A veces encuentro poesía y palabras donde menos lo espero. El siguiente texto surgió a raíz de una visita a la Estación 2 del Cablecarril de Chilecito. En él hallarán información práctica al comienzo, como para confundir a Google y hacer pisar el palito a turistas precavidos que dibujan el itinerario en hoja cuadriculada antes de salir con su familia en el coche. (Ah,¿eres uno de ellos? ¡Bienvenido al blog!) Qué pena con ellos: hacia el final del escrito serán sometidos a un exorcismo en los límites de la poesía, por letras rebeldes que se toman el pire de todo sentido común y buscan otros acuerdos.
La extensión de la infraestructura humana sobre todo el planeta se daba, a finales del siglo XIX, en todos los frentes. El Canal de Suez (1869) unió el Mediterráneo con el Mar Rojo y los Hermanos Wright (1902) conquistaron el aire con un endeble aeroplano que parecía de origami. Aparecieron dirigibles y transatlánticos que, aunque se quemaban y se hundían, demostraban que el ser humano estaba destinado a adueñarse de cada centímetro del planeta. En Argentina hay muchos ejemplos obrados por ese espíritu de optimismo técnico. El más famoso será el Tren de las Nubes, pero La Rioja –de perfil más bajo- se guarda un as bajo la manga: el Cable Carril de Chilecito, el más alto y largo del planeta. Con 35 km de largo, el tendido del cable, sostenido por 262 torres unía la mina aurífera La Mejicana, a 4600 msnm con el ferrocarril de Chilecito, 3000 metros más abajo, desde donde el mineral procedía a los puertos de Rosario o Buenos Aires para su exportación. ¿Puede la visita a una ruina de la era industrial tener algo de poético? Es deber del viajero encontrarlo, siempre…
Por empezar, el paisaje hacía difícil que uno se concentrara en la obra de ingeniería. A 50 metros, aún parecía una discreta estación de ferrocarril. Hasta que vimos las vagonetas, pequeñas, alineadas, colgantes y quietas. En sus épocas de gloria, 450 de ellas eran “izadas” hasta la boca de la mina, donde podían ser cargadas con hasta 500 kg de roca cada una. Ahora disfrutan de una jubilación de óxido bajo el sol riojano. Nuestro guía nos cuenta que la empresa alemana que lo construyó entre 1903 y 1905, prometió 100 años de garantía. El cable-carril dejó de utilizarse en 1946 pero, increíblemente, alguien tuvo la pésima idea de reactivarlo con fines turísticos en 1996. Como prometían los fabricantes, la maquinaria se puso en marcha. Pero al no estar diseñadas para llevar gente, dos vagonetas chocaron en el aire y dos personas cayeron al vacío. En 1982, había sido declarado Monumento Histórico Nacional.
Lo que mi invitó a reflexionar fue el interior de la estación. Allí se encontraba la caldera que producía, gracias a la combustión de quebracho chaqueño, la fuerza de vapor que movía a ese ciempiés gigante. Como un niño que encuentra un antiguo mapa del tesoro y descifra uno por uno los caracteres de otra lengua (sí, soy de la generación que vio “Los Goonies”) leí: Rheinische Dampfkessel und Maschinen Fabrik. BUTNNER GmbH. Uerdingen am Rhein). No era necesario tener un mapa a mano, la caldera había sido fundida en Alemania, a orillas del río Rin, en el pueblo de Uerdingen. Entonces teníamos: una caldera de acero manufacturada a orillas del Rin, que quemaba quebracho colorado del Chaco para bajar del Famatina el oro que luego se iba –que raro- a Inglaterra. Hay alguna fibra íntima que se mueve cuando encuentro en una coordenada puntual del mundo, como puede ser Chilecito, la influencia de un lugar totalmente distante y, a primera vista, poco relacionado. ¿Uerdingen? ¿Dónde quedaría eso?
Al llegar a casa, lo busqué en el mapa. Pero a simple vista no lo encontré. No me extrañó, tampoco sus calderas eran estrellas de pop, de hecho, me había sentido bastante nerd al notar que era el único que parecía interesado en la tapa de esa tatarabuela de las ollas Essen. La ciudad de Essen (que en alemán también significa “comer”) aparecía de hecho en el mapa en la zona del Rin, y me pareció lógico que los fabricantes de cacerolas y calderas vivieran cerca. Por eso hice zoom por todas las curvas y contracurvas de ese río de castillos y nibelungos. Entonces apareció, como un tímido distrito de su vecina mayor, Krefeld, en una zona donde los suburbios de las grandes ciudades se habían aglutinado como telarañas unos con otros. Presa de la curiosidad, busqué en un Atlas de 1886 donde, finalmente, encontré a Uerdingen como un pueblo, tal lo que era cuando se construyó el cable-carril. No fabricó las suficientes calderas para ganar la pulseada para que los mapas conservaran su nombre.
¿Y por qué un post sobre La Rioja termina con la búsqueda del tesoro de un pueblo desaparecido? No hay motivos claros. Últimamente estoy muy sensible a lo que en una cosa hay de otra. Efectos colaterales del nomadismo acumulado, hipervínculos de la memoria: todos los cafés que beba en mi vida me transportarán a los pueblitos colombianos por los que alguna vez viajé; todas las aceitunas, a La Rioja. Acaso la caldera me llevó a ese Rin por el que había caminado en 2007, de Bonn hasta Bacharach, ensayando poses sibaríticas con copas de vino blanco de los parrales locales, con 2 euros en el bolsillo y acampando en el jardín de algún buen samaritano. Porque todo está conectado amigos. Sólo hay que aprender a correr el telón. A mí el cablecarril me llevó hasta Uerdingen. Cualquier objeto aparentemente estático puede activar el cable-carril de la memoria, el sabor de una cerveza llevarnos al beso de una mujer lejana, un boleto de tren o un buen libro a ese viaje ya hecho o venidero, que late en nuestro recuerdo o en nuestro pecho.
Hermoso!
Excelente texto, me gustó mucho.
Felicidades, felicitaciones chicos. Soy de Pergamino, en el mes de Julio partimos con un amigo y nuestra música a donde el viento nos lleve. Entre otras cosas, nos nutrimos mucho de sus relatos. Les quería compartir una frase que nos surgió noches atrás charlando sobre esta decisión de dejarlo todo y vivir: Es la única forma de salir totalmente de la norma, sin tener que pasar por el loquero. Muchas gracias por todo chicos. Abrazo grande.
Estamos armando con un amigo nuestra partida en el mes de julio, somos de pergamino, y nos estamos nutriendo, entre tantas otras opciones, de sus relatos. Me dijo mi amigo, es la única forma de salir totalmente de la norma, sin tener que pasar por el loquero. GRACIAS por todo chicos. Abrazo gigante.
El viaje a Colombia es un impasse de 15 días, para volver a seguir escribiendo. El nuevo libro de Sudamérica es mucho más que el relato de un viaje, va con ellos toda una visión minuciosamente elaborada de u continente. Eso lleva tiempo…. y en eso andamos!! Pero en noviemnre o diciembre arde Troya, nos vamos por laaargo rato!! jaja Abrazo!
Muy creativo Juan! Si no me equivoco rompiste el nomadismo con un viaje a Colombia!!Saludos!