Hace exactamente 10 años —el 1 de mayo de 2005— empecé mi viaje sin fecha de retorno. Es decir, salí de mi casa alquilada en Belfast, Irlanda del Norte, donde había vivido un año y medio ahorrando dinero. Como todo caminante novato, pensaba que era yo el que iba a dejar sus huellas en el mundo. Pero pasó al revés: cada viaje me modeló como arcilla fresca. No sabía lo que me esperaba, porque mientras uno planea el viaje, el viaje lo planea a uno. En los últimos 10 años, no di una vuelta al mundo lineal, sino que fui y volví incontables veces, abarcando distintos continentes y pasando más de 5 años netos en la ruta, cambiando las “coordenadas de almohada” en promedio cada 3 días. Pero también pasé muchos períodos de quietud-entre-viajes, escribiendo el blog y los libros, dando a lo viajado el formato necesario para poder ser compartido, acaso servir de inspiración. De ambos momentos, aprendí mucho.
La vuelta al mundo a dedo es para mí más un concepto que un itinerario, fue un refundarse como persona, un declararse nómada como asalto final de un proceso de adquisición de libertad que llevaba años. Empecé a viajar con la incertidumbre típica de una persona que dejó una carrera por la mitad para perseguir una formula de felicidad demasiado personal, con los miedos económicos y al señalamiento social que implicaba. Me había dado cuenta que las mariposas en el estómago las sentía cuando posaba mis dedos sobre Groenlandia o sobre el Tíbet en el planisferio, y no cuando me imaginaba conduciendo un 0 km o arriba de una montaña de dinero. Temí volverme un paria. No tenía manera de saber que el movimiento se volvería un lugar habitable, una patria bondadosa.
Es inevitable, a los 10 años, hacer un pequeño balance, sacar algunas cuentas y, por qué no, compartir con ustedes este cambalache de recuerdos, fruto de una noche de arqueología mental ante una cerveza negra. Quizás leíste un escrito en mi blog, titulado Manifiesto Mochilero. Cuando lo escribí, en 2002, aún no había hecho grandes viajes. El Manifiesto está hecho de hipótesis y esperanza. Tenía un puñado de verdades y deseaba salir al mundo con la mochila a ponerlas a prueba. Cuando finalmente lo hice, aprendí lo que sigue…
En estos diez años aprendí…
Que puedo viajar sin parar tanto como lo desee. Suena desalmado y van a pensar que no tengo familia, que soy un huérfano del universo. Pero no es así, extraño pero elijo viajar. Prueba de ello es que la primera etapa de la vuelta al mundo —de Irlanda del Norte a Tailandia vía Medio Oriente—tuvo una duración de 27 meses. (mayo de 2005 a agosto de 2007) Antes de eso, mi record eran 3 meses. En aquella odisea, lo máximo que me detuve fueron 15 días en McLoed Ganj y tres semanas en Bangkok para vender mis libros.
Que el mundo es más grande de lo que pensé, y que no puedo viajar tan rápido como creía. Llevo visitados 65 países y territorios, entre ellos por suerte muchos de mis favoritos, pero aún no he tocado África (sólo estuve en Egipto), Norteamérica ni Oceanía. Sobre todo porque a veces colgamos en países que nos gustan. En Sudamérica, pasamos tres meses en el pequeño Ecuador, cuatro en Colombia y, dos en Albania, uno de los países más pequeños de Europa.
Que tenía que contarlo, y por eso abrí este blog, que primero estuvo alojado en blogspot y que en suerte le tocó ser el primer blog de viajes de Argentina (había otros dedicados más bien al turismo como industria) Lo abrí desde la oficina de un publicista que me había dado un aventón, en Suceava, Rumania. Ignoraba por completo la parte técnica de un blog y no supe elegir una URL hasta el año 2012, mis títulos eran larguísimos y empezaban con la fecha de la historia narrada (olvídense de posicionamiento web y otras yerbas) pero supongo que corazón no faltaba, porque cuando desaparecía por un mes, al cruzar zonas aisladas, me encontraba con comentarios preguntando si seguía vivo. Todavía pueden encontrarse con esos post, si buscan en los archivos del 2005.
Que la hospitalidad existe incluso en los países demonizados por las cadenas de TV, que hacen negocio mostrando el lado más oscuro de la humanidad. En Afganistán, los pilotos norteamericanos se jactaban de volar tan bajo como para ver los ojos de los camellos y los turbantes de los nómadas. Pero cuando les dije que había tomado el té con esos nómadas me tildaron de loco. Durante un año en países musulmanes pagué solo 25 noches de alojamiento, el resto fui recibido como huésped en hogares locales.
que cuanto más viajás, más expandís el alcance de tu empatía. Sentís como propias las problemáticas de los pueblos que conocés, porque te sentaste con ellos a la mesa (o sobre la alfombra). Pase 5 semanas en Siria, y el corazón con que me recibió esa gente me hizo derramar lágrimas al salir de sus fronteras. Cuando veo en la tele imágenes de la actual guerra civil en ese país, no puedo evitar el dolor.
