Valparaíso es fruto de un amor transatlántico, y encarna la mística portuaria que para mí siempre tuvieron ciudades como Southampton, Rosario o Hamburgo. Todo, algún día, llegó hasta aquí en barco, los 25.000 inmigrantes ingleses y alemanes que hicieron colonia a principios del siglo XIX, sus 36 “ascensores” sobre rieles que trepan las colinas, los espejos de sus burdeles de antaño y la costumbre hoy tan chilena de tomar el té, las casas prefabricadas victorianas y los relojes de sus torres. Me encantó, porque retumba de arte callejero y contiene la dosis de vitalidad necesaria para que un puerto sea más que una postal.
Valparaíso es fruto de un amor transatlántico, y encarna la mística portuaria que para mí siempre tuvieron ciudades como Southampton, Rosario o Hamburgo. Todo, algún día, llegó hasta aquí en barco, los 25.000 inmigrantes ingleses y alemanes que hicieron colonia a principios del siglo XIX, sus 36 “ascensores” sobre rieles que trepan las colinas, los espejos de sus burdeles de antaño y la costumbre hoy tan chilena de tomar el té, las casas prefabricadas victorianas y los relojes de sus torres. Me encantó, porque retumba de arte callejero y contiene la dosis de vitalidad necesaria para que un puerto sea más que una postal.
Aunque la ciudad fue declarada patrimonio de la UNESCO en 2003, visitarla tiene más que ver con desandar sus calles empinadas, subirse a sus ascensores y absorber la atmósfera portuaria. La ciudad fue fundada en 1544 por Diego de Almagro como puerto para la recién fundada. Antes de la apertura del canal de Panamá, Valparaíso era escala necesaria en el comercio marítimo internacional entre Inglaterra y Estados Unidos, y es en esa época en que se asentaron los miles de inmigrantes de Inglaterra, Alemania y Francia. Fue en Valparaíso donde el té de las cinco de la tarde empezó a ganarle terreno al mate, que mientras en Argentina es la bebida popular, en Chile sobrevivió más que nada entre la peonada rural. Imagino que los locales, como si bebieran también status junto al té, se inclinaron por imitar las costumbres de los distinguidos british. De hecho, el diario El Mercurio escribió en 1846 un artículo protestando contra la falta de higiene que implicaba beber de la misma bombilla. De una manera u otra, en la calles de Londres se hablaba de la Valparaiso of England. Los ingleses trajeron sus cigarros, sus deportes, y los órganos para sus iglesias. Esta influencia no se evaporó: Chile es el país con mayor descendencia británica en América latina, aproximadamente del 4%.
Aunque la ciudad fue declarada patrimonio de la UNESCO en 2003, visitarla tiene más que ver con desandar sus calles empinadas, subirse a sus ascensores y absorber la atmósfera portuaria. La ciudad fue fundada en 1544 por Diego de Almagro como puerto para la recién fundada. Antes de la apertura del canal de Panamá, Valparaíso era escala necesaria en el comercio marítimo internacional entre Inglaterra y Estados Unidos, y es en esa época en que se asentaron los miles de inmigrantes de Inglaterra, Alemania y Francia. Fue en Valparaíso donde el té de las cinco de la tarde empezó a ganarle terreno al mate, que mientras en Argentina es la bebida popular, en Chile sobrevivió más que nada entre la peonada rural. Imagino que los locales, como si bebieran también status junto al té, se inclinaron por imitar las costumbres de los distinguidos british. De hecho, el diario El Mercurio escribió en 1846 un artículo protestando contra la falta de higiene que implicaba beber de la misma bombilla. De una manera u otra, en la calles de Londres se hablaba de la Valparaiso of England. Los ingleses trajeron sus cigarros, sus deportes, y los órganos para sus iglesias. Esta influencia no se evaporó: Chile es el país con mayor descendencia británica en América latina, aproximadamente del 4%.
