Habrás visto las imágenes en la televisión, de miles de mujeres iraníes quemando sus hejabs en la vía pública o cortándose el cabello en redes sociales. Las protestas feministas en Irán ocupan la primera plana por primera vez en una década
Gran parte de la población de Irán, tanto hombres como mujeres, están desafiando como nunca antes al régimen de la República Islámica, luego de que la “policía de la moral” asesinara a Mahsa Amini, una joven de 22 años, por tener mal colocado el velo.
Pero entonces, surge una pregunta: ¿por qué tando descontento en un país que se autodefine como república islámica?
Este boletín no es para contarte lo que ya viste en redes, sino para darte más contexto, para entender –e indignarse- un poco más.
Y dije que todo esto tiene y no tiene que ver con mi viaje porque, aunque vine a Asia Central con la idea de escribir sobre las distintas “identidades” que se mueven hoy por la antigua Ruta de la Seda, el camino ruta me puso de narices frente a situaciones de desigualdad de género que me hicieron cerrar el puño.
Pero vamos primero con Irán, para entender un poco más.
Tabla de contenidos
¿Por qué Irán es una “república islámica”?
Irán es una república islámica desde 1979. Esto quiere decir que el Corán rige por sobre cualquier constitución y ley humana, como una especie de código supremo, acompañado de la “sharia”, es decir, jurisprudencia derivada de la interpretación que cada jurista islámico hace del Corán.
El problema, aunque nadie lo dice en criollo, es que el Corán fue escrito en Arabia por un pastor analfabeto en el siglo VII, pero rige la vida de personas con posgrados universitarios.
¿Y qué es la “policía de la moral”?
Para -en sus propias palabras- “prevenir el vicio y fomentar la virtud”, la policía de la moral patrulla las calles, vigilando sitios concurridos como estaciones de metro y centros comerciales, y se asegure que se cumpla el estricto código de vestimenta islámico, evaluando si las mujeres no están mostrando demasiado el cabello por fuera del hejab –que, en teoría, debería cubrirlo por completo-, si no usan ropa demasiado corta, o si tienen demasiado maquillaje.
Incluso, si usan colores demasiado brillantes, podrían terminar en la comisaría, o en centro correccionales para ser “reeducadas”.
¿Pero qué pasaba en Irán antes de 1979?
Esto es fundamental, porque antes de 1979, la cosa era muy distinta: el Shah de Persia gobernaba con patronazgo de las potencias occidentales. Y justamente porque se alineaba con los valores occidentales, una gran clase media urbana y secular pudo florecer en Irán. Maquillaje, minifaldas, escotes, todo era parte del paisaje urbano.
Pero no se trataba sólo de algo estético. Las mujeres podían, si querían subirse a un bus sin tener que ocupar el asiento de atrás como si fueran ganado o cantar frentte a público de ambos sexos en un concierto, cosa que hoy está totalmente prohibida.
El período del Shah merece abordaje aparte, porque si bien permitía la libertad de vestimenta, incurría en actos de corrupción y despilfarre, muchos de los cuales impulsaron un cambio. No será este el artículo en que habalremos del Shah, sin embargo.
Sí es relevante observar que, en 1936, el Shah anterior había prohibido la utilización de velo completo en público, algo que fue conocido como Kashf-e hijab. Esto, sin dudas, empezó a generar un cisma. Para dar más contexto: en la vecina Turquía estaba Ataturk, otro paladín de la secularización en una época donde toda la región parecía moverse hacia Occidente.
Yo, personalmente, después de haber pasado años enteros de mi vida en países musulmanes y vivido en sus hogares, no creo que prohibir, en general, sea buena medida, ni de un lado ni del otro, pero creo menos aún que las mujeres musulmanas, -en líneas generales- lleven el velo por una voluntad propia. La presión familiar es enorme, aún en países donde es legal ir sin él. Por ende, la prohibición forzada de un acto que también viene forzado por la costumbre colectiva, me parece más bien un instrumento de cambio positivo.
No porque en Egipto sea legal ir sin velo significa que las mujeres que lo llevan lo hacen por deseo propio. De manera similar, aunque ninguna ley prohiba los matrimonios arreglados y de libertad nominal a las mujeres, la gran mayoría de las chicas en Tayikistán siguen siendo casadas a la fuerza, en muchos casos viéndose obligadas a dejar sus estudios.
Pero volviendo al tema, en 1979, el Shah no fue expulsado por una “revolución islámica” como se dice, sino por fuerzas políticas y civiles de todo tipo –desde liberales hasta comunistas-.
Pero como los sectores más campesinos y postergados eran, naturalmente, más conservadores y religiosos, los islamistas se apropiaron de la revolución, proscribiendo casi de inmediato la diversidad política y religiosa.
