Las montañas malditas del norte de albania

alpes albaneses

Habíamos escuchado muchas cosas del norte de Albania. En el hostel de Berat, todos los extranjeros que desfilaban por allí venían de hacer la caminata de Valbona a Theth, un pueblo envuelto en mística desde que la viajera inglesa Edith Durham (1870-1944) lo definiera como “la tierra del pasado viviente” y dijera que el valle de Shala era el sitio más remoto que quedaba en Europa.

Las montañas del norte de Albania también fueron conocidas como las Montañas Malditas, por la cantidad de sangre derramada durante las guerras contra el Imperio Otomano y en los ciclos de agravios y venganzas entre clanes que duraban generaciones. Por algo Ismail Kedare, premio Nobel de Literatura albanés, dijo que los rumores de guerra podían crecer con el chisme de un cochero o de una prostituta, o con la fluctuación de la tasa de cambio del ducato veneciano, pero se volvían irreversibles cuando los montañeses del norte se ponían impacientes.

Quería visitar la zona, ¿pero por dónde empezar? Theth me generaba desconfianza. Un mochilero que había andado por la zona me había dicho que en Theth cada casa funcionaba como hostería. Cuando abría el mapa de Albania me daba cuenta que había cientos de aldeas en las montañas

¿Por qué ir a las más emblemática, a la más picture-perfect, y hacer el trek espectacular y pintoresco, en fila junto al resto? ¿Por qué someter a mis ojos a ese rodillo predecible? Miramos bien el mapa y, en otro valle arrinconado contra la frontera de Montenegro vimos el circulito casi escondido y el nombre “Vermosh”, y el nuevo rumbo estuvo echado.

Lee mi guía sobre la playa Gjipe, quizás la mejor playa de Albania

Shkoder y las doncellas de nadie

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Salir de Tirana a dedo fue fácil. Tomamos un bus por €0,20, que aún tenía las inscripciones que probaban que antes había servido en el servicio público alemán. Ya en las afueras, esperamos 12 minutos y se detuvo el Mercedes Benz de un geólogo que, a falta de empleo, trabajaba en Western Union, la principal religión albanesa gracias a la cual llegan las remesas desde el más allá.

El hombre nos dejó en un cruce donde nos frenó un Focus. El conductor de este segundo vehículo era uno de los tantos albaneses emigrados que regresaba a casa por las vacaciones. Vivía en Nueva York. Estaba tan entusiasmado por llevarnos que frenó el auto en medio de la calzada sin echarse a la banquina, y 50 metros más adelante, debió coimear a la policía de tránsito para que no lo multaran por su falta. Nos dejó en Shkoder, que es una ciudad grande, por lo que nos eyectamos de ella con la táctica clásica: hacer dedo hacia el pueblito más cercano.

En su casa, su madre nos recibió con bendiciones y un pañuelo blanco en la cabeza —parece que la madurez femenina se señaliza con una bandana— en una sala. Sus hermanas enseguida ejecutaron el programa de la hospitalidad albanesa tradicional, y trajeron una bandeja con café turco y raki.

Hacían todo en un silencio sacramental y se retiraban y aparecían de la nada cada vez que una taza se vaciaba con una precisión que tenía algo de macabra.Una de ellas, contó Sokol, no era su hermana, sino la novia de su hermano, quien trabajaba en Suecia.

La combinación de la tradición albanesa de mudarse y vivir con la familia del esposo y las migraciones modernas genera esto: doncellas de nadie que sirven el café mientras esperan meses o años por el regreso de su amor en el exilio. Otra nota al pie: un enorme tapiz con Jesucristo y María nos recordaban que habíamos cruzado una línea y estábamos en el norte católico de Albania.

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Al día siguiente enfrentamos la ruta de montaña que nos llevaría a Vermosh. Luego de varios tramos cortos con conductores que nos obsequiaron jugos y aguas minerales encontramos un “furgón” —como llaman en Albania a los minibuses— que llegaba a Selce, un pueblo ya en el corazón de las montañas.

Era un Mercedes viejo que cargaba bártulos de todos los tamaños e incluso una oveja maniatada en el techo. Los pasajeros se quedaron atónitos pero no callados. De inmediato, Laura fue solicitada por una maestra de escuela que había aprendido inglés pero nunca lo había usado en una situación real. Yo me senté al fondo y ligué un profesor de francés que, entre visiones del precipicio y postales de un río color esmeralda, me explicó que su sueño era vivir en París. En cambio, vivía en Tamara, un pueblo de mil habitantes en las montañas de Albania.

