Los tres meses que pasé en España tras nuestro regreso del viaje por Africa fueron más bien una etapa de descanso del movimiento en que habíamos pasado los últimos 15 meses de nuestras vidas. El acueducto romano de Segovia, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, era una de esas joyitas que estaban en mi radar y que justificaban que abandonara al menos por un día la facilista rutina de beber cerveza sentando en el suelo en la plaza de Lavapiés, el rincón bohemio de Madrid. Creo que aún estaba procesando el regreso de África.
Siempre me hizo reflexionar ese tiempo que los viajeros nos tomamos para comprender cómo las experiencias habidas en viaje han sedimentado y se han articulado con nuestra conciencia. Nunca supe si ese tiempo pertenece al viaje ya culminado. Mis meditaciones cerveza en mano en un primer mundo tan pulcro y ordenado que hasta el suelo era un sitio deseable ¿no eran todavía parte del viaje por África?
El acueducto de Segovia me sustrajo de estos mambos y de los preparativos del viaje a las Islas Feroe del que ya he posteado varios episodios, y me devolvió al presente. Esta vez, no necesitaba armar una mochila, ni elegir cuidadosamente el mapa que me guiaría: mi destino estaba cerca, exactamente, a unos 90 km y pocos más de una hora en auto. Tampoco iba a tener que hacer dedo. Mi suegro junto a su mujer, que estaban de vacaciones por España en un auto alquilado, habían pasado a visitarnos, y la escapada a Segovia se convirtió en una actividad familiar. Para que vean que puedo hacer cosas más normales que cruzar Afganistán a dedo durante el conflicto con los talibanes.
Tengo que confesar que conozco poco España, a pesar de que he visitado el país unas cinco o seis veces. Sin embargo, no realicé en España esos viajes experimentales por las zonas rurales de un país, como sí lo he hecho en Alemania, Irlanda, Rumania o tanto otros. En España, en cambio, he visitado más que nada ciudades grandes como Madrid, Barcelona, Gijón o Valencia. No puedo alardear de haber visitado Toledo o las playas de la Costa Brava como ejemplo de profundidad, ya que sería como jactarse de conocer el Perú verdadero por haberse sumado a las muchedumbres en Machu Picchu, error frecuente de confundir lo agreste con lo no turístico. Por eso, Segovia y su acueducto romano venían bien para ampliar un poco mi historial de viaje ibérico.

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Cómo llegar a Segovia
Es verdad que hay muchas cosas que ver y que hacer en Segovia, pero mi objetivo era sobretodo el acueducto. El viaje por la autopista fue una brisa, como todo trayecto por las autopistas europeas. Si bien hay opciones de transporte público, como el tren de cercanías, el AVE (tren de alta velocidad) y varios autobuses que parten desde el Intercambiador de Transportes de Moncloa, quienes viajen en grupo o familia encontrarán más conveniente alquilar un coche, sobre todo si se quiere recorrer en un fin de semana varios atractivos en los alrededores de Madrid.
Un buen punto de partida es EasyTerra donde además de la gran variedad de opciones, tienen precios económicos y, comparando con ocasiones anteriores, me pareció todo más claro, directo y menos burocrático.
El Acueducto Romano de Segovia
Me quedé casi mudo cuando finalmente estuve frente a los 167 majestuosos arcos del tramo más famoso del Acueducto de Segovia, que sobrevuela la Plaza del Azoguejo tras haber recorrido 17 km desde el manantial de Fuenría, cuyas aguas transportaba hacia la villa. Fue construido por los romanos en el siglo II, algunos dicen por el emperador Trajano y otros por Adriano, es decir, los primeros emperadores romanos de origen hispánico. Por entonces, hay que recordar, España era la provincia romana de Hispania.
Es fácil olvidar, dar por sentado y por sencillas cosas que no sabríamos hacer por nosotros mismos. La globalización, Internet, las comunicaciones pueden ser un hermoso charco espejado para el Narciso de nuestra civilización. Después te encontrás con que hace 2000 años los tipos sacaron de la galera, a fuerza de necesidad, un acueducto. Moldearon elementos sencillos –la piedra- para asegurarse otro elemento sencillo y vital para la supervivencia –el agua.