Tanto alemanes como británicos fundaron instituciones civiles, invirtieron en infraestructura, mejoraron el puerto, y la ciudad. No hay que dejar de visitar la Iglesia de St. Paul, construida en 1854, en la zona de Concepción, y todas las antiguas mansiones de la calle Prat, que en su época funcionaban como bancos y cámaras de comercio. Las mujeres compraban sedas traídas de Inglaterra en la Casa Ridell, y los hombres fumaban habanos West Minster Turkish en su Union Club, fundado en 1842. Las dos comunidades fundaron cuarteles de bomberos (llamados aquí “bombas”) que sólo admitían voluntarios de su colectividad, tradición que sostienen hasta nuestros días. Los locales, para no desentonar con tanto progresismo europeo, disimulaban sus vicios, y cuando se iban a tomar aguardiente, delante de los ingleses se referían al trago como “la once” (por la cantidad de letras de esa palabra).
Estar parado frente al puerto de Valparaíso es un placer si uno puede admirar ese perfume a historia y rastrear su continuidad, desde la época de los barcos a vapor hasta los grandes cargueros que continúan llegando, como prueban los andamiajes y las pilas de conteiners. Y una de las mejores maneras de admirar esa postal portuaria es tomando alguno de sus ascensores —vagones sobre rieles que ascienden las colinas y mantienen a las ciudad comunicada—. Quedan 16 ascensores funcionantes de los 36 originales. Recomiendo tomar el ascensor “Concepción” (de 1883) que sube al Cerro Concepción y al Cerro Alegre, que es la zona de arquitectura inglesa antigua, y de casas victorianas con grandes jardines . Luego pueden descender por el ascensor “El Peral” después de recorrer toda la zona de los murales.
Toda la zona alta de Valparaíso es multicolor. Los murales no son sólo decoración, sino que denotan y proponen otra apropiación del espacio urbano. Son los mismos frentistas los que contratan muchas veces a los artistas. Nosotros nos cruzamos son una pareja francesa empeñados en plasmar a dos reyes africanos con aferrados a una palmera como cetro. No dejen de leer la reflexión sobre los murales de Valparaíso en el blog de Lau.
Valparaíso también tiene una fuerte conexión con Estados Unidos. La ciudad está hermanada con San Francisco, casi como una conmiseración por haber compartido un violento terremoto en 1906, pero también porque históricamente desde aquí se embarcaba el trigo hacia la ciudad californiana. Mucho antes que eso, frente a sus costas, se libró una batalla naval entre navíos de Inglaterra y Estados Unidos, en 1812. En honor a eso, el país del norte bautizó con el nombre de Valparaíso a una localidad del estado de Indiana.
Valparaíso es un lugar donde el viajero puede detenerse una semana sin problemas. Son demasiadas las opciones culturales, las movidas, el carrete (la ciudad es famosa por su bohemia) y las historias y museos. Hay gran cantidad de hostels, barcitos relajados y un flujo de mochileros internacionales. En el Cerro La Sebastiana está la tercera casa de Neruda.
Para terminar todo este recorrido, propongo internarse en el Bar La Playa (1908), un típico bar de puerto decorado con salvavidas anaranjados, posters de Brigitte Bardot, y espejos que pertenecían a un burdel que se incendió en 1940. Nosotros pedimos unas cervezas y unas empanadas de camarón con queso, y nos pusimos a charlar con dos capitanes del puerto, que nos ofrecieron a su vez vino azul. Por suerte me aclararon que era detergente antes de que pudiera aceptar. (Tengo el sí fácil). Mientras, la dueña —que aclaró que ella era la propietaria pero que La Playa pertenecía al pueblo— nos mostró una foto antigua en la que se observa la silueta desdibujada de una niña, presuntamente un fantasma que frecuenta el bar. Aparentemente las leyes que prohíben el ingreso de menores se limitan a los de esta dimensión.