Una casa más alta que la de los vecinos

Juliana, la maestra, no tardó en invitarnos a dormir a su casa. Antes, eso sí, se disculpó en varias ocasiones por su pobreza. No era la primera vez que alguien abría ese paraguas sin saber que éramos capaces de componer elogios de las goteras. Obviamente aceptamos, y zigzagueaban con ella entre casas, granjas, mugidos y mujeres recogiendo las ciruelas silvestres con que se prepara el raki. Junto al camino había una casa de dos pisos con una camioneta nueva estacionada. “Es de una familia rica. Vivieron en América 15 años hasta que los deportaron”.

La explicación de Juliana incluía una mezcla de admiración y envidia. En muchas coordenadas del mundo habíamos observado como las remesas de los emigrados hacían crecer como hongos casonas en medio de paisajes rurales económicamente deprimidos. Es lo que Laura definió con maestría como “la arquitectura Western Union”, gente que cuando el arquitecto les pregunta que casa quieren construir, responden: “Más alta que la de los vecinos”.

Sin embargo, por más que Juliana se castigara comparándose con sus vecinos, su casa no era la de una familia pobre. Ni siquiera era una vivienda “sencilla” o “humilde”. Estaba alfombrada, comprendía todos los electrodomésticos contemporáneos y hasta una portátil con conexión a internet traída por un sobrino que estudiaba en Grecia.

Quizás había en la cena una opulencia compensatoria de esta sensación de pobreza padecida en silencio. Hacía mucho nadie ponía delante mío tantos platos con salame y jamón crudo, además de papas horneadas y quesos. El esposo, policía de fronteras, sacó de la heladera latas de cerveza importada y brindó conmigo cada tres tragos a pesar de casi no poder comunicarse.

Muchos de esos alimentos procedían de la misma casa. Había en el establo adyacente una vaca, un par de chanchos y media docena de gallinas, cuya producción era curada por la suegra de Juliana. La mujer ordeñaba la vaca cada mañana y cada noche abría el Skype para chatear con sus nietos for export.

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Llegué a pensar que quizás era la posesión de animales lo que hacía que aquella raza montañesa se declarara pobre a sí misma. Paralelamente, en la Europa “rica” la onda bio hace furor y los alimentos orgánicos se cotizan al doble que los producidos industrialmente. En definitiva ¿qué era la pobreza? ¿Cómo se decide que una persona es pobre y otra no? ¿Dónde está el límite? A veces es otro el que te dice que sos pobre, a veces es una percepción propia afectada por el contexto.

Antes de empezar mi vuelta al mundo trabajé en Irlanda del Norte durante más de un año para ahorrar. Trabajaba 12 horas por día y, aún así, no podía superar las £200 de ingreso semanal, con lo que quedaba oficialmente por debajo de la línea de pobreza. Claro, mi pobreza me permitía vivir en una casa amueblada y ahorrar para irme de mochilero por un año. Entonces la pobreza puede también ser creada por la misma mirada —rica— que la denuncia.

Nos quedamos esperando a la salida de la aldea. El valle era angosto y las cumbres empinadas y cubiertas de bosques. El dueño de un hotel nos llevó en su Land Cruiser hasta la aldea de Lepush. Disfruté el camino, y la tracción del 4×4 sobre el ripio desparejo, que por momentos era una huella junto al río. La aldea era idílica. A lo largo del río, sobre el terreno verde y ondulado se veían las casas, y junto a cada una, las montañas de heno y las vacas. Pensé que me había teletrasportado a la Suiza de otro sigo. Ya nos dábamos cuenta de algo: las montañas del norte son el secreto mejor guardado que Albania tiene para ofrecerle a los viajeros. Nos tentó quedarnos pero decidimos seguir hacia Vermosh, nuestro objetivo.

Un funcionario de aduanas nos llevó a Vermosh. Los últimos kilómetros, que llevaban también a la frontera con Montenegro, estaban pavimentados. Había algo raro, porque esa limosna de infraestructura pública no cambiaba el hecho de que la mitad de las casas estuvieran en ruinas. Pusimos nuestra carpa en el alero de una sala médica en desuso y nos sentamos a observar el movimiento del pueblo. Algunos personajes en 4×4 daban vueltas como buitres, ofreciéndonos hotel, pero no encontramos un carozo al asunto, una «zona cordial habitada».

A la mañana siguiente, decepcionados, decidimos regresar a uno de los caseríos que habíamos visto en el camino. Emprendimos a la mañana siguiente una larga caminata para alcanzarlo. El único detalle era que no recordábamos qué tan lejos estaba el sitio.

