Se puede decir que el 13 de noviembre de 2010 soy despertado por los ansiosos latidos de mi propio corazón, transformado en un termómetro de la aventura al que le está por estallar el mercurio. No todos los días uno se embarca hacia un nuevo continente, y menos aún a uno que no estaba en los planes. Maga, abrigate, nos vamos a la Antártida. El MV Ushuaia de Antarpply Expeditions, nuestra impecable nave, está desde ayer compartiendo el extenso muelle del puerto comercial con un garrafal carguero rojo llamado “Aconcagua”. Fue una sensación distintiva caminar por una ciudad con puerto sabiéndonos poseedores de dos pasajes para embarcar. Tan acostumbrados a las banquinas y a los camiones, a lo imprevisto, abordar un crucero de las características del Ushuaia es un privilegio diferente, ni mayor ni menor. El mero hecho de saber que nos espera una expedición de diez días hacia una latitud extrema, hacia un territorio inexplorado hace que éste sea un viaje incomparable.La Antártida comprende alrededor del 10% de la masa terrestre. Aún así, un continente de la superficie de Europa pasó desapercibido para la humanidad hasta 1820, cuando Fabian von Bellinghausen realizó el primer avistamiento. Recién en 1840 los geógrafos otorgaron a la Antártida el status de continente, y hubo que esperar hasta 1899 para que por primera vez un grupo de seres humanos pasara un invierno completo en esa tierra. Aún hoy, no más de 200.000 personas han pisado el continente, que ha evolucionado a la sombra de la conciencia humana. Amparada por el aislamiento geográfico, la Antártida sigue envuelta en neblina y misterio para casi todos nosotros. De hecho, pocos pueden dibujar sus contornos con precisión sin espiar un atlas. La cartografía circulante es la principal responsable de que la Antártida siga siendo un continente velado –casi musulmán-. En los mapas escolares argentinos, por ejemplo, apenas se ilustra el arco antártico que la nación reclama. En los planisferios mundiales, la proyección plana y eurocéntrica condena al continente blanco a una condición orillera. Apenas despunta la Península Antártica, como tendiendo un llamado de atención hacia la Tierra del Fuego. Nada mejora en los globos terráqueos, donde el continente comparte innoblemente espacio con el soporte plástico que sostiene la esfera. Hacia ese continente nos embarcamos Laura y yo hoy, sábado 13 de noviembre de 2010 a las 16.00 hs.

Es en el auto de Anita y Nicolás como llegamos al puerto. Después de despedirnos de los chicos cargamos nuestras mochilas hasta la aduana, donde cordialmente nos invitan a reposarlas sobre la cinta de la máquina de rayos X. Tras ese espionaje legal, una empleada de aduanas nos señala un carrito para trasladar nuestras mochilas por el muelle, a lo que ambos amable pero decididamente nos negamos explicando que si habíamos llegado desde San Nicolás hasta Ushuaia a dedo, bien podíamos pecharlas hasta el buque. La mujer piensa que es un chiste y ríe. ¿Cómo dos personas que viajan a dedo pueden estar abordando el “Ushuaia”? Como si el prolongado muelle fuera una pasarela desenrollada hacia nuestro sueño, cubrimos los cien metros que nos separan del barco con las mochilas debidamente calzadas, con lentos pasos que nos permiten disfrutar el momento y una sonrisa que no podríamos describirles. Subimos la escalinata, donde dos camareros toman nuestras mochilas – con torpeza, intentando asirlas como si fueran maletas- y nos conducen hacia nuestra cabina, para los adeptos a la quinela, la 410… Dejamos a La Maga y El Salmón –nuestras Mochis- en el armario y echamos un vistazo a la funcional cabina alfombrada, con sus cuchetas, el baño privado, un ojo de buey y, fundamental, un escritorio. Por el intercomunicador, el líder de la expedición nos invita a un cóctel de bienvenida. En eso que salimos al pasillo, nos encontramos con que de la cabina de al lado emerge Federico Gargiulo, amigo y autor de “Huellas de Fuego” (si les gustan los libros de viaje harán bien en rastrear un ejemplar) un periplo a pie alrededor de la Península Mitre. Nos dimos un fuerte abrazo celebrando la coincidencia. Nosotros sabíamos que Fede había ganado un concurso literario referido al Bicentenario y que por ello abordaría el Ushuaia el 13/11. Lo que no sabíamos era que nosotros lo haríamos, y que nos tocaría el mismo barco. Del camarote de Fede sale otro rostro lustrado por la dicha que a todos nos posee, es Pablo, curador del Museo Naval de Tigre, ganador del mismo concurso en el rubro pintura. De esta manera, fundamos el gentilicio “arribeños” que pasamos a investir con orgullo de linaje y que designa, en criollo, a quienes estamos circunstancialmente en el barco… de arriba. Claro que hay a ganar un concurso o escribir un libro encierra un mérito, pero no importa, la sensación es la de haber sacado la sortija. Más allá del humor con que trato el tema, es importante mencionar que la empresa Antarpply, no teniendo ningúna obligación de hacerlo, decide por iniciativa propia fomentar y motivar diversas actividades culturales al ofrecer expediciones antárticas como premio.

