañaba a esos banquetes en su viaje final –tenedor mediante- hacia una nueva vida. En Italia, donde hay comida, todo lo demás es un satélite. A mí no me joden, lo que Leonardo Da Vinci quiso mostrar en la Última Cena es la universal algarabía de la patota de amigos reunidos para la picadita, en una época donde la religión era el único tópico aceptado. Observé lo mismo durante los partidos de Italia durante el Mundial. Los camareros se cruzaban con bandejas repletas de piadine y Spritz en medio a una jugada de Pirlo, y nadie chistaba, cuando en Argentina le hubiera puesto las piadine de sombrero.
La conversación parecía mecerse, navegar los tremendos océanos de voz que nacían de las gargantas enmoñadas de Plácido Domingo, Pavarotti o Enrico Carusso. Habían llegado el piato forte (principal) y aunque ya estábamos llenos nos rendimos ante unas costeletas de cerdo y spaghetticon huevos de lombo (pariente del esturión). Marco y Salvatore comían, bebían, fumaban, bebían.
Fue entonces que el tema fue virando de la ópera al hampa. Empezó como un leve escepticismo sobre las traducciones. Marco había osado traducir para nosotros una canción en dialecto, pero su tío lo reprobó:
– Lo que nace en napolitano muere en napolitano. Es como la mafia ¿Cómo entenderla desde afuera del sur de Italia?
Noté que Marco miraba al suelo mientras su tío hablaba sobre la Cosa Nostra. Giani se fue a dormir, Laura hizo lo mismo. Eran las 2 de la madrugada y quedábamos sólo Marco y yo, hechizados por el negroamaro rosado.Tambaleamos como pudimos hasta el piso de abajo. Yo me tiré en la hamaca, Marco se sentó al costado, se refregó la cara, y comenzó a desinflarse. De sus hijos por el mundo ya sabía. Pero fue más atrás en el tiempo, contó que de joven se había dedicado al juego y al narcotráfico, transportando cocaína de Nápoles a Milano. Había ganado fortunas y las había derrochado de un parpadeo. Había tenido todas las mujeres, y había perdido un Rolex de oro en un mano de póker. Cuando llegamos a este punto hizo una pausa, y regresó con una jeringa y un frasquito minúsculo de vidrio que decía Valium. Comenzó a inyectarse. Los Doors, obviamente, habían reemplazado un rato antes a O Sole Mío.
No era nada que no hubiera visto en el Centro Cultural Cortázar de Mar del Plata, pero me incomodé un poco, sobre todo porque no se me ocurría como tirar una soga de armonía a esa vida de latigazos y recuerdos. Mantuve la calma y permanecí contra mi voluntad inmutable.

La bandera de Sicilia: antes que pasara todo esto ya era mi bandera favorita….
Después de su dosis continuó su historia. Un día lo arrestaron. Pasó 5 años en prisiones de Nápoles y Sicilia. En Nápoles, los otros condenados no pensaban más que en sí mismos. Pero en Sicilia, los viejos mafiosos que llevaban décadas tras las rejas le enseñaron códigos, le dijeron que quizás tenía que pactar con sí mismo algunos objetivos en la vida, quizás, a veces valía la pena sentarse a hablar antes de disparar. Al salir de la cárcel estaba tan agradecido por la educación moral recibida que retomó contacto. No me dio detalles, pero me contó que debía tirar su teléfono celular al mar cada quince días, que le habían cancelado la licencia de conducir de por vida. Luego zigzagueó hasta su habitación y regresó con una bandera siciliana que ya había detectado, colgada detrás de la biblioteca. Las tres piernas flexionadas en el centro significaban, me dijo, la capacidad de caer siempre parado, de sobreponerse a todo obstáculo.
– Por eso, este es mi regalo para vos dijo, y sacó un cuchillo.
No me iba a apuñalar. Tampoco era un cuchillo labrado en oro con símbolos mafiosos (como los que Marco tenía tatuados en sus dedos). Era más bien un cuchillo funcional y barato, con funda de plástico azul. La hoja, sin embargo, era contundente. Marca “Shark”, leí como pude a esa hora y en esas condiciones.
– Gracias pero ¿para qué quiero un cuchillo?
– Para que te protejas y protejas a Laura…
Cerca el mar Iónico murmullaba, el extremo sur de Italia se deshacía en peñascos y yo en preguntas. Agradecí a Marco, quien reptó hacia su cama, y me quedé sólo, pensativo. Pensaba en cómo el cariño puede asumir todas las formas posibles, incluso, para alguien que luchó toda su vida, la de un cuchillo. Pensaba en lo fuerte que hay que ser para compartir las propias miserias, y en todas esas historias que ahora ya están sucediendo y quién sabe cuándo se van a cruzar con mi mochila… Le agradecí, también, a Italia, por haber compartido conmigo mucho más que sus monumentos.
Me encantan tus historias, parecen mentira pero conmueven por lo real. Gracias por compartirlas!!
Gracias Gabi, que bueno que llegue esa realidad a través de las palabras! Abrazo!
Hola Juan 🙂 Recien hoy vi sus video en youtube y estoy ojeando ahora sus blogs, quería hacerles saber que siento mucho respeto y admiración por lo que hacen y espero pronto poder emprender un camino como el suyo.
A ti y a Laura todos mis respetos y buenas vibras desde Panama. (Si pasan por Panama no duden escribirme :D).
Gracias por comentar y por la buena onda, saludos desde Cairo!!
¿Qué hubo hermano?
Espero estés en algún nuevo lugar ahora.
Para este post, te faltó poner en una cita, antes de iniciar, algo como “Se recomienda orientación por la crudeza”.
Vaya manera tan, digamos, poéticamente correcta de plasmar una vivencia.
Admirable. Yo, la verdad, admiro el “código moral” de muchos que pasaron por la Cosa Nostra. Por lo demás, si hablas de comida con un italiano, cualquier problema es descartable.
¡Salut!
PD: Pasa por Venezuela. Quizás sea peor que Afganistán ahora, o no, pero tiene cositas lindas.
jaj Soy un sobreviviente de Venezuela. Como tu dices, me he sentido más seguro en Afganistán. Esperemos pronto cambie la situación!
Tus historias son fenomenales 😀 Soy muy fan de este post!
jje También es uno de mis favoritos. Cuando las cosas se descarrilan del sentido común, es cuando me refriego las manos jajaj
De entre tus post, este es de mis favoritos. En muchas ocaciones los tragos dan paso a compartir cuentos y anecdotas inolvidables.
Tambien me gusto mucho el post de los “Budas Playeros”, soy de Venezuela y siempre pense lo mismo al ir a Choroni y otras playas cercanas.
Saludos desde Estados Unidos.
Gracias por comentar. Se ve que has buceado en el blog: ese post es del 2012. De todas formas que alguien de Venezuela haya avalado mi post sobre los Budas playeros me deja dormir tranquilo 🙂 Abrazo!