Allá lejos y hace tiempo, en 2005, decidí abrir este blog. Lo hice en medio de una nebulosa de ignorancia y optimismo, en partes iguales.
Era algo revolucionario, nadie sabía muy bien de qué iba la cosa (ni los mismos bloggers, me doy cuenta ahora) y no había nadie de quien aprender en épocas donde lo más top era un portátil tamaño portafolio quemando DVDs y haciendo el ruido de una cafetera.
Abrí el blog como pude, desde una computadora prestada en la oficina de un conductor rumano. Ya había comenzado mi viaje a dedo a Oriente y estaba ansioso por compartir todo lo que estaba viviendo.
Antes de eso, enviaba mails masivos a una lista creciente de amigos y anexados. Había recurrido, por intuición, al email marketing que haría furor recién 15 años más tarde.
Ahora, una vez a la semana, subía una historia resumiendo mis andanzas. Posts muy breves y básicos como éste.
Escribir un blog en 2005: saborear la espera
Pero pongámonos de acuerdo: escribir en un blog en 2005 era como dar gritos en el vacío. No sabías quien te leía, aún no existía Google Analytics y yo ni sabía que existían los contadores de visitas.
Pero la gente había empezado a leerme, comentaba debajo de mis historias bajo la firma de “Anónimo”. Anónimo decía algo y otro “Anónimo” le contestaba y estaba de acuerdo. Nadie tenía perfil en ninguna parte, ni se logueaba.
Pero todo esto tenía algo de mágico, lo descubrí cuando ya estuvo ausente. Quizás era que había un lapso de tiempo entre que me pasaba algo y lo contaba.
Durante una semana, o a veces más, mis lectores no tenían ni idea donde estaba (o, dada la naturaleza de mis viajes, si seguía vivo). Entraban erráticamente a mi blog cada dos o tres días a ver si había novedades.
Cuando algo increíble me pasaba, como estar haciendo dedo en Irak, que me levante el primo del presidente a dedo y terminar dando un discurso en el Parlamento, yo saboreaba la espera a hacer pública mi historia.
Cuando estuve tres semanas sin acceso internet porque estaba en Tíbet, se apelotonaron como veinte comentarios en el último post que había subido, exigiéndome que, al menos, de señales de vida. ¿Villarino, seguís vivo?
Con la aparición de las redes sociales, todo ese halo de misterio que rodeaba al viaje se esfumó para siempre. (Y de hecho, quizás, ya ese grado de tecnología hubiera sido inaceptable para los viajeros de antaño, de cuyas aventuras uno se enteraba al cabo de varios años, cuando habían regresado y publicado sus diarios)
No hablo del siglo XVII. En 1871, cuando tras cinco años sin noticias ya todos daban a Livingstone por perdido en las fauces de África, el New York Herald envió al explorador Henry Stanley a localizarlo. Y lo hizo, a orillas del Lago Tanganyka. Al ver a un viejito blanco no tuvo dudas que se trataba de él y le dijo una frase que pasó a la historia: “Doctor Livingstone, supongo”.
Si hubiera tenido Instagram, toda esa maniobra de rescate hubiera sido innecesaria, y Livingstone probablemente hubiera posteado un reel haciendo un bailecito geolocalizado, así medio moribundo de malaria como estaba.
El pacto con el algoritmo y los «criadores de contenido»
Volviendo al presente, empecé a usar Facebook en 2008, pero no incorporé un teléfono a mi equipo de viaje hasta 2017. (Hice todo el viaje por Africa compartiendo teléfono con Lau, mi excompañera)
Las redes sociales pre-smartphone no fueron totalmente disruptivas en mi modo de contar un viaje. Porque seguía con mi sistema de posts semanales en el blog, aunque ya algo se filtraba –spoiler- en posteos intermedios en mi perfil de Facebook.
Es más, fueron aliadas en mi proceso de independizarme de las editoriales y vender mis libros sin intermediarios.
Pero por contrapartida, la gente dejó gradualmente de entrar al blog, para esperarme en su feed de Instagram. Tenías que estar allí.