Vermosh: esa luz ámbar en la ventana…

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Caminamos con las mochilas a la espalda por el valle estrecho. Mientras el camino siguiera encañonado, no había esperanzas de encontrar ningún pueblo. Cruzamos un puente custodiado por un antiguo búnker, y entonces recordé que en la época de la Guerra Fría, ningún extranjero tenía el privilegio de husmear las fronteras del más cerrado de los países comunistas. Al final el valle se ensanchó y a ambos lados del río aparecieron casas.

El poblado se llama Budoce, y fue allí donde comenzamos a entender el delicado balance entre belleza y “pobreza” que había en todos esos idílicos asentamientos. Llegamos alrededor de las cinco de la tarde. Ya habíamos bajado las mochilas y debatíamos dónde acampar cuando se nos acercó una chica. Yo había notado la luz ambarina brillando detrás de la ventana empañada y había imaginado y saboreado el calor de hogar dentro. Me había dejado ver siguiendo un hilo de intuición, porque cuando llegás a un lugar nuevo cualquier señal, una luz, un anciano que enciende un cigarro y te dirige una mirada amable, puede ser la pista ganadora.

Y esa pista terminó siendo acertada. De la casa salió una adolescente menuda que nos encaró sonriente en un inglés quebrado. Cuando vio que la cosa no prosperaba probó otra cosa: “¿Hablan español?” No lo podíamos creer. Linda tenía 17 años y había aprendido el idioma mirando telenovelas mexicanas.

Linda nos invitó a su casa. La construcción de piedra maciza y techo a dos aguas de chapa colorada estaba defendida por dos búnkers. En otra época la casa había sido una comisaría. Aunque alguna vez habían pensado en pintarlos como hongos para darle un fin decorativo, ahora esos fantasmas de cemento sólo juntaban yuyos.

En este post te cuento la historia de los bunkers de Albania

Dentro, la media penumbra del pequeño ambiente común era acogedora, con sofás entorno a la mesa pequeña y la estufa. En esa mesa, la madre de Linda ayudaba con las tareas a su hermanita menor. No fue muy sociable al vernos entrar en la casa, y eso me hizo dudar. ¿Qué tanta autoridad tenía una chica de 17 años para invitarnos a dormir en su casa sin consultarle a su padre? Linda nos aseguraba en un español bien conjugado que no había problemas.

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Cuando el padre, un hombre hosco, llegó cansado tras todo un día de preparar lotes de heno para la venta, se mostró amable pero discreto. Sacó dos copas de raki, las llenó, y brindó con nosotros antes de encender la pequeña televisión. Como sus padres no entendían una jota de español, Linda contó a todo volumen cómo estos consideraban ridículo que ella aprendiera un idioma tan lejano. Por eso, nuestra presencia le servía para demostrarles que existían personas en el mundo que hablaban la lengua de Arlt y Cortázar (basta de la frase hecha de la lengua de Cervantes). Del otro lado, los padres pensaban que Linda había forzado la situación para que nos quedáramos.

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Al segundo día esa tensión se disipó. Entrevistar al padre sobre su vida de granjero bajo el régimen comunista le hizo entender que estábamos allí por propio interés. También nos hizo comprender lo dura que puede ser la vida en estas remotas montañas para una chica que sueña con otra cosa. Linda se levantaba cada mañana a ordeñar ovejas, arriar vacas y vigilar que todo estuviera en orden en el establo. No iba al colegio. En primer año del secundario un compañero se le había aparecido al padre para pedirle la mano y éste lo había corrido varias leguas. Para asegurarse que su hija no recibiera más propuestas indecentes la había sacado de la escuela, confinándola a los quehaceres rurales. La única evasión posible para Linda eran los culebrones latinos, donde los magnates galanes que tenían hijos ilegítimos con sus sirvientas y los secretos escuchados tras las puertas se volvían el mejor consuelo para la falta de una vida sentimental propia.

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El invierno es sin dudas la etapa más crítica. Toda la zona se cubre de nieve y la familia queda refugiada entre cuatro paredes, durmiendo todos en el mismo cuarto, sin poder siquiera salir afuera, sin electricidad que haga funcionar la televisión o el agua caliente. Deben trabajar duro todo el año para juntar alimentos, para ellos y para los animales que permanecen en el establo. Una vez al año viajan a Shkoder para comprar todo lo que no producen. Algunas familias con parientes en esa ciudad optan por pasar allí los meses de invierno, pero no todos pueden hacerlo. La zona nos dejó una impresión muy fuerte, y durante horas, mientras caminábamos de regreso, no dejamos de recordar a Linda y su familia.

