Para nosotros, ya con ganas de alternar con un poco de comodidad, la casa de Toti nos devuelve a ese mundo donde hay lavarropas y donde al girar la canilla correcta sale efectivamente agua caliente de la ducha, y no cucarachas en zafarrancho de tsunami… ¡En fin, una casa!
Lavamos ropa, nos ponemos al día con Internet, preparamos un asado junto a Edgar y Queralt, dos ingenieros ambientales catalanes en busca del voluntariado perfecto. La casa, además, es un ir y venir de jóvenes universitarios progresistas con remeras que dicen “Rock Boliviano”, lentes a la moda y una postura a favor de la autonomía del departamento.
Estos jóvenes trabajaban en talleres con niños de la calle y se involucraban de diferentes maneras en cuestiones sociales. Sin embargo, no le creían una sola palabra al gobierno de Evo Morales. En su opinión, el poder cambió de manos sin que el bienestar se filtre al pueblo. “Lo que antes hacían otros gobiernos ahora lo hacen ellos”. Acabo de entrar al país y me limito a escuchar.
Por un lado, es extraño que los cruceños, tan devotos de la dolce vita, se vean tan irritados por algún que otro iniciático exceso de la sumak kaway (vivir bien – en quechua) de la nueva dirigencia masista. En algo coincido con ellos, el antagonismo Santa Cruz – Altiplano ha sido exacerbado hasta la hipérbole por Evo Morales en su retórica de campaña que nunca ha dejado de apuntar al divide et impera a pesar de hablar de plurinacionalidad.
El país nunca estuvo tan al borde de la desintegración como en 2009. Para ser justos, encuentro un tanto infantil la fantasía secesionista de Santa Cruz y su obsesión por mezquinar los porcentajes de las regalías petroleras.
Entre estos jóvenes destaca Lino, fotógrafo especialista en fauna, quien nos cuenta, vaso de whiskey en mano, cómo se contrabandean pichones de tucán a EE.UU en cajas de dentífrico. De cada cien sobreviven tres, y eso ya es negocio.
Pasamos además una mañana de semáforo en semáforo intentando localizar a un malabarista belga que tenía las llaves de una habitación que se nos prestaría en Samaipata. Cumplida la operación “Donde está Wally?” Lino y yo realizamos una tarea de documentación fotográfica de una cooperativa de recolectores y de una comunidad ayorea.


Ya había escuchado hablar de los ayoreos en Paraguay. Aparentemente, se trata de la última etnia que “salió del monte” en la década del 90’. En tanto y en cuanto su hábitat les abasteció de alimentos, prefirieron mantenerse al margen de nuestra modernidad.
Estos “no contactados” tuvieron finalmente que salir a las ciudades para buscar empleos cuando los desmontes cercaron su tierra y su cultura, y solo los amuralló su propia soledad. La comunidad a la que llegamos está situada en las afueras de Santa Cruz, en el barrio Plan 3000. Nos encontramos con un caserío de adobe y caña. Son gente de las tierras bajas, de pómulos prominentes y gran carretilla, y cabellera tupida como los montes que añoran.


Al llegar algunas mujeres preparaban ensaladas en sus tutumas. Otro grupo se concentraba en artesanías. Hasta aquí yo no tenía la menor idea de cómo subsistían, y me imaginaba que recibirían alguna compensación del estado o mensualidad. En cambio, me encontré con que el principal ingreso de estas familias es la venta de las artesanías en el centro de Santa Cruz…
Si bien algunos morrales tejidos a punto fino eran preciosos, los collares de guayruru y pulseras otras semillas me parecieron más bien una desesperada y rápida salida de emergencia que la valorización de una artesanía autóctona.
Frente al embate del mercado, los ayoreos reaccionaron como el mochilero promedio amenazado por la bancarrota y se pusieron a hacer macramé. Quizás sea metafórico, pero a mí me parte el alma: su producto principal son funditas para celulares.
Me carcome la conciencia pensar que el lugar que en nuestra sociedad ocupa esta cultura milenaria sea tejer fundas para celulares. Algo tiende que andar mal. ¿No son ellos los herederos de saberes ancestrales, ahora un frágil intangible en decadencia?
Mientras camino por los recovecos de su poblado se me antojan infelices, allí lejos de su monte, los hombres tirados contra los muros de adobe, algunos borrachos, todos ociosos. Muy a mi pesar, me es más fácil verlos como el despojo de una cultura que como reservorio de una visión más sustentable de humanidad Me prendo su lágrima en mi alma y me preparo a seguir caminando por Bolivia.
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