Que viajar es contrabandear realidades, rescatar de la sombra informativa realidades marginales. Lloré el día que se inauguró mi muestra de fotos en el Borges, y vi a los afganos, sirios, iraníes, a quienes había conocido en casas de adobe barridas por el desierto, enmarcados en el lujo de semejante topetitud arquitectónica, y admirados por los bohemios porteños.
Que la actitud frente al universo, al fluir de los eventos y nuestra relación y entendimiento del movimiento es más importante que cualquier lista de lugares “imperdibles” para visitar o aplicación para smartphones.
que nadie está tan lejos para serte ajeno, y cualquier persona puede ser importantísima para vos en un futuro, sólo que las órbitas que los cruzarán aún no han sido trazadas. Una vez en Pakistán me quedé trabado entre un precipicio y la pared de la montaña. Sí, soy de los que tiene algo de vértigo cuando el terreno no está nivelado. Me quedé inmovilizado durante quince minutos. Pensé que me iba a morir hasta que vi aparecer a un pastor kalasha que al grito de “¡Hermano!” corrió a auxiliarme. Uno encuentra hermanos, madres y padres, incluso, donde no hay cobertura de celular…
que no estuvo tan mal haber comenzado a viajar antes de que internet fuera lo que es hoy. Cuando había que cargar rollos de fotos y no existía Couchsurfing y para dormir gratis no quedaba otra que poner el cuerpo y salir a caminar y hacer amigos en la vida real. Eso me obligó a afilar algunas habilidades sociales y a tener paz en momentos de incertidumbre extrema.
Que el futuro al que me enseñaron a temer llegó hace rato y está bueno. Tengo 37 años, y al principio mi familia pensaba que me estaba tomando un año sabático. Pasé los 25, pasé los 30… dios mío, me estoy acercando a los 40 y sigo planeando viajes. (Tengo que conversar seriamente con la muerte, porque tengo fechas ocupadas hasta el año 2099) Descubrí que no eran sólo palabras esa frase que decía: “todo sucede por una razón, el universo cuidará de ti”. Si hacés algo con pasión, el resto se acomoda: techo, comida y dinero para seguir viajando nunca han faltado y sí pude lograr que la escritura se vuelva mi pan de cada día.
Que nadie está condenado a viajar sólo, como pensé alguna vez… Tuve que esperar para conocer a una persona que estuviera tan loca como yo por viajar, por las rutas, por los mapas, por armar la mochila e irse pasado mañana a Yibuti si es necesario. Así, en 2010, conocí a Laura, mi princesa vagabunda, y todavía seguimos, juntos, co-soñando. Como dice McCandless, la felicidad sólo es real cuando es compartida.
Que cuando no viajo, me cuesta controlar la ansiedad. Sucede que soy un fanático y a veces me cuesta entender que el tiempo de no-viaje es también importante. Cuando escribimos Caminos Invisibles, estuvimos casi un año y medio quietos, y juro que hubo tardes en que miraba el planisferio en la pared con desesperación. Pero gracias a esos impasses, hoy los libros existen y circulan.
Que cuando vivís viajando, también tenés que ser capaz de viajar viviendo para encontrar armonía. Esto lo aprendí gracias a Lau, que es más centrada que yo para tomarse tiempo para sí misma, para crear microclimas de sedentarismo, sea reclamando una tarde de lluvia para ver una peli o adoptando a una ciudad (¡sí, se adoptan!) por una par de semanas.
Qué no hablar el mismo idioma no siempre es una barrera para entendernos con otro ser humano. Ni en China, con sus ideogramas rebuscados y sus cinco tonos fonéticos, los problemas de comunicación fueron un obstáculo para viajar a dedo. Siempre con mis machetes en mano, aprendiendo a lo Tarzán sobre la marcha, me pude abrir paso.
Que a dedo se puede llegar a cualquier parte. En estos 10 años recorrí 142.000 km a dedo, subiéndome a casi 2000 vehículos, desde carros tirados por burro en el Sahara hasta Jaguars de millonarios europeos. Viajar a dedo me hizo recuperar la confianza en la humanidad. Entre tantos conductores hubo de todo: monjes budistas, boxeadores, el DT de la selección de fútbol de las Islas Malvinas, lanzadores de martillo, campesinos, peluqueros de mascota y encargados de limpiar ojivas nucleares. Abordé también locomotoras (de Segurola a Pinamar, Argentina y veleros (de Irlanda a Escocia), camiones de reparto de helado, autos antiguos, etc.
