PARAGUAY: EL BICENTENARIO DE UNA FLOR HERIDA

Nuestros pasos buscaban la puerta de salida de la patria en un mediodía caluroso. Nos encontramos en una estación de servicio en las afueras de Formosa. Allí, una mezcla de descaro y optimismo nos impulsa a preguntarle a un grupo de estudiantes que viajan hacia Clorinda en un suntuoso Cherokee si aceptan compañía. Esperamos un no, pero pronto estamos sentados sobre el cuero negro y abstraídos del litoral por el aire acondicionado. Los chicos nos dejan de regalo una suma de dinero paraguayo que les ha sobrado de un viaje. Agradecidos, seguimos a pie hacia el agreste embarcadero: esperamos una balsa en que cruzar el río Paraguay, mientras hombres exportan a lomo bolsas de cebolla.
La línea negra que el mapa dibuja es en realidad el río Paraguay. Lo cruzamos observando sus camalotales flotantes. Su Buda hubiera sido paraguayo aventuro a que habría encontrado a las flores del camalote tan dignas de sus metáforas como las del loto. Vemos acercarse el perfil urbano de Asunción. En migraciones sellamos nuestro pasaporte mientras en la radio suena Hotel California y el locutor va traduciendo la letra al guaraní…




Exploramos Asunción desde la casa de Víctor, un lector que nació en Formosa pero trasladó su residencia varias veces de la mano de su padre, que era gendarme. Vaya a saber dónde su padre Juan se enamoró de una paraguaya, y cansado de cuidar nuestras fronteras saltó con familia y todo del otro lado del río Paraguay. Esa mujer es hoy la madre de Víctor, quien cada día nos deleita con sus comidas, enseñándole a Laura a preparar sopa paraguaya.



Desde “la cueva”, como llama Víctor a su morada, salimos cada día a la ciudad. Mientras caminamos esta tranquila capital ribereña cuesta imaginar que hace 150 años presidía una nación que se había autoerigido en potencia y que miraba río abajo hacia Buenos Aires como a un estado semi-barbárico y atrasado. Frente a la Plaza Uruguaya se encuentra la Estación San Roque. Construida en 1856, fue la primera estación de ferrocarriles de Sudamérica. Hoy, los hombres que en la plaza vecina juegan a las damas con tapitas de gaseosa guaraná hacen más ruido que esta silenciosa reliquia. Ya no parten ni llegan trenes. La ciudad parece florecer bajo una eterna siesta. El mismo clima impone un ritmo “take it easy”. Eso lo comprenden bien los policías que le son infieles al estado de alerta con el infaltable tereré. Nadie saldría a la calle sin su termo escafandra. Paraguay parece un planeta con otra atmósfera, donde se sobrevive dando sorbos al agua helada servida sobre la yerba mate mezclada con menta, burrillo o ajenjo. Nos sorprenden en especial las mujeres, que adornan su cabello con flores y salen a pasear con parasoles por esta ciudad de adoquines rotos y árboles frutales. También no sorprende la multiculturalidad. Por la puerta giratoria de un banco vemos salir colonos menonitas con gorras de John Deere, empresarios japoneses de saco y corbata, y paraguayos con sombrero de mimbre uno detrás de otros.



Seguimos caminando hacia la actual Casa de Gobierno, que esboza una elegancia y simetría que revelan que su arquitecto Alan Taylor se inspiró en Versailles cuando se le encargó una residencia para Fransisco Solano López. Lo que no se imaginó es que recurriría a mano de obra infantil para terminarla, pues nueve de cada diez hombres habían muerto en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) cuando Paraguay solito se enfrentó a las fuerzas unidas de Argentina, Uruguay y Brasil. Tanto la Casa de Gobierno como el Cabildo están hoy embellecidos con enormes banderas paraguayas en cada arcada: en pocas semanas, el Paraguay será bicentenario. Detrás de estas fachadas de mármol y esperanza se encuentra la contracara, la prueba de que en esa guerra se perdió algo más que territorio: la zona de La Chacarita, un asentamiento precario, constante campamento de la pobreza, sincera e involuntaria escenificación de la actual situación socioeconómica.