Mientras ella hablaba, yo me preguntaba si el fantasma de la otra Valparaíso, la de los vapores y largos viajes interoceánicos, la de los cruces de acentos, donde se trenzaron en riña el té y la yerba mate, seguía merodeando el Valparaíso moderno y asustando, por ejemplo, a ese adolescente emo de jopo azabache y buzo que dice “androide paranoico” que pasa por la vereda de enfrente. Brindo por las ciudades cuyas eras se superponen como capas que, en vez de desaparecer, se dejan leer como un viaje en el tiempo. Valparaíso, sin dudas, es una de ellas.
CHECK LIST PARA VIAJAR A VALPARAISO
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Qué tal Juan. Estoy por ir unos días a Valparaíso. Me encanto el post. Ya tengo ganas de estar ahí! En que zona recomendarías alojarse? Saludos
Seba
Buenas! Acá un fanático del mate que fue a Valparaíso la última vez en la fragata Libertad como invitado, donde el segundo comandante prohibía el consumo de mate (nos escondiamos los que no éramos de la Armada a tomarlo a escondidas en los sollados como si fuera porro). Esto en 2014, cuando zarpamos nos despidió la ciudad con un incendio monstruoso que en esa época estaban de moda (en que otras palabras ponerlo?). Cómo crítica, mal ahí por no hablar de la infinidad de gatos que pueblan y cuidan la ciudad, un gran plus para un amante de los gatos sentarnos a acariciar un par mientras miramos el mapa y decidimos adónde caminar. Cómo elogio, esa definición de las capas temporales es lo más conciso y al mismo tiempo preciso que leí sobre ella. Me encanta. Quiero añadir también que es una pena que para algunos argentinos, expresarles tú amor por esta y otras ciudades chilenas, equivalga a despreciar las Malvinas o la picton, nueva y Lennox
Muchas gracias por el comentario, perdón que pasé por alto los barcos. En cuanto a la confusión entre pasiones militares y patrioteras y llana admiración del verdadero pueblo y su habitat, sobran ejemplos. Gracias por traer a colación ese punto!
En una ciudad, por más linda / grande / pequeña / cosmopolita / acogedora / misteriosa que sea, uno limita sus opciones de visión a lo periférico de los ojos. Se puede mirar a un costado e imaginar historias sucediendo detrás de las puertas, se puede mirar hacia adelante y jugar a adivinar quién doblará la esquina y que guerras vendrá librando en su cabeza, e incluso se puedo cerrar los ojos afinando el oído y tratar de adivinar a quien pertenecen los pasos que se nos acercan con ritmo acompasado por la retaguardia.
En cambio, de cara al mar, lo que espera frente a nosotros latiendo en el horizonte, es el mundo. Y ahí las posibilidad son infinitas…
Como siempre digo, enorme placer al leerte. Abrazo grande Juan!
Increíble las fotografías, son impresionantes, ya había oído que Santiago de Chile es una belleza.
Sin duda nos has metido en el cuerpo hacer una buena visita 😉
jajaj con el viejete de la maldición y el vídeo nos hemos reído muchísimo. ¡Muy bueno!
¡¡¡Saludos!!!
Que bueno que se hayan divertido! Y si, es un placer contagiar Valparaíso 🙂 Un gran abrazo, gracias por comentar!!
Hermoso post! debo coincidir con uds. en algún destino y ver tu cara Juan imaginando como eras capitán de barco del siglo pasado.
Un amigo chileno me decía que vas hacer allá, los cerros son peligrosos; el estaba perdido en la que alguna vez la ciudad donde hizo la escuela. Hay un cerro que tiene un museo recuerdo tanto estar acostada en el césped y recién poder darme cuenta que el cielo es muy lejano en chile, y en quilotoa estas a cms de tocar una nube.
Que ganas de mas cerros y el bichito por san francisco
A ver cuando nos cruzamos!! Tenés razón, cuando sintonizo con el siglo 19 mi cara debe cambiar jajja Debo haber tenido una vida pasada en la Belle Epoque y similares…. Abrazo!!