Se dice que los que viajamos somos la oveja negra de la familia o de la sociedad—esta metáfora denuncia qué cerca nos queda todavía lo rural— pero el que viaja sin obedecer demasiado a las guías de viaje y aplicaciones para móviles es la oveja negra de los viajeros. Porque la zona de confort no es el living de tu casa, sino vivir rodeado de certezas. Por supuesto que un teléfono puede ser útil en una multiplicidad de escenarios. Pero se me ocurrió que nuestro paso por Bucarest podía servir de ejemplo de cómo, cuando estás viajando, la realidad sucede, en definitiva, adelante tuyo más que en una pantalla. En el futuro habrá que recuperar la simplicidad para vacunarse contra muchas necesidades inventadas, y una de ellas podría llegar a ser la correa al cuello invisible de quienes como primer recurso confían más en sus teléfonos que en la vida.
Después de un mes en Bulgaria era hora de continuar nuestro viaje por Europa Oriental y cruzar a mi querida Rumania, donde ya había estado en 2005, al inicio de mi vuelta al mundo. El nuevo plan —acordado sobre el cubrecama de un hotelucho de Plovdiv— era lograr ingresar a la República Separatista de Transnistria, situada en el interior de Moldavia, país que sí tiene todos los papeles en regla. Como el requisito para ingresar a Moldavia era tramitar una visa, no quedaba otra que pasar por Bucarest y visitar la embajada. A mí, cualquier excusa para pisar unos días suelo rumano me ponía feliz: Rumania está en mi top 5 de la hospitalidad junto a los países musulmanes, Irlanda, Colombia y la recientemente ingresada Albania. La defiendo a capa y espada, salvo en algunas cuestione limítrofes…
Salimos de Veliko Tarnovo, en Bulgaria, a dedo. Cada tramo hecho a punta de pulgar en ese otoño europeo valía doble. De hecho, muchas veces el frío, la lluvia o la nieve nos habían obligado a ceder y subirnos a un tren. Sobre todo con la apatía rutera de los búlgaros que manejan con cara de museo de cera. Esta vez la sacamos barata y en dos o tres tramos (el más interesante en un camión que llevaba 20 toneladas de vino búlgaro a Moscú) llegamos a Ruse, última ciudad búlgara sobre el Danubio en la frontera con Rumania. Mismo paso fronterizo por donde, en 2005, había pasado en sentido inverso, con prisa y ansiedad por Medio Oriente, cruzando Bulgaria en apenas un día rumbo a Estambul.
Lo que no me acordaba era que no se podía cruzar la frontera a pie. Los guardias nos obligaron a abordar cualquiera de los camiones que hacían una interminable fila para ponernos el maldito sello. Un camionero rumano se apiadó y en su Mercedes cruzamos el gigante puente sobre el Danubio. Nos dejó en la penumbra total en una estación de servicio en la periferia de Bucarest, y tras combinar un colectivo y el metro, llegamos al centro con la idea de encontrar un hostel barato.
La primera vez que llegué a Rumania tenía mucho miedo. Los húngaros del otro lado de la frontera me juraron que los gitanos rumanos me iban a asaltar y dejar desnudo en la ruta, pero todo había salido bien: había dormido en la casa de una familia en la aldea donde hice noche, y el conductor del día siguiente me había alojado en un hotel con comidas y cervezas pagas a la cuenta de la empresa distribuidora de helados de la que era gerente. El problema era que ahora no estábamos llegando a una aldea rural, como aquella vez, sino a la mismísima capital.
Sin contactos de Couchsurfing, comenzamos a caminar a la deriva por Bucarest en busca de un hostel barato. Era increíble pero la sonrisa por estar otra vez en Rumania le ganaba a la preocupación por conseguir un techo. Entramos a preguntar en una vinería coqueta llamada “Dionysos” sobre una calle peatonal. En cualquier otro país hubiera sido una mala apuesta: entrar cargados de mochilas, ágiles como rinocerontes a un lugar donde el vidrio hace equilibrio. Y además, no estábamos vestidos muy boutique que digamos. Aunque quizás el saco usado que me habían donado en Kosovo me daba un aire de confusa distinción, de connoiseur desclasado.