- Los tramos más largos en un mismo vehículo fueron: de Benicassim (España) a Monza (Italia) ida y vuelta (2124 km), del Paso de Jama a San Nicolás,Argentina (1261 km) y de Oslo a Bodo, en Noruega (1200 km)
- Tramo a mayor velocidad: un BMW en las autopistas alemanas, a 230 km/h.
- Mayor regalo de dinero hecho por un conductor: Mohamed, nuestro conductor de Pristina a Prizren, en Kosovo,nos regaló 50 euros.
- Menor y mayo espera: decenas de veces esperé segundos, y una vez, en Tíbet, 14 horas, en la ruta más desolada del mundo.
- Situaciones más bizarra: cuando nos levantó una secta religiosa y nos invitó a su comunidad, cuando un camionero ex miembro de la Legión Extranjera se puso a llorar sobre el volante después de haber compartido dos días entero de ruta, la vez que nos frenó una mujer en llanto por su divorcio, los chinos que me invitaron a un karaoke para que cante canciones de Madonna, etc
Que viajando, nunca sabés lo que puede pasar al otro día. Siempre que llego a una ciudad soy un completo extraño. Sin embargo, varias veces me pasó de, en menos de 24 horas, estar en la situación opuesta. En Irak, entré como un vagabundo, de noche, y al otro día estaba dando un mensaje de paz por cadena nacional en el Parlamento de Kurdistán, tras haberme hecho amigo del primo del presidente. En Cartagena, Lau y yo llegamos a la que te criaste, y de forma similar, terminamos haciendo sonar las campanas de la Catedral en el día del bicentenario. Hace poco, en Italia, terminé emborrachándome con un ex-mafioso tatuado que me regaló su cuchillo.
Que ustedes, mis lectores, pueden comportarse como héroes, involucrándose en momentos clave con desafíos que encontramos a nuestro paso. En el Amazonas Ecuatoriano, casi sin habérnoslo propuesto, empezamos una movida solidaria entre nuestros seguidores más cómplices, con la que donamos una computadora y material educativo para la escuelita de una comunidad que se enfrentaba legalmente a las madereras. Cuando en 2011 nos robaron la mochila de Laura, ustedes nos hicieron llegar, desde Argentina, una mochila nueva, bolsa de dormir y donaron el dinero para comprar un nuevo proyector portátil, para continuar con lo de abajo…
Que cumplir mi propio sueño no alcanzaba. Era necesario empezar a devolver algo en las comunidades visitadas, porque como viajeros, constantemente recibíamos más de lo que dejábamos. Por eso empezamos, en 2009, el Proyecto Educativo Nómada, dando charlas en escuelas, universidades y centros comunitarios para fomentar el conocimiento horizontal entre pueblos y derribar mitos.
Que lo importante es aprender a estar, y no sólo sacar fotos y visitar los highlights de cada país. A veces hay que, como dice un amigo, compartir el silencio y —agrego yo— la cotidianidad. En un paraje cercano a Laguna del Rosario, en el desierto mendocino, me la pasé dos días tomando mates con un puestero huarpe. Pero claro, pocos saben que Mendoza tiene un desierto con población huarpe, porque lo espectacular—Aconcagua, Puente del Inca, Uspallata— eclipsa las realidades marginales. Hay países enteros sojuzgados por los viajeros: nadie va a Paraguay o Guyana por esa falta de machupichus.
Que visitar un pueblo chico es como abrazar a cien personas. Me hice adicto a los caminos más pequeños del mapa, y fruto de ese amor nació Caminos Invisibles
Que somos una especie más de este planeta, lo aprendí caminando en Laguna Brava, La Rioja, a 4300 metros de altura, rogando por oxígeno y cuidando una naranja como un tesoro y sintiéndome no más importante que los alacranes o las vicuñas, sin ninguna ventaja fuera de nuestro búnker de urbanidad. Lo volví a comprobar cuando llegamos a Antártida y nos encontramos con un continente sin ruidos, sin humanos, donde la jugamos de visitante.
