Cuba era para mí un enigma. Sabía que no iba a ser fácil escribir sobre esa isla que despierta críticas y corazones encendidos de idealismos por igual. El motivo de esta dificultad es que, tanto entusiastas como detractores de la Revolución Cubana que en 1959 impuso el comunismo en la isla, en la mayoría de los casos, jamás pisaron Cuba. Ambos bandos utilizan la isla caribeña como argumento, sea como contraejemplo de sus principios o como brújula de su militancia, aunque por lo general lo hacen rodeados por circunstancias muy distintas a las que vive el cubano común.
Por eso, después del blogtrip en el que participé por trabajo (un viaje organizado con limitado acceso a la intimidad social) me quedé una semana para viajar a dedo y ver qué tenían los cubanos de carne y hueso para contarme. Nuestra meta era unir La Habana con Santa Clara, ciudad donde se encuentra el Mausoleo del Che Guevara, punto cardinal del folclore revolucionario cubano.
Quiero relatar lo que soñaban o sufrían las personas que crucé en mi camino, para prestarle mis ojos y oídos a quienes al hablar se refieren una y otra vez a su Cuba personal idealizada, a medida, sea como infierno o paraíso. Cada uno, sacará sus propias conclusiones. Yo todavía estoy procesando las mías.
Mi compañero en este viaje fue Emiliano León, camarógrafo venezolano del proyecto #3TravelBloggers y autor del video que nuestro grupo preparó para promocionar Cuba y que ya he compartido en los posts anteriores de la serie.
El taxi Buick modelo 1953 que nos llevó desde Miramar hasta el puerto nos dejó en otro mundo. Habíamos logrado pagar el precio cubano gracias a la ayuda de Orquídea, una chica local que le suplicó al conductor que no nos timara, diciendo que éramos sus parientes lejanos. El hombre resopló en el espejo retrovisor, algo frustrado, pero cumplió su promesa, y hasta nos indicó el camino hacia el ferry que nos llevaría a Casablanca, del otro lado de la Bahía de la Habana, donde tomaríamos el tren a Matanzas. Con las mochilas a cuestas marchamos por la Calle Sol y al minuto ya nos habíamos percatado de que accedíamos a otra Cuba que no salía en ningún folleto turístico.
Pronto desapareció todo rastro de revoque o pintura. Las casonas seguían teniendo sus fachadas rebuscadas, a veces con columnas o arcos moriscos, otras veces con alegorías decimonónicas ya poco visibles tras el hollín y la falta absoluta de mantenimiento. Seguían en pie, como conventillos en cuyas fauces desaparecían en alegre carrera las colegialas que volvían de clases. Lo único con pintura en la cuadra era un mural del Che Guevara y otro de Chávez que decía “El mejor amigo de Cuba”. De las ventanas nos espiaban ojitos titilantes que luego regresaban a la oscuridad. Un hombre, en el portal de su casa derruida vendía fósforos y cigarrillos. Su puestito de madera decía “Fosforero” y estaba adornado con una foto del Che, otra del Papa Francisco, y una bandera cubana entre ambos. Cuando se cae el cielo raso, cuando lo material falla, es la evocación de simbolismos lo que parece ayudar a algunos a seguir.
Frenamos en un comedor al paso, atendido por dos chicas. Pedimos un sándwich de jamón y queso cada uno, por apenas 0.40 USD, y aprovechando los precios baratos, ordenamos dos batidos.
— ¿De qué sabor quieren? —nos pregunta una de las chicas
— De ese que está preparando ella con esa sonrisota — se adelanta Emiliano, quien comparte con los locales los códigos del Caribe.
La chica se sonríe apenas, nos mira fugazmente, y comienza a preparar el pedido. Los dos sándwiches y los dos batidos de mango naturales nos costaron 30 pesos cubanos, algo asó como 1.50 dólares. Si uno viaja a Cuba y en vez de comer en los hoteles y burbujas turísticas lo hace donde los cubanos, donde te cobran en moneda nacional y no en pesos convertibles, puede gastar de 15 a 20 dólares por semana. Es muy poco, pero también es el salario promedio de muchos cubanos. Las chicas parecen sorprendidas de que siendo extranjeros comamos en un lugar local:
— ¿Por qué no comen en los restaurantes con los demás yumas (extranjeros) ?
— Es que somos turistas pobres —le digo con humor, pero ella sigue sin sonreír— somos latinoamericanos, no alemanes o canadienses…
— Ya quisiera yo ser pobre en Argentina o Venezuela… Yo aquí gano cuatro dólares por día. Y es un sueldo muy alto, porque el dueño es un particular – me respondió.
Me pregunto si cuando permitieron el turismo en la isla habrán tenido en cuenta que el efecto inmediato sería que los locales percibirían a los viajeros como seres todopoderosos, envidiando por consiguiente el mundo del que provienen. Me doy cuenta que diga lo que uno diga, uno va a estar ostentando por el sólo hecho de elegir lo que uno come.
Aunque me quedó un gusto amargo, opté por concentrarme en el aspecto cultural. Mientras seguíamos camino al embarcadero nos pusimos a hablar con dos negros musculosos rebosantes de collares de oro con sus ídolos que mostraban con orgullo. Nos contaron que eran de la religión yoruba. No nos dejaron tomarles fotos, pero los llevo en la retina. Allí entendí que esas barriadas eran los propios kilombos de la afrodescendencia persistentes en el tiempo y acuartelados donde los gatos y las montañas de basura.
Llegamos al embarcadero, donde una oficial de seguridad, una negra de labios colgantes y pelo rizado, casi estallado como un sol, nos dijo que debía revisar primero nuestras mochilas antes de dejarnos pasar al ferry. Tras la requisa, concluyó:
— Ah, no, estos chicos tienen una computadora, no pueden subir al ferry.
— ¿Por qué?
— Yo no sé por qué, pero en el reglamento dice que no se puede.
No era un barco de guerra, sino una barcaza sin asientos, oxidada y humeante. Pero por algún motivo un funcionario desde su escritorio la había considerado demasiado estratégica para que abordara alguien con una computadora portátil. En algún otro escritorio alguien había sobreestimado el poder de una portátil sin acceso a internet. Barco + computadora se había vuelto una ecuación de seguridad nacional. Por suerte llegaron Lionel y Francisco.
— ¿Son de Argentina? ¿Del mismo país que el Papa y que Messi? Mire mi amigo, yo le voy a hacer un favorcito, le voy a dejar pasar.
En voz baja le pidió al capitán que hiciera una excepción con nosotros y nos pudimos subir al ferry que 10 minutos después nos dejó en Casablanca. La estación de Casablanca es muy pequeña, apenas consta de una boletería y dos bancos de cemento para esperar al tren, que llega por el medio de la calle, como un tranvía. Tiene azulejos blancos y azules bien cuidados, lo que la hace parecer un baño público, pero es funcional y está en mejores condiciones que el tren al que sirve.
Aún faltaba una hora y nos sentamos a esperar, uno en cada banco. Pronto, un hombre que estaba tirado contra la pared bebiendo ron de una botella plástica descartable se me acercó a conversar. Se llamaba Evaristo, y era uno de los vagabundos residentes del andén, que compartía casi en cooperativa con otro que ya estaba conversándole a Emiliano. Dijo que estaba emocionado de conocer a alguien que venía del país de Gardel, y arrojó al aire dos o tres datos más para demostrarme su cultura. Le dije que se sentara, le pregunté por él. Desde el primer contacto visual supe que era un jinetero y que a la larga se venía algún mangazo, pero también me di cuenta que cualquier cosa que me contara sería un acceso, un ojo de la cerradura para espiar la realidad cubana. Tenía una sonrisa inteligente en su rostro mulato, una mirada amable, y dos dientes en cada quijada, inferior y superior, que al hablar encastraban perfectamente.
