Cuando uno se despierta en una carpa lo primero que hace es abrir el cierre furtivamente para tantear el clima del nuevo día, todavía lamentando tener que levantarse a desarmar la carpa, que es algo mucho menos placentero que armarla. Por cábala, en Irán aprendimos a orarle al dios Volvo, porque allá siempre viajábamos en camiones de esa marca. Ya le expliqué a Steven que acá deberíamos establecer algún culto al 1114, es decir, al «trompita»… pero nos da un no se qué abandonar nuestro culto y Steven exagera y se postra sobre el nylon que pusimos debajo de la carpa y, previa consulta de la brújula, ora en dirección a Suecia. Justo delante de él, sólo, a 200 metros, hay un caballo. Jodemos que debe ser la reencarnación del fundador de Volvo. también podemos adivinar que los 1114 estarán sumamente enojados por nuestro aferrado volvismo.


Cuando regreso me siento, estamos haciendo un cartel que dice «SAN LUIS – MENDOZA», para hacer claro nuestro rumbo. Entonces aparece la mujer de la foto, quien se anuncia como la dueñla de la estación de servicio, y nos invita a sacar las mochilas afuera. Como no voy a ninguna pate sin La Maga, eso es equivalente a hecharme (nos). Le pregunto si además de ese elogia del autoritarismo y al demagogia tiene algo racional que decir. «Vos hablás muy lindo, pibe, pero yo te hablo en el idioma del trabajo» – dice la mujer. Es la filosofía del orden y la limpieza – agrega. Nuestras mochilas estaban limpias, pero esa mujer no tenía oídos. «Soy la dueña de esta estación, de las seis hectáreas». Le digo que mi amigo es ingeniero hidráulico y yo escritor. Sé que es tan cuadrada que caerá en la trampa. «¿Y a mí que me importa? -dice, y le explico que a mi tampoco me importaba saber que ella era la dueña. La mujer ya grita, está nerviosa. Le digo que nos vamos, que ella encarna la típica mentalidad argentina, y salimos, entre amenazas de llamadas a policías y blasfemias varias. Caminamos otra vez hacia la ruta y vemos que sobre el borde del terreno de la estación hay un fila de capillas con vírgenes. Un cartel dice «Virgen desatanudos, ayúdanos». Claro, protege nuestras cosechas y nuestra propiedad, virgencita, y si puedes aniquila a todos los zurdos y a los mochileros zaparrastrosos que no pagan impuestos, oh tu, ¡virgencita misericordiosa!

Hacemos dedo en otra estación de servicio, un kilómetro más adelante, también agraciada por un montón de banderas rojas. El gauchito gil, otra gansada que los camioneros se encargaron de desparramar por todo el país, los camioneros que son como abejas polinizadoras de este tipo de supersticiones. Antes era la difunta correa. ya nadie sabe bien de qué se trata pero está bueno andar plantando badneras rojas por ahí, basicamente.

Después de cuatro horas y media de espera en el maldito cruce de Rufino unos chicos que levantaban pedidos en una Ford Transit se apiadan de nosotros y nos llevan hasta Vicuña Mackenna. Ya en la provincia de Córdoba, su nombre me hace pensar en alguna vicuña del noroeste con anteásados celtas. El pibe que maneja está estudiando ingeniería, y charla con Steven sobre las diferencias con esa carrera en Holanda. Nos tiramos en la caja vacía de la Transit, Steven duerme, yo escribo y miro la ruta.

En Vicuña esperamos dos horas más… hasta que un Scania G420 de un camionero de Chacabuco nos alcanza hasta Justo Daract, el primer pueblo en la provincia de San Luis. El atardecer le da dramatismo al viaje, por sus colores pero también porque quisiéramos avanzar un poco más, pero sabemos que llegaremos de noche. En Daract no sólo empieza San Luis, sino también las autopistas contruidas por Rodríguez Saa, y que fueron uno de sus argumentos para impulsar su candidatura a la presidencia. La autopista no sólo cruza toda la provincia sino que está iluminada a intervalos de 50 metros. El camionero dice que «San Luis es otro país». Menos mal que traje mi pasaporte. Le explico un poco a Steven. El dice que ni siqueira en Holanda las autopistas están iluminadas de esa manera, pero que en Bélgica sí. Se me ocurre pensar que no es una buena señal que alguien se haga autobombo con la construcción de autopistas, más si se llama Adolfo, porque el último Adolfo que se dedicó a construir autopistas fue Adolf Hitler.

Este arco marca la entrada a San Luis. Poco después el camión dobla hacia alguna cantera desconocida, y nos quedamos haciendo dedo debajo de un puente iluminado, cuyos grafities dicen: «San Luis tiene los docentes peores pagos del país». ¡Habrá que apagar la mitad de los faroles de la autopista par aumentar el presupuesto a la educación!
Nos adelantamos unos metros hasta un acceso, y allí hacemos dedo sin esperanza alguna. Es completamente de noche, pero en 20 minutos escuchamos un grito. Nos damos vuelta y vemos un camión estacionado a 300 metros. ¡No lo habíamos escuchado detenerse! Para hacer simétrica la historia, es un Volvo, un EDC 360, el camionero es de Villa Constitución y lleva planchas de aluminio de Acindar. Se llama Jorge. Dice que nos vio mientras hacíamos dedo en V.Mackenna, y que aunque en teoría él no puede llevar a nadie, siempre lo hace. Lo mejor, va a Mendoza.
No sé que es de la vida del señor García Charly, pero en este momento solo se me ocurre entonarlo y cantarle en oda ceremoniosa, respetuosa, y agradecida, un : «están muertos, están muertos…» a la Dueña Suprema de…una estación de servicio, de 6 hectáreas…
¿Porqué?
Porque seguimos en la misma corriente y creemos que el mundo es peor por el solo hecho que nuestro país es peor? Desde que soy un niño (y hace rato ya) he crecido con frases como: «las cosas están cada vez peor» «¿y como anda?», «tirando para no aflojar».
Y esos edictos de negativismo que todos votamos sin emitir voto alguno, ¿para que sirven?.
¿Y si para que no afloje la cuerda mejor nos ahorcamos con ella y dejamos de ahogarnos así?
Hay gente que no come, hay gente que come, hay gente buena y hay gente de mierda. Yo solo sé que pertenezco a la que come. No sé si soy bueno o malo. Pero sé que no soy como esa señora, que con su petróleo contamina mucho más que dos mochilas con arenilla de Siria, o de Laos, por caso.
JuanEme
Abrazo solidario de una causa conocida.