Que no hay que separar el viaje de la vida. Debatíamos hace poco con un amigo sobre esas personas que se hallan a sí mismos en un viaje largo, que les estalla el mercurio de felicidad, y que después de unos añoste los cruzás vestidos de oficina y te confiesan: “estoy triste, no sé por qué volví, extraño ese viaje que hice…”. Hay una educación social de que “el viaje es otra cosa, una vacación, un paréntesis de la vida real”, y que todo lo que en él sucede, por su naturaleza de excepción, está destinado a evanescerse como una hechizo a medianoche. Muchos viajeros, en consecuencia, sienten culpa de esa felicidad, e inconscientemente la dejan escapar. Esto es algo personal y está perfecto ser feliz con un trabajo estable y una familia. Pero en estos años ví mucha gente regresar a un estilo de vida ajeno y dejar de sonreír.
que el lujo y la simplicidad son dos extremos deleitables. Aprendí a disfrutar del sushi y del paté, de la papa rellena servida en las calles bolivianas y de un buen vino en una bodega. Así, un día descubrí que era un dandy con agujeros en el pantalón.
que uno de los principales enemigos de la libertad real, son los caramelos con gusto a libertad, la libertad de otros en formato HD, la adrenalina prestada por superproducciones y el sucedáneo de protagonismo que gotea de una Play Station.
Que aunque el libro se venda desde nuestra tienda virtual y llegue por correo a todo el mundo nada tiene el sabor de entregarlos en persona y firmarlos “al pie de la mochila”, como sucede en los eventos y mateadas viajeras que organizamos seguido.
Que cada libro liberado cual paloma por la revolución nómada, deja de ser mío y genera sus propias historias. Nos escribe gente que encontró el libro en comunidades hippies, en fogones purmamarqueños bajo lunas de Malbec, maestras que lo usan para enseñar geografía en las escuelas. Ayer conocí a un pibe que ubicaba muy bien el libro, porque su mejor amigo se había heredado la heladera de un amigo que se había inspirado en Vagabundeando en el Eje del Mal para dejar todo y dedicarse a viajar. Los libros también han sabido arrojar flechas a lo Cupido. Nuestro amigo Andrés, quien entrega en persona los libros que se venden en Capital, conoció a Caro cuando ella fue a buscar su ejemplar de Caminos Invisibles. Ahora planean irse juntos a recorrer Sudamérica en una combi. Cada lector le da vida a las historias al prestarles su sensibilidad y su emoción pero, más importantemente, hace que el libro viva una historia.
que no puedo imaginar que voy a estar escribiendo en 10 años más…. Este viaje , ya saben, no tiene fecha de regreso. Mientras, la vida cambia… hace diez años escribía en libretas y apenas había abierto el blog. Hoy, están las redes sociales. Hace diez años, viajaba a dedo, en solitario, y casi en secreto. Ahora, viajo en pareja, con proyectos a dedo como plato fuerte (reciente viaje a los Balcanes de 8 meses, y un viaje largo por Africa, íntegramente a dedo, asomando en octubre) pero también con proyectos como #3TravelBloggers, que realizamos con 9 bloggers de todo el continente, con apoyo de aerolíneas, ¡con cámaras que nos siguen! Sí, sí, amo la versatilidad, la naturaleza líquida del verbo viajar y todo lo que esconda el horizonte, que sigue siendo consecuencia directa de esa decisión de salir que tomé el 1 de mayo de 2005.
Que en esta época que toca, en donde un quintillón de notificaciones se pelean por tu atención cuando abrís la compu, época de selfies y emoción condensada en 140 caracteres, valoro más que nunca el acompañamiento de cada uno de ustedes. Porque más que blogger me considero un escritor camuflado tras un blog para sobrevivir a los tiempos, más amigo de la metáfora barroca que del dato útil y conciso, como remando contracorriente, tanto en estilo de vida como en propuesta literaria. Imagino que leerme puede resultar poco práctico. Justamente por eso, a todos los que llegaron hasta aquí conmigo, quiero decirlo: este blog es un homenaje a ustedes, a sus corazones nómadas e inquietos. ¡Por 10 años más juntos! ¡Buenos caminos!
Gracias a vos! Por tanta experiencia compartida, en este momento me encuentro leyendo Caminos Invisibles. Pronto seré yo gracias a tu inspiración quien empiece a transitar el camino del cambio constante
GRACIAS. Me recordaste muchas cosas que yo misma viví.. Una vez que viajas y te lanzas no volves mas, los viajes son sin fecha de regreso, porque por mas que volves ya no sos mas la que te fuiste y una parte de vos quedo en todos esos lugares.
Muero por leer tu historia de Africa, van a quedar enamorados…
Hola Juan Pablo.
Muchas gracias por haber tomado un día la acertada decisión de viajar. Hoy eres una fuente de inspiración para miles de personas que queremos viajar por el mundo y con alegría nos damos cuenta que si tú puedes viajar nosotros también podemos hacerlo.
Les cuento que en 20 días viajare junto con mi novia por toda Sur América tocando nuestros instrumentos musicales.
Nosotros somos una pareja de músicos profesionales que por elección decidimos viajar por el mundo haciendo lo más nos gusta. ¡MÚSICA!
Gracias Juan Pablo y Laura por darnos el empujón que nos faltaba.
Saludos desde Colombia.