Meditaciones sobre la pobreza

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Una antropóloga francesa que habíamos conocido en Shkoder había catalogado a esta gente como tan pobre como los habitantes de las zonas más pobres de África. Pensé en la filosofía “Western Union” y recordé a la familia de Juliana que se definía pobre por no vivir en una casa de dos pisos. Y otra vez ¿qué es ser pobre? Para la antropóloga de Estrasburgo, la pobreza parecía ser la vulnerabilidad natural de depender de tu huerta y animales. Llevaba en sus ojos la abundancia como estándar inconsciente y me pareció que, aunque hacía voluntariados en la región, ayudaba también a propagar el muy europeo virus de la crisis y su hipocondría asociada, el siempre necesitar más y más cosas materiales. Toda esa vida rural rudimentaria era algo que en su Francia natal se había superado en el siglo XIX —y que debía ser reparado.

Para mis ojos sudacas, la pobreza se parecía más a una villa de casillas donde ni siquiera tenés la oportunidad de hacer crecer tus alimentos, donde el invierno son las balas perdidas, el paco, la policía o el gobierno. Linda merece las oportunidades académicas que sueña, y no sólo ordeñar en el establo familiar. Pero fuera de los casos particulares, no sé hasta dónde es correcto desear que el progreso llegue tocando bocina y empujando al consumismo.

Siento que los habitantes del valle de Kelmendit llevan un estilo de vida más sustentable ecológicamente que el de toda la Europa aprobada por las normas ISO 9001, y que la antropóloga no anda por allí previniendo la pobreza de la desnutrición, sino fomentando la riqueza de las casas producidas con planos de arquitectos y los desayunos con cereales Kellogs.

El camión que nos llevó de regreso hacia Shkoder era también la prueba de que la región tenía su propio equilibrio más allá de las varas con que se la mida. Lo conducía una familia de gitanos sonrientes que nos dejaron trepar arriba de una montaña de sacos repletos de latas compactadas y otra chatarra que venían recolectando. Los gitanos limpian los valles más remotos, a dónde no llega el sistema de recolección de residuos.

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El viaje a las Montañas Malditas nos hizo pensar mucho. Allí vimos a la belleza bailar mano a mano con la supervivencia como habrá sido en los primeros tiempos de la civilización. Sobre todo, aprendimos por qué algunos ojos ven pobreza en todas partes y que quizás la artesanía más difícil del alma humana es el agradecimiento.

Vermosh y el Valle de Kelmend: datos útiles

Como llegar Cómo llegar a Vermosh

se puede tomar un furgón desde Shkoder y bajarse en Selce, Lepushe o cualquiera de las aldeas del camino. También se puede hacer dedo. 

Calendario Cuando ir

De mayo a septiembre. Durante el invierno la región queda bajo nieve.

Alojamiento Dónde alojarse

hay hospedajes en cada aldea, que se encuentran tutelados por una fundación italiana. A la fecha de nuestra visita manejaban una tarifa de €25 por día que incluían tres comidas. En Albania eso es caro.

Comida Dónde comer

Si, como nosotros, no se van a quedar en esos hoteles con comida incluida, deberán sobrevivir a base de sandwiches o enlatados. No hay restaurantes que preparen comidas. Quizás puedan pagar por comida sin alojamiento en las hosterías. En las aldeas hay comercios que venden alimentos, pero es una buena idea llevar cosas muy puntuales porque la variedad es poca. Hay moras silvestres a lo largo de toda la ruta..

Brujula Mapas de trekking:

Los que hagan senderismo pueden encontrar mapas con los circuitos habilitados en las hosterías. Dicen que no todos los caminos están bien marcados. Para dar una idea, en 2009 se descubrieron cuatro nuevos glaciares en la zona que no estaban científicamente catalogados… ¡No es de extrañar que no haya mucha info sobre senderismo en el norte de Albania!

28 comentarios de “Las montañas malditas del norte de albania

  1. Isabel dice:

    Muchas gracias por tu narración. Me ha emocionado tu relato y vuestra sensibilidad. Visito Albania este verano, y le tengo muchas ganas.