En consecuencia, los blogs dejaron de ser el lugar donde se contaban las historias, y pasaron a ser bibliotecas virtuales de artículos de información práctica. Si no escribías artículos con “palabras claves” que coincidieran con las búsquedas populares en Google, nadie te encontraba. La gente busca “donde alojarse en Cusco” y no “que le pasó a Juan Villarino en Cusco”.
Para quienes viajábamos a la caza de historias, esto fue un problema, porque ahora éramos “creadores de contenido”. En vez de ser los lectores quienes, por interés propio iban al blog, uno tenía que salir a pescarlos, saltarles a la cara desde sus teléfonos.
Para eso, había que hacerse amigos del algoritmo. Es decir, Instagram decide cuantos de tus seguidores van a ver realmente lo que subís en función de la cantidad de cosas que subís y la interacción que generan esos contenidos.
Y así, nos convertimos todos en “creadores de contenido”. Yo nunca viví ese bautismo con orgullo, aunque veo que mucha gente lo declara con orgullo en su perfil.
Quizás por orgullo. Siempre me sentí escritor, y no iba a dejar que una jerga interna de Sillicon valley me redefiniera, por mñas pretensión de globalidad que tuviera. De la misma forma nunca me sentí blogger, mucho menos Instagramer, sólo escritor usando distintas plataformas.
O quizás porque “creador de contenido” me suena a engorde de pollos en una granja agrícola para un supermercado, a algo agropecuario donde lo que importa es la cantidad, el kilo vivo.
Asi, las historias, de entregas inesperadas, pasaron a ser exigencias cíclicas, casi una necesidad, y la duración de la batería del teléfono casi tan importante como el oxígeno.
La intromisión de la virtualidad en la experiencia
Pero el principal impacto no era el descenso del litio, sino la interferencia: la instancia de experiencia y de comunicación se volvieron la misma: te cuento que una familia de Georgia me invitó a su casa a probar vino casero mientras sucede me entrana codazos en su casa y yo doy tropezones por andar mirando el teléfono.
Y mantengo el teléfono en alto y en vertical, como antena, mientras la familia llena de vino un cuerno de cabra de dimensiones vikingas que era del tatarabuelo y me lo extiende y luego suelta un sonido gutural mezcla de reproche, eructo y amonestación
– Aghhhhrghhhh –y agita su mano como si espantara una mosca mirando mi celular.
Porque ahí estaba yo, sosteniendo en una mano a la vanguardia de la era digital y en la otra un cuerno de la era de las cruzadas.
La alquimia era rara. Lo único y presente se convertía en remoto y simultáneo. De pronto había miles de ancianos georgianos empinando cuencos de vinos. Pero esos ya no eran viejitos buscados: aparecían sin anuncio previo ni búsqueda voluntaria cuando el algoritmo les abría la puerta, detrás de la story del gatito o de un meme de los Simpson.
Y se evanescían con la misma facilidad. A mí, me convertían en anfitrión de un sistema de entretenimiento, como si el viaje fuera una fiesta triste a ser animada.
En el afán de contarla, estaba contaminando la experiencia, abaratándola. Ese viaje al Cáucaso en 2019 fue el primero que transmití en stories, un formato que presenta todo un desafío.
No voy a mentir, lo disfruté muchísimo. Pero tuve que ser muy consciente de que sacar el teléfono debía ser una operación quirúrgica en momentos clave, y no una constante. Y por momentos, lógico, metí la pata.
Acá aparece una dualidad. Por un lado, el feedback automático tiene algo de adictivo (y los creadores de Instagram lo saben). Ya no tengo que esperar una semana para contarlo, ustedes me tiran corazones y likes y yo sigo caminando por la banquina con sonrisa autosatisfecha a la caza de más aventuras.
Pero por otro lado hay un velo que se cae, una intromisión antinatural en tiempo real parienta lejana de la pornografía.
A veces me preguntan por qué no hago YouTube. O peor aún: “¿y no probaste con YouTube?, como si uno estuviera furtivamente tratando de pegarla con lo que sea.
