Salimos de Bahía Blanca en dirección norte por la ruta nacional x, rumbo a la localidad todavía bonaerense de Darregueira. Al costado de la ruta resplandecen los resabios de la nevada producida por la última ola de frío polar. El resto es lo mismo de siempre: la configuración minimalista del paisaje bonaerense o pampeano, los horizontes amplios, la tozuda llanura, perpendiculares molinos de crestas metálicas, y las vaquitas ajenas. Cada tanto algún pueblo desangelado de altas casas de ladrillos rojos desgastados y esquinas con ochava, con su desvencijada estación sin tren.

En Avestruz, el ínfimo paraje que hace de frontera entre La Pampa y Buenos Aires, un policía poco despabilado nos orienta. Más adelante, en Remecó, otro paraje en donde contamos cinco vacas y un ser humano, logramos las últimas instrucciones que nos condujeron a la ruta correcta. Tomamos por nuestra la precaria ruta de tierra hacia Nueva Esperanza. Embestidos de frente por una considerable nube de polvo que se filtraba por la ventilación del VW Gol de Raúl, nos preguntamos si acaso ello no era una prueba moral para los profanos que intentan llegar a la colonia de “los virtuosos”. Los fardos cruzaban la carretera, como siempre me había imaginado que sucedería en La Pampa. Concentrados en la adversidad meteorológica, ignorábamos que cruzábamos muchas fronteras invisibles…