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¿Por qué hay que controlar tanto en un país supuestamente tan conservador?
Por lo dicho antes, mucha gente quedó ideológicamente atrapada en Irán. Todo el norte de Teherán, una ciudad de 16 millones de habitantes, está poblado por sectores reacios a seguir una vida basada en el Corán, es la Teherán de la gente más educada y próspera, y en sus calles, las chicas llevan el hejab casi a la mitad de la cabeza.
Por eso, Masha Amini no fue una desubicada que tuvo un rapto de rebeldía, representa a cientos de miles de mujeres iraníes que, a diario, exhiben valientes destellos de desobediencia civil, y ellas son las principales protagonistas de las protestas feministas en Irán.
Lo que pasa hoy en Irán, no pasaría fácilmente en Siria o Egipto, que tiene une reputación menos “islámica” pero muchísima menos clase media liberal.
En Vagabundeando en el Eje del Mal (conseguir desde el exterior) le dediqué un capítulo entero a ese Teherán subterráneo que es el que hoy salió a la calle, a sus artistas y tertulias nocturnas ilegales combustionadas por etanol de farmacia mezclado con Coca Cola, que me tocó compartir mientras recorría el país con la mochila al hombro y la pluma atenta.
¿Y por qué los hombres musulmanes piensan que la mujer debe llevar velo?
Un chico –muy educado, por cierto, ingeniero de la General Motors- que me llevóa dedo en Uzbekistán la semana pasada me lo explicó claramente:
“Si tenés delante de ti dos mujeres, una que tiene “open body” (su manera de decir que deja ver su cabello, piernas y brazos) y una totalmente cubierta por velos, ¿en cuál de las dos te fijarías?
A la respuesta que es obvia él respondió: “Y entonces, tal vez, no es seguro pero es probable, vas a querer obligarla a tener relaciones sexuales contigo, ¿o no?”.
Bueno, ¡pues no!– le respondí ya perdiendo un poca la diplomacia -. ¿Qué me estás diciendo? ¿Qué ellas tienen que ir cubiertas porque ustedes no pueden controlarse? ¿No se te ocurrió que es al revés, que no podés controlarte porque no están acostumbrados a ver mujeres sin velo?
Y entonces, vino lo peor: “es que no es una decisión muestra, ya sabés, es Satán que se mete en la mente de los hombres para hacerlos caer en el vicio”.
Este diálogo no fue una excepción, es la réplica de miles de diálogos similares que he tenido con amigos musulmanes desde Damasco hasta Islamabad, es lo que se enseña en casas y escuelas, son las palabras de un pastor analfabeto del siglo VII.
Muchos musulmanes, en un intento de patear la pelota afuera y defender al Islam dicen que las cuestiones de género, en realidad, no están dictadas directamente por el Corán, sino que son adaptaciones de la cultura local.
Bueno querido, entonces tu cultura es una mierda.
Yo, en momento de furia en nombre de todas las mujeres que en cuatro meses de viaje hicieron catarsis conmigo sobre su falta de derechos.
Cuando empecé a viajar, enamorado de todo lo foráneo e influenciado por textos abstractos de antropología escritos por gente que nunca viajó, yo creía en el relativismo cultural.
Hoy, 100 países después, paso de la hipocresía: creo que hay aspectos de cada cultura, la propia incluida que son perfectibles y que, POR SUPUESTO, HAY CULTURAS que hacen cosas mejores que otras y que deberían ser tomadas como ejemplo.
Sino, serían las mujeres indias o kirguizas las que, empuñando su independencia de género y económica, se irían de mochileras a Alemania y no al revés, como es el caso.
No creo en una humanidad que sea una confederación culturales inconexas donde cada uno debe descubrir la pólvora, inventar el automóvil e los derechos de géneros sin influencia de sus culturas vecinas.
Al contrario, todo es comercio, influencia, mecha encendida en otra parte.
A quienes romantizan desde Occidente el uso del velo como ícono de una fantaseada independencia cultural oriental frente a Coca Cola les, pido, de corazón, que dejen la estupidez para momentos menos cruciales de la historia.
Hoy me parece un deber de todo viajero o viajera, ante diálogos interculturales como el mencionado, desafiar con respeto y hacer pensar a su interlocutor, en vez de congraciarse.
Porque mientras no lo hagamos, mientras la gente siga pensando así en la base, las mujeres seguirán siendo molidas a palos por no llevar bien puesto el velo, y Satán –y no hombres adultos con responsabilidad individual- serán los responsables de los actos de violencia sexual y doméstica.
Sin pelos en la lengua, te saluda desde Bujara, Uzbekistán,