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ANFITRION DE FIESTAS INVISIBLES…

Días que se pasan en la ruta. Como nunca degusto la vida nómada que elegí hace cinco años, saboreo eventos como caramelos, y destrono el sedimento de las rutinas vividas. Como costras se caen ante el baño de esta nueva atmósfera. Monto cada segundo como si fueran dragones voladores. Vivir con desenfreno de artista frente al lienzo en blanco. Estoy en la ruta, en el arco de salida de Tinogasta, haciendo dedo ante la custodia de los cardones y los cerros cobrizos, quizás propulsado por el fuego de los pequeños ajíes tinogasteños. (Si hubiera comido uno entero, hubiera llegado a Alaska de una corrida…)

Hago dedo hacia Belén. En diez minutos se detiene un maestro en su Corsa. De camisa y corbata y flequillito, parece algo nervioso por el inusual viajero que ha levantado. Llevo colgando mi cámara de fotos, por lo que siempre supongo que seré visto como un viajero. Sin embargo, alguien que vive en movimiento es sospechoso… ¿No le da miedo andar sòlo? – me pregunta. Y luego: “Disculpe que le pregunte, pero ¿Ud. va armado?” El maestro no me tutea, allí leo su temor. Le responde que mi arma más contundente es la pluma. Fuera se suceden las casas de adobe abandonadas por quienes migraron a trabajar al sur. Algunos caseríos aún son anunciados por optimistas carteles de “Zona Urbana”.

Llego al cruce de la Ruta 40 que va a Belén en la caja de una camioneta que viajaba a 120 por hora, y llego a la ciudad en el Clio de un hombre que trabajaba en el banco de Fiambalá. En Belén soy huésped de Antonio Avar, su mujer Fernanda, y sus cinco hijos. Oriundo de Buenos Aires, Antonio llegó hace décadas a Catamarca como artesano. Un día trocó sus piedras por mantas y hoy tiene, acaso, la tienda de textiles étnicos más surtida de la provincia. Es fascinante, la familia tiene sus propios telares y en el inmenso jardín se tiñe la lana en inmensos tachos, que luego va secándose al sol. Por la noche la plaza de Belén se puebla de gente que bebe cerveza en las mesas de los bares. Familias enteras con niños pasean hasta a una de la mañana, mientras los jóvenes dan la “vuelta del perro” en moto, la nueva manera de pre-socializar en nuestras provincias. Aunque permanecen las uvas y las aceitunas, en Belén aparecen nuevos regionales, como el membrillo, y fundamentalmente, como humitas por primera vez en este viaje

Para viajar a Andalgalá debo retomar la Ruta 40. En el camino cruzo un pueblo curiosamente llamado Londres, en honor a un casamiento de la casa real de los Tudor en el siglo XVII. No muy lejos de allí se encuentran las ruinas de Shinkal, donde hace un año fue asesinado Sebastián Mousacchio, un mochilero argentino. Algunas versiones aseguran que el hecho estuvo vinculado a la actividad minera, que poco tuvo que ver con la excusa de robar su cámara fotográfica, y que el delito perseguía el secreto fin de espantar el turismo y los curiosos. Como sea, hago mis reverencias espirituales a Sebastián, confiando en que su energía está cerca.

Mientras espero algún vehículo en Londres, le saco fotos a La Maga junto a una casona, y me doy cuenta que mi mochila se ha transformado en un alter-ego, una sinécdoque de mí mismo. Puedo fotografiarla como si resumiera mi concepto. Detrás de lo poético, se esconde la fatal soledad de mi marcha. Me sentaría en la plaza a compartir un trozo de pan con plena percepción de la simpleza, si existiera una princesa vagabunda que reclamara el espacio vacío a mi lado. Será que la misión que he asumido en este nuevo viaje/libro requiere de la soledad de mis pasos, que amparan la reflexión.

