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CHRISTIANIA: PATRIA DE LOS QUE QUIEREN EMIGRAR DEL SISTEMA

Mi entrada en Dinamarca fue desprolija, un movimiento de ballet que culminó en partida de bowling. De hecho entré en el Mercedes de un turco borracho que acababa de tomarse 25 cervezas con la predecible consecuencia de terminar al costado del camino luego de un trompo espectacular en que casi volcamos (tuve más reflejo que él y pegué un volantazo a tiempo). Como compensación él pagó la cena y esa noche acampé en una plaza de Odense.

Poco después del choque en las rutas danesas…

 
A la mañana siguiente mi estómago me dirigió al supermercado antes que a la ruta. Dinamarca no entró aún en el euro, lo que me llevó a descubrir accidentalmente cómo hacer las compras gratis. El método consiste en pedir a una persona cualquiera si me puede cambiar una moneda de 2 euros a coronas danesas. Casi siempre la persona te da las coronas y no te acepta los 2 euros. Demás está decir que la misma moneda de dos euros rindió como jugo Tang… 
 

¿Naranjas gratis? ¡Sí!

  
 

Cuando llegó la policía, todos hacían “ommmmm”

                                  
Así llegué finalmente a Copenhague. Mi plan era quedarme unos dos días. Pero descubrí Christiania, una porción de Copenhague que luego de siglos de funcionar como barracas militares fue ocupada en 1972 por cientos de artistas, pacifistas, desocupados, y antropólogos en busca de un espacio urbano alternativo. Al día siguiente un diario de izquierda publicó el siguiente titular: “Para emigrar, tomarse el autobús nro 8”. Contra todas las apuestas (todos predecían que la zona sería un mero refugio de junkies y carteristas, y luego de resistir varios intentos de desalojo de la policía, Christiania se ganó su derecho a existir como experimento social, y ahora con más de 30 anios de historia cuenta con 1000 habitantes, tiene su propia moneda, leyes y oficinas de gobierno. La posición actual del gobierno danés es la de hecharlos a patadas: 85 hectáreas en el centro de Copenague son una tentación inmobiliaria. Que los hippies se vayan a otra parte.
 
Lo primero que uno ve al entrar es un cartel gigante que dice: “Ud está saliendo de la Unión Europea”, y otro que dice “No a las drogas pesadas”. Decir que en Christiania todo el mundo fuma marihuana sin dobleces de conciencia, incluso delante de sus chicos es reducir el fenómeno a sólo una de sus dimensiones. Se trata realmente de un espacio social diseñado para vivir, no para consumir. Todo el pueblo es peatonal, se anda en bicicleta y la basura se recicla íntegramente. Una gran fábrica cuya chimenea ha sido cubierta por una enredadera (qué metáfora!) alberga ahora decenas de casas. Frente a ella hay un stupa tibetano y una gran plaza donde multitudes se sientan a leer un libro, comer ensaladas (abundan los vegetarianos), fumar, hacer malabares, etc. Cuando la policía hace una ronda la actitud de la gente resume su filosofía: se ponen a hacer “om” todos juntos para ahuyentarla… 
 

Dando vueltas por Copenague en kombi y escuchando la Bersuit…

      
Christiania es inevitable punto de encuentro de gente que anda en viaje espiritual. Todos buscamos una salida y probamos llaves con distintas formas. Pude comprobarlo, me quedé toda la semana en la casa que un grupo de jóvenes ocupaba cerca del lago. Ellos eran Kia, danesa de rastas rubias, pacifista y dueña de la combi VW, vive seis meses al año en Camboya haciendo trabajo voluntario; su amiga Maya, danesa, taoísta con quien compartimos la idea de dejar que el fluir del universo determine nuestros pasos; Helga (la única del grupo en tener ciudadanía real de Christiania), Lisa y Nina, a las que ayudé a hacer un avestruz gigante de alambre para un espectáculo de circo que nunca veré. Pero también estaba Mikkel, de Sri Lanka, que pensaba como yo: comprar algún día un terreno en alguno de nuestros países para hacer una comunidad similar. Y muchos otros noruegos, españoles, soñadores, perdidos, atormentados, todos prometen irse y al día siguiente se encuentran en la plaza, se saludan y se preguntan: “¿Todavía aquí?”. El lugar es pegajoso.

Volviendo de hacer las compras, bueno, pero sin comprar nada….

                                   
Por las tardes salíamos en bicicleta a buscar comidas a los contenedores de los supermercados, que acá tiran comida empaquetada y sin vencer, acaso sólo porque la etiqueta está al revés. Parasitar el sistema al que se critica no me parece coherente, pero sí económico. Por las noches poníamos todo lo recolectado, especialmente vegetales, en la parrilla. Era increíble que esa sabrosa cena hubiera salido básicamente de un tacho. Es increíble que en el mundo se tire comida. Poco salí de Christiania en la semana, y cuando lo hice fue para terminar mi libro, que al fin está listo. Se llama “La Armonía del Caos” y sólo está disponible por ahora en inglés. (Esto fue antes que de que  Vagabundeando en el Eje del Mal se transformara en mi primer libro editado ) Lo terminé en la casa de Claudio, un argentino exiliado en el 76 que nunca regresó. Vive de la seguridad social danesa, en feliz soledad. Mucha de la gente que peleó por la libertad en nuestros países terminó por acá. Por eso cuando vamos a un recital vemos sólo jóvenes, ¿dónde están los que faltan? Christiania demuestra al mundo dos cosas: que la rebeldía no es algo generacional y que el movimiento hippie no zozobró, simplemente tuvo una baja marea. 
 
Así salí de Dinamarca, sin haber cambiado jamás dinero pero con efectivo producido por los libros y por el encuentro providencial de U$S 80 en la calle. A ver cómo pone los guantes Suecia.

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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

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