EL CAMINO A LONDRES


La segunda semana de nuestro viaje nos encontró viajando hacia el sur desde las “tierras altas” de Escocia hacia la frontera entre ésta e Inglaterra, dónde aún se alza obsoleto el Muro de Adriano, antigua frontera del Imperio Romano, y de allí através del corazón de Inglaterra hacia Londres, sin duda una de las capitales del mundo.

Es un largo camino, rico en anécdotas. Cada conductor que se detiene en una banquina tiene algo que contarnos. Después de una semana hemos entendido que este viaje no sería el mismo sin la azarosa puntuación que le otorgan nuestros conductores, sin su conocimiento local que nos acerca más a entender cada cultura.



De Oban en las tierras altas a Edinburgo viajamos en el Ford Mondeo de un diseñador de luces que no se dedicaba precisamente a changuitas sino que había diseniado, por ejemplo, las luces del nuevo parlamento escocés en Edinburgo. A los 45 anios pensaba en retirarse. Su idea de retiro era comprar un bosque transitorio. Qué es eso? Sembrando pinos hoy, en 20 anios tendrá ganancia pura y libre de impuestos. Mejor que una jubilación – agregó. Estaba bien claro que el cristiano en cuestión no cobrará jamás $140 por mes, pero valga el caso como ejemplo del inconformismo humano. Patrick –era su nombre- nos llevó a Edinburgo.

Tomamos un té en su casa esperando a Adam, el jóven granjero-viajero que nos había invitado a su casa en Kinghorn en nuestro viaje de ida a las Highlands. Así Adam y Patrick se conocieron, dos personas sólo conectadas por el hecho de habernos llevado en la ruta en distintos momentos. Ahora tomaban el té juntos, y Adam le daba consejos a Patrick sobre cómo convertir su Mondeo a aceite vegetal. Adam nos explicó que esa noche tenían una cena en su casa con su familia y un amigo francés, y que estábamos invitados. Viniendo de la ruta directamente, fuimos sentados a una mesa repleta de platos y ensaladas. Toda comida orgánica, porque si Adam es hippie, los padres son hippie y medio. El amigo frances era también una persona con energías especiales, y estudiaba política internacional.


En la cena hablamos del tema de la felicidad en Europa. Todos estabamos de acuerdo en que el exceso de opciones crea insatisfacción constante en todas las personas. Es imposible tenerlo todo, aun cuando se tiene un excelente sueldo, y así la mayoría de las personas se encuentran libradas a la persecución del fin de una cadena de deseos que se agranda más y más, con cada nuevo celular, cada nuevo descapotable o cirugía. Examinábamos de cerca una foto tomada en enero de este anio en Payogasta, mientras hacíamos dedo en el NOA. En la foto se ven unos ninios jugando con bolsas de supermercado como si fueran barriletes. No tienen nada. La sonrisa en su rostro es enorme. Esa noche dormimos en camas y pudimos lavar nuestra ropa.


Y ese impredecible ritmo de pool a ojos cerrados continuó cuando Adam nos dió la dirección de un amigo. Así conocimos a Luquitas, marplatense por el mundo. Irrumpimos en su departamento mientras se disponía a decorarlo para una fiesta de disfraces en la que la consigna era la letra ‘l’. Mientras pensaba en la manera de disfrazarse de langosta, Luquitas, quien hace un posgrado en economía, nos contó cómo en Edinburgo, de similar población que Mar del Plata, la gente se conocé más porque la planta urbana es circular, y todos confluyen hacia las mismas calles y plazas. Luquitas nos hizo beneficiarios de una hospitalidad exquisita. Comimos una rica cena y ni siquiera nos permitió lavar los platos. Además nos permitió llamar a nuestras familias en Argentina, algo que uno no hace muy seguido al viajar con poco dinero. Pasamos allí la noche y a la maniana salimos a la ruta con rumbo sur, hacia el Muro de Adriano. También abandonábamos Escocia y entrábamos en Inglaterra.