— Esto está peor que nunca y va para más mal, Juan, creeme. — me dijo sin que le hubiera preguntado nada.
Evaristo me contó que vivía en la calle y dormía en la estación de tren, porque debía alquilar su casa para poder vivir. Con los cuatro dólares al mes que le daban, podía comprar algo de alimentos básicos, me dijo. A veces tocaba la guitarra en el Malecón a cambio de monedas. Había heredado su casita de sus padres, que eran cocineros en una colonia de vacaciones. Sus hermanos habían logrado emigrar a Estados Unidos gracias a la Iglesia Pentecostal. Sacó una biblia pequeña de su bolsillo y me la regaló. Me dijo que allí encontraría consuelo para las dificultades del camino. Evaristo le había agregado anotaciones, indicando a qué pasaje bíblico convenía acudir según uno estuviera ansioso, desesperado o aburrido. No la iba a leer pero le agradecí.
Estaba sorprendido. Algo me había llevado a creer que en países comunistas como Cuba los más pobres serían los más conformes, subvencionados a costa del potencial de otros. Pero lo que estaba viviendo no encajaba con esa Cuba mental, donde el mar era azul para todos. Evaristo me pidió una colaboración para comprar más ron, le di una moneda de 1 CUC (un dólar) y sus ojos centellearon de felicidad. Fue a buscar su tesoro y yo me quedé observando a un perro que ya ni espantaba las moscas que le merodeaban las encías. Evaristo volvíó justo cuando llegaba el tren y me saludo con un abrazo de hermano.
Entregar o no dinero fue un dilema que me acompañó en todo mi viaje por Cuba. Por lo general no considero que hago un bien al alentar la mendicidad, pero en el caso de Cuba, donde el sistema limita cualquier iniciativa comercial, el jineterismo y la mendicidad hasta se me presentaban como una grieta donde el espíritu emprendedor podía manifestarse, al menos a nivel popular. Había incluso médicos que, cansados de trabajar ocho horas por día en la sala de operaciones por 40 dólares mensuales, salían a las calles a revender habanos, porque con suerte podían igualar su salario mensual en un par de días.
El tren Hershey es el único ferrocarril eléctrico de Cuba. La línea fue financiada por la Hershey Chocolate Company en 1919, para transportar el azúcar procesado en los ingenios hacia el puerto de La Habana. El actual tren constaba de un sólo vagón, en que viajaban pasajeros y conductores, como en un colectivo, y había sido fabricado en España en los setentas. El paisaje que comenzamos a atravesar había sido la antigua cuna de la bonanza azucarera, cuando Cuba era el principal proveedor del mercado norteamericano. Imaginé que las fortunas habrían servido para construir teatros, bulevares y toda esa arquitectura que hoy admiramos, pero pocas escuelas u hospitales, sembrando las semillas del descontento que culminaría en la Revolución. El gobierno de Castro había estatizado esas centrales azucareras, pero algo había salido terriblemente mal.
Lo que desfiló ante nosotros fue una colección de ingenios abandonados, galpones espectrales, chimeneas de las que no salía humo. Todo se había ido al demonio cuando la Unión Soviética, al disolverse en 1991, dejó de comprar azúcar cubano. No sólo dejó de comprar azúcar sino que retiró todos los subsidios y entregas de petróleo con que se mantenía este pequeño experimento socialista caribeño a las puertas de los Estados Unidos. Hershey, el pueblo que daba nombre a la línea ferroviaria, había pasado de ser un pueblo modelo a un pueblo fantasma.
— En Cuba se sobrevivía porque se mamaba de la teta soviética. ¡Sin eso quedó desbaratada la industria! ¡Cuando el pueblo vivía de eso! Este es un país de locos… —el hombre calvo del asiento de al lado, que era uno de los pocos pasajeros del tren, lo explicaba a su manera— Por ejemplo, este tren lo construyó un gringo, dueño del capitalismo. Porque el gobierno cubano solito no crea usted que puede hacer un tren… Cuando el capitalismo era que estos ingenios producían y exportaban.
La manera en que usaba la palabra “capitalismo”, como refiriéndose a una era geológica, me causó gracia. También, era curioso que a nivel local el dueño de aquellos ingenios hubiera quedado catalogado como el “dueño del capitalismo”.
Cada tanto cruzábamos pueblitos maltrechos donde algún niño perseguía a una cabra y la gente nos miraba como si fuéramos fantasmas, pero luego nos volvíamos a zambullir en ese mar de palmeras y colinas que era la provincia de Matanzas. El tren no dejaba de pegar chirridos. De hecho, rara vez superaba los 40 km/h, y demoró cinco horas en hacer los 100 km hasta Matanzas.
El hombre calvo siguió rememorando bueyes perdidos…
— Antes yo era albañil, trabajaba mucho. Pero iba a la bodega y con un peso compraba de todo. Ahora una lata de picadillo vale 1,25 dólares. ¿Quién aguanta eso? ¡Si nadie gana más de veinte! Antes una botella de ron valía 11 pesos. Ahora vale 60. ¿O no? — remató mirando a otro pasajero, un negro de cara demacrada, que dos filas más atrás viajaba en silencio, como en penitencia. El hombre dejó de mirar el suelo para asentir como a un sacramento.
— Uno de estos viejos —prosiguió como si el otro no estuviera escuchándolo— pinchaba (trabajaba) como loco, y no tenía preocupaciones, trabajaba más alegre, más contento. — El otro volvió a asentir.
Pronto atardeció y afuera se desató un diluvio que evolucionó en tormenta. Las luces del tren se apagaron y sólo quedaron los chirridos metálicos, la luz regalada de los relámpagos, y las copas de las palmeras recortadas entre los nubarrones. Cuando llegamos, el hombre calvo se presentó como David y se ofreció a ayudarnos a encontrar una casa particular, es decir, casas de cubanos que tienen licencia para alquilar habitaciones a turistas.
Mientras caminábamos bajo la lluvia, David nos contó que viajaba en el tren todas las semanas, para buscar unas muñecas antiguas, tradicionales de Matanzas, que luego vendía en La Habana a casas de antigüedades quienes las repararían para revenderlas a los turistas. No le entendimos bien el negocio, pero sí entendimos que andaba más a la deriva que nosotros. Le preguntamos si tenía donde quedarse, y nos dijo que pensaba caminar hasta las afueras y dormir debajo de algún árbol. Llevaba sus cosas en una bolsa de arpillera.
Antes, nos acompañó hasta la casa de una mujer a la que llamaba “La Tía”. Tendría más de setenta años, y le dio algo de vergüenza cuando abrió la puerta de su casa en camisón y aparecieron de golpe dos extranjeros. Nos invitó a entrar con una sonrisa y corrió a preparar café, pero con gestos vergonzantes nos explicó que no tenía piezas para alquilar. Lo que sí tenía eran botellas grandes, plásticas, de combustible de avión —como llaman al ron casero de pésima calidad— que David le compró, a puertas cerradas. Los turistas toman Havana Club; los cubanos, combustible de avión.
Ya contento con su botella, David nos guío hasta otra casa particular donde sí conseguimos un cuarto privado con aire acondicionado por veinte dólares. Después de eso nos pidió más monedas para el ron del día siguiente. Yo le dije que en eso no le iba a colaborar, pero que lo invitábamos a cenar con nosotros.