¿Cómo pasó Paraguay de ser perfilarse como una potencia sudamericana que preocupaba a la corona británica por su tendencia industrialista a ser el segundo país más pobre de Sudamérica, sofocado durante 35 años por la dictadura de Stroessner? Adolfo, un contador paraguayo que conocimos en nuestro viaje a Antártida nos ayuda a encontrar respuestas. Siguiendo su invitación los tres tomamos una excursión llamada Doscientos años de historia en dos días…


En general Laura y yo jamás tomamos tours, pero éste es especial. Primero porque nos pareció un hermoso gesto de parte de Adolfo, quien sabe que nos interesa la historia de su país. Y segundo, porque el tour pasó a ser un atractivo en sí, cuando nos dimos cuenta de que los guías eran de orientación política distinta y diferían en su interpretación de la historia, peleándose a veces a los gritos para rescatar la dignidad del Doctor Francia o condenar a algún otro Mariscal. Laura, licenciada en turismo, no dejó de asombrarse cuando el coordinador se puso a rezar y anunció que durante la excursión no tendríamos otra guía que “el Supremo” a quien encomendó todo, desde la presión de los neumáticos hasta la exactitud de la información histórica.


Así las cosas, avanzamos por somnolientos pueblos adoquinados en el alegre y ahora bendecido bus. Nuestro primer destino fue Yaguarón, un pueblo célebre por haber sido el cuartel de las misiones franciscanas en la era colonial. Su Iglesia de San Buenaventura (1755) es un genial ejemplo del barroco hispano-guaraní, lo que se refleja en los ángeles con facciones indígenas. Cerca de allí está la que fuera la casa del Doctor Gaspar de Francia, dictador supremo de Paraguay desde 1811 a 1840. El es la primera pieza del rompecabezas. Tras independizarse de España, Paraguay logró de su (férrea) mano evitar las prolongadas luchas internas que alentaron el desarrollo rioplatense. Por el contrario, una vez forzado el consenso interno Paraguay se mantuvo aislado y consolido una autosuficiencia y un crecimiento hacia adentro. De esta manera, su sucesor Carlos Antonio López encontró suficiente oro en sus arcas para comenzar a industrializar el país…


En 1856 se inició el tendido del primer ferrocarril de pasajeros en Sudamérica con máquinas traídas de Inglaterra. Sapucai, en guaraní, significa grito. Debido al agudo silbido de las primeras locomotoras a vapor se llamó así a los más grandes talleres ferroviarios de Paraguay, que ahora visitamos. Al entrar vemos media docena de locomotoras a vapor sobre las vías muertas. Hay calderas a medio reparar, y un pañol de herramientas abierto con una rifa de una vaquillona y una pila de liquidaciones de sueldo y formularios de pedido de materiales. El ferrocarril llegó a unir Asunción con Encarnación, en la frontera con Posadas. Cuando en 1999 se descontinuó el último servicio, se trataba de las últimas locomotoras a vapor por combustión de leña del mundo.


Nuestro viaje sigue por otros sitios claves. Visitamos “La Rosada” la primera fundición de hierro de Paraguay, que desde 1850 y durante 18 años produjo herramientas, balas y armamento para el ejército. Se llegaron a fundir las campanas de las iglesias en un desesperado intento por producir más cañones para la guerra que consumía al país. No muy lejos de allí visitamos Vapor Cue, una reserva donde se conservan algunas de los barcos de guerra paraguayos hundidos por sus propios capitanes durante la Guerra de la Triple Alianza, para que no cayeran en manos enemigas. Allí está el Yporá, una de las primeras naves de casco de acero de América, botadas en los pioneros astilleros de Asunción.

 
Ojalá la pérdida de barcos de guerra hubiera sido la única consecuencia de la Guerra de la Triple Alianza. Las versiones sobre la causa de la Guerra difieren levemente. En ningún caso hay que subestimar la diplomacia subterránea de Inglaterra, que en esos años necesitaba una fuente barata de algodón para su industria textil. Lo cierto es que, envalentonado por la influencia napoleónica que recibió en su paso por Europa, el Mariscal López intervino en una disputa interna uruguaya apoyando al partido blanco. Esto lo precipitó en una guerra contra el Brasil. En 1865 el presidente argentino Mitre denegó el permiso a López para pasar sus tropas por la provincia de Corrientes. López no hico caso y termino así envuelto en una guerra a tres frentes. La aplastante derrota significó un desastre demográfico. En los últimos días de batalla, cuando escaseaban los alimentos, la pólvora y los hombres, niños de 12 años con bigotes pintados y mujeres empuñando botellas se enfrentaban al ejército brasileño en Pirabebuy. Después de ese conflicto entre hermanos digitado por diplomáticos transoceánicos, Paraguay se replegó como una flor herida, quedando a merced de dictaduras que durante el siglo XX no hicieron más que instalar la cultura de la corrupción y el contrabando, desandando ese camino de autosuficiencia imaginado por sus próceres. Laura y yo regresamos a Asunción, a preparar nuestro salto hacia el Paraguay rural.







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