Sólo mirar el mapa es suficiente prueba de la influencia que este mínimo país ha ejercido sobre la vida cotidiana del resto del mundo. Los nombres son conocidos, los pronunciamos a diario, sin saber que son siudades inglesas. Hereford, un tipo de ganado; Winchester, un rifle; Derby y Chesterfield, cigarrillos; Rugby, un deporte; Manchester, un fluido; Bristol, una rambla; Bedford, un camión que aveces anda. Entre nombres tan célebres se debatían nuestras mochilas, y al atardecer llegamos en el auto de un periodista de TV al pueblo de Haltwhistle. (literalmente: silbato de alto). De allí se puede caminar una milla hasta el Muro de Adriano. El muro no está muy lejos de la frontera con Escocia, lo que significa que los romanos nunca pudieron con los escoceses. Imaginemos la verguenza del general romano que debió regresar y admitir que había sido derrotado por una legión de soldados con pollera… Hoy Roma y Escocia son parte del mismo imperio que no precisa muros. Acampamos no muy lejos del muro, en un bosquecito con arroyo y todo. Antes habíamos vendido una de nuestras fotografías en un bar en U$S10 y nos habíamos permitido comprar un vino francés, queso fermentado, un poco de pan y maní salado.



Llegamos a Londres muy facilmente. Primero nos levantó un camión que remolcaba un autobús de dos pisos hacia el cementerio de tu-tus. Su conductor era de esos a los que el diario “The Sun” ha llevado a creer que los inmigrantes son los culpables del efecto invernadero… Y luego, en Doncaster, nos frenó un pibe que acababa de regresar de un viaje a dedo de un anio y medio por Africa. Iba a Nottingham, pero quiso llevarnos hasta Londres. Eso eran más de 200 kms más que los que tenía que hacer.

Al llegar a Londres lo primero que nos sorprende es el precio del subte: U$S 5 ida solo. Lo segundo que nos sorprende, al intertar pagar, es que no aceptan nuestros billetes escoceses. El hombre del otro lado de la ventanilla está convencido de que le quiero dar euros. Que son libras, lee hermano: “sterling pounds”. Qué tan Unido está ese Reino en dónde los ingleses miran con sospecha los billetes de sus vecinos, mientras que se puede caminar por la Europa del Euro usando la misma moneda desde Grecia hasta Portugal?




En Londres nos alojamos en el caótico depto de Werner Kraft, un amigo alemán, en el barrio de Bermondsey. Werner estudia Ciencia del Deporte, y pasa su tiempo libre entre libros de ajedrez y teoría de la complejidad. Nos habíamos conocida através de la lista de correos de autostopistas de yahoo, y ahora estábamos cara a cara. Pronto notamos que no había un solo rubio. Todo el sur de Londres es zona de mayoría (hablamos de 9 a 1) negra. Qué irónico que haya que venir a Londres para descanzar la vista de los razgos ingleses! Las idas y vueltas del poder. Fueron los romanos los que fundaron Londres en la orilla norte del Támesis. La City, el actual distrito financiero, ocupa el area de la ciudadela romana original. Quién hubiera vislumbrado que casi dos mil anios más tarde esa ciudad a orillas de un pantano se convertiría en la capital de media humanidad, bajo la Reina Victoria?


Pero toda acumulación de poder tiene su efecto boomerang. Los hijos de los conquistados hoy vienen a Londres a hacerse la Europa. Si las razas humanas son frutas,.Londres es la licuadora. En la parada del bus preguntamos direcciones a una chica que resultó ser de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Ya en el centro fue el barrendero, ecuatoriano, quien nos guió hacia un supermercado barato. Este caudal humano hace de Londres una ciudad con tantas opciones que hace que muchos como nuestro amigo Werner vivan estresados, aunque se relaje jugando por las noches al Scrabel con sus dos invitados argentinos. Cada día en Londres fue un gastadero de plata. Los pases diarios del bus nos costaban U$S 6 a c/u. Por eso la comida eera estrictamente de supermercado para conmpensar.



Londres fue además nuestro primer encuentro con el mundo de las visas. Dejamos nuestros pasaportes en la Embajada de Siria. Debemos regresar por ellos la semana que viene. Aprovecharemos a viajar un poco sin rumbo por los condados del sur de Inglaterra.

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