Caminamos tres cuadras más bajo esa noche lluviosa y desangelada, y encontramos un “paradito” (puestito de comidas rápidas sin lugar para sentarse). Teníamos un hambre legendaria y nos quedamos un momento mirando el menú con sus baratísimos precios, en moneda cubana. Básicamente, hubiéramos podido comer hamburguesas completas hasta reventar como sapos, e incluso soñar que esa pasta extraña era carne real, por cinco dólares. El pequeño buffet era atendido por dos chicas aletargadas por su apatía. Una de ellas apenas levantó la vista del dibujo que estaba haciendo y me dijo:
— ¿No quieren comprar una moneda con la cara del Che? Se las vendo en 3 convertibles.
Había levantado la vista para hablarme, pero seguía encorvada sobre el mostrador, con la cara ensartada en la palma de la mano y el codo como apoyo. El desgano vital que la abrumaba me generó impotencia. Era curioso que la válvula de escape por dónde su espíritu intentó desacatar el control estatal de la economía fuera, precisamente, una moneda del Che. En los días sucesivos me daría cuenta que las monedas o billetes con la cara de Ernesto Guevara eran la mercadería favorita de muchos cubanos que intentaban caranchear una ganancia a costa de algún turista desprevenido. Las vendían en tres dólares, es decir, treinta veces su valor nominal. Me pareció casi una paradoja gourmet que su estampa guerrillera acuñada en metálico sirviera de oportunidad para la plusvalía que él había combatido.
Pero quién podría culparlas? Si viviera en un país donde me pagaran de 1 a 4 dólares por día, donde no hubiera una relación directamente proporcional entre esfuerzo y recompensa que alcanzara a la mayoría, también yo andaría revendiendo chucherías. En Venezuela había comprobado que los climas económicos creados por las medidas comunistas pueden volverse un excelente fertilizante del capitalismo interior, que las personas reflotan para sobrevivir cuando la crisis ajusta. Allá, las personas se medían como pirañas. En vez de un sólido entramado social solidario, había hallado un país en donde no podías comprar un boleto de bus porque alguien ya los había comprado todos para revenderlos al triple una hora antes de la partida. Y cuando el desabastecimiento producía colas en todos los mercados, aparecían personajes que le ponían tarifa al servicio de guardarle a otro un lugar en la fila.
Llegaron las dos hamburguesas que habíamos pedido cada uno, junto con un batido de guayaba. “Mejor que sobre y no que falte” —dij Emiliano para justificar la glotonería, y en seguida me di cuenta que sus palabras eran ostentatorias en un país donde la política de estado era garantizar lo inverso a sus ciudadanos, al menos en cuestiones alimenticias. Las vendedoras seguían con una mueca desaprobatoria instaurada en la cara, y nos miraban masticar sin disimular una mirada casi envidiosa. Esas chicas, empleadas de un “paradito”, el más reciente retoño de la libertad económica individual en Cuba, parecían aún embargadas por la pasividad vital del asistencialismo.
Si analizo aún más profundamente, y en retrospectiva, ahora que estoy sentando en mi casa, me doy cuenta que la chica ni siquiera hizo un esfuerzo por venderme la moneda, no mencionó que fuera bella, especial o significativa. Ni siquiera me la mostró. Pensándolo bien, eso tiene toda la lógica en un país donde los estantes de las tiendas estatales están casi vacíos, y donde no existe tal cosa como la experiencia de compra, con un proceso de tentación, competencia y elección. La gente en Cuba compra siempre la misma marca de arroz en la misma tienda. Ni el que vende esta realmente vendiendo, ni el que compra está eligiendo lo que compra. Por eso, supongo que el primer obstáculo que van a enfrentar los cubanos cuando accedan finalmente al libre mercado que muchos desean, será entender la función del trabajo y del mérito que hay detrás de la última consecuencia , visible y brillante, que es la ganancia.
Del otro lado de la reja, sin animarse a entrar con nosotros, David había devorado su hamburguesa en soledad de fiera herida. Me había llamado la atención que cuando le preguntamos de qué gusto quería su batido la pregunta lo dejó inmovilizado. Claramente era una contemplación inusual para alguien que acostumbraba dormir abajo un matorral.
Al final de ese día, me imagen del pueblo cubano como elevadísimo en educación y estoico ante las necesidades mundanas se había estrellado. En su lugar estaba la Cuba real. Desde que me había subido al tren Hershey en La Habana, no había dejado de esquivar personajes machucados que habían intentado conmoverme, con biblias o monedas del Comandante. Sentí nostalgia por aquella noción del hombre nuevo socialista, por esa utopía de la que sólo había, por el momento, conocido a sus marginados.
Dormimos en la casa particular de Emmerson, un cubano joven que estaba construyendo su bienestar contrabandeando ropa, hojas de afeitar, pilas y cualquier artículo imaginable desde México y vendiéndolo todo más barato que las tiendas del estado. Me explicó que las tiendas del gobierno venden ropa anticuada que nadie quiere ponerse, a precios más caros que la última moda.
Salimos al otro día a recorrer Matanzas, una ciudad conocida como la Atenas de Cuba por sus glorias pasadas, que llegó a rivalizar en la esfera cultural con La Habana, cuando en el Teatro Sauto desfilaban figuras de la talla de Enrico Carusso o la bailarina rusa Anna Pavlova. Yo había leído sobre Matanzas en el libro Fredrika en el Paraíso, de René Vázquez Díaz, y me había quedado embelesado con la imagen de una ciudad sensible a las artes y a las musas. Desde ya, gran parte de ese mecenazgo provenía de la bonanza azucarera, ejecutada sin muchos resguardos por los derechos laborales. La mala administración de ese recurso sin embargo, y a juzgar por las escenas vividas la noche anterior, no había catapultado la ciudad a la riqueza. Todo lo contrario, Matanzas era una ciudad para desempolvar, como un Cadillac en un gallinero.
Fue en Matanzas donde entendí el sistema de racionamiento. Cerca de nuestra casa particular había una tienda de productos básicos, un local cavernoso donde se despachaban, a precios subvencionados por el gobierno, los ingredientes de la canasta familiar: arroz, frejoles, azúcar, papa, huevos, sal, aceite, café, cigarros y poco más. Una mujer muy gorda y simpática atendía el negocio. Cuando le dije que venía de Argentina, dijo:
— ¿No habrá nadie allá que quiera casarse conmigo y llevarme pa’ Argentina? — Luego me pidió, ella que se suponía debería venderlas, una lapicera de regalo…
Pero soltó una carcajada y me preguntó qué quería saber. Le pregunté si en esa tienda la gente se llevaba alimentos de forma gratuita y ella pegó un grito, tomó más aire para seguir riendo, y le comentó mi ocurrencia a los demás dependientes. Yo pensaba que era gratis porque había visto a la gente ir con unas libretas, pero ella me explicó en que esos documentos servían para llevar la cuenta de lo que cada uno había ya recibido. Cada persona tenía derecho a 7 libras de arroz al mes, tantos huevos, 150 gramos de sal, etc. Quien quisiera más de esa cantidad, debía comprarlas a precios liberados, es decir, carísimos para cualquier cubano no potentado.
Quedé impresionado por los estantes prácticamente vacíos, los cartelitos con los precios escritos a mano con fibra, la ausencia de afiches publicitarios de marcas u ofertas. Podría haber sido la alacena privada de una familia. Era, de hecho, casi imposible relacionar ese sitio con un ámbito de mercado: un extraño lugar donde se vende sin interés de que las ventas ocurran, porque no dan ganancia a los productores, ni genera una comisión que motive a los vendedores, ni nada de lo que se vende allí realmente importa a quienes lo compran.