El dueño de la vinería se llamaba Radu y era un loco. Su compañero también se llamaba Radu. Quizás fuera cuerdo pero estaba a las órdenes del anterior. Le gustó obedecer la instrucción de servirnos dos copas amplias como hemisferios repletas de vino, mientras esperábamos que Radu I encontrara en su celular. Mientras deslizaba el dedo por la pantalla y buscaba un hostel en Gúguel, dijo:
– Y ya que están ¿por qué no prueban una tablita de quesos?
Si Rumania me había preparado una fiestita sorpresa de reencuentro, no podía decir que no. Por eso, dos horas después seguíamos quesito va quesito viene, degustando cepas rumanas como la feteasca neagra.
– Ella está muy roja – dijo Radu II señalando a Laura, que no suele tomar mucho vino.
Tal vez envalentonados por ese vino fue que cuando salimos y encontramos el hostel que nos habían señalado, nos negamos con calma a pagar 20 euros por pasar la noche, y seguimos vagando. Por veredas no muy lejanas nos topamos con una pareja. El se llamaba Ciprian y estudiaba ciencias políticas. Le contamos de nuestro viaje y expusimos nuestra necesidad de techo. y enseguida nombró a unos amigos músicos que —tras una llamada—¡dijeron que podían a alojarnos!
Vuelvo entonces sobre la reflexión que abrió esta crónica. El turismo contemporáneo, digital, funciona con aplicaciones para esmarfons que en milisegundos te ubican el jóstel más cercano con la infalibilidad de los globitos de gúguelmaps, diminutos saboteadores de imprevistos. Nuestra manera de viajar, al contrario, dependía de la belleza de los imprevistos, de una chispa en el corazón de un desconocido en una calle oscura, más similar a la cerbatana silenciosa de un shuar disparada desde la foresta. Y esas cosas pasan en Romania… país que te ataja incluso en su ciudad capital (y eso la hace distinta a cualquier otro país europeo).
Tomamos un taxi y en minutos estábamos en la casa de Magda y Costín. Sí, era una de esas casas. Tengo la teoría de que hay una confederación de casas bohemias desparramadas por el mundo, en la que todos merecemos caer, si susurramos la contraseña correcta en el momento justo, en saber decirle no al globito de gúguel teñido con sangre de aventura, ese unicornio obsoleto. Alguna vez las llamé casas-yurta. Cuando llegás a una casa-yurta la gente está meditando, gimiendo o hablando en siete idiomas a la vez. Sabés que estás en una cuando hay un par de mochilas en el suelo, recién llegadas o listas para partir. En la casa de la Strada Principatele Unita 25, esas mochilas eran las nuestras. Luz tenue, cervezas y mucha gente que nos abraza mientras suena el jazz de Django Rheinhardt (nombre que reconcilia lo afro y lo teutón, un alias como mantra aniquilador de cualquier etnocentrismo). Alguien va preparando nuestro colchón pero la noche recién comienza.
Magda es pequeñita y cruza las piernas sobre la silla como si así facilitara su parto de palabras. Cuando habla, entra en trances de verborragia sin respiración ni puntuación, saltando del inglés al español como un río impredecible.
– Nos jodieron de todas partes, los rusos, veinte por ciento, los alemanes, diez por ciento, los turcos (hizo un segundo de silencio pero ningún porcentaje pareció conformarla) pero aún resistimos, resistimos…
Magda hablaba de la raíz latina que el rumano comparte con el resto de las lenguas romances. En aquella miedosa primera noche en Rumania, en 2005, en una aldea formada de ladridos y viejos Dacia, había cenado en una taberna donde un cartelito escrito con fibra desalentaba el ingreso de borrachos con las palabras “Nu servim personae in stare di ebrietate”. Obtusamente, le debía la comprensión de esa frase a un imperio de césares y centuriones. Lo mismo, el palabrerío entre argentinos y rumanos aquella noche bohemia en Bucarest honraba de rebote aquella conexión histórica.
Alguien trajo una pizza, y Magda pasó de la lingüística a una declamar que el delta del Danubio era el tercero más grande del mundo pero no sólo eso:
— Cuando el agua dulce encuentra la salada se genera una vida única de ese sitio, pero esa transmisión es lenta, como si te transformaras en miles de ramas de ti mismo. (Y mientras lo decía retorcía los brazos sobre su cabeza)
Por lo general, Magda se volvía el objeto sobre el que hablaba. Esta vendetta del mundo de las ideas sobre el diciente de carne y hueso era una grieta placentera. Por momentos dudé si en vez de una persona, no eran las voces alternadas de una comunidad de almas las que se peleaban y turnaban por ocupar la voz de Magda. Ciprian hacía acotaciones lógicas, calmas y precisas, que eran como barquitos que se perdían en la marea. Custín, el novio de Magda, parecía catatónicamente obsesionado con las cuerdas gitanas de Django Rheinhardt, que ahora sonaba lejanamente parisino. De pronto, todos fusionaron su atención en un debate sobre si Borges o Cortázar, el más extrapolado que recuerde.
