
La situación era la siguiente: tras encontrarnos con el primer grupo de jóvenes menonitas en medio a la ruta de tierra, preguntamos por la iglesia para tender alguna clase de puente hacia ellos. Obviamente, se me ocurría que la iglesia era quizás el sitio de reunión del pueblo y, siendo domingo, habría allí algo de acción aunque la misa había transcurrido mientras Raúl yo aún dormíamos a pata suelta en su casa de Bahía Blanca. Estaba claro que seriamos pésimos menonitas…
Jacobo y Abraham –pronto notaría que todos los nombres eran bíblicos- se habían ofrecido a acompañarnos, en nuestro auto, para mostrarnos la iglesia. Quizás por cortesía, quizás por experimentar algo tan ocasional, incluso divertido, que debe ser para ellos subirse a un automóvil. Raúl lleva el Gol casi a paso de hombre: sin que necesite decírselo, sabe que la idea es prorrogar la conversación lo máximo posible y demorar la llegada a la iglesia.
Mi primera pregunta hacia ellos tiene que ver con el idioma. ¿Qué clase de alemán hablan? El más sociable de ellos, Jacobo, me explica que en la escuela aprenden a leer y escribir el alemán alto –en referencia al actual-, mientras que en sus casas y entre ellos utilizan el bajo alemán, que es el idioma que se hablaba en el norte de Alemania, Holanda y Polonia en la época en que la comunidad menonita comenzó su diáspora y que, como tal, incorpora palabras alemanas, holandesas, polacas e incluso aglutina algunos términos hispanos sin traducción – como yerba mate- que se suman a esta caravana lingüística en las nuevas paradas del éxodo. Yo hablo con relajada impunidad un alemán temerario que aprendí caóticamente entre los viajes, las letras de Lacrimosa, y una adolescente afición a la filatelia. A pesar de ello y de las diferencias fonéticas entre el alemán actual y el bajo, nos entendemos la mitad de las frases que nos decimos. La conversación, igualmente, regresa siempre al español, idioma en que los cuatro somos fluidos. Aparentemente, ellos aprenden el español en la escuela. No lo admiten pero no veo la manera de que pudieran aprenderlo de los contactos ocasionales con el mundo exterior. Ante la ausencia de radio y televisión, es la única hipótesis.
Detalle técnico al margen: el hecho de que ellos hablen selectivamente dos variedades de la misma lengua en situaciones de interacción social compartimentadas y definidas constituye un caso de lo que los lingüistas llaman diglosia. La diglosia es distinta del bilingüismo, que sería la capacidad de hablar dos lenguas distintas. Como sea, en el Gol de Raúl se superponen diglosia y bilingüismo, ya que ellos hablan alemán actual conmigo, alemán bajo entre ellos, y español entre los cuatro. No observé, como entre los mormones, que se abstuvieran, por respeto, de hablar su idioma en presencia de otros que no lo entienden.