Para muchos cubanos, la situación es traumática, porque cuando la fábrica nacional de pasta dental no puede cumplir las entregas, deben comprar Colgate en el mercado negro a precios internacionales. Esto sucede, casi constantemente, con todos los ítems de higiene y limpieza, y explica por qué algunas personas en la calle te piden los jabones de los hoteles. Para inhibir las quejas y tangibilizar la vigilancia, en todas las tiendas de racionamiento hay frases pintadas, como “El chisme y la intriga son otra forma de hacer contra-revolución” o, en el caso de aquella tienda particular, “Revolución es sentido del momento histórico” junto a un perfil de Fidel pintado en esténcil en un pared con humedad detrás de unas bolsas de papas.
Pronto decidimos que el corazón de la ciudad era el Parque Libertad, un sitio que recuerdo soleado, con las fachadas coloridas en tono pastel de los edificios históricos restaurados, entre ellos el Casino Español (donde por primera vez se bailó danzonette, baile de salón cubano). Ahora era una biblioteca repleta de pupitres vacíos, y dos estantes con libros. El mobiliario antiguo se estaba humedeciendo y las volutas de estuco estaban siendo fagocitadas por las telarañas. Mi imagen de la educación cubana se salvó del naufragio cuando en la esquina descubrí una biblioteca aceptablemente aprovisionada y concurrida. Había antiguos hoteles que ya no funcionaba pero cuyos nombres pretensiosos como Hotel Louvre, habían quedado grabados en las fachadas.
Donde terminamos pasando más tiempo fue en el Café Libertad, el espectro del original de 1861, con la misma carta de hamburguesas, cafés y batidos que tienen todos los demás cafés de Cuba, tengan o no mesas. El interior seguía teniendo cierta intención de ceremonias de confort, como los asientos de pana roja de cada lado de las mesas. Las cortinas, cerradas a toda hora, creaban de día una luminiscencia ambarina y un ambiente reservado. La camarera sonrió hasta que se dio cuenta que entendíamos que 14 pesos cubanos y 14 pesos convertibles (dólares) no eran lo mismo. Un superior la disculpó alegando que era nueva. A esa altura, ningún intento de estafa lograba malhumorarme ni contaminar el privilegio de documentar el día a adía de los cubanos en su etapa de transición. Emiliano reparó en que, visto desde dentro, el nombre del café pintado en los vidrios era la palabra “Libertad” invertida. Sacó una foto y dijo que sería la tapa del disco.
Viajar con un venezolano por Cuba implicaba toda una meta-experiencia. Por momentos tenía irrupciones volcánicas, retahílas de argumentación certeras como flores de ballesta, alocuciones caribeñas cuya obertura era un “¡Coño!” y su golpe de telón un puñetazo o una lágrima. Cualquier cosa, un mural de Chávez o la defensa de la ineficiencia estatal por parte de algún fanático, podía encenderlo. Esa misma tarde, pasamos frente a un mural que decía «Seguimos en combate» cuyo tono militar le hizo acordar a casa, y estalló:
— Un militar ¿fue preparado para dialogar, para crear? Pasó quince años golpeando su palma con el puño, y gritando Patria Socialista o Muerte. Esa muerte ¿de quién era? ¿la de él? ¿La de quienes no se sentían socialistas? ¿Cuál es la lógica de esa frase? Si tu tienes los huevos para montarte en mi país y desearle la muerte a la mitad de los venezolanos, entonces huevón, toma tu muerte y llévatela…¡Por algo murió de cáncer en el culo!
Se quejó luego de unos primos venezolanos que se habían declarado chavistas desde Swiss Cotage, el suburbio más concheto de Londres. Yo recordé una militante de la Cámpora que me crucé una vez en Cusco, ella camino a apoyar a Chávez en las elecciones venezolanas. La mina nunca había pisado Caracas pero desde Palermo se arrogaba el conocimiento del sufrimiento de los venezolanos y la autoridad moral para intervenir en el asunto. Un mes después me pidió por mail consejos para sobrellevar la frustración tras el aterrizaje forzoso en el mundo empírico, que incluyó un intento de violación por parte de sus correligionarios en medio del aquelarre electoral.
Después volvíamos a nuestros temas, y Emiliano me contaba sobre su tesis sobre En el camino, de Jack Kerouac, y de cómo el jazz era el que determinaba la estética a lo largo de la obra, al no haber dilación entre la instancia de inspiración y la de ejecución. También le gustaba evocar recuerdos de un viaje de Londres a Sídney en un viejo autobús de dos pisos junto con otros 20 nómadas, o la vez que, tras una toma de ayahuasca, una voz le sugirió ordenarse espacialmente cerca de las cosas que le daban placer, y tener la disciplina de sostener esa conducta en el tiempo. Seguía viviendo, resistiendo en Caracas, despidiendo amigos que emigraban todas las semanas en busca de algún sitio lógico, sin milicos en el poder, y de ser posible con papel higiénico en las góndolas.
Dimos vueltas por la ciudad toda la tarde. Pasamos delante de muchos ministerios, con gente sentada abanicándose debajo de retratos de Guevara. Además de las tiendas de racionamiento, hallamos tiendas de ropa con nombres como “La Isla de Cuba – Ropa, sedería y confecciones”. La ropa estaba ausente de las vidrieras y casi escondida en el interior, la mayoría camisones, ropa de trabajo y vestidos de mujer con cortes de los años 70. Eran la clase de lugar donde se vestiría tu abuela. Mezcladas entre estas tiendas anacrónicas aparecían otras, más actualizadas, especie de centros comerciales estatales, donde, a precios internacionales y en pesos convertibles, se pueden comprar desde artículos de librería hasta adornos de Navidad, relojes o lavarropas. Había más gente de la que uno esperaría de un país de sueldos tan bajos, aunque por la noche iba a entender el motivo de esa afluencia.
En una tienda cercana presencié un diálogo que también se quedará como una de las perlitas del viaje. Una mujer entró y señalando un lote de paraguas muy coloridos que al parecer le resultaron baratos, preguntó:
— ¿Qué defecto tienen los paraguas?
— Huecos — le respondió la dependienta
— ¿Muy grandes?
— Mírelos…
Como estábamos en plena temporada de lluvias, aprovechamos también la oferta, después de verificar que los huecos no fueran lo suficientemente grandes para dejar entrar mucha agua. Caminar bajo las lluvias del trópico con un paraguas con huecos como un poeta maldito, ¡un momento que sólo te puede regalar Cuba!
Cruzamos los emblemáticos puentes de Matanzas, enormes estructuras de hierro de finales del siglo XIX, y recorrimos la zona de la Marina, una barriada poblada por descendientes de esclavos africanos, de casas mutiladas y madres alegres vigilando el juego de sus niños. Entramos en una casona, atraídos por el mural de una virgen morena. Dentro, una chica que le estaba pintando las uñas a otra, me explicó que se trataba de la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba. Debajo del altar había un retrato de un antepasado junto a un barquito de juguete, y cerca de allí un tambor, una poltrona antigua vencida y un tacho de petróleo de PDVSA. Detrás de la morena a quien le estaban pintando las uñas estaba lo más interesante: una muñecota, también morena, sentada en una mecedora de juguete.
— La muñeca no se vende — dijo un negro delgado pero atlético que apareció de pronto, en cuero y acompañado de un niño—.
Entonces entendí que esas eran las muñecas que ávidamente buscada David para revender en La Habana a los turistas. Sólo cuando aclaré que no me interesaba comprarla me explicaron más:
— Son de la religión africana de nuestros antepasados — fue curioso que no eligiera una conjugación verbal que lo incluyera.
Caminando por la misma calle frenamos a hablar con una mujer completamente vestida de blanco, que también profesaba la religión yoruba.
— Cuando recibes el santo te vistes de blanco — me explicó entre risas, porque Emiliano había comenzado a hacer trucos de magia y a desaparecer monedas para todos los niños de la calle.
