En 10 minutos, se detiene el primer vehículo del viaje, un camión IVECO que llevaba fertilizante a Junín. Lo vemos estacionarse y levantar polvo en la banquina. Pero lo más increíble es la inscripción que vemos en la lona anaranjada. Allí dice bien clarito: “Transporte El Sueño”. Y nos subimos tan agradecidos que el camionero escasamente entiende la trascendencia del momento. El viene cansado, volvió de un flete de 15 días por medio país, estuvo media hora con su familia y volvió a salir, esfuerzo que hace porque de a poco está terminando de pagar su propio camión. En Junín nos esperan Luján y Matías, antiguos compañeros de Lau en la carrera de turismo. Hacemos nuestra primera parada, y aprovechamos a probar las extrañas “tortas de trigo”, peculiares bocados del tamaño de una hamburguesa que sobreviven en esta localidad en medio a tanta comida chatarra.
El 720 nos dejó en las ya pisadas banquinas de Batán. Ahora sí, en viaje, caída libre hacia el sur. Aunque la idea original era salir de mañana, terminamos llegando a la ruta a las tres de la tarde. Como en un acto reflejo busco el lomo de burro que está a 200 metros pero antes de llegar le preguntamos a un hombre que acaba de estacionar su Chevrolet 400 modelo 75’ para comer un alfajor. Termina siendo Guillermo Petersen, personaje conocido de Necochea, asesor político, profesor de educación física, hombre versátil y apasionado de los autos clásicos. El Chivo, de hecho, parece recién salido de la concesionaria. Transitamos la ruta 88, Laura va desparramada sobre el asiento trasero. ¿Quién dijo que viajar a dedo era incómodo? Yo converso con Guillermo y disfruto el sostenido ronroneo del motor del Chevrolet. Aunque en Necochea nos esperaba Juan Carlos, no pudimos rechazar la oportunidad de tomar unos mates con la familia de Guillermo. Su mujer bajó un enorme atlas y nos pidió que le enseñáramos la ruta planeada para nuestro viaje. Qué fácil es transportar el dedo sobre el papel ilustración desde Ushuaia hasta Groenlandia. La emoción, sin embargo, tiene más parentesco con las suelas gastadas…
Juan Carlos es una persona especial, lo digo con fundamento y cariño. Aunque por momentos me da la impresión de que nuestro mundo no tiene cura, que se encuentra en sostenido declive hacia la infecundidad y la mediocridad, luego me acuerdo de gente como Juan Carlos, que con brava inocencia buscan a tientas las salidas de emergencia, los mapas de los tesoros, los secretos escondidos en los dobleces de lo cotidiano. Juan Carlos –y hablo de él pero me refiero en simultaneo a tantas otras personas que he conocido viajando- olfatea como un sabueso las redenciones que ofrece nuestra sociedad. Más de una vez lo he visto hallar consuelo en el arte. Y ojo que Juan Carlos no es pintor, ni escultor, ni aproximado. La sociedad no necesita artistas, sino que los no artistas crean en el arte más que en Wall Street. El día que conocí a Juan Carlos yo promocionaba mi libro en los pasillos de la Feria del Libro de Mar del Plata en compañía de mi Americiclo, una curiosa bicicleta de doble piso con la que alguna vez pensé recorrer América antes de volver a mi primer amor, el autostop. En ese momento Juan Carlos sintió que esa bicicleta debía ser suya, lo deseó y de esta manera lo trasmitió al universo, decretándolo. Su deseo no tardó mucho en cumplirse: cuando decidí seguir viajando a dedo y vender el Americiclo, no pude pensar en un comprador más digno.
Al margen de su pasión por este ciclismo de altura, Juan Carlos practica un ascetismo financiero según el cual el camino a la abundancia no proviene de la aplicación de la fórmula del interés compuesto o de las inversiones, del maxi-kiosko o el Cyber abiertos en el momento oportuno. Juan Caros confía en que si uno lo desea, el dinero va a llegar, y lo va a hacer en el caudal que uno se lo solicite al universo. No queda bien claro el método, el idioma que habla el universo, o el PIN. Pero la tranquilidad con que Juanca expone su razonamiento acaba por convencerlo a uno, sobretodo porque en ningún momento hay una prédica o intento de convencimiento. Sobre la misma base, tampoco hay motivos para el acopiamiento del vil metal: lo he visto comprar un Ford Falcon a una mujer sólo porque en la cola de la panadería escuchó que esta necesitaba urgentemente venderlo para solventar una operación.