Somos convocados en cubierta junto con el resto de los 64 pasajeros para alzar nuestras copas con champagne y brindar por el desafío antártico. A continuación, una troupe de camareros desloma sobre el bar bandejas con salmón, aceitunas, queso de cabra, gruyere, almendras, verduras y para Cristian, que lo pregunta con preocupación y tono de arrabal, también “pancitos”. Cristian y Carolina, su pareja, ganadores del concurso del Bicentenario, en el rubro fotografía pasaron en el acto a la selecta cofradía de los arribeños, cuya formación coincidía con el número total de argentinos a bordo. Rubro literatura, rubro pintura, rubro fotografía, lo nuestro era un polirrubro de oportunistas. El resto de los turistas modulaban otros acentos. Con la excepción de un pequeño esperable grupo de brasileños y de un paraguayo, la mayoría del saldo había crecido bajo los cielos del hemisferio norte. La nación de la Selva Negra había enviado su propia legión de calvos y barbudos jubilados de semblante contemplativo. Podrían haber sido peluqueros o plomeros, pero por vaga reflexión en el imaginario sudaca todo teutón más o menos prolijamente afeitado se vuelve marino o filósofo… Y por supuesto, una abundante guarnición de norteamericanos, australianos e ingleses. Estas nacionalidades son, en la escena turística internacional, lo que las melba, las sonrisas y los anillos son dentro de un paquete de Surtido Bagley, es decir, predecibles y numerosos. Entre ellos los arribeños nos movemos con aires de infiltrados, como Leonardo Di Caprio en Titanic, barajados en el mismo barco por azar de un destino prestidigitador y democrático.

Una vez finalizado el cóctel de bienvenida tiene lugar una charla, en donde el expedition-leaeder resume las pautas del viaje y nos presenta al capitán. El hombre, marplatense, anuncia que pronto iniciaremos el cruce del Pasaje de Drake, pero que como los vientos del noroeste soplan con apenas 25 nudos de fuerza, las olas no superaran los cuatro o cinco metros e iremos como surfeando. En el Pasaje de Drake, sitio de colisión del Atlántico, del Pacífico y del Océano Antártico, las tormentas desatadas por los vientos y corrientes circulares pueden llegar a hundir a un barco cualesquiera sean sus dimensiones. Luego vuelve a tomar la palabra Agustín, el coordinador, para aclarar que en este viaje no hay un itinerario fijo más que el que la comandancia del buque considere factible día a día, según lo permitan o no las severas condiciones climáticas, los cerrados campos de témpanos o las tormentas de nieve. Eso nos recuerda que el Ushuaia es un crucero de expedición, y no un servicio turístico convencional y programado.

El atardecer nos encuentra conversando con Fede y Pablo, bebiendo un café mientras observamos los fugitivos contornos de las Islas Picton y Nueva evanescer a estribor, corroborados intermitentemente por algún faro. Las Islas fueron motivo de disputas territoriales con Chile en 1978, debiendo mediar un arbitraje papal que concedió las tierras al país vecino. Es curioso que cuestiones tan delicadas hayan sido dirimidas por un anciano sentado en Roma, casi en las antípodas, pero así es la cosa. Fede me cuenta de su primer viaje a la Antártida, a bordo de un velero holandés de tres mástiles llamado Europa -construido en 1911- y yo intento saborear una mínima réplica de la osadía que deben haber sentido los pioneros exploradores como Charcot, Gerlache o Schackelton al navegar el mismo bravo mar. A la sombra de tales gigantes, uno debe reconfortarse en la subjetividad. Uno siempre es un pionero ya que, por definición, siempre es la primera vez que uno arriba a donde nunca ha estado antes. Mientras las aguas del Drake van acunando al ”Ushuaia” cada vez con mayor violencia, Laura y yo conciliamos precariamente el sueño.
Te felicito por el relato, te atrapa desde las primeras palabras, es tal como sucedió, fuí testigo presencial de todo lo que contás. Es dificil olvidar haber pisado ese paraíso llamado Antártida. FELICITACIONES!!!
necesidad de comprobar:)
Hola boyero!
Gracias por las rosas 🙂
seguimos actualizando dia a dia.. todavia tenemos los témpanos en las pupilas….
cuanto estilo en el relato! por favor…
boyero