Las casonas y el juego de los niños, la gente en los umbrales y los charcos se sucedían hasta el horizonte. Pero de pronto, tropezamos con una casa que era distinta. El cartel “Bar Bistró”, nos llamó la atención. No había más comercios en toda la zona, ni siquiera un almacén. Al ingresar, un camarero de camisa negra dio tres pasos marciales y extendió delante nuestro una bandeja plateada con toallas húmedas para que nos refrescáramos. Luego nos acompañó a una mesa que se iluminaba desde dentro, y dejó sobre ella una carta internacional de tragos. Era el sitio más exclusivo de la ciudad pero, a un dólar y medio los mohitos, todavía era barato. El contraste entre la barriada donde destellaban los vestigios de la santería afrocubana y el bar con música electrónica, pantallas de plasma e ínfulas cosmopolitas nos dejó con la sensación de haber experimentado una teletransportación. Dentro había parejas que tampoco parecían salidas de la Cuba que había afuera, además de dos suizas que jugaban a la canasta como señoronas, seguramente resultado de algún voluntariado.
Después de varios mohitos regresamos al hotel, pero en el camino tropezamos con el Parque Libertad y nos quedamos conversando con un grupo de jóvenes que sentados en un banco aprovechaban la conexión a internet. Lo hacían comprando una tarjeta de dos euros entre todos, conectando una portátil, y dándole con ella señal a los celulares de todos. No pasaban de los 19 años, una de las chicas era presentadora de un programa juvenil en la TV local, uno era artista plástico, la otra escritora. Todos tenían un tío o primo en Miami, con cuyas remesas podían acceder a lujos tales como teléfonos inteligentes. Todos soñaban con emigrar a alguna parte y ver un poco de mundo, lo que es natural para un espíritu libre y artista a los 18 años. Pero creían que recién sus nietos gozarían de una verdadera libertad en Cuba. Cuando mencioné al Che, explicaron que no dejaban de admirarlo, pero que la realidad se había tergiversado, y que un cambio era necesario.
Estos chicos y sus ilusiones, me parecieron presos del doble mensaje que se produce cuando se nombra a cada minuto la revolución, pero se vigila y prohíbe el más mínimo cambio. Les obsequié uno de mis libros de viajes y me conmovieron profundamente cuando al despedirlos, nos dijeron:
— No se olviden de nosotros.
Tengo un par de amigos maoístas que, desde los pasillos de la Facultad de Filosofía me dirían que en realidad la gente que vive disconforme en países comunistas no entiende lo que le pasa, y que su rebeldía es una pataleta frívola, ya que todo se trata de un tema ontológico e ideológico que, aparentemente, se comprende sólo desde la buena alimentación y el ocio que hay fuera de esos países.
Al día siguiente íbamos a aprender una lección sobre las preocupaciones reales, no ideológicas, de los cubanos. Si no escribiera esta historia me torturaría de por vida como una marca de ganado tatuada a fuego. Se las cuento el lunes que viene en el próximo post..
Muchas gracias por la piel! me hiciste sentir en la tuya este viaje! soy estudiante de Historia y tengo la suerte de haber experimentado Cuba desde las palabras de mi mamá, una fiel y libre viajante de la vida, como vos (eso creo! no busco determinarte).
Actualmente estoy en la búsqueda de mínimas verdades latinoamericanas, en base a los tópicos de libertad, independencia, democracia, comunismo y capitalismo económico, entre otros. A través de la numismática entiendo mucho la historia, de sus metales y usos. Por eso extreeré, si me lo permites, algunas citas de este viaje en un trabajo.
Me gusta mucho tu forma de escribir. Gracias.
Grcaias por el comentario! Si te gusta el tipo de literatura de viajes que hago, te reoomiendo echar un vistazo a los libros que ofrezco desde este mismo blog. Abrazo!!
Felicidades. .todo bien..Lo único..muy mal..fue eso del cáncer de cuello…ojalá a tu amigo..nunca le pase …Es un tremendo ignorante..un pobre tipo..Por lo demás ..hermoso.. documento.. gracias
Holaaa, Mi lugar en el mundo!! Fui a Cuba en dos oportunidad, la última fue a pasar año nuevo y comenzar el 2018 allá fue maravilloso.
Siempre me quedé en casas de familia.
Me quede en Guanabacoa, me trasladaba en guagua que tomaba a unas cuadras del reparto donde que quedaba. Esperando podía ver y escucharnde todo, una señora que, siempre riendo, se quejaba de que si no llegaba la guagua no iba a estar ni el muerto en el funeral al que iba, canciones sonando todo el tiempo, charlas y debates constantes.
En Regla tomaba la lanchita hasta la Habana vieja todos los dias. Allí pude sentir realmento todo lo que amé y leí del realismo mágico. También entendí que la riqueza y la pobreza es subjetiva, y es muy dificil comprender una realidad tan ajena a la nuestra.
Espero poder volver para seguir recorriendo paso paso toda la Habana.
Gracias por escuchar lo que la gente tiene para decir de su vida, gracias por compartir su realidad. Un país se conoce por su gente y lo que ellos tienen para decir, y como viajeros nos toca transmitir no nuestras impresiones, sino lo que un pueblo vive.
Muy bueno tu relato.
«En Venezuela había comprobado que los climas económicos creados por las medidas comunistas pueden volverse un excelente fertilizante del capitalismo interior, que las personas reflotan para sobrevivir cuando la crisis ajusta. Allá, las personas se medían como pirañas. En vez de un sólido entramado social solidario, había hallado un país en donde no podías comprar un boleto de bus porque alguien ya los había comprado todos para revenderlos al triple una hora antes de la partida. Y cuando el desabastecimiento producía colas en todos los mercados, aparecían personajes que le ponían tarifa al servicio de guardarle a otro un lugar en la fila.»
Totalmente cierto. Actualmente en mi ciudad (Maracaibo) este «pirañismo» es mucho peor. Donde, por ejemplo, el propio dinero es acaparado y revendido ante la falta de cajeros automáticos y lo irrisorio, ante la hiperinflación, de los montos que pueden ser retirados en estos. Y donde comerciantes que acaparan artículos tan indispensables como pañales o medicamentos, solo aceptan el dinero en efectivo como medio de pago, para después revenderlo.
Muy buen post.
Saludos desde USA.
PD: Quería volver a leer los posts sobre Venezuela (los leí hace tres años), pero ya no aparecen en el menú de Vagabundeos.
Gracias por el comentario! Si veo la entrada de Caracas, aparece tercera si das click a Venezuela en el menú de «Vagabundeos». Abrazo grande!!
Me tocó ver lo mismo, o peor, en República Dominicana. Un país que puede servir como contrapunto capitalista en el Caribe, y que posee un récord miserable de prostitución infantil, analfabetismo, desnutrición y falta de vivienda. Desde ya, carece de la seguridad cubana, la lucha -mayor o menor según el lugar- por cuidar y educar a la infancia o su medicina de grandes médicos y pocos medicamentos. Y con esto no defiendo al sistema cubano, que demuestra ser tan eficiente como un capitalismo del tercer mundo para sus sectores más humildes. Muy lejos de Argentina o Uruguay, pero quizá mejor que sus vecinos capitalistas (lo que reitero, no llega a ser bueno). Mejor dicho, un capitalismo de país miserable y sin estado de bienestar. Como es el 95% del mundo capitalista, y no lo aclaro para el autor porque lo conoce de primera mano. El mejor sistema que he visto, amparado en una ubicación y recursos que países como Cuba o Rep. Dominicana no tienen, se centra en un socialismo moderno que ampara mientras brinda igualdad de oportunidades sin abandonar el capitalismo. Ojo, los límites al capital también son fuertes y todo se banca con producción y los impuestos generados. Nada de timba ni fiestita de capitales, o bicicleta. Son Estados fuertes y democráticos, donde el esfuerzo vale y se comparte entre todos. Como punto extra, desde la comodad de mi hogar argentino, puedo expresar que en mayor o menor medida hay pobreza e indigencia en todos los países de América. Hay gente que vive como los cubanos a pocss cuadras de Palermo. Si no contamos las villas, a unos pocos km. Para el pobre da igual la libertad cuando no puede pagarla, más allá de tener la frontera abierta o cerrada. El socialismo de Cuba falló del todo al perder los mercados socialistas de Europa. El capitalismo falla todos los días en los países que no lo regulan para mejorar la vida de sis ciudadanos en vez de favorecer a unos pocos capitalistas.