Y creo que no hago YouTube porque no se puede vivir la experiencia y registrarla al mismo tiempo. Al menos no el tipo de experiencias que busco en los viajes.
Los canales que me han recomendado con devoción han terminado siendo recortes sensacionalistas de lugares espectaculares y curiosos, contenidos que activan el click emocional: las tribus kalasha, los mursi de Etiopía, ceremonias vudú del Congo. Todas unidas por vuelos directos, mediadas con fixers, sin un viaje que las una.
Todo lo que pueda sorprender, apretujado en 4 minutos
La adrenalina extraída de los reductos más visuales y encapsulada en 4K, relatada con tono parejo y exaltado, según el manual de la industria, para que el consumidor no pierda la atención y se escape de un clicazo.
Puede sonar tonto que con una opción de monetización tan al alcance de la mano como YouTube siga apostando a los libros.
Con más de 50.000 seguidores en redes sociales supongo que no demoraría tanto en ordeñarle a la vaca youtubera un ingreso fijo en dólares
Ahora, ¿sería ese motivo suficiente para hacerlo?
Recordemos ese ahora lejano 2005 donde contaba mis historias una vez a la semana en un solo canal.
En comparación hoy, cuando sucede algo delante de mis ojos, me debato entre sacar mi libreta, la cámara profesional, o el teléfono en modo vertical para mostrarlo en directo. Si además hiciera YouTube, tendría que dar un paso atrás y recrearlo todo, o fingirlo para la cámara en tono de emoción falseada.
Te vendería un maniquí de mi viaje, que no sería nunca mi viaje.
Me viene a la mente la imagen de un ekeko. Un ekeko digital desbordado por la multiplicidad de formatos.
Si hiciera eso, como viajero, mi prioridad pasaría de ser procesar internamente lo vivido a realizar autopsias apresuradas del presente, fragmentando la voz unidireccional del relato en múltiples formatos y contenidos.
Ahora, que estoy por emprender un nuevo viaje, y Asia Central asoma en el horizonte, tengo todos estos dilemas muy presentes.
La situación es la inversa al 2005: ahora, que la transmisión en tiempo real está garantizada, el desafío es lograr que ese remolino de bytes que, como un cono invisible despega desde mi teléfono hacia vos, no se lleve todo, y me permita un momento a solas con la experiencia.
Porque, cuando algo suceda, para que siga existiendo libro al final del viaje, lo primero que saqué, quiero que siempre sea la libreta.
Hola Juan! Acabo de leer esta reflexión y siento tus palabras muy cercanas. Nunca dejes de sacar esas libretitas y anotar en cursiva lo que pulsa el cuerpo, en ese momento. Porque ese escritor moderno de viajes siempre será primero escritor.
Un gran abrazo!
Mati
Abrazo Mati, gracias por el mensaje!!
Hola Juan!! Increíble artículo y reflexión!!
Cada palabra, cada párrafo es un imàn!!
Te leo y sigo x todas las plataformas: libros, blog, feed, stories y espero con ansias el newsletter! Creo que logras completementarte y ofreces cosas distintas en cada una!!
Confio en que vas a saber elegir lo mejor para este viaje y acá seguiremos acompañándote, ya sea en tiempo real o en diferido con todo el hermoso análisis y proceso que nos brindas!
Un abrazo y lo mejor para esta nueva aventura !!!
Lu 🙂
Gracias Lu por ese aguante trans-plataforma!! jajaj Abrazo desde la ruta!!
No me acuerdo cuando empecé a seguiros, ni cómo os encontré. Pero me acuerdo que empecé a seguir a un viajero (en moto) por el 2008, tenía un blog también. Luego pasó a youtube, pero con vídeos muy currados por los que teníamos que esperar un buen rato. Luego dejé de seguirle cuando empezó con vídeos cortos sin contenido interesante, subidos al momento. Otros que financian sus viajes con sus seguidores tienen que ir por ese camino sí o sí por desgracia. Supongo que es un tema generacional, yo prefiero contenidos escritos, me gustan los blogs, y evidentemente me gustan los libros. Prefiero contenido de calidad, sea escrito o en imágenes. Pero es verdad que lo que quieren las generaciones mas jóvenes (hablo en general) son cosas que pueden mirar así rapidito, da igual si es de calidad o no. Yo me quedo con los blogs, y los libros. Mucha suerte con la escritura y con vuestros futuros viajes! Yo seguiré por aquí.