Si eso no era bohemia ¿qué era? Dificilmente se pueda decir que Bucarest sea una ciudad bohemia, amable. Todo lo contrario: es dura, gris, con una escala indomable y autos que te pisan en la Plaza Unirii. Pero allí donde anida el estándar de sentido común, es donde nacen quienes lo desafían. Las capitales, las Romas y las Babilonias. La palabra bohemia, en referencia a un movimiento subcultural, fue usada por primera vez en 1847 por el escritor francés Henri Murger. Su libro «Escenas de la vida bohemia» inmortalizó un nuevo estilo de vida —el de muchos artistas pobres de la París de la época que se autodenominaban los “bebedores de agua” porque no les alcanzaba para vino— y acuñó un nuevo uso para la palabra, que antes sólo nombraba a los gitanos de Francia, por el obvio motivo de que procedían de la región de Bohemia, en la actual República Checa. Según la metáfora de Murger, tanto artistas como los gitanos manejaban valores opuestos a los de la sociedad hegemónica.
Ahora, según algunas guías de viaje, cualquier esquina con dos o tres grafitis es bohemia. Últimamente veo una sobrevaloración del arte callejero, como si se confundiera lo bohemio con lo bonito. No me satisface el apetito alternativo ver una jirafa pintada en la pared, ni un cafecito cool donde me van a fajar 3 dólares por un espresso. Puedo llegar a sentarme y pagar el café sin comprar lo «bohemio». Para quitarle las comillas, exijo ver gente hablando hasta por los codos de cosas insensatas. Para hallar esos lugares, a veces vale más la intuición que la geolocalización. Cuando yo mismo incorporo mapas de Gúguel en una guía práctica, lo hago para dar un contexto de la ubicación de ciudades o pueblos de los que hablo, pero jamás con la idea de dirigir experiencias. Temo que en cualquier momento se venga una aplicación para localizar cafés bohemios certificados y verificados en Trip Advisor. En este momento estaría haciendo una catarsis importante…
Como sea, aquella noche en Bucarest fue especialmente emocionante para mí. Tal vez porque le debo a un escritor rumano parte de mi libertad. Sucedió que una vez, en la escuela secundaria, nuestra profesora de filosofía enfermó y la suplencia la cubrió un profesor hippie de barba larga y pantalones de colores. Duró pocos meses, pero antes de ser echado llegó a pasarle a mi yo adolescente libros muchos, algunos famosos como Siddarta o En el Camino (de Kerouac, no de Mario “Original” Markic— Dios lo tenga en el limbo de los usurpadores de títulos) y otros no tanto, como El libro de las Quimeras, de Emil Cioran.
Obviamente, cuando Ciprian y Magda se pusieron a hablar sobre Cortázar, mi manera de devolverles el gesto fue confesar mi admiración por Cioran, pensador rumano cuyos argumentos me ayudaron a ganar mi revolución interna y animarme a viajar. Después de leer aforismos de Cioran como el siguiente, ¿quién iba a lograr que le pusiera un precio a mi libertad?
[mks_pullquote align=»left» width=»300″ size=»18″ bg_color=»#f6a900″ txt_color=»#ffffff»]“Que incitación a la hilaridad, escuchar la palabra objetivo después de presenciar un cortejo fúnebre”. Emil Cioran[/mks_pullquote]Semejante escepticismo ante cualquier zanahoria que penda de un hilo, cualquier promesa de jubilación o tablet en cuotas me había permitido ser sincero con mi corazón y llegar tras años de viaje a aquella noche bohemia en Bucarest y terminar filosofando mis nuevos amigos rumanos. La inspiración volvía a su fuente. Me sentía agradecido, a cada evento, a cada gota del río, pero sobre todo reverenciaba mi encuentro con aquel profesor oveja-de-todos-colores que fue Ricardo y sus libros pasados por abajo de la mesa. En todo caso, como dijo Magda:
— No hay casualidades en la vida, todo es una construcción. Sólo que cuando la construcción es muy lenta la perdemos de vista y sólo notamos sus efectos.