En compañía de la familia de Juan Carlos, de su hermano Martín, de sus sobrinos y su tío, un periodista de la vieja escuela avezado en el tango y el marxismo, cumplimos con el ritual del asado mientras debatíamos la ley de medios entre cervezas. Dormimos en una habitación comodísima y, tras un desayuno de medialunas con exprimido de naranja, estábamos listos para la ruta. Juan Carlos nos llevó en su jeep. Un gran abrazo junto a la banquina y otra vez barrilete.

En una estación de servicio, recurrimos a nuestra estrategia diplomática. Si esto fuera fútbol, preguntarles a los conductores mientras cargan gasolina sería como patear un penal. Sin el factor de la velocidad y con la posibilidad del contacto cara a cara, las posibilidades aumentan. Con un planisferio que muestra nuestra ruta y un artículo de un periódico que avala las intenciones que declaramos, es muy difícil que la gente se niegue a llevarnos. Hasta al más recio se le cae una sonrisa. Así encontramos pronto a una pareja que nos llevó en su Fiat Punto hasta Punta Alta. Allí debimos tomar un colectivo hasta Bahía Blanca, donde nos esperaba Raul, un lector y ante todo un amigo. Mi ligera decepción por deber recurrir a transporte público se vio resarcida por el hecho de que la empresa de transporte se llamaba “El Villarino SRL”. Le agradezco a la empresa el gesto de haber cambiado su nombre por adelantado en honor a mi temporaria deserción a bordo de uno de sus vehículos.
A borde del Villarino conocemos a Carlos, un formoseño de 26 años que viaja con una mochila que dice “Policía de la Provincia de Formosa”. Al vernos acomodar nuestros bártulos no lejos de su asiento se acerca a conversar. “¡Qué bueno que no soy el único mochilero!” – festeja. Moreno, de cara lustrosa y contextura diminuta, nos cuenta que viene bajando desde Formosa, un poco revolviendo los tachos de basura, otro tanto conmoviendo a comisarios y jefes de bomberos para que lo dejaran dormir donde fuera. Haciendo changas y viajando a dedo, alimentación proporcional a la bondad de los almaceneros… Iba para Río Grande, donde lo esperaba un amigo con un bebé del que debía ser padrino. ¡Teníamos a la vez tanto y tan poco en común con Carlos! Nos hermanaba el viajar a dedo, y el llevar una mochila a la espalda, pero las motivaciones eran distintas. El viajaba a dedo por necesidad, nosotros por un placer de sibaritas marginales. Aún así, llegó a mencionar que había un placer intrínseco en el movimiento (no usó esas palabras) y ahí los túneles se volvían a tocar. Luego contaba que buscaba un trabajo estable, y quedaba a la vista su deseo de dar un paso hacia dentro de la sociedad. Nosotros, en cambio, intentamos dar una cabriola para atrás sin perder una red de contención, que son nuestros amigos, familia y lectores, que nos ayudan a seguir viajando. Me fascinaba que él no distinguiera ninguna de estas diferencias entre nosotros. O quizás las veía pero prefería tender un puente hacia los espacios comunes. Nos separamos en la terminal, ahí se quedó saludándonos, sonriéndonos sin vergüenza por sus dientes espaciados.
