Seguimos en el Gol rumbo a una segunda iglesia, más alejada. En el camino vemos niños jugando alrededor de la escuela, que está cerrada. Al vernos se esconden todos detrás de un árbol, y de a poco se van animando a seguir. Cerca de ellos se ve un monopatín, que debe ser el juguete más aburrido que existe para usar en un camino de tierra. Cerca también veo, y me alivio, camiones y autitos de plásticos. Me sorprende que esté permitida la representación en miniatura de un objeto prohibido, como es el automóvil. La bicicleta, según Jacobo, también está prohibida. ¿Y el fútbol?
Está prohibido – lamenta Abraham- El año pasado intentamos comenzar a jugarlo, pero el jefe de la aldea nos lo prohibió.
“La vida no es la misma sin fútbol” – canta la banda de sonido de Torneos y Competencias. En un mundo en que pareciera que el fútbol se globaliza en cualquier contexto social, político y étnico, que una nostálgica colonia agrícola lo condene con un edicto de un obispo me parece que reivindica lo impredecible de nuestra especie.
Recuerdo entonces al muchacho con el prendedor de River Plate colgando del cierre de su campera, y me pregunto cómo hará para enterarse de los resultados si no hay televisión. Jacobo cuenta que los chicos que trabajan en la instalación de silos, que es uno de las principales “exportaciones” de la colonia, pregonan los resultados. “Ellos son los que más viajan y saben lo que pasa afuera” – dice y lo mira con algo de envidia a Abraham. Abraham se envalentona y toma la palabra, y se enorgullece de haber visitado Mar de Ajó. Al parecer también conoce Necochea y Tandil, y habla de estas ciudades como si hablara de Mercurio, Venus y Marte… Me imagino a Abraham, con aires de detective, contrabandeando los resultados del domingo en voz baja, acaso aprovechando el alto volumen de algún padre nuestro en alemán… Boca 3 – Velez 1. Descendió el Santo de Tucumán…