Como sea, días más tarde pasamos por Sighishoara, en Transilvania (vienen posts con muchas historias) y me salió un poema de agradecimiento reprimido e improvisado. Me desvelé una mañana como a las ocho (madrugé) y salí por las calles hablando sólo, como si quisiera que las baldosas me escucharan. Hacía mucho frío y llovía. Soy malísimo con los videos, no se rían, ¡lo importante es la intención!
Y para despedirme los dejo con otra metralla de conciencia de Magda, quien continuó hablando en segunda persona, como poseída por la nación entera, ante la atenta mirada de un gato que amanecería acurrucado sobre las cajas de pizza vacías apiladas en el suelo:
— Nosotros nunca atacamos a nadie, sólo nos defendimos, tuvimos que pagarle tributos a los turcos y nos volvimos su granero, y trabajamos duro, hombre, muy duro… Recordamos buenos tiempos, ¡si! Tuvimos un rey que meditaba, se llamaba Alexandro Ioan Cuza, pero lo derrocaron. No puedes decir que no cuando el que te coge es el imperio. Pero hombre, todavía estamos aquí, sufriendo con la comida transgénica, con el idioma modificado ¡somos un mosaico! ¡Y seguimos resistiendo, hombre, seguimos resistiendo!
Replicando a tu primer comentario:
Se agradece en el blog el equilibrio entre este tipo de evocaciones y las cuestiones prácticas.
Recuerdo mucho el detalle de los supermercados Lidl en Europa, cuando leia tu blog en los tiempos muertos en el trabajo, esos precios me hicieron decidirme y quitarme la idea de que en Europa todo sale por un ojo de la cara.
En Europa occidental (y todavía en la oriental) en los Lidl me sentía como un caballero medieval llegando de una larga jornada a aprovisionarme de jamones, vinos, cervezas, quesos a precios hasta más baratos que en casa. Un oasis.
Bueno, y este escrito y la oda del video… Ya son de otro nivel… Van al alma viajera, por llamarlo de algún modo.
Se despide un lector de Cioran, Borges, Cortázar, Hesse, Kerouac, Villarino… Un saludo colombiano desde Timisoara.
Parece que nos hemos alimentado de la misma biblioteca!! Gracias por tu comentario!! (y por colarme en esa enumeración de grosos!)
Buenas Juan ! Un año más tarde leo este blog vagando por la página en busca de publicaciones de este tipo. Me encantan tus publicaciones y los sigo hace poco pero disfruto mucho leerlos.
Concuerdo con comentarios anteriores que decían que este tipo de publicaciones gustan más, o por lo menos a la minoría, por como las escribís y porque me haces pensar y descubrir cosas nuevas como el libro de las quimeras. Muchas gracias por compartir tus pensamientos y hacerme pensar.
Gracias Cata por la buena onda, y marplatense igual que yo según intuyo por tu mail. Fijate en la barra lateral del blog, hay varios textos sobre filosofía viajera, o al menos son reflexiones que he cosechado después de estos años de viaje, que algunos, dicen, ayudan a inspirar a quienes de todas maneras ya le vendieron el alma al viaje 🙂 Te mando un beso!
Juan, a mi las crónicas me parecen más profundas. Me transportan a lugares mágicos. Siento que viajo con ustedes. Creo que son más fuertes para el despertar viajero. Incitan a salir inmediatamente a la ruta. Para los que hemos mochileado mucho y lo seguimos haciendo, son un aliento para no parar. Para aquellos que no se animan, buen momento para hacerlo. Me parece que día a día, tu pluma es cada vez más cautivante. Les deseo lo mejor de corazón.
https://www.facebook.com/viajandoconmiopi/?fref=ts
Gracias por las cálidas palabras y por la compañía. Saludos al Herr Opi !
Pingback: Venele deschise ale Transilvaniei – Las venas abiertas de Transilvania (eseu de calatorie) | TL
Están muy buenos estos blogs, yo hace poquito que estoy viajando, ojalá llegue a seguir mi blog por muchos años más, se los paso por si quieren darle un vistazo, curiosamente tuve una experiencia similar en Rumania.