Llego al cruce de la Ruta 40, en donde ya había estado en mi camino de ida a Belén, en un camión de vialidad provincia conducido por un pibe de Santa María. Jorge es la primera persona que veo coqueando en este viaje, por lo que su presencia delimita la frontera sur del hábito. Cuando me convida, ¿cómo rechazar la invitación a algo tan cercano a la cosmovisión andina? Una vez en el cruce me doy cuenta que he olvidado mi botella con agua dentro del camión. Mirando a mi alrededor, detecto en la banquina perpendicular un altar a la Difunta Correa, lleno de botellas con el preciado líquido. Tomo una,, la destapa, y vierto un poco en mi taza, dejando que el líquido se enfríe, pues la botella estaba al sol. Luego de una hora de esperar y beber agua caliente, se detiene la camioneta Chevrolet de un peluquero, quien viaja a la ciudad de Catamarca. En vez de pedir que me baje en el cruce a Andalgalá, donde estaré otra vez sin agua, prefiero pasarme algunos kms y acampar en la primera población.


Así llego a Chumbicha, una pequeña ciudad. Me siento en la avenida principal a cenar un super-pancho y una gaseosa de litro, y a conversar con algunos vecinos. Todos son amistosos y se acercan a saludarme. Una mujer me pregunta, sorprendentemente, si vendo saumerios…. Termino mi cena y busco un sitio donde acampar, y lo encuentro en un espacio verde dedicado a rodear una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Allí armo la carpa. Soy Lord Pobre, y arrastro mi voluntaria frugalidad con modales aristocráticos. Ey ¡lo digo en serio! En la portátil pongo música gitana, y me siento en la puerta de la carpa a fumar un habano que me regalo Juan Kestel, un periodista porteño amigo. Por un momento imaginé qué cara pondría la policía si se acercaban a inspeccionarme, los hubiera recibido en sandalias, fumando un habano, y meneándome al son de las notas balcánicas, como anfitrión escasamente cuerdo de alguna fiesta invisible o transdimensional.

Pero no llegó ningún policía, apenas unos caballos que relinchaban junto a un arroyo cercano. Salí a caminar para verlos de cerca, y en el arroyo pude ver reflejada, nada menos que la nube. Quisiera ejercer la invisible soberanía de los estanques. Mientras los hombres buscan oro para construir cohetes que los lleven a las estrellas, a cualquier charco de agua le es dado el poder para hacer aterrizar a la luna y a las estrellas en la timidez de su reflejo. Que bueno si pudiéramos más seguido ser como los estanques, y alcanzar, con paz e intuición natural, nuestros sueños verdaderos. Su reflejo genuino, y no los símbolos status, la pantalla de plasma y las 4×4…

Al otro día hago dedo en Chumbicha, y detengo uno de los vehículos más particulares en este viaje, un viejo Jeep IKA modelo 1960, color verde metalizado, perfectamente restaurado, y conducido por el gerente de la empresa proveedora de gas natural de la Provincia de Catamarca. Me lleva hasta la entrada a Mutquin, ya en la ruta a Andalgalá. En menos de dos minutos soy alzado por un Daihatsu Applause por un hombre y su yerno, que tenían una empresa familiar de venta de ropa de trabajo a las municipalidades de la zona. Me dejan en la plaza de Andalgalá, donde aprenderé sobre la resistencia popular a la mina La Alumbrera. Pero ese es otro capítulo.

Para recibir en tu casa nuestro libro “Caminos Invisibles – 36.000 km a dedo de Antártida a las Guayanas” sólo nos tenés que mandar un mensaje desde nuestra Tienda Virtual. ¡El libro espera a todas las almas nómadas que necesitan un empujón para salir a recorrer el mundo con la mochila! Los enviamos por correo a todo el mundo, y nos ayudan a seguir viajando. Agradecemos de corazón cada consulta

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Acerca del Autor

Juan Pablo Villarino

Desde el 1 de mayo de 2005 recorro el mundo como mochilero para documentar la hospitalidad y la vida cotidiana de los destinos más insólitos a través de mis crónicas. Escribo libros de viaJe para contribuir a la revolución nómada.

3 Comentarios

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  • vamos juan… fuerzas para segruir por esos lares!
    saludos a la maga, agradesco su particular e interminable manera de acompañarte en el viaje.

    boyero

  • Hola Juan!!! es la primera vez q leo tu blog, me parece excelente la idea de poder ir compartiendo tus experiencias por este medio. Nunca viaje a dedo pero stoy decidida a cumplir con ese deseo en los proximos meses y mas me entusiasmo al ir conociendo tus vivencias.
    Espero tengas suerte en Andalgalá y comentes un poco tu percepcion respecto al tema de la mineria en esa ciudad, ya que por los medios se mantiene bastante silencioso ese asunto.
    Mucha Suerte!!!!!

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