  2. dario dice:

    Para mi es una locura recorrer todo el mundo pero por otro lado hasta pueden descubrir lugares que la gente no conoce y ver lindos paisajes

  3. delfina dice:

    los felicito chicos es muy interesante me entere de esto x las noticias y me interesa leer sus libros ,muy interesante de como viven en ese lugar y ellos seran pobres x q no tienen una estufa pero viven naturalmente que eso tambien es valioso lo que quizas nosotros que vivimos en en una gran ciudad nunca podriamos hacerlo felicitaciones y sigan con los libros

  4. joan boronat dice:

    Magnifico tu relato
    En 2013 visite Albania en coche desde Barcelona y mira si me gusto (no hablo nada ningun idioma estranjero) que este año junto a mi esposa volvemos.
    Fue tan maravillosa la gente con nosotros
    Por favor,¿ podrias decirme si con un Citroën puedo pasar por estas carreteras?
    En el viaje del 2013 solo pasamos por la costa desde Durres direccion Tirana y sin salirnos de las generales.
    Pienso contar todo para que visiteis este país,pues todo el,hoy en dia aun no esta contaminado por la estupidez del hombre
    Gracias

  5. Nicolás Marrero dice:

    Sobre la pobreza según José Mujica: “Quiero tener tiempo para dedicarlo a las cosas que me motivan. Y si tuviera muchas cosas tendría que ocuparme de atenderlas y no podría hacer lo que realmente me gusta. Esa es la verdadera libertad, la austeridad, el consumir poco.La casa pequeña, para poder dedicar el tiempo a lo que verdaderamente disfruto. Si no, tendría que tener una empleada y ya tendría una interventora dentro de la casa. Y si tengo muchas cosas me tengo que dedicar a cuidarlas para que no me las lleven. No, con tres piecitas me alcanza. Les pasamos la escoba entre la vieja y yo; y ya, se acabó. Entonces sí tenemos tiempo para lo que realmente nos entusiasma. No somos pobres ta?”.

  6. Martin de la Cueva dice:

    El post es genial, bah, como siempre. Quizá no sea necesario que llegue el «progreso» como se lo conoce en el mundo capitalista, pero al menos estaría bueno que familias como la de Linda tengan un generador eléctrico para encender una estufa o un termotanque para bañarse, algo que les simplifique un poco la vida al menos en invierno. Sin llegar a los copos de maíz Kellog’s pero al menos a no irse a dormir durante tres meses con los pies helados. Es un bajón pasar frío, yo estoy ahora en Nueva Zelanda después de viajar durante más de un año siguiendo el curso del verano por el mundo y pienso todos los días a la noche, cuando baja la temperatura cerca o pasando el 0°, cómo hace o hizo la gente que no tiene o tuvo medios para calefaccionarse más allá del fogón….

  7. Pablo Bazzana dice:

    Excelente relato! Las intenciones de redimirse de la «sociedad capitalista» de cierta burguesía culposa, se cimenta en su propio ego y no les permite observar, y mucho menos comprender que lo que ellos sentencian como «pobreza», depende mucho del contexto y realidades que les son ajenas.
    Necesitamos, cada vez más, mirarnos en el otro para entendernos, conocernos, comunicarnos y ser más humanos. Un abrazo!

  8. Diego Díaz dice:

    la artesanía más difícil del alma humana es el agradecimiento…

    Artesanos del alma, construcción espiritual. Poesía pura Juan.

    Abrazo patagónico.

  9. Andrés Uboldi dice:

    Che pará de escribir tan bien que con tanto detalle si voy al mismo lugar no me voy a sorprender de nada jajaja! Leo cada post, sigan así!

  10. Joel Ruma dice:

    que bonita Linda, vestida de occidental en un paraje rural como ese, sera su traje de los domingos?, o vestira asi habitualmetne?, si algun dia alfin saldre a viajar ire a visitarla, GRANDES pareja!!, buenos viajes

  11. Maria Yarcho dice:

    Gracias Juan por mostrarme/nos una realidad tan lejana a través de historias como las de Linda, q genia aprender español mirando novelas! espero ansiosa cada uno de los posteos. Un abrazo desde Villa La ANgostura, Neuquen, Argentina hasta donde sea q estén! 

  12. Mariano Bugallo dice:

    Excelente Juan! Tu post me hizo recordar mucho el discurso de Pepe Mujica en Río +20, (si no lo viste te lo recomiendo en YouTube) de por qué siempre que se piensa en desarrollo, se aplica la norma general de que la gente tenga acceso a más y más bienes de consumo. Quizás un buen parámetro para medir la pobreza, no sea lo que uno tiene sino lo que uno necesita. Abrazo!

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