Raúl Antón nos recibe en Bahía Blanca, en su departamente internamente amurallado por altos aparadores repletos de libros. Escapa a mi dominio sobe la lengua castellana la posibilidad de transmitirles en este breve formato los principales rasgos de Raúl. Admitiendo esta minusvalía, procederé a decir que en él empalman en solidario equilibrio un amor borgeano por la lógica y las matemáticas, un conocimiento enciclopédico del marketing y la logística, y un discernimiento no menos cabal para las cervezas y otros fermentados… Todo esto enmarcado en un sentido del humor que apela al absurdo como principal combustible. Se había hecho la hora de cenar, por lo que Raúl pidió una pizza gigante de jamón y panceta. Luego, alrededor de las nueve, llegaron algunos lectores que habíamos convocado y que debían retirar su ejemplar de “Un Tango en Tíbet” (un libro artesanal de tirada limitada). Llegó primero Ana María, dueña de una farmacia, senderista de montaña y apasionada de los viajes. Más tarde llegó Nilda, docente de geografía que suele usar los posts de este blog como material de estudio, y Gladys, una lectora que siempre nos acompaña en las buenas y en las malas. Completaron la tertulia de honor Natalia y Martín, que pronto se irán seis meses a Uruguay a una meditación Isha.
Más allá del obvio tema de los viajes, con Raúl analizamos otras crueldades del sistema. “Al éxito no se le discute” – citó nuestro amigo a algún gerente de marketing de Coca Cola. Aunque lo exitoso diste de ser bueno, termina gobernando las vidas de la mayoría. El grado en que algo tiene mayor o menor sabor a naranja, es el grado en que se distancia o acerca al sabor de una Fanta. Los inconcientemente incorporan a la Fanta como estándar y la usan como vara de comparación incluso para decretar que una naranja no tiene sabor a naranja! Y eso que es sabido que desde hace 50 años la Fanta ya no contiene resabio alguno de la fruta máter. Conversamos a su vez de la agricultura transgénico. Para Raúl el debate de fondo es legal, modificar la semilla del trigo es una excusa para poder patentarla y, al difundirla y acorralar al trigo tradicional, lograr ser algún día los dueños del gen del trigo. Finalmente, Raúl se transformó en la primera persona que para explicar nuestro estilo de vida recurre lisa y llanamente al álgebra. “75 menos 73 da como resultado 2. Mucha gente se esfuerza para ganar 75, y en el camino gasta 72. Ustedes, en cambio, ganan solamente 5 pero necesitan 3. El resultado es el mismo, es 2. Generan ingresos solo acorde a sus necesidades. Es bien lógico.”
Saliendo de Bahía Blanca y ahora avalados por el álgebra entramos en la zona del Partido de Villarino, tierras alguna vez exploradas por un descendiente lejano llamado Basilio Villarino, cuya existencia es testificada por las enciclopedias menos amnésicas. Antes, eso sí, somos echados de la estación de servicio “Rodovía” a la salida de Bahía Blanca, al parecer porque temen que las personas que cargan una mochila puedan intentar sustraer el patrimonio de las que conducen un auto… Eso nos indignó bastante. Algunas personas a quienes les preguntamos si iban en nuestra misma dirección y a quienes les explicamos nuestro viaje, a quemarropa nos preguntaron por qué no nos dedicábamos a trabajar… No sé cual era la profesión de ese señor, pero evidentemente no era muy hábil en lo suyo, o aplicaba poco esfuerzo. De otra manera podría viajar en vez de dedicarse a hacer gala de su envidia. Cada uno debe ser bueno en lo suyo y nosotros somos muy buenos en lo nuestro. Lo tenemos claro y no dejamos que nadie nos empañe la felicidad.

