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EL PASO POR CLUJ NAPOCA Y MARAMURES: DE CASUALIDAD EN UNA BODA.

A los artificios literarios del novelista anglo- irlandés Bram Stoker (y a Hollywood) debemos el desagradable reflejo de diluir la riquísima textura histórica de Transilvania para postular una relación biunívoca de esta tierra con Drácula. Para desbaratar esta injusticia es menester recordar, simplemente que el escritor en cuestión basó su novela en una tierra que jamás pisó, escribiendo desde la biblioteca del British Museum de Londres…
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Tres días en Cluj Napoca, la ciudad principal de la zona, fueron suficientes para comprobar que, más que la cuna de un empalador, Transilvania es el resultado de una síntesis étnica protagonizada por cuatro grupos: rumanos, húngaros, germanos y gitanos. Hungría, por ejemplo, considera a Transilvania su “solar patrio”, y sólo en 1990 renunció a sus reclamos de soberanía. Los germanos, que invitados por el rey de Hungría en el S.XII fundaron siete prósperos pueblos conocidos colectivamente como Siebenburgen, siguen existiendo como colectividad desde entonces. Aunque los duenios del poder cambiaron incontables veces, rumanos, húngaros y germanos coinciden en su intolerancia hacia los gitanos, asociados indefectiblemente con lo ilícito. La herencia de este mejunje crea una atmósfera cosmopolita, y los pueblos están senializados en los tres idiomas.
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Raúl, mi anfitrión en Cluj, tiene mi edad, ha viajado parejo, y sus padres pertenecen a la clase profesional que durante el régimen de Ceausescu tenía más dinero del que podía gastar. Sobre todo porque no había mucho que comprar. Los autos eran (y son) Dacia. Si eras miembro del partido la patente tenía 3 dígitos, si eras Juan Perez tenía 6, pero siempre era un Dacia. Si querías un televisor, eso costaba medio Dacia, y una videocasetera requería contactos delicados. La Pepsi y el Toblerone se convertieron para una generación en el sinónimo de la libertad, los ninios miraban estos artículos con hilos de baba a través de la vidriera de selectos comercios para turistas a los que no podían entrar.
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Luego llegó la revolución en Timisoara, en el sur, “area de influencia serbia –dice Raul- si empiezan algo lo terminan”. Llegaron el Toblerone y la Pepsi, y una nueva ética. Los estudiantes que levantaron barricada frente a los tanques del dictador son hoy billonarios businessmen, y la romántica guerrilla urbana que escuchaba Pink Floyd ahora se contenta con embolsillar el 1% de alguna licitación. Y pensar que Hegel decía que el espíritu humano evoluciona. Vaya uno a saber cómo… En definitiva, mientras en Argentina los estudiantes, en sus facultades enbanderadas con el rostro del Che, luchaban por barrer el modelo liberal, los estudiantes rumanos hambrientos de libertad de expresión (y de Toblerone) se amotinaban para implantarlo. Ahora se quejan de que su universidad no es más pública…


Mi siguiente escala fue una región montaniosa en la frontera norte con Ucrania llamada Maramures, donde los trajes típicos son vestidos diariamente por aldeanos orgullosos que bajan como agua chupitos de ziuca, un aguardiente local de 60 grados de graduación. En un pueblo llamado Mara vi un autobus decorado con girnaldas, y pronto a partir. Dentro iba probablemente un tercio del pueblo, los hombres de camisa, las mujeres con paniuelo reglamentario en la cabeza. Como no tenía planes me subí. Así terminé en una boda en Breb, una aldea vecina, marchando por las calles con medio pueblo incluida una banda con violinista, saxo y tambor que escoltó a la comitiva, novios ahora incorporados, hasta la iglesia. Casi todos esperaron de este lado de la puerta: la multitud parecía más interesada en las botellas de ziuca que circulaban fuera que en los larguísimos cánticos del cura ortodoxo. Aún dentro de la iglesia las aldeanas hacían la senial de la cruz con un brazo y con el otro atenazaban una botella. A las 3 am acampé cerca de allí. Grande fue mi sorpresa al despertar a las 10 am del día siguiente para encontrar a las mismas personas bailando y tomando. Y yo que me las deba de nochero…
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A Mara y Breb siguieron una decena de aldeas, muchas de las cuales ostentan afamadas iglesias de madera. Caminé entre aldea y aldea, para apreciar más la vida rural, en una zona donde el concepto de eficiencia económica se traduce en una anciana empaniuelada remolcando un carro con dos calabazas. Al tomar fotografías me conquista la bronca, y luego la culpa, al ver más y más gente de todas las edades cortar heno manualmente con la hoz.

En estas tierras tan al margen del tiempo, es interesante ver los primeros efectos de la globalización: en cada aldea en la que se me ofrece comida y alojamiento, siempre hay alguien que ha trabajado en el extranjero y habla una segunda lengua, generalmente italiano. En un bar, un hombre sacó de su billetera el contrato de su trabajo en Alemania y lo ventiló, orgulloso, enfrente de los otros beodos, como foto de novia en la trinchera. El que estaba a su lado retrucó mostrando las palmas de su mano con cicatrices y exclamando: “Italia!”. Las chicas jóvenes hablan ocasionalmente espaniol, gracias a las telenovelas. 3000 personas recibieron a M.Jackson en el aeropuerto de Bucarest, y 4000 esperaron a Natalia Oreiro. La tierra de Drácula? No lo creo.

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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

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