Como la chica desencantada del kirchnerismo, o una parte de él, hace unos días un amigo militante de Cambiemos se quedó sin laburo y tuvo la misma reacción. Dolor, desencanto, abandono. La política te deja a gamba tarde o temprano cuando no cambia de raíz la sociedad.
Hace casi 30 años, estuve viviendo en Cuba más de 9 meses, en esa época la Argentina le había vendido a Cuba, autos, camiones y plantas llave en mano. Mi destino fue la isla de Pinos (hoy isla de la Juventud), mi trabajo ser uno del equipo que fue a montar una planta de jugos. Veo que las penurias, las dudas, los cuestionamientos no han variado en los años transcurridos. Una cosa es la Habana, las playas , los Cayos y otra cosa es el interior de la Isla. Lo único que observo en vuestros relatos que la gente se anima más hablar. Algo que no pasaba, en los años 80.
Siempre quise volver, antes que se muera Fidel, ya es tarde, pero la vida me llevo por otros caminos. Todavía me queda tiempo.
Mis relatos de esa experiencia están en fjm2016.wordpress.com
Espero nuevas crónicas , es una buena manera de poder viajar!!
Abrazo
Buenas noches, ante todo, yo si estuve estuve en Cuba y si estuve en Venezuela, en ambos casos más de una vez.
Es lógico que se genere un debate ideológico y político, cuando desde el blog vos lo expones. Particularmente en este país y no en los otros que leí, hay una impronta tan políticamente marcada y al ser una posteo tan subjetivo , dejas abierto el debate para quiénes pensamos de otra manera.
Y te digo sin ánimo de ofender, que hayas estado allá no significa que hayas sido el único, no todo el que opina distinto es porque lo hace desde la comodidad burguesa de la laptop y sin mover un solo pie.
La realidad es subjetiva a lo que nuestra mente cree. Si voy con un preconcepto seguramente veré las cosas con otra óptica, por más que quiera evitarlo.
P.D: si vas nuevamente sin compañía , o junto a un defensor de las revoluciones Latinoaméricanas por ahí ves otro costado de la moneda.
Saludos y muy buena página.
Hola Nacho. Entiendo el punto. Pero so escéptico de la idea de defender revoluciones ajenas, sobre todo cuando el defensor vive en Palermo y defiende una revolución a cuyas leyes no se somete, como la bolivariana. Una vuelta conocí a una mina de la Cámpora que se iba a Venezuela a ayudar en no recuerdo ya qué elección, a decirles a los venezolanos lo que tenían que votar y por qué…. Total ella después volvía a un 2×1 de piña colada en Plaza Serrano. Dicho esto, escucho y respeto toda opinión de quien haya estado por esos lares, como la tuya. Y sí, el blog es subjetivo, porque esa es su idea, ser lo más subjetivo posible, en definitiva son mis crónicas de mis viajes, no podría ser de otra manera. Un abrazo!
Hola, yo fui a Cuba por unos días y me topé con muchos cubanos.
A ver son gente que llevan el la sangre esas ganas de siempre bailar y es su manera de mejor vivir la vida y de llevar sus penas.
Pero también me choco muchísimo ver gente que tenía que trabajar de taxi después de tener un master! o sea ir a la universidad, haber sacrificado años estudiando para terminar en un taxi?
Me gustó mucho el tema de la seguridad y que la educación sea gratis.
Conocí cubanos que se han ido a otros países y han vuelto. Y simplemente me dicen porque puedes tenerlo todo pero eso no llena el espíritu. Pero ya son cubanos que tienen una mejor calidad de vida a nivel económico que el resto.
También me topé con un jinetero y con varios hombres cansones en Viñales. Y es verdad que muchos de esos creen que nosotros por ser «yumas» todo lo podemos, todo lo tenemos.
Yo vivo en NY y de todo corazón si te digo que me gustó mucho que el cubano tenga tiempo para su familia y sus amigos. Porque aquí en NY es algo que no existe. Y hasta te cuento que me gustó muchísimo un cubano y pronto volveré para conocernos mejor!
Lo que si, me dio una bofetada eso del socialismo al llegar a Cuba!
Muy buen post!! Excelentes definiciones de Cuba (des)encantada, Acabo de volver de ahí y tuve muchas impresiones similares a las tuyas. Y definitivamente esa foto es tapa de álbum! Abrazo
jajja aguante la tapa de album, por lo menos para mitigar el desencanto. Un abrazo Yohena!
Che subjetivista del camino. Vos que visitas y conoces todo. Contanos como se vivia en cuba antes del 59 y como se viva en venezuela antes del 99, cuentanos, tu que sabes y que lo has vivido.
Que raro que no tuviste ni una sola opinion a favor de la revolucion, rarisimo. O no habras querido escribirla. Viajano a la derecha
Tu comentario empieza con «Che» y está perfecto, porque lo que sigue es la normal falta de educación argentina de atacar a la persona y no a las ideas. Desde ese momento para mí ya quedás descalificado como contrincante ideológico. Ahora, ya sabiendo que hablo con alguien con mentalidad de barra brava, prosigo. No sé como se vivía antes en Cuba o Venezuela ni me importa. Lo importante es que ahora se vive mal, o al menos se vive de una manera de la que ellos quieren escapar en balsa. Venezuela por si no te enteraste (y no te digo que mires las noticias, te digo que al menos tengas la honestidad intelectual de ir a Venezuela antes de tomar posición o de conocer gente de ese país para que te cuente las miserias que están pasando en todo nivel (alimentos, medicamentos, seguridad, etc). En todo caso, es muy fácil vitorear revoluciones ajenas desde la tranquilidad de tu casa con tu internet (a cuyo acceso privado tendrías prohibido en CUba) Allí, escuché voces a favor de la revolución sólo de parte de funcionarios o de viejitos que cobraban jubilaciones españolas en euros y vivían de las remesas del capitalismo externo. De cubanos, no, ninguna voz conforme. Deberías viajar y sacar tus conclusiones, hablando con la gente. Es curioso que critiques mis conclusiones siendo que no sabés nada sobre la isla ni de Venezuela, solo ciste noticias en la tele y leiste alguna estadística. Es insultante para ellos como pueblos que alguien defienda la dura realidad que vive desde la comodidad de poder llenar la heladera. Y otra cosa, las conclusiones son siempre subjetivas, doy por descontado que no estudiaste ninguna ciencia social o humanística en la Universidad para que le atribuyas a esa palabra una connotación negativa. Saludos y que disfrutes de esa Cuba de cristal, abstracta y sin conflictos, con gente feliz que sólo existe en tu mente.
Tengo pensado visitar Cuba. Al principio el plan era visitar La Habana y Varadero (ya que iré por unos pocos días), pero después de leer tus post sobre Cuba creo que he cambiado de parecer. No soy de visitar los lugares más túristicos porque no se disfrutan por la cantidad de personas que puede haber más sin embargo se deberían visitar para que no puedan contarnos nada. Tus palabras me han transportado a esa Cuba que poco se conoce y que los folletos o el internet no te muestran. Definitivamente cambiaré el itinerario.