Y entonces te das cuenta que el teléfono con que le tomás una fotografía es heredero lejano que incluye en su ADN y sentido a cada piedra del viejo acueducto. Cambia el umbral de lo necesario, se moldean elementos complejos (coltano, cobre, cristal líquido, códigos binarios, códigos de programación) para satisfacer necesidades nada elementales, como subir una foto a Instagram, pero siguen intactas las mañas de este mono caprichoso y a veces olvidadizo de sus primeras hazañas.

Al lado mío tenia a mi suegro, que mientras yo filosofaba baratamente sobre el acueducto se dedicaba a algo que a mí me era imposible: entenderlo. Creo que alguna vez ya conté que mi suegro, el papá de Lau, es ingeniero. y ofrece el mejor contraste posible con mi analfabetismo práctico o -como dijo un amigo venezolano que quiso ser amable- mi falta de empatía mecánica. Entonces suegro ingeniero calculaba pendientes, se emocionaba ante el ángulo de los arcos y la proporción de las columnas, de las que derivaba los problemas que los romanos habían tenido que sortear.
No era la primera vez que lo observaba derramando lágrimas por engranajes. En Sudáfrica, donde nos había visitado poco tiempo antes, había saltado como un niño a mirar de cerca cada tuerca cuando el empleado de un museo encendió por unos minutos, a su pedido, un antiguo molino harinero del siglo XVIII.
En ese momento recordé una de las últimas escenas de Breaking Bad, donde un Walter White malherido y acorralado tiene tiempo y aliento para acariciar el instrumental que le permitió fabricar el cristal que lo llevaría a la ruina. Y sea ante el molino que ante el acueducto, mi suegro me explicarme con entusiasmada didáctica y comparte su alegría ante el funcionamiento de las cosas. Yo, más inútil que un muñeco vudú de MacGyver, lo escucho sin discutir una coma. Suegro ingeniero y yerno escritor, extraña combinación.
El acueducto soterrado
Volvamos al acueducto por un instante. Me sorprendió que aunque la mayoría de la gente sólo conoce sus archifotografiados arcos, hay un enorme tramo que transcurre bajo tierra: es el llamado “acuaducto soterrado” o el Canal madre que distribuía el agua por toda la ciudad. Es posible recorrer su trazado siguiendo un itinerario que ha sido marcado con unas placas con el ícono del acueducto.

Que ver en Segovia
Además del famoso acueducto, se pueden visitar en la ciudad una serie de atracciones, ya que estamos hablando de una de las ciudades más importantes del antiguo Reino de Castilla.
Si tenés poco tiempo y querés ver lo más importante sin perderte detalle de la rica historia de Segovia, te recomiendo hacer una visita guiada como ésta, que incluye el Acueducto, el Alcázar, y la Catedral.
El Alcázar medieval de Segovia
Vale la pena tanto en sí mismo como por la panorámica que ofrece del centro histórico de la ciudad. Aunque fue en sus orígenes una fortaleza, ofició también como academia militar, centro de artillería, prisión y palacio real. Un mito callejero (o no) asegura que Walt Disney modeló el castillo de La Bella Durmiente en el Alcázar de Segovia. Entrada €7,50 que incluye la ascensión a la torre.
La Catedral de Santa María
En estilo gótico tardío, del siglo XVI, es también un despliegue de asombro óptico, con bóvedas que se elevan a 30 metros de altura y finísimos vitrales. La conclusión de la catedral demoró 200 años. Ampara en su sobria nave una veintena de capillas incluyendo la del Cristo del Consuelo, famosa por puerta románica.
Centro didáctico de la Judería
Este centro interpretativo y museo es el mejor lugar para descubrir la historia de las raíces judías de Segovia. Tiene sede en una casona del siglo XV, que pertenecía a Abraham Seneor, uno de los referentes de la comunidad. No confundir con la antigua Sinagoga de Segovia, que funcionaba en la actual Iglesia de Corpus Cristi, aledaña.
Casa de los Picos
Se trata de una enorme mansión renacentista cuya fachada está cubierta por 617 picos de granito que simulan ser diamantes. Es sede de la Escuela de Artes Aplicadas, y suele estar ocupada por exhibiciones temporales de arte contemporáneo.
Monasterio de Santa María del Parral
Mandado a construir por Enrique IV de Castilla en 1447, se trata de un monasterio de clausura de la Orden de San Jerónimo erigido a extramuros de la ciudad antigua.

