Fornicando por la revolución: confesiones de un camionero en las autopistas de San Luis.

Viajamos toda la noche con Jorge. A él dice que hacer dedo le da verguenza, que si lo dejamos ahí y pasamos en una semana todavía va a estar ahí. Tampoco le causa simpatía salir del país, aunque tuvo la oportunidad de irse a EE.UU. «A donde no hablan como yo no voy». El patrón lo mira por satelital, y le dice por radio: «te estoy acompañando, parece que querés llegar». Jorge le explica que la ruta va en pendiente y que por eso la velocidad. «Bueno, bueno». Es una voz tranquila, y el hombre tienen pocas palabras, hasta me pongo a imaginar un patrón amable.

Por las noches, en un camión, se trata de hablar. El camionero, ante todo, necesita hablar para no dormirse, y por lo general termina contando todas sus historias y tiros al aire. «En Villa Mercedes a las minas le gustan los de afuera -dice- Parece que el puntano es pegador. Las holandesas tienen buenas piernas, ayer vi un partido de hockey.» La hilera de luces de la autopista es una constante que acompaña toda la charla.

Jorge nos cuenta que se encamaba con la mujer de su patrón anterior.
«El sabía, creo. Tenía 57 años y ella 38. Necesitaba un pendejo que la coja. El viejo andaba a pastillas y la única pólvora que le quedaba se la gastaba en una pendeja de 30. Yo iba a comer a la casa de ellos. Ella siempre armaba coartadas para que nos podamos ver, como yo les hacía de flete, ella pedía permiso para ir conmigo a comprar materiales aveces, pero siempre íbamos a un telo y tres horas después volvíamos con un tarro de pintura.

Una vez yo estaba en Chaco con el patrón en el camión, y ella me llamó para decirme que se venía el cumpleaños de él y que yo tenía que ayudarle a preparar una sorpresa, y que no me preocupe, que también tenía una sorpresa para mí. Yo le expliqué que micro se tenía que tomar y apareció en el aserradero vestida de rojo. No era una perra, era una jauría. Tenía tetas de esas grandes y redondas que cuando sacás el corpiño no se caen.

En el acerradero hacían moldes para una fábrica de ormas de zapato. Había una pieza para huéspedes, pero después de un día estresante el patrón se había quedado dormido en el camión. Yo lo fui a despertar, pero me dijo que no tenía ganas de ducharse ni de acostarse, que se iba a quedar ahí no más. Yo pensaba que me iba a quedar solo con ella en la pieza de huéspedes,pero apareció Juanchi, un pibe de 20 años que era hijo del capataz del acerradero. Juanchi dispone como si fuera su padre que la mujer podía dormir en la cama individual, y que él y yo íbamos a dormir en la cama grande. Yo lo quería matar. Asique me acosté y le dije, mirá acá las cosas son así, así, y así, pasa esto, esto y esto. Asi qué si vos abrís la boca la última vez que ves la luz del sol es mañana, porque yo te mato. Y ahí no más me pasé a la cama de ella, y nos pegamos una encamada bárbara.»
Encamarte con la mujer de tu patrón, no fue una estrategia recomendada expresamente por Marx, pero no deja de ser una revancha en especias, ¡fornicando por la revolución!

3 comentarios de “Fornicando por la revolución: confesiones de un camionero en las autopistas de San Luis.

  1. Acrobat of the Road dice:

    Ya volveràn esos dìas Juan Manuel!!
    Pronto esas ganas enconraràn cauce. Hay un continente que espera y se abre como un abanico, con toda la malicia que encierra todo abanico, hermosa malicia, de enrastarnos con el resto del planeta, de tener algo que ver cada vez con màs lugares, y rutas, y cerrajeros que dan clases sobre Cortàzar…

    un abrazo desde Cruz del Eje, CBA, donde hoy amanecì tras haber acampado con Steven a la orilla del rio.

  2. Delironautas dice:

    Aquellos comentarios en que un camionero ecuatoriano me contaba la historia sinfín de desgracias que las compañias bananeras transnacionales habían traído, o aquel otro viaje donde mi primer dedo en nicaragua, derivó en una clase sobre Julio Cortazar expuesta por el amable «nica», cerrajero él, que ofreció de primer anfitrión móvil en el país de lago con tiburones. Ufff, extraño esas clases de historias de camino, de vidas. Abrazo
    JuanEme

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