Saludos 😀
Hola Juan, sencillamente increible el post! tanto vos como Laura son dos maestros.
Te queria hacer una pregunta cortita y al pie, tengo 16 y tenia en mente irme a Europa en julio/agosto del año que viene con 17, mi pregunta es si ves alguna dificultad en poder hacer el viaje, por mi minoria de edad… Muchisimas gracias.
pd= te agradezco muchisimo haber revindicado al pueblo sirio que tan golpeado esta siendo últimamente. Vengo de familia Siria y libanesa asi que por lo tanto viví en carne propia lo que es la hospitalidad de estos pueblos. No es todo como lo quieren hacer parecer. Saludos!
Si tenés la autorización de tus padres para salir del país, no veo nada malo en que viajes a los 17 en un continente seguro como Europa! A Siria la llevo en el corazón, estoy destrozado con todo lo que está sucediendo.
Buenos caminos!
Gracias por hablarnos de ese Bucarest mas humano y cercano.
un saludo
Querido Juan, repito algo parecido a lo que deje al pie de otro post tuyo (si no me equivoco, el de los Balcanes): Es realmente un placer leerte. No sólo disfrutar con las fotos, que ya por si solas hacen un buen papel, sino conocerte en la lectura y ver que todavía queda gente que hace de la palabra un bien, un valor, algo que ponderar y proteger. El buen uso del lenguaje siempre se valora y por eso quiero agradecerte, como lector y fiel seguidor de tus andanzas, y amante también de los viajes y las distancias que no lo son tanto; cada nueva entrada que subís es regalo.
Y como para hacer la experiencia completa, un video de un vagabundo del mundo que una rumana mañana monocromática, fría y lluviosa, se pone a desmenuzar el ser y lo reparte en pequeñas cuotas que el mundo se encarga de juntar.
P.D.: No reniego de los típicos «Consejos para recorrer Europa» / «Visados y armado de mochilas», etc. porque realmente son útiles y se disfrutan. Pero sinceramente, cuanto más lindas que son cosas como esta Bohemia…
Abrazo Juan!
Que lindo saber que estos divagues bohemios tienen una hinchada!! gracias Martín por tu poética devolución, te mando un abrazo, nos vemos por acá 🙂
Hola! Quiero decir algo: Yo siempre leo tus crónicas de viaje pero no comento… de chambona quizás! Y me llegan mucho más que las guías prácticas… Me cautivan, me interpelan… Gracias por tus letras Juan Pablo. Gracias por compartir estos textos… Bueno, eso, leyendo ahora tu comentario sentí que tenía que decir esto. Un abrazo!
Gracias Lucila por comentar. Aunque imagino que del otro lado hay ojos atentos, por momentos está bueno escuchar voces y palabras que llegan desde ese «más allá» jajaj Gracias!
Creo que este es uno de los mejores post del blog.
Llego en el momento justo, en un rato gris de oficina, en un día de los tantos en los que me pierdo entre planes y sueños para ver como puedo hacer para irme.
La vida que tanto quiero ahora la descubrí un poco por tu blog, por leerte a vos a Laura y a sus libros , y un poco porque estuvo siempre adentro mio y como dice Magda , en algún momento lo perdí de vista y me encontraron de golpe los efectos.
Hoy entre de casualidad, un click no planeado me trajo a tu blog y espere a ver si por esas cosas no habías publicado algo nuevo.
Me gusta cuando comentas un poco menos de los lugares que visitar y consejos, y dejas salir estas cosas que a veces muestran mucho más que cualquier globito de gúguelmaps.
Gracias por esas palabras del video y ver un poquito de esas calles que medio que me hicieron viajar alla un ratito. Y por la recomendación indirecta del libro de Cioran que ahora me voy a leer .
Saludos y que algún día los caminos nos encuentren!
Qué bueno que estas palabras te hayan llegado! ¿Sabés lo que pasa? La gente siempre me ice que prefiere leer crónicas de viaje y no guías prácticas o consejos de viaje. Pero después, cuando subo una crónica, apenas comentan! Fijate que el tuyo es el único comentario en esta crónica, mientras que los posts de abajo, de cuestiones prácticas tienen 40 o 50 comentarios… jajaj Entonces al final termino haciendo uno y uno, una crónica y un post práctico/consejos viajeros. Y nada, a salir de la oficina amiga! Que se puede y no significa volverse un paria social…. Abrazo!