Seguiremos en la trinchera de lo escrito entonces, gracias por estar del otro lado!!
Espectacular artículo. En Youtube no hace falta mostrar el viaje. Tus analisis y reflexiones sobre temas de actualidad que están en destacadas de Instagram pueden ir tranquilamente en Youtube. Tu explicación sobre Nagorno Karabakh o lo de Ucrania actual y muchas mas son brillantes. Y en la lógica de las redes sociales eso se pierde, aunque quede en destacadas, porque Instagram no tiene un buscador bueno, aplica una lógica de inmediatez. Youtube es una videoteca con buscador, y eso hace que videos de dos, cinco o diez años los puedas encontrar y no se pierdan en la nebulosa de Internet.
Lo tuyo son los libros, no tenemos dudas, pero te re veo contando anecdotas, historias y vivencias de tus viajes en Youtube.
No dejes nunca el blog y no dejes nunca los libros.
Abrazo.
Siii sabés que por ese lado si veo YouTube? pero bueno, ahora estoy con el nuevo viaje y los cursos online, que le queiro meter fichas a eso el año que viene, pero no descarto un canal sobre geopolítica o historia.
Y que tal (como alternativa o complemento) unas breves reseñas viajeras a través de Twitter a modo de «libreta caliente» abierta a los lectores? Breves spoilers a las futuras publicaciones del blog. Reflexiones que quieras ir compartiendo dandole prioridad a las palabras antes que a los 15 segundos del sandwich visual entre gatitos y memes.
Abrazo anónimo!
Anotado anónimo! jajaj
Admiro tu ser genuino, y me inspira.. gracias Juan!
Gracias por ese aguante!!
Todo lo que vos quieras. Pero yo te conocí por ver la entrevista con Pablito Viajero en Instagram.
Igual, hay algo de lo que decis que me paso al ver los videos de Pablo. El loco subio los videos que habia grabado en año nuevo un mes y pico después. Ya estaba en Bolibia y «en youtube» no habia llegado a la Quiaca. Y es raro que me muestre lo que ya vivio tanto tiempo despues. Lo que si se nota es eso de que no podes vivir y registrar al mismo tiempo.
Y si, las redes llegaron para quedarse. Como vos decís, sino no estaríamos conversando ahora.:-) Lo de YouTube es así.
La tipica busqueda de «IDENTIFICION SOCIAL», es rara. Auto-definirse, lo sabe cada escritor de corazon, es mutilarse…
Veo bañado de melancolia las ultimas publicaciones tuyas, y lo digo desde mi opinion, sin criterio ni nada, en mas, me siento identificado y por eso continuo leyendo tus experiencias desde hace años!
Personalmente no creo que alguien de 15 o 16 años de edad, o menor, entienda muy bien lo que estas explicando aca, porque la era tecnologica avanza progresivamente cada vez mas rapido y no tienen el tiempo para saber como trabajan los algoritmos de manera negativa, o degenerativa por ser tan rapidos y cambiantes y asi, no permitir hundirse en algun tema en particular y abrazarlo con pasion (que opino que es bueno) …
No hay que preocuparse si la era viajera de la decada pasada o ante pasada muere atrozmente por el avance cultural… eso es natural que todo cambie y siempre siempre, hay que continuar compartiendo con una mirada positiva sobre lo que va pasando, y mantenerse firmes y alegres de poder mutar y compartir !
Abrazos pedazo de loco viajero inmortal y que continues escribiendo cada vez con la mano mas firme !
Seba
jaja Muy buen aporte che, gracias por tus palabras. Ni hablar, o se me ocurre otra manera de hacer las cosas que no sea yendo en profunidad. Gracias por el aguante.
Que lo primero que saques siempre siga siendo La Libreta!!!