«Me pareció casi una paradoja gourmet que su estampa guerrillera acuñada en metálico sirviera de oportunidad para la plusvalía que él había combatido» Escalofríos al leer este post y tus relatos sobre los personajes que conocías en el camino. Quedé anonadada.
Excelente, gracias Juan por compartir tus experiencias y llevarnos de viaje con tus narraciones!
Les deseo lo mejor en su viaje por África, los sigo desde aquí, abrazos!
Gracias Ayelén por comentar!! SI, a mi me dió escalofríos escribirlo….. Un gran abrazo!
Excelente descipcion de este pais resabio del comunismo sumido en la mas triste pobreza no solo de alimentos , sino HAMBRE DE LIBERTAD¡¡ En el siglo que vivimos ademas no podemos ni siquiera pronunciar la palabra buen sistema de educacion¡ cuando no tienen persepcion del mundo. Es el lugar mas triste que visite. Sus playas no lograron tapar la angustia que me produjo que un puñado de hombres tengan secuestrado, si secuestrado a un pueblo.
Muy buen post Juan Pablo. Ya nos tenés acostumbrados… y las fotos tienen la rara cualidad de acompañar el texto magníficamente. Cordiales saludos!
Gracias ENrique por tus palabras. UN gran abrazo viajero desde Etiopía!
Me encanta como redactas, me transportas a Cuba con cada palabra, evocas sensaciones que todavía no he vivido pero que espero vivir muy pronto …
te sigo leyendo, abrazo desde España
Hola Juan:
Realmente me ha impacto este post tuyo. Siempre he conocido Cuba por referencias muy generales o por familiares que han viajado a La Habana en modo turista. Es la primera vez que de verdad leo una crónica desde esa mirada local tan necesaria. Y lo que dices al principio sí es universal. Muchos pueden hablar, para mal o para bien, sobre la situación, pero quien sinceramente se entera es el que la viaja de a pie, caminándola, preguntándola y observándola. Y creo que tú lo has hecho.
Mucha suerte en África con Laura.
Saludos fraternos desde Perú.
Gracias Edu por las buenas energías desde Perú!
Buenísmo contar con una «mirada caminante» de la isla y su gente. Pronto voy para allá y ando ganas de hacer la propia. Gracias!!
Nadia, de Garín, Buenos Aires.
Hola Juan
Me gusta mucho tu blog viajero, gran inspirador de aventuras y encuentros con realidades palpables. También viajé por cuba a dedo en 2012, me resulta muy curioso que no te hayas encontrado con gente afecta a la revolución. Una semana no basta para conocer lo que palpita en esta isla tan profunda y diversa. Creo que lo que contás es sólo una parte. Yo estuve viajando un mes (poquísimo tiempo!) y me encontré con tanto agradecimiento y tanto enojo, estancamiento y fertilidad, dualidades que conviven y germinan entrelazadas. Te invito a darle otra oportunidad a esa tierra hermosa para sorprenderte: descubrir la otra Cuba, y su fuerza. Abrazo!
Hola Francisca. Fijate en el post siguiente de la serie, que ahi nombro a una de las unicas 2 personas que conocí que bancaban al régimen! Yo solo naro lo que encontré, y las impresiones que ello me generó, no es ninguna verdad universal. Saludos!
Hola. Gracias por el comentario. Viajar a dedo no te lleva a conocer a las personas que están en la calle. Tenés una idea totalmente errónea. Justamente, los que te levantan son personas que tienen un vehículo, por lo general con muchos recursos. He viajado desde con diseñadores de robots hasta con vicepresidentes en los 18 años que llevo viajando de esta manera. Este blog está repleto de historias donde los protagonistas son campesinos, maestros, ingenieros, empresarios, monjes budistas o ornitólogos. Justamente el autostop es transversal a los segmentos sociales.
SI querés leer sobre la cotidianidad de los campesinos cubanos, con quienes compartí varios días, te invito a leer el siguiente post, que aparece sugerido en los posts relacionados debajo de este. Son ellos quienes peor la están pasando, obligados a vender al estado la mayoría de su producción a precios regalados.
A los homeless cubanos los conocí en la estación de tren donde dormías. Ahora te escribo desde un barrio privado en el Cairo, cortesía de nuestro conductor de ayer. EN este aspecto, estás confundiendo intercambio con asistencialismo. En la hospitalidad hay un intercambio, la gente disfruta de recibirte en su casa. Hoy estamos preparando una cena al estilo argentino, por nuestra cuenta. Cuando un local decide alojarte, no lo hace como dando limosna. No veo que tengas la mínima experiencia en el tema más que aquellos estereotipos a los que tu imaginación te lleva jaja 🙂
También te lo digo con onda y franqueza che! Nada de mala onda en este blog. Pero bueno, seamos sinceros, lo que me digas del socialismo cubano desde Minneapolis, me lo tomo con muchísima soda. De hecho, te vas a Cuba de turismo a visitar a tu amiga, quien nunca podría visitarte a vos con 20 dólares por mes.A no confundir la oportunísima educación pública de la que tanto vos como yo estamos orgullosos con un sistema guillotinador de cualquier cambio o iniciativa. Si te gustara tanto ese sistema, me escribirías desde allá, aunque con la internet a 5 euros la hora tu comentario sería mucho más breve.
Que buena respuesta! Excelente post; de los mejores que lei. Sigue asi!
Tremendo relato en carne propia y una interesante visión de la Cuba not-all inclusive.
saludos!!
Cuba… es sin duda uno de mis destinos pendientes… y me gustaria ir antes de que pierda toda esa belleza que años ha estado intacta… espero que a Cuba no le pase lo que a muchas ciudades de Mexico ahora muy conocidas por «spring breakers». En hora buena por el post! un saludo
Salú, viajero!
Saludos desde México Juan!!!!
He estado leyendo tu blog desde hace un tiempo y nunca te he escrito nada, pero este post me gusto mucho, estuvo chingón chingón. Me gusta como escribes acerca de la situación política y la vida cotidiana de los locales.
… En fin, estuvo buenísimo, te la rifas wey ……. en unos meses salgo hacia Rusia -porque no se me ocurre un lugar mas diferente a México- para -como en tu post- conocer gentes y escuchar sus historias. 🙂 🙂
Gracias che!! Muy buen viaje en Rusia!! Todavía no conosco!
Muchas gracias por este y por todos tus testimonios Juan Pablo, tan reveladores y tan genuinos. Espero ansioso la continuación y las nuevas historias de tu próxima aventura por África. La mejor de las suertes para ti y saludos desde Madrid!
Hola Juan. No es la primera vez que escribo. Como todo buen escritor se nota que es mucho más lo que leés que lo que escribís, porque, sinceramente, admiro tu prosa. Me pareció este uno de tus post más interesantes la verdad.
En mi opinión (que puede cambiar en el tiempo como lo ha cambiado respecto a lo que es el comunismo y la vida en la Isla) creo que lo que siempre termina fallando es el Estado como ente regulador social, político y económico. Claro que en ciertos países del primer mundo pareciera que todo funciona bien porque es verdad que tienen quizá una mejor cultura en cuanto a lo que respecta a las normas de convivencia básicas, pero también porque creo que en la mayoría de los casos estos países viven a costa del hambre de otros e imponen en los mercados subdesarrollados sus productos manufacturados. Obvio que tampoco creo que la solución esté en librar estas cuestiones en manos de los privados. En fin, hace poco tiempo miré una película/documental llamada «La sal de la tierra» de la vida del fotógrafo Sebastiao Salgado en donde en unas de sus reflexiones dice «La historia del hombre es una historia de locura».
Muchas gracias por tus aportes y por inspirarnos a todos a viajar y conocer.