Palacio Real de la Granja de San Ildefonso
A 11 km de Segovia, que se transitan con excelentes vistas de la Sierra de Guadarrama, se encuentra esta poco conocida residencia de la familia real española. Las obras se iniciaron en 1721 por órdenes de Felipe V, quien se enamoró de la zona en sus excursiones de caza. Es digno de visitar, además, por sus fuentes y monumentales jardines, y por la antigua Fábrica Real de Cristales. Entrada: €9.
Espero esta guía rápida de consejos para visitar Segovia y su acueducto romano te haya sido útil. ¡Cualquier aporte es bienvenido a modo de comentario!
Juan, disfruto mucho tus textos.
Pregunta: ¿cómo mantenés la capacidad de asombro ?
jej es todo un ejercicio, pero en general cuando se trata de algo històrico, no me cuesta ponerme mìstico 🙂
Gracias por compartir!! gran artículo
Hola Juan!
Conozco Segóvia y Madrid fue mi casa durante algun tiempo pero despues de me perder por la campina cordobesa te recomendo que salgas a aventura por los pueblos ibéricos y te aseguro que vas captar la verdadera essência de esa Espana que no aparece en las guias, se quieres hacer un viaje por los pueblos ibéricos te recomendo que vengas a conocer mi tierra, el Baixo Alentejo que queda en el Sur de Portugal que nada tiene que ver com Lisboa. Seria um gustazo leer vuestras aventuras por los pueblos desconocidos y olvidados de Espana y Portugal. Um abrazo desde Beja, Portugal
Muy buena idea, la voy a anotar en mi cuaderno de viajes futuros! Nunca se sabe 😉 No me quedan dudas que lejos de las autopistas hay verdaderos baluartes de la cultura ibérica…
Buenas, Pablo, soy un reciente admirador tuyo por culpa de mi esposa Adriana, geógrafa y como tal fanática de los viajes. Permeable yo, me vine a Tucumán a vivir desde mi lejana meseta castellana… en fin, no importa. Estoy leyendo tu libro «Vagabundeando en el eje del mal» y empiezo a seguir tu blog. Me fascinan las cosas que me hacen pensar, reflexionar y destruyen los prejuicios de uno y abre la mente de uno. El primer sentimiento es sentirse uno estúpido, después le hace a uno sonrojarse de vergüenza, el siguiente sentimiento es prometerse a uno mismo no dejarse manipular así…
Bueno, además de saludarte quería escribirte para decirte que me encantan tus notas culturales que entreveras (cual tocino en jamón ibérico) en tus experiencias, pero hay un detalle: la actual España era una provincia romana allá por el S. II, pero su nombre no era «Iberia», sino «Hispania», y estaba conformada por los actuales España y Portugal. A su vez, Hispania se dividió y subdividió en otras provincias… pero no viene al caso (queda como ejercicio al lector, si lo desea). Ojalá algún día efectivamente España y Portugal se unan en una «Iberia» unida, pues somos pueblos hermanos.
Un abrazo, nos vemos en tus páginas.
Muy buen detalle, ahora mismo lo corrijo, parece que la aerolínea homónima hizo tan buen marketing que uno ya tiene el nombre en la punta de la lengua…. jajaj Así que un castellano en Tucumán? Interesante combinación! jejej Por cierto, bienvenido al blog, espero seguir entremezclando suficiente tocino 🙂
Ufff, el imponente acueducto, otra de las maravillas romanas que encontrás por España. Si algún día tenes la oportunidad te hago dos recomendaciones para que sigas ampliando tu historial de viaje ibérico:
Debajo de Zaragoza hay una ciudad romana entera, foro, puerto, teatro, termas, ¡Todo! Es imperdible si te gusta esa combinación antigua Roma – Hispania.
Una vez al año se hace una fiesta en la Granja de San Ildefonso donde se encienden todas las fuentes, la idea es correr de fuente en fuente a medida que se encienden, y llevar ropa para la ocasión, porque terminas empapado, ¡El agua cae tan fuerte como rocas!
Hola Lucía, muy buenos tips! Gracias por ellos, lo de la fiesta suena una buena combinación entre el carnaval y la ambientación rococó jajaj