Exiliados de la estación regresamos a la banquina, donde tras 1:25 se detuvo un joven de 23 años llamado Jairo que se dirigía a Pedro Luro, hacia el sur, por la ruta 3. Viajamos por un distrito productor de cebolla. En Luro demoramos 25 minutos en detener un camión Mercedes que nos dejó en Villalonga. En una estación de servicios de ese pueblo se nos hizo de noche. Lau ve un camión Scania estacionarse en la playa de la modesta estación de servicio. Estamos sobre la ruta 3 y desde la ruta ni siquiera se ve el pueblo. Nos acercamos a hacer sociales. Así conocemos a José, un camionero que espera eternamente una carga que nunca llega. Con su inmenso Scania, está solo. Nosotros no tenemos nada más para ofrecer que nuestra simpatía. José no tiene con quien conversar. Y nosotros tenemos frío. Pronto sucede lo inevitable. “¿Quieren tomar unos mates antes de dormir?” Dentro de la cabina charlamos hasta la madrugada, tomando mate, comiendo algunas galletas y sándwiches. Será que el vacío patagónico y sus distancias hacen a los hombres más sociables. Y en su racha de prosa madrugada, nocturna pero altiva, José nos contó de su mujer, una química que conoció en sus frecuentes viajes con el camión a Montevideo, de cómo su vida cambió cuando nació su “gordo”. Luego siguió un soliloquio blusero de las menudencias de la vida camionera. Empresas irresponsables que piden a sus choferes que manejen de noche para llegar a cargar o descargar en horarios imposibles. A las 8 de la mañana en Villa María, a las 17 en Dock Sud. Días dando vueltas sin dinero para el gasoil, sin ropa de seguridad adecuada. Historias de familias que esperan a estos camioneros, de niños que le dicen a su papá que son malos porque se van una semana para regresar dos días, darles un beso, jugar un rato y desaparecer nuevamente. En todo su relato se pueden visualizar el rodar de las ruedas de su Scania, las noches mal dormidas, de a ratos tras las cortinas, cerca del volante maldito y bendito que espera a las manos tercas de horizontes sufridos, noches delimitadas por despertadores a las 5:30 que anteceden al encendido del motor, como si el camión fuera un animal fabuloso que se animara ante el primer rayo del sol.´
Antes de irnos a dormir, José reacomodó el Scania para que su interminable fuselaje engolfara maternalmente nuestra carpa armada, protegiéndonos del viento. Impredecibles reencarnaciones de la protección primordial que arropa al viajero hoy sí, hoy no en coordenadas quizás mencionadas en el mapa.
Juan leerte resulta bastante inspirador.
Me encanta la forma en que le exprimes tantas experiencias y reflexiones a tus viajes.
Saludos desde Colombia
buenas…soy uno de los tantos lectores anónimos de tus caminos. Me gusta este tipo de algebra, alguien dijo: «rico no es el que tiene mucho, sino el que necesita poco» y el módelo consumista nos «hace» creer que necesitamos tantas cosas ficticias…
Los sigo atentamente…sin duda los signos se van presentando en su viaje (sueño, Villarino x 2…). buena vida
que grandes! esperaba ancioso la salida a las rutas… vallan, viajen y escriban!
saludos
boyero
Juancito: Como te dije la primera vez que hablamos alla en la Feria es muy grato leerte y realmente hay cosas que no se logran entender como ese señor que el dia que se saque la corbata y desabroche el boton del cuello de la camisa tal vez le llegue un poquito de oxigeno al cerebro mientras tanto seguira ahogado en fin son cosas que pasan.
Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te mando un fuerte abrazo y vibraciones osilando en positivo.
Como estas juan? ya veo que sigues en tu viaje con laura…. viendo tus escrituras viajeras me disgusto tanto como a vos esa gente que les dijo que mejor buscaran un trabajo y prácticamente los desterraron de la estación de servicio y sus alrededores.
Pero como podes ver hay mas gente que se entusiasma con la idea y otras que simplemente los ven como vagabundos y no ven el motivo del viaje…. continuando con tus relatos me gusta la forma en la que escribís a veces siento que te vas por otro lado, como si te salieras del tema pero e aprendido a leer que tus charlas terminan encauzando el tema principal de nuevo jajaja y ademas al final digo tenia un fin todo lo que dijo !!!!.
Ya estabas con el álgebra y toda la cosa que te dijo el señor y al final no entendí muy bien si en verdad ustedes formaban ese numero mágico del que el hablaba, sigan viajando juan porque yo veo las fotos y quiero ya salir corriendo pero no puedo, faltan ya solo 2 meses.
si no viajaran ustedes en quien se inspiraría uno? de donde agarraría fuerzas todo mi ser y espíritu mochilero para salir y dejar esta sociedad que me a tenido en sus brazos desde que tengo conciencia.
Ademas se ve que les va bien carne azada y pizza vaya !!! porque no salí de mochilero antes? jaja
buen viaje acrobatas !!!!