Gracias por el comentario y la recomendación de la peli, ya mismo la estoy buscando!!
Excelente Juan!
Excelente Juan!
Genio! tu Filosofia de vida es un motor para mi, soy estudiante de economia y proximamente quiero realizar viajes con tus mismas herramientas, escribir y relatar tanto a nivel cultural, social y sobre todo en temas de la economia local de cada pais,provincia, pueblo… con sus desigualdades, defectos y virtudes. Este post en particular me chocó mucho, muchas gracias por todo lo que haces! Abrazo.
Impresionante, la verdad que haberte leído el como haber estado ahí.
Pa cuando el próximo libro?
Buen año y buenos viajes
J.P
Salimos para Africa en 10 dias, a recorrer el continente de norte a sur, sobre ese viaje habrá libro!!
¡Excelente relato Juan! es lamentable conocer las penurias de nuestros hermanos cubanos. Estoy convencido que ningún sistema sirve, porque al final en la práctica, los que están en la cabeza siempre la pasan bien y la gran mayoría sólo le queda sobrevivir. ¿Habrá algún otro modo de vivir en armonía?
Espero la segunda parte.
Saludos desde Lima.
Hace tiempo que esperaba poder leer algo así sobre Cuba, desde la mirada de una mochila.
Se agradece Juan Pablo.
Cuba y Puerto Rico me llaman mucho la atención casi como antagonistas, tristemente después de 1 año viajando por Sudamérica ya no dará para llegar hasta allá por esta vez.
Abrazo y felices fiestas!
Cristóbal.
LatiendoAmérica.
Gracias Cristobal! Fiajte que en el menú de países («Vagabundeos») que tengo artículos de Puerto Rico también, sobre todo te recomiendo «Puerto Rico lado B: mientras la guagua no pase», un buen contrapunto de Cuba…. Buenos caminos!
Gracias Juan, había recibido impresiones parecidas de amigos que fueron y se bajaron de un bondi donde no debían y cosas así, pero como todo relato hablado se va deformando y al final pierde credibilidad. En cambio este post queda, y cualquiera pueda acceder a el para tener su tajadita de realidad cubana y sacar sus propias conclusiones.
Estoy bastante cansado de la gente que va al all inclusive y vuelve para contarte que los cubanos no están «tan mal» que ellos «son felices así» y bla bla bla sin tener el mas mínimo contacto con su realidad.
Espero el próximo!
Gracias de nuevo!
Gracias por comentar Fer! En pocos días subo el bis 🙂
Muy bueno el relato! Tengo la suerte de conocer -solo superficialmente- Cuba, pero no otros países de Centroamérica.
Más allá de lo político, que comparación podrías hacer con otros países de la región??
Saludos!
gracias! por ir hasta allá a vivir todo eso y traernos este relato. Estoy escribiendo esto el lunes 28 mientras espero ese segundo relato
Pronto, pronto viene el segundo! Abrazo!
Imposible no compararlo con mi país, con Venezuela. Espero, estemos a tiempo de no dejar instaurar lo que en Cuba ya está. En Venezuela ya existen las colas larguísimas para comprar productos básicos, hay militares en el poder pero siempre habrán espíritus que querremos la libertad, más allá de ideologías, porque tenemos necesidades básicas que deben ser cumplidas, donde nuestro esfuerzo por medio del trabajo valga. Un saludo desde este país caribeño, hermano, te leo y te admiro.
OJalá pronto cambien las condiciones en Venezuela. Visité tu país cuando aún gobernaba Chavez y doy fé de lo que cuentas. Ojalá pronto soplen vientos de cambio y libertad! Gran abrazo!
Suficiente con leer esto para no seguir con la lectura. Por mucho que tildes la crónica de objetiva llevas contigo (al igual que el resto de humanos) un sesgo; basado en trayectorias y experiencias vitales, si, pero con un posicionamiento frente al poder.
Toda crónica es subjetiva! Celebro nuestras diferencias (puedo hacerlo, no estamos en Cuba). Mi posicionamiento no es frente al poder, sino frente al cabernet-sauvignon. Mientras vos y yo debatimos sobre ellos y nos tomamos un buen vino, ellos toman alcohol puro (combustible de avión en slang cubano) imaginándose que es ron… Saludos!
Cosmo escribir Galeano: «la libertad de elegir la salsa con que serás comido».
Bueno, Galeano escribe lo que desea desde un país gracias, precisamente, a que vive en un país donde no se censura a los escritores. La metáfora gastronómica en la punta de la lengua también viene de parte de alguien bien comido para quien elegir salsas es algo normal.
A mi me queda el sabor de que en cuba no viven personas sino zombis. A veces parece que el autor sólo elige las situaciones que confirman su argumento.
jaja No Oscar, no hay una seleción de situaciones (Por eso el post es kilométrico, cuento casi todo) Y te aseguro que podría poner todavía más testimonios de gente puteando el sistema actual, solo que como sus puntos de vista eran repetitivos, simplifiqué. Eencontré solo dos personas que estaban contentas con la situación, en una semana. Es lo que hay. En la segunda entrega (próximo post) cuento su historia. Saludos!
Que divertido es leer comentarios de gente que opina sin argumentar.
Muy bueno Juan, saludos desde ushuaia.
Excelente crónica, excelente descripción. Para pensar cada una de las frases y cada una de las imágenes. Es verdad que viajar te abre la cabeza! Felicitaciones.
Ojalá algún día pueda vivir una experiencia similar
Abrazo
Gracias por comentar Miguel Angel. Cuba es un lugar que te hace pensar…. y está ahí para que vos también vayas. En otro post, anterior, puse mucha información práctica. Para que lo agendes 😉 Abrazo!
Muchas gracias por compartir este relato! Abre los ojos a una realidad en primera persona que es tan difícil de acceder desde acá.
Esa es la idea, gracias por comentar!
Gracias por el relato! Se aprecia mucho poder conocer un poco más de la cuba que no son las playas y la habana. Tenes algun dato de como esta el sistema educativo en cuba?
El sistema educativo de Cuba se basa en el modelo prusiano.
Gracias por compartir, una maravilla tus palabras, las fotos, la fibra humana del contenido. Todo llega mas alla de lo que ven los ojos.
Con Cariño D
Viví una situación similar en Cuba, ya que viajé con cubanas que me llevaron a sus casas y bueno, ni hablar las historias. Fue un viaje bastante desgarrador, sobre todo cuando regresé a Argentina y todos preguntaban que tal las playas… Fue lo último que me quedó de recuerdo. Muy buen relato!
Si, es cómico, mucha gente que solo conoció las playas y los camareros que les sonreían a cambio de una propina me han acusado de haberme perdido la alegría de Cuba ¿¿?? Osea, que sean pobres, pero que toquen los tambores, sonrían y nos apantallen, y a cambio los bautizaremos como pobre pero dignos. Gracias por comentar!!!
estas clarísimo. soy cubano. vivia en matanzas y trabajaba en varadero, allí hay que ‘bailarle la rumba que mas le guste al turista’ por el cuc para intentar solventar la miseria de la familia en la ciudad. alegria aparentando la felicidad en la pobreza, no tiene sentido. no pude soportarlo, hace 11 años vivo en españa.
gracias por el relato.
Nada más que agregar, clarísimo. Gracias por el aporte sincero.
Me encantó leer sobre una perspectiva menos publicitaria o detractora de Cuba.
Tal vez suene algo loco, pero me encantaría hacer lo mismo con Korea del norte 😀
Saludos!
Uh, Korea del Norte, siempre en mi lista!!! 🙂
Gracias por compartir tanta experiencia!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Jaquelina de Totoras, Santa Fe, Argentina!!