Gracias Sandra, que lindo comentario! 🙂
Juan querido!
Gran entrada, llena de honestidad y remembranzas, felicitaciones!
Te sigo hace muchos años y siempre te pensé como una especie de super heroe, fuente inagotable de inspiración y método. Recuerdo horas y horas leyendote allá por el 2013/2014 desde la computadora de la oficina de mi primer trabajo post-secundario, sin embargo, hace ya unos años dejé de hacerlo tan seguido y recién vengo a caer en cuenta, que en parte, fue porque nunca pude acostumbrarme del todo a encontrarte principalmente en las redes sociales.
Brindo, nostálgicamente, por esa mágia de seguirte en tus viajes de una manera menos fugaz que en stories, y que vuelva a ser una gimnasia más habitué el andar por estos pagos.
Mucha mágia en tu próximo viaje y gracias infinitas por los frecuentes boletines.
Abrazo enorme, buenas rutas!
Gracias Emiliano!! Sí, es un gran dilema todo esto. Imaginate que me tomo muy en serio cada una de tus palabras. Sé que hay muchas personas que como vos preferían leerme en este formato, pero a su vez, claro, la tiranía de las redes….. Con los boletines crei haber encontrado un balance, de reflexión profunda en un formato personalizado. Vamosa ver: la idea es seguir alimentando el blog con estas reflexiones de tanto en tanto! Y como siempre, avisaré de ellas via newsletter.
Me sale agregar que, además, no es lo mismo una historia contada en el mismo momento en quee stá siendo vivida, que esa misma experiencia contada con distancia de tiempo. Ésta última forma tiene a su vez un agregado, siento yo, algo así como una sabiduría al ver los hechos en retrospectiva y darles un análisis consciente. Me parece importante que sigamos utilizando en nuestras creaciones esta herramienta única, el despliegue del tiempo, y no solo la frenética inmediatez que parece preponderar hoy en los medios de comunicación, y en la vida de una gran cantidad de seres humanos. Abrazo, buen camino y buenos escritos!
Muy buen aporte Amneris, yo también creo en el valor de la reflexión y perspectiva. De hecho, el punto cúlmine de esa lógica son los libros, que llevan un par de años post-experiencia hasta el momento de su publicación. Abrazo grande!
Y si toda esta tribu lectora, del presente y de antaño, sabiendo todo lo expuesto en esta entrada del blog, acordamos colectivamente un acto de paciencia, no perpetua, pero si inusual para los tiempos que corren… y definimos que:
¿Esperaremos una entrada del blog como primer vinculo de comunicación entre el autor (Juan) y quienes seguimos tus aventuras? ¿Tendremos la misma paciencia e intriga que en el 2005? ¿Podremos volver en nuestros pasos de seres digitales a un estadío con otros tiempos?
Y siguen las preguntas como:
¿Juan Pablo Villarino, podría decir «hasta luego» en el abordaje de un avión en Ezeiza, jurando registrar en sus libretas, en sus pupilas y su cámara fotográfica, únicamente la primer parte del viaje hasta que se publique una entrada en este blog?
¿Podríamos colectivamente en el binonimio escritor-lector realizar tal osadía rústica fuera de tiempo?
Este experimento, el de hacer algo que era lo normal hace 17 años, pero con la voluntad de volver a sentir esa intriga y espectativa lectora, y apaciguar a modo de descanso, la mente saturada de fotogramas, videos, y textos que no superan los 2200 caracteres saboteados de hashtags… Es un experimento interesante, por lo menos para mí.
Me tienta mucho! jajaj Es como vos decís, debería ser un pacto entre autor y tribu, entre acróbata y lectores, entre saboteador y sus cómplices. No descarto hacerlo en algún tramo del viaje como experimento. Anunciarlo por redes y decir: muchachos, lo que pase la próxima semana, se enteran en el blog. Me guardo ese as bajo la manga….
Larga vida a lxs anónimxs, las notas largas de los blogs y las libretas añejas. Al carajo el algoritmo de instagram y la mercantilización de la experiencia viajera. Abrazo